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Joaquín Gutiérrez Cano
Boletín Informativo FNFF Nº39
Desde que en 1700 España cae en su Primera Guerra Civil -la guerra de Sucesión—, su decadencia se inicia. Ya no existe una firma convicción de un destino histórico ejemplar. Se renuncia a llevar adelante la misión de España. Se vacila, se duda, se acepta lo foráneo, y como había de ocurrir, al no saber España hacia donde debe caminar termina donde no desea y se enfrenta consigo misma finalmente.
Esto es muy cierto, sobre todo en la independencia de las tierras hispano americanas, pues ya sólo les llega de España la debilidad, la falta de criterio, los vientos de fronda de las influencias extranjeras, de las sociedades secretas, de la disolución, en suma, de un imperio que de haber mantenido su coherencia y su vigor, de haber cuidado y preservado su patrimonio histórico y su destino universal, habría dado un sesgo totalmente distinto no sólo a la trayectoria de España sino también a la del Mundo, en un siglo XIX que, en su ausencia, presencia la desorientación, la pequeñez, la división entre españoles. Se cae en legitimismos personales y a su socaire, en enfrentamientos que, la falta de un proyecto nacional común, propia de la confusión y pérdida de ilusión colectiva anuncia ya, sin duda, un enfrentamiento definitivo que algo más de medio siglo después —1876-1936— habría inevitablemente de ocurrir tras algunos bienintencionados esfuerzos para sacar a España de su trayectoria declinante…
Así pues, tras seis enfrentamientos entre españoles desde la guerra de Sucesión —1700, la guerra civil que fue la independencia de las provincias ultramarinas, lastres guerras Carlistas y por último el Alzamiento Nacional de 1936—, el tiempo parecía llegado de que los españoles reunieran sus fuerzas, levantaran su ánimo, fortalecieran su fe en el futuro y construyesen sin desaliento una nación moderna, en desarrollo social y económico continuado que nos devolviese al lugar que desde 1700 nos estaba esperando en el contexto de los grandes países…
Para ello había que crear una nueva forma de convivencia, eliminar las rémoras y debilidades de una política interior y exterior errática y llena de extrañas influencias.
Había que devolver a los españoles la independencia que permitiera tomar las propias decisiones sin interferencias perjudiciales y para ello había que restañar las heridas abiertas de largos años de generaciones de desaliento y desorientación, de enfrentamientos internos, de decadencia acelerada.
Cuando la II República aparece en la escena española la situación ha llegado a un grado de tensión que presagia ya una grave crisis. La República acaba por dividir a los españoles, usando de cuantos medios estaban a su alcance para ello.
La persecución religiosa, la quema de iglesias y conventos, la expulsión de los jesuitas y la expoliación de sus bienes y finalmente los asesinatos masivos de sacerdotes, religiosos y religiosas y de todos los Obispos que pudieron capturar fue uno de los determinantes de la reacción que España experimentó y que se materializó en el Alzamiento.
No deseo extenderme en más consideraciones sobre su justificación y simplemente decir que fue un acto espontáneo del pueblo español que respondió a una constante histórica y que devolvió a los españoles la fe en si mismos, la justicia de un Estado de Derecho y los beneficios de un desarrollo social y económico nunca vista hasta entonces en un país europeo.
***
Cuando en 1939, el primero de abril, El Caudillo de España, como Generalísimo de sus Ejércitos escribe de su propia mano el parte oficial de la Victoria, se abre una época histórica nueva.
España ha quedado arruinada. Su población ha sufrido graves pérdidas, y los españoles han de aceptar un reto sin igual que es no sólo reconstruir la Patria sino crear las condiciones para que pudiera aplicarse una nueva doctrina social —una justicia social— dinámica y vigorosa.
No voy a abrumar vuestra paciencia con cifras pero sí es bueno dar algunas como reflejo de la situación que hubimos de afrontar:
La guerra había costado a España cerca de MEDIO MILLON de muertos, de los que más de cien mil fueron asesinados en la zona roja por las hordas marxistas al frente de las cuales figuraron investigadores y actores que nunca debieron ser admitidos en España otra vez sin afrentar el sentido de la justicia innato en todos los españoles.
Sus vías de comunicaciones habían quedado desorganizadas: 110 kms., de puentes volados por los rojos; 17 kms., de túneles de ferrocarril destruidos; El material ferroviario arruinado al igual que las vías y equipos. Locomotoras tiradas al agua en el puerto de Barcelona, etc., etc.
El parque automóvil reducido a cifras insignificantes y envejecido como más de 11.000 vehículos sobrevivientes de la Guerra.
Las buenas carreteras de los Circuitos Nacionales de Firmes Especiales del buen gobierno del General Primo de Rivera gravemente dañadas y abandonadas por la Re-pública. Todas las iglesias y los edificios religiosos de zona roja quemados, destruidos o dañados.
La propiedad privada invalida y gravemente afectada por supuestas cooperativas, centros culturales, etc., que sólo eran almacenes de botín ilegal.
Las arcas del tesoro, vacías. Las reservas oro del Banco de España enviadas a Francia y Rusia. La peseta española desaparecida de los mercados internacionales. El crédito español, destruido, etc., etc.; con la sola excepción del Gobierno Nacional de Burgos, quién sin divisas u oro recibió una reiterada masa de ofertas de créditos y suministros vitales a crédito, sien-do el primer crédito recibido uno de varios millones de dólares USA, de una importante compañía petrolífera, al que siguieron otros y posteriormente créditos de países europeos y sus gobiernos. La peseta nacional o de Burgos valía, al final de la contienda diez veces más que la de la zona roja. Y todo ello sin más crédito que nuestro esfuerzo y el buen hacer de nuestros mandos.
¿Podéis imaginar lo que hubiera sido poseer en España y al decir España me refiero a la zona nacional donde se mantuvo una prudentísima política monetaria y crediticia al poseer las 510 toneladas de oro que el llamado Gobierno republicano sacó rápidamente de España? Hubiera simplemente significado la evitación de los sacrificios que los españoles hubimos de asumir tras la terminación de la Guerra de Liberación que inició el Alzamiento. Hubiera adelantado en diez años el lanzamiento del desarrollo social y económico que sólo pudo empezarse en 1960 una vez concluida la reconstrucción de España y creadas las bases de estabilidad económica que lo hicieran posible y eficaz. Las más de quinientas toneladas sustraídas al pueblo español hubieran representado hoy casi 6.000 millones de dólares USA (al cambio actual más de 8 billones de pesetas) y con ello bien administrados, como lo fue la vida española desde 1939 a 1975, hubiéramos tenido nuestro propio y fecundo «Plan Marshall».
Así pues, hay fundamento sobrado para achacar a la República de 1931 y a los Gobiernos de la zona roja (empleo sus propios términos), el que España no pudiera levantarse sino tras un ímprobo esfuerzo que hubo de soportar la generación que ganó la guerra y en la que tengo el orgullo de formar.
Pero no fue desánimo lo que siguió a la Guerra sino muy al contrario ilusión, fe, esperanza, trabajo duro y austeridad. Orgullo nacional que explotaba a cada obra realizada, a cada presa, fábrica, hospital, Universidad, autopistas. (Ahora canceladas so pretexto de su coste!) que echaba a andar y que luego, tras estar en servicio de España, eran visitadas por el Caudillo o sus Ministros no para cortar cintas ni mucho menos para poner primeras piedras (como ahora), sino para verificar su buen funcionamiento.
En el Estado de Obras que mi querido amigo y compañero Gonzalo Fernández de la Mora describió como contraste con la España de gárrulos sofistas, que Menéndez Pelayo tan bien calificó… y que parecía vencida para siempre por la España moderna…
Así, una vez más ha quedado demostrado lo que el pueblo español es capaz de hacer cuando es bien guiado y cuando existen ideales que ahora se da en expresar con la palabrita «reto» que no acaba de gustarme, ya que no incluye la esencia, los valores espirituales, la fe en el futuro y la confianza en los que nos dirigen. ¿No creéis que tengo razón? Cuando una convocatoria como la del 18 de julio de 1936 se produce, no cabe duda que la respuesta ha de ser como fue. Abuelos, padres, hijos, dejan su quehacer, su campo, su fábrica, su oficina y hasta su bien ganado descanso tras una vida de trabajo, para afrontar a cuerpo limpio cuan-tos peligros pudieran presentarse y sus tumbas, sus cruces, nos hacen recordar la palabra del poeta y que no hay un pedazo de tierra sin una tumba española.
* * *
Los años que siguieron a la terminación de la guerra fueron evidentemente duros. En primer lugar la España nacional, bien alimentada durante la contienda, sin colas ni tarjetas de racionamiento, hubo de compartir con la población de la zona roja sus alimentos y sólo entonces aparecieron las tarjetas de racionamiento. A ello hubo de sumarse como segundo factor el daño en la Agricultura, la destrucción de medios de producción, la tierra quemada que los dirigentes rojos dejaban en su retirada y que luego repitieron los soviéticos ante el avance alemán en 1941 y 1942, tal vez después de su atroz ensayo en España pocos años antes.
Otras muchas más causas y dificultades podrían sumarse al panorama con que nos encontramos en 1939, pero una destaca sobre todas las demás: la Segunda Guerra Mundial que aisló inevitablemente a España y que fue el precio que pagamos gustosos por ver a nuestra Patria libre de la guerra más devastadora de todos los tiempos…
Gran beneficio fue el que los partidos políticos fueran eliminados de la vida española. No existieron pues, para beneficio de España y de todos los españoles esos grupos de presión ahora legalizados otra vez y que suplantan la verdadera representación, pues no es preciso, evidentemente, intermediarios entre los gobernantes y los gobernados que se interpongan entre ellos y sean quienes lleven la dirección de la vida nacional.
Nuestra representación fue pues, directa. Fue lo que se conoce como representación orgánica, es decir, directa, inmediata. Esta democracia orgánica, propiciada por el propio Madariaga, no era otra cosa que lo que han practicado y siguen practicando países con larga tradición como la Gran Bretaña o los Estados Unidos; que son precisamente los países que o bien o tienen Constitución escrita, como es el caso de la Gran Bretaña o tienen la más antigua del mundo como los Estados Unidos. En una entrevista que concedí no hace mucho a un corresponsal de una importante agencia informativa norteamericana, tras explicarle lo que fue el sistema político del Régimen que Franco presidió, le pregunté a mi vez si en su país había partidos. Sí, me dijo, pero no se parecen a nada a los europeos. Son más bien asociaciones que sólo emergen en vísperas de elecciones y ni siquiera tienen autoridad ni, apenas, miembros.
Le pregunté si él creía posible que un senador por Massachusetts por ejemplo, con la aparente popularidad, o mejor, notoriedad, de un Edward Kennedy, podría intentar ser Senador por Colorado, por ejemplo. Me contestó que eso no era concebible ni había existido jamás. Le pregunté si un desconocido podía, con el apoyo del partido que fuese, incluso el del Presidente, ganar un puesto de representante en la Cámara Federal a lo que me contestó que no tendría opción alguna ya que la gente elegiría a quién conociera y generalmente se preferiría a quién tuviese ya experiencia en el distrito en puestos inferiores. Su democracia es, pues, orgánica, le respondí, pues en nada se diferencia de la que nosotros practicamos.
La supresión de los partidos políticos fue tan buena para España que aseguró la paz y la tranquilidad de los españoles, evitó enfrentamientos, incluso dentro de las familias, ofreció oportunidades a los más capaces y más delicados al servicio de la Patria y cerró el paso a los políticos profesionales, a los que Palomino llama con acierto y gracejo fantasmones y vende-humos, con otros calificativos más categóricos cuya justeza a la vista están en este triste panorama de aburrimiento colectivo y lo que es peor, de un pesimismo creciente sobre el futuro de España —como no podía ser de otro modo—.
Al tiempo surgió una administración del Estado formada por hombres capaces, honestos y cultos que exaltaron, como el propio Caudillo hacía, la excelsa misión del Estado como valedor supremo de la Sociedad y ejecutor de sus anhelos. Esta firma y eficiente administración del Estado está ahora cada vez más penetrada por la política de partido y en esa medida su independencia ha sido disminuida cuando no suprimida.
Está en el recuerdo de todos la prudencia política y la habilidad con qué Franco se condujo en todo momento, y no sólo en la entrevista de Hendaya de la que tanto se ha escrito y conocemos todos. Supo guardar la paz y la integridad de España, sólo pensando en el servicio de su comunidad, y en el bien de ella, que, como dice Santo Tomás, da completa legitimidad al gobernante. ¡No quiero caer en la tentación de deducir lo que hubiera ocurrido a España de haber triunfado la otra parte!… Probablemente hubiera entrado de hoz y coz en la contienda al lado de Francia a cuya ayuda tanto debió y cuyos gobiernos de Frente Popular son responsables de gran parte de la sangre vertida por los españoles. Hubiéramos, digo, sufrido por dos veces el rodillo de la guerra y no estaríamos aquí muchos de los que hemos podido vivir en paz y, como dijo José María Sánchez Sil-va, «educar a nuestros hijos y pensar en las musarañas conscientes de que alguien velaba por nosotros…».
La República de trabajadores, como se quiso llamar a si misma en la malhadada Constitución de 1931, no sólo había incumplido sus propósitos sino que había he-cho caer a los españoles en el abismo de la pobreza y el desánimo, el paro angustioso y humillante.
La educación tan descuidada, durante el régimen parlamentario que era axioma hablar del hambre del maestro de escuela. En contraste con tal actitud de desprecio del futuro nacional viene a mi recuerdo lo ocurrido tras la victoria de Von Moltke con la batalla de Koeniggraetz ó Sadowa contra los austriacos en 1866. Cuando se discutió a quién se erigía el Monumento conmemorativo, si al General vencedor o al Canciller Bismarck —que creó la idea imperial alemana—, se acabó escogiendo como motivo un maestro de escuela con alumnos alrededor. Así reconocía Alemania la obra de sus maestros, mucho más importante incluso que la de sus grandes políticos…
En España se había descuidado en cambio la educación por lo que el número de analfabetos de todas las edades era en 1939 de más del 60% de la población y el nivel de escolaridad hasta 1936 apenas llegaba al 57% de la población infantil. En 1975 los analfabetos menores de 40 años eran prácticamente inexistentes y el total había bajado, en porcentaje a menos del 6% del total de la población española.
Las escuelas que en 1940 no llegaban a 44.000 alcanzan en 1975 la cifra de 172.000 (casi cuatro veces más).
Los alumnos de enseñanza básica (E.G.B.), más que se duplican en 1975 respecto a 1940 llegando a 5.000.000. Los que estudian el bachillerato superior que en 1940 sólo eran unos 157.000 pasan a más de UN MILLON, (1.012.000), en 1975).
Los estudiantes universitarios pasan de 35.000 en 1940 a más de 250.000 en 1975 y el número de Universidades se triplica de su número original de 11 hasta cerca de 35.
Capítulo aparte merece la Formación Profesional que llega a tener en 1975 más de 230.000 alumnos.
Crecen también los estudios de Magisterio y muy especialmente los profesores de Instituto y Universidad.
El número de graduados universitarios se multiplica también y da paso a una amplia clase profesional que es fundamento y resultado de la sociedad industrial hacia la que España decididamente se dirige.
Otro lado más de gran valor cultural fue el incremento espectacular del consumo de papel, que pasó de 50 kg., por habiente y año en 1940 a 520 kg., en 1975 (casi 11 veces más).
Lo mismo puede decirse de la escolaridad. En 1975 más del 98% de la población infantil acudía a la escuela y se habían arbitrado soluciones de transporte colectivo gratuito para muchos niños, tanto en las ciudades como en el campo. La salud infantil preocupó por primera vez y la mortalidad infantil en 1975 así como la expectativa de vida en dicha fecha se comparaban ventajosamente con países industrializados de Occidente…
Y en la línea de la defensa de la salud de los españoles —de todos los españoles por igual, que es la verdadera y sana igualdad— la Seguridad Social aparece enseguida, incluso antes de que se haya culminado la reconstrucción de España…
Surgen los modernos hospitales, las clínicas bien equipadas, servidas por médicos especializados, y lo mismo se atiende a quién todo lo necesita que a quién nada le falta…
El miserable «paro obrero> de la peseta diaria de la República es sustituido por pensiones decorosas que se fueron ajustando al coste de la vida… y nunca fueron reducidas ni siquiera con el pretexto de aplicar su actualización… como vuelve a ocurrir ahora.
Pero el milagro fue que nunca se liquidó el presupuesto de la Seguridad Social con déficit, que sólo apareció después de la muerte de nuestro Caudillo.
El Estado no fue —ni puede ser—indiferente o neutral a la más importante relación social como es el trabajo. Pero no cayó en la falacia marxista de convertirla en fuente de enfrentamientos y disensiones que rompían —como se ve ahora de nuevo— la colaboración entre los españoles tan necesaria siempre.
Se creó con el Fuero del Trabajo una nueva y moderna filosofía llena de humanidad y se desarrolló en la Ley de Bases, de la Organización Sindical, creando el marco de entendimiento entre los factores de la producción —empresarios, técnicos y trabajadores— con la presencia del Estado a través del Movimiento Nacional en función moderadora e integradora.
Bueno es recordar, ahora que se intenta volver atrás el reloj de la historia o se inventan pactos que no funcionan, que la Organización sindical española había superado enteramente la lucha de clases y constituía una permanente negociación con participación de empresarios, técnicos y trabajadores, como también en una colaboración orgánica en la función legislativa ocuparon una tercera parte de los procuradores en las Cortes Españolas.
Recuerdo a este respecto que en unas conversaciones que mantuvimos durante mi paso por la Organización Sindical, con dirigentes sindicalistas ingleses, éstos nos decían que ellos no habían podido llegar como tales al Parlamento británico y expresaban su admiración por el hecho de que la España que ellos creían dictatorial y retrógrada tenía a los sindicalistas en las Cortes.
Y en relación con ellas ¡cuán distinta la posición de nuestros procuradores, cuya independencia proclamaba la propia Ley Fundamental que devolvió a las Cortes tradicionales su verdadera función, mientras que ahora están los Diputados y Senadores férreamente sujetos a la disciplina de partido!
Funciones que no poderes eran las asignadas a las Cortes como a los Tribunales, libres e independientes entonces, profesionales, sin influencia externa alguna ni órgano de gobierno que no emanase de nuestros Jueces y Magistrados no designados sino llegados a su alta función por oposición rigurosa…
Unidad de poder y separación de Funciones fue el fundamento del verdadero Estado de Derecho que se construyó con leyes como el Fuero del Trabajo, el de los Españoles y muy señaladamente por los principios Fundamentales del Régimen, solemnemente proclamados por Franco en 1959.
Decía en otro momento que la suprema legitimación de un gobernante es promover el bien común:
Pues bien, Franco asumió personalmente esta tarea y de su propia mano salió el Decreto creando el Instituto Nacional de la Industria, paso de gigante que creó la industria española y que ahora vemos desmembrarse, abrumado por las enormes pérdidas acumuladas desde 1976, y cediendo a empresas extranjeras lo que tanto trabajo y esfuerzo costó crear a la generación que salvó a España en el Alzamiento primero y en la dura y patriótica labor de hacer una nueva España, después.
El INI llegó a ser un complejo industrial de primer orden, y sus astilleros, por ejemplo lograron construir en los principios de los setenta barcos de grandes dimensiones y superaron a países tradicionalmente grandes constructores navales como Alemania, Francia e Italia entre otros. España fue durante estos años el 42 constructor de buques del mundo, nada menos.
La labor de reconstruir a España llevó cerca de DIEZ AÑOS, largo plazo al que contribuyeron una pertinaz sequía bíblica y la guerra mundial que sólo acabó en 1945. Como referencia cabe citar que en 1949 se alcanzó por primera vez desde 1929 el MILLON de toneladas de acero anuales; ¡veinte años perdidos en gran parte debidos a la República y a quienes la siguieron!
Desde que la 2º Guerra Mundial empezó, Franco puso especial énfasis en desarrollar una industria petroquímica que andando el tiempo llegó a ser una de las más prósperas e importantes de España, ayudando con sus lubricantes y carburantes a mantener en marcha las máquinas españolas pese al aislamiento económico. Se crearon las refinerías en la Península pues aunque parezca increíble, España sólo tenía una en Tenerife, orientada, básicamente al abaste-cimiento de barcos o bunkering. En 1975 la capacidad de refino excedía ampliamente la demanda nacional que llagó a los 50 millones de toneladas métricas anuales.
Otro de los grandes logros del Régimen que siguió al Alzamiento fue en lo económico también, la construcción de grandes centrales hidroeléctricas y termoeléctricas, entre ellas las nucleares, gracias a las cuales, —tan vituperadas ahora otra vez para echar un capote al fracaso del programa soviético de reactores de grafito sin adecuada protección— más de una quinta parte de la electricidad que consumimos hoy viene generada por ellas. Se pensó correctamente que un país escaso de energía como es España, tenía que desarrollar hasta el límite posible sus fuentes y tratar de sustituir el petróleo por energía nuclear y carbón. La constante reducción de la demanda interna de petróleo es el resultado de las previsiones de aquellos años. Es preciso recordar que el consumo por persona de electricidad pasó de 134 kw/h., año en 1940 a más de 2.000 en 1975, es decir 15 veces más. La industria española creció prácticamente de la nada hasta representar cerca de 50% de la total producción de bienes y servicios de España en 1975 y contribuyó a situar a España entre las nueve primeras naciones del mundo. Cuando Franco muere, en España se han superado el millón de automóviles de capacidad anual y como alguien dijo con fortuna, se pasó en menos de quince años de la alpargata al seiscientos y luego a coches mayores, según permitía el aumento rapidísimo de la renta nacional. El parque de vehículos llegó a 7.000.000 en 1975, frente a los 11.000 de 1940.
El Alzamiento cambió el destino de España. Creó la confianza en el futuro, la armonía entre los españoles y dio sentido al verdadero progreso social y económico. Decía el Caudillo que frente a la actitud irracional de quienes vociferaban pidiendo reparto de riqueza, era preciso empezar por crearla y eso fue precisamente lo que hizo. Pero al tiempo se extremó la protección y la ayuda a los sectores más débiles de nuestra sociedad, impidiendo el despido y fomentando el empleo. España llegó en 1975 a alcanzar la plena ocupación laboral.
La población española estaba en 1939 predominantemente dedicada a la agricultura. Dos tercios de los españoles vivían en el campo y del campo. Era urgente, a pesar de las dificultades de todo orden que cercaban a España; trasvasar una parte sustancial de la mano de obra agrícola, subempleada —como el propio Caudillo dijo repetidamente— hacia la industria. Pero había que crear simultáneamente una nueva economía agraria que permitiera elevar el nivel de vida de los agricultores. El Servicio Nacional del Trigo vino a salvar el campo español de su histórica debilidad que le llevó a depender de especuladores y usureros en muchos casos. El Servicio los liberó y les aseguró unos ingresos claros, seguros, inmediatos. Fue otra piedra angular del Régimen, sin duda alguna.
En 1939 había en España no más de 100.000 hectáreas de regadío repartidas entre esta hermosa tierra valenciana y la vega leridana del Segre y en menos medida en la parte baja del Guadalquivir.
Pues bien, los planes que se acometieron elevaron esa modesta cifra a más de 2,5 millones de hectáreas, es decir 25 veces más. Planes como el de Badajoz tuvieron como propósito dotar a la población existente en la cuenca del Guadiana de agua de riego y tierras preparadas con un sistema de acequias y canales verdaderamente espectacular. Se escogió, digo, el camino difícil pero necesario al fin de promoción social que perseguía. Se tardó más tiempo en lograr una productividad satisfactoria pero se cambió la faz de una zona históricamente abocada a la pobreza. Otros muchos planes de colonización de interés local fueron promovidos por el Instituto de Colonización que tanto bien ha hecho a España. Badajoz, Monegros, Bardenas, Tierra de Campos, Trasvase Tajo-Segura, etc., son pruebas de ello.
La repoblación forestal aportó 3.000.000 de hectáreas durante el Régimen que en los años que siguieron a la muerte de Franco se quemaron en gran parte alegando ser obra «fascista».
Al tiempo que se ampliaban regadíos y se elevaba la renta per cápita agraria, se acometía la constitución de una ganadería nacional que superó a cuanto se había logrado a lo largo de siglos por el famoso Concejo de la Mesta. La dieta proteínica de los españoles se enriqueció llegando a niveles comparables con los europeos como acredita que en 1975 el con-sumo medio de carne por persona llegó a ser de 44 kg./año es decir 13 veces más que en 1940, a lo que se sumó una producción pesquera creciente que llevó a España a poseer en 1970 más moderna y mayor flota pesquera de Europa —que ahora no encuentra sitio donde pescar…
No quiero abrumarles con demasiados datos pero aún quedan algunos que por su importancia no pueden ser omitidos. Tales son los que se refieren al nivel de vida, al comercio exterior, a las reservas en divisas al equilibrio financiero, al desarrollo turístico y muy especialmente a la elevación del nivel cultural y social de los españoles que creó una clase media estable y laboriosa que abarcó a gran par-te de la población nacional.
España había ido perdiendo su pulso como nación desde 1700 y los españoles se habían empobrecido. Su nivel de vida había permanecido atrás frente a los demás países de Europa —con un par de excepciones— ya que su desafortunada organización política no permitió una verdadera revolución industrial que creara riqueza rápidamente y liberara a la sociedad de la angustiosa dependencia del largo ciclo de producciones agrarias.
Los esfuerzos que en materia de desarrollo de ferrocarriles por ejemplo, se realizaron en España en el Siglo XIX, fueron a cargo de extranjeros y hasta que Renfe fue creada poco después de iniciado el Alzamiento, cada compañía de-pendía de un directorio exterior al que había que rendir cuentas y seguir sus directrices.
(¡Hasta los planos fueron escritos en francés y eso ya próximo a la llegada de Primo de Rivera!). Lo mismo ocurrió con las primeras centrales eléctricas, los tranvías, las minas y muchas fábricas. ¡Las posición de los Españoles era la de subordinación en empresas españolas! (Barcelona Traction).
El desarrollo industrial de España sólo se inicia pues con gran retraso a finales del Siglo XIX por grupos de españoles con fe en la Patria y anhelosos de poner límites a tal situación de inferioridad técnica y económica, y que se reanudan durante el feliz mandato del General Primo de Rivera.
Pero, cuando la República de 1931 llega, los meritorios esfuerzos hechos durante la Presidencia del General Primo de Rivera quedan paralizados. El plan de carreteras no se continua, la marina queda estancada y el comercio cae atribuyéndolo los socialistas en el poder a «situaciones heredadas».
La renta nacional y la personal están paralizadas en su crecimiento. Un padre de familia español apenas se llevaba a casa doscientas cincuenta pesetas al mes de promedio, es decir unos 250 dólares al año en 1936.
Así pues, la ingente tarea que sigue al final de la guerra ya dirigida sobre todo a elevar el nivel de vida de nuestros compatriotas y a repartir la riqueza. Así, pese a todos los problemas, a la falta de divisas extranjeras expoliadas por el gobierno rojo, a las malas cosechas de aquellos cuarenta y sobre todo al esfuerzo de la reconstrucción nacional, la renta nacional va creciendo y cuando se llega a 1959 es ya de 460 dólares por persona aproximadamente. Y es en 1959 cuando se produce el lanzamiento de lo que podemos llamar, sin ambages ni titubeos, la revolución industrial española. Se pone en marcha primero un plan de estabilización en 1959, que aspira a crear una base sólida para el desarrollo que había que seguir. Se ingresa en organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario y el Banco Mundial en los que tuve honor de representar a España como miembro de su directorio. Las arcas del tesoro se empiezan a llenar con divisas que se repatrian por exportaciones españolas entre las que, en aquellos momentos, los frutos de este Reino destacan por su importancia y por la agresividad con que nuestros exportadores —vuestros exportadores en muchos casos— se baten en los mercados europeos ganando posiciones día a día hasta dominarlos en esos capítulos. Se fija un tipo de cambio adecuado a la relación peseta-dólar y la exportación crece aceleradamente y lo que es más significativo, la componente industrial y de servicios aparece con gran ímpetu, y sobre todo el turismo que empieza a llegar en oleadas a las costas españolas y su renta permite calificarlo (como algunos han hecho), de Plan Marshall español. El Gobierno español rápidamente pone en marcha un amplísimo plan hotelero que, apoyado en un ágil sistema de créditos para la construcción hotelera; estimula la economía de grandes zonas, lanza la industria de la construcción y crea millares y millares de puestos de trabajo, tanto en esa fase como en la explotación de los innumerables hoteles construidos en un tiempo brevísimo. España crea, de la nada, en menos de diez años, la más pujante industria turística y hotelera de Europa y probablemente del Mundo…
La estabilización de nuestra economía permitió así la rápida preparación de programas de desarrollo social y económico que se tradujeron en Planes cuatrienales a partir de 1963. El impulso dado a nuestra vida nacional en todos los órdenes se refleja en estos datos, el nivel de vida se duplica al final del Primer Plan; vuelve casi a duplicarse al final del Segundo y otro tanto ocurre cuando el Tercer Plan acaba su vigencia, precisamente con la muerte de su Artífice Fundamental, Francisco Franco en L1975. El Cuarto Plan Nacional de Desarrollo que constituía un nuevo avance en todos los órdenes quedó desde entonces arrumbado aunque se hayan tomado de él muchas ideas e iniciativas que, por no estar cohesionadas, no han servido para nada. En 1959 la renta media española era de unos 460 dólares por persona. En 1975, al final del Régimen, había llegado a los 3.000 $ largos, con una peseta estable y una inflación muy inferior a la que hemos sufrido desde 1975. Para ilustración si es que fuera necesaria, cabe decir que el poder adquisitivo de una peseta de 1975 equivalía a siete pesetas de 1985 y que la relación con el dólar empeoró tanto que de 57 pesetas de 1975, se ha llegado hasta las 180 en 1985 estabilizándose luego en las 1 50 pesetas, y ello no precisa-mente por nuestra intervención sino por la política monetaria americana.
Las tasas de crecimiento reales de nuestra economía desde 1960, llegaron a ser las segundas del mundo, sólo precedidas por Japón. Se llegó en el primer Plan de Des-arrollo a un 11,2% de crecimiento neto anual y nunca, hasta 1974 incluido, hubo crecimientos inferiores al 7% neto anual. Si se considera que las nuevas instituciones crediticias que se crean como el Banco de Crédito a la Construcción y las que se nacionalizan, como el Banco Hipotecario, el de Crédito Local y el de Crédito Industrial, unidas al Banco de Crédito Agrícola, cuyo embrión feliz fue la Dirección General de Crédito y Capacitación Agrarias del Ministerio de Agricultura, ofrecen una ayuda financiera baratísima —un 3% en muchos casos en sus préstamos a largo plazo a la agricultura, se encuentra fácil explicación a lo que fue el desarrollo social unido al económico de aquellos años.
Y todo se hizo además sin déficit presupuestario ni endeudamiento externo. Hubo en muchos años importantes excedentes presupuestarios que fueron destinados dotar a los Bancos de apoyo al desarrollo y las cédulas de inversiones lo fueron para eso, para crear riqueza, no para consumirla. Y se consiguió financiar el Estado con una presión fiscal practica-mente imperceptible, y quiero recordar a aquéllos que tal vez no estaban entonces de acuerdo con esa realidad, que sólo tienen que compararla con la presente. Creo que sobran más palabras.
También fue contenida la inflación mientras la peseta se mantenía estable y se formaban cuantiosas reservas exteriores que aseguraban muchos meses de importaciones, mientras se cuidaba el endeudamiento exterior, siempre des-tinado a inversiones productivas. Se puso en marcha una política selectiva de importación, limitando los productos de lujo o superfluos a un porcentaje modesto del total y destinando la gran mayoría de los recursos externos generados por las exportaciones de bienes y servicios (turismo especialmente), a la adquisición de equipos industriales y nuevas y avanzadas tecnologías. Se dio un paso de gigante modernizando las fábricas españolas al tiempo que se creaba una nueva economía compuesta por grandes instalaciones siderúrgicas, metalmecánicas, químicas y petroquímicas, navales, de aviación (con aviones de fabricación propia extendidos ya por numerosos países), en suma, elevando nuestras producciones (el acero, por ejemplo pasó de 1 millón de toneladas métricas en 1940 a casi 14 millones en 1975, es decir se multiplicó por 14 en 26 años sola-mente y la capacidad de esa industria superó los 20 millones de Tm./año), mejorando también nuestros niveles de productividad que fueron durante los sesenta superiores a los más altos de Europa.
Con razón se habló del milagro español y siempre que escuché esta palabra contesté que era el trabajo y la fe de los españoles lo que había permitido alcanzar tan ambiciosos objetivos. Y todo lo que se logró se hizo posible gracias a una buena administración de los recursos nacionales merced a la planificación indicativa para el sector privado y obligatoria para el sector público. Se construyó esta doctrina sobre el principio de libre empresa, fundamento de una sociedad de libertades —y la subsidiaridad del Estado es decir de fa Comunidad en cuanto se refería a los apoyos necesarios— como infraestructura e inversiones sociales. La disciplina que tal concepto planificador llevó consigo al sector público, sujetándole a cumplir los objetivos señalados en el Plan correspondiente, permitió una rentabilidad de las inversiones públicas nunca alcanzada. Puso fin a las inversiones limitadas por las leyes presupuestarias de vigencia anual y dio prioridad a los multianuales proyectos dotándolos de los recursos necesarios para su ejecución independientemente de su duración programada. El seguimiento del plan era una forma eficaz de anticipar cualquier problema y sus soluciones.
La participación del sector privado en el que jugó papel funda-mental la Organización Sindical fue una de las más importantes pruebas de una verdadera democracia representativa. Las comisiones que preparaban el Plan estaban siempre presididas por personas correspondientes al sector privado cumpliendo el Estado la función asesora y de apoyo a través de los departamentos Ministeriales correspondientes. Fue un modelo más de participación ciudadana en la forja del futuro nacional.
Los planes de desarrollo tenían que ser aprobados por las Cortes que los enmarcaban en una norma con categoría de Ley cuya vigencia era la del plan mismo. Así pues, la intervención de la representación orgánica de la comunidad nacional tenía la decisión final tras haber participado muchos de sus miembros en la preparación de los Planes.
Por quienes sólo buscaban entonces destruir el sistema —como luego ha podido comprobarse— se levantaron ataques de distinta naturaleza contra los Planes de desarrollo, algunos alegando que no se repartían por igual las inversiones y otros oponiéndose a ellas como ciertos profesores de la Universidad de Santiago de Compostela que llegaron a decir que la Autopista Coruña-Vigo (tan necesaria) «partía en dos a Galicia». Ahora la autopista sirve para acercar a los gallegos y como era lógico nadie osa ahora criticarla.
También se entabló una banal polémica sobre si los Planes debían ser económicos, económicos y sociales o sociales solamente.
Se habló de «desarrollismo», palabreja incomprensible, pues ¿qué otra cosa había que hacer que crear riqueza y cuanto antes? El Cuarto Plan de Desarrollo liquidó esa falsa dicotomía y se llamó —Plan Nacional de Desarrollo—. ¡En eso perdían el tiempo algunos a falta de verdaderos argumentos!
Pero si grandes fueron los logros económicos, mayores y definitivos fueron los cambios sociales. La composición de la sociedad española era la correspondiente a un país atrasado, con un número escaso de personas de relativamente alto nivel de vida, una clase profesional poco numerosa y generalmente de modesto vivir y una gran cifra de personas viviendo en pobreza.
La justicia social del Régimen, reflejada en la Seguridad Social en la política social que iba muy por delante en los aumentos de salarios de los niveles de inflación, en las facilidades de adquisición de viviendas para personas de baja renta —entre 1950 y 1975 se construyeron más de CINCO MILLONES de alojamientos familiares en el bajo —casi nulo—, coste de la sanidad y la educación y en una institución claramente protectora del trabajador —la Magistratura del Trabajo—, hicieron posible la aparición de una nueva clase media que constituye un factor de estabilidad social y económica.
Cuando se habla de la llamada transición y algunos se admiran de su desarrollo pacífico no conocen —o no quieren conocer— un hecho esencial: que para sorpresa de aquéllos que dentro y fuera de España atacaban al Régimen de Franco, éste había creado una nueva España, más sensata y estable, más integrada en la Comunidad nacional, más educada e instruida, y mucho, muchísimo más próspera que en cualquier otro momento de nuestra historia.
Todo el Siglo XIX y un tercio del actual no habían podido lograr lo que nuestro Régimen logró en me-nos de cuarenta años: cambiar la cara y el comportamiento de los españoles.
Justicia social-educación —pacífica convivencia— fe en el futuro, espíritu de trabajo y disciplina colectiva fueron forjadas o fortalecidas por el Régimen.
Cuando ahora, tras once años de la muerte de Franco y la destrucción de gran parte de su obra a manos de quienes más le debían, echamos la mirada atrás y vemos los espléndidos resultados alcanzados entonces bajo el mando de un Caudillo providencial, tenemos que confirmarnos en la convicción de que el camino que se emprendió era el conveniente para España. Que la forma de participación de los ciudadanos en la dirección de los asuntos comunes fue superior a cualquier otra fórmula obsoleta ya, y que gracias a nuestro Régimen España ha podido, sin mayores traumas, afrontar la competencia con los países más avanzados del mundo.
Se hizo otra España, limpia, sana, alegre, trabajadora, ilusionada, Se hizo en definitiva, PATRIA.