Presentación del nuevo libro de Poesías, por Blas Piñar López

 

Blas Piñar López

Gran Hotel Velázquez

Publicado en Nº 1.422 de Fuerza Nueva, del 12 de febrero al 5 de marzo de 2.013

 

 

“Gracias a Juan León, que ha patrocinado este libro, a Javier Paredes, su prologuista y al P. Martín Rubio, sacerdote carismático que nos enseña, con su palabra oral y escrita, a pertenecer a aquel grupo de cristianos que, como recordaba no hace mucho el obispo norteamericano Daniel Jenki, no imponiendo la fe, la proponen y la defienden. La Iglesia, en su etapa temporal, es peregrina, pero también militante.

Dicho esto, y desde una perspectiva católica, tengo la impresión de que estamos en una noche oscura de España; y que tenemos que acercarnos a la luz de la Revelación, que nos marca el camino a seguir en medio de la oscuridad.

Al amparo de esa luz, quisiera decir, como justificación de este libro de poesías, que la oscuridad en la que nos perdemos y que nos hace vacilar y tropezar al no saber de dónde venimos y adónde vamos, procede, entre otras cosas, de la secularización de la Historia, de la debilidad o desaparición del patriotismo, de la profanación de la política y de la contemplación indiferente o atea del Universo.

La secularización de la historia humana nos dice que la misma es tan sólo cosa de hombres. Sin embargo, en el Génesis consta que “no es bueno que el hombre esté solo”. Yo entiendo que esta frase hace referencia no solo a Adán como persona concreta, sino a Adán como cabeza y principio de nuestra estirpe a la que Dios no ha dejado abandonada.

Desde el propio Génesis hasta el Apocalipsis Dios acompaña y acompañará a la humanidad, y hasta el punto de que, en la Persona del Hijo, sin dejar de serlo, se hizo hombre, y habitó y habita entre nosotros. La historia de la salvación, es decir, la historia sagrada, se entreteje con la historia de los hombres, al modo como se conjugan la libertad y la gracia, la Iglesia del derecho y la Iglesia de la caridad, y la caridad con la verdad. En última instancia Dios, y por ello Jesucristo, es el Señor de la historia, su alfa y su omega. ¡Cómo me gustaría que quienes hoy gobiernan en España hicieran un curso de Teología de la Historia!

La debilidad o desaparición del patriotismo, que ha logrado penetrar en el mundo católico, en el que existe, aunque nos duela, una cierta impregnación, por contagio, de un catolicismo apátrida, que se ha convertido en el desprecio de lo que se ha llamado y se llama nacional-catolicismo, y que no es otra cosa, con palabras de Jesús Martín Tejedor, que catolicismo nacional; que vive o quiere que se viva de acuerdo con él, puesto que el catolicismo ha conformado a España incorporándola a la Cristiandad, su fórmula política.

Partiendo de aquí se llega a estas conclusiones: la primera, que es absurdo un patriotismo constitucional, cuando la Constitución vigente, con su texto contradictorio y sus varias interpretaciones, ha incrementado y reforzado el separatismo; y la segunda, que no basta un patriotismo deportivo, un patriotismo emocional, o un patriotismo racional, sino, que se precisa -especialmente para los católicos- un patriotismo como virtud, enmarcado en la caridad, es decir, en el amor a España, y exigido por el cuarto mandamiento, que nos pide honrar al padre y a la madre; y la patria es ambas cosas.

Desde este punto de vista, el cacareo del derecho a decidir, en el que insisten reiteradamente los partidos y los gobiernos autonómicos de Cataluña y de las Provincias Vascongadas, no existe, porque ese llamado derecho a decidir supone que tenemos una patria, y que teniéndola en propiedad podemos disponer de ella libremente y a nuestro antojo, lo que no es cierto, porque la patria no tiene un origen contractual, sino fundacional. Pertenecemos a una patria. En realidad, y precisando el continente y el contenido de la patria, no somos propietarios de ella, sino que a ella pertenecemos y debemos amar y engrandecer.

La profanación de la política la refleja y degrada al invertir su objetivo, que no es otro que servir al bien común y a la nación. Cuando no lo hace, el Estado acaba destruyéndola y el bien común se quebranta en beneficio del bien particular de los partidos y de los cuadros dirigentes, las instituciones se desprestigian, desde la Zarzuela y la Moncloa hasta las Comunidades autónomas y los Ayuntamientos, la convivencia social desaparece, y la clase política se convierte en casta.

Ante un panorama de este tipo, hay que recordar, que, desde nuestro punto de vista, hay una verdad política, sobre la que descansa el servicio a la nación y al bien común, y, que sobre esa verdad política hay que construir, y no sobre la arena de las opiniones. Reconocida la verdad política, queda un campo amplísimo para opinar.

Comprendo que nos hagamos preguntas ¿Cuál es esa verdad política? La respuesta no puede ser otra, al menos para un católico, que la que se desprende de la Revelación. Pues bien; la Revelación ha dicho que Dios ha creado al hombre como ser social. Por ello ha hablado a las naciones, y a la nación hacen referencia continua los textos bíblicos. Jesucristo dijo de sí mismo: “Yo soy la Verdad”, es decir toda la Verdad, y la Verdad se concreta en los valores innegociables de que nos habla Benedicto XVI. Esa Verdad es la que nos hace libres con la libertad de los hijos de Dios. De aquí que el “instaurare omnia in Christo”, de San Pío X, no excluye a la política.

La contemplación indiferente o atea del Universo, supone una ceguera voluntaria ante la revelación cósmica, ya que el cielo y la tierra están llenos de la gloria de Dios. El que no se interroga sobre la existencia del cosmos, por la propia existencia, por el misterio de la transmisión de la vida y por la lucha permanente entre el bien y el mal, no llega a conocer la belleza interior de lo creado, y no conociéndola, es incapaz de expresarla con un lenguaje poético, que como he leído en alguna parte, puede ser en prosa y en verso, aunque, ciertamente, haya versos sin poesía, y poesía sin versos.

La política no escapa a la estética, ni a esas interrogaciones; viene a cuento, por lo tanto, lo que decía José Antonio: “A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡Ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete”!

Pero si a la poesía acompaña la música, la fuerza dinamizante del poeta se hace mucho mayor, tanto para destruir como para prometer, tanto para producir una noche oscura como un siglo de oro. Por eso tienen letra y música: “La Marsellesa”; “La Internacional”, y “A las barricadas”. Son, como ejemplo, himnos que destruyen.

Lo absurdo es que en España tengamos un himno nacional mudo, con música, pero sin letra. Es la letra la que, sin embargo, promete y la música rubrica. “El Cara al Sol”, hermanando letra y música, conmoviendo, arrastra. Una estrofa que dice “Volverán banderas victoriosas -al paso alegre de la paz-y traerán prendidas cinco rosas -las flechas de mi haz” es de suma belleza.

Pongamos letra al himno nacional de España. Ninguna mejor que la de aquel poeta que fue José María Pemán; y si así se estima, con una muy pequeña modificación:

“¡Viva España! Alzad las voces hijos del pueblo español, que empieza a resurgir. Gloria a la patria que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol”

Que sea este libro, que ahora se presenta, una aportación, aunque sea muy pequeña, a la poesía que promete un nuevo amanecer para España”.


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