Pensamiento de Franco: El Movimiento y la Revolución de nuestra época.

Inspiración católica y respuesta transformadora al tiempo nuevo

Así, nuestro Movimiento ha venido a constituir la más firme base de renovación y de cultura, el medio idóneo para la formación del espíritu nacional de las juventudes y para la preparación y promoción de la base política de las nuevas generaciones. Todo ello exige el constante y progresivo perfeccionamiento de sus estructuras, la renovación de sus cuadros y el ensanchamiento de su base. Tres son las verdades fundamentales en que se ha apoyado al correr de estos años nuestra política: los principios de la Ley de Dios, el mejor servicio de la Patria y la justicia social con el bien general de los españoles, bases de una grande e indispensable revolución política. El mundo vivía, y todavía vive en parte, de fórmulas viejas, agotadas, concebidas en los siglos XVIII y XIX, en las que una parte de las clases medias, las clases burguesas, explotaban una organización política en beneficio casi exclusivo de su clase. Al extenderse la cultura, al darse cuenta el hombre del puesto que ocupaba en la sociedad, de lo justo y de lo injusto, la vieja política quedó sentenciada, incapaz de satisfacer las nuevas necesidades. Aquí nacieron los socialismos, los sindicalismos de clase, la batalla incivil en la sociedad, que ha venido desde entonces amenazando el progreso económico de los pueblos, y que acabó culminando en la revolución rusa con la implantación de la dictadura del proletariado, en la que se hizo tabla rasa de todo lo anterior; pero que en cincuenta años, después de esclavizar y encadenar a un pueblo, no le ha podido dar el nivel de vida alcanzado por los países burgueses del Occidente; más, eso sí, ha sabido crear un imperialismo y una potencia militar desconocidos hasta ahora en la historia del mundo. Entre estas corrientes, el Movimiento Nacional vino a constituir una revolución política necesaria, y sus realizaciones económicas y sociales, bajo los principios de la ley cristiana, han llenado el espacio que había quedado vacío. Un sentido católico ha venido inspirando todas las actividades de nuestro Movimiento. Nuestras leyes y disposiciones están impregnadas de ese espíritu. Muchas veces he recordado que la religión católica ha sido el crisol de nuestra propia nacionalidad; que en sus misterios y en sus dogmas se inspiraban los siglos más gloriosos de nuestra historia, el talento especulativo de nuestros filósofos, el genio de nuestros poetas, la inspiración de nuestros grandes pintores y todas esas obras simbólicas incorporadas al acervo universal que son esencialmente cristianas. Este sentido católico de la vida lo hemos considerado siempre la más sólida garantía para los gobernados contra la arbitrariedad o los excesos, siempre posibles, del poder.

Hace justamente un cuarto de siglo, y en uno de los discursos pronuncia-dos en mi continuo peregrinar por las tierras de España, decía que «nuestro Movimiento necesitaba una dirección, un mando y unos cuadros, porque si lo dejáramos a su libre albedrío y a los esfuerzos esporádicos de cada uno, llevaría una marcha anárquica y zigzagueante». Por eso cuando preparamos y remitimos a nuestras Cortes la Ley Orgánica del Movimiento y de su Consejo Nacional, no hicimos otra cosa que traducir al lenguaje de un instrumento normativo con rango de ley, lo que tenía bases muy claras y precisas no sólo en el vocabulario de la política práctica, sino también en nuestro orden de leyes institucionales. A lo largo de los últimos seis lustros, la realidad y la experiencia han ido decantando como válido y conveniente lo que tan reiteradamente habíamos expuesto en nuestros contactos públicos y directos con todos los sectores del pueblo español. Si alguien pudo sorprenderse de lo que es el Movimiento, es porque antes no había querido oír o se había negado a enterarse. Ante todo, el pueblo, y a lo largo de estos treinta años, nos hemos esforzado por destacar lo fundamental y característico de nuestro Movimiento, separando las realidades permanentes de la retórica occidental, conveniente a cada circunstancia. Así llegamos a crear la imagen de un Movimiento Nacional que, en su profunda dinámica, nada tiene en común con los viejos partidos enquistados y fantasmales, que, apoyados en un mínimo de ideas y un máximo de intereses egoístas, hacían marchar a unos Gobiernos de alucinación, tras los cuales corría España a su pérdida y liquidaba la gloriosa empresa ecuménica de diez siglos de Historia.

Francisco Franco Bahamonde

(28-XI-1967: Inauguración del XI Consejo Nacional del Movimiento. Madrid.)


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