Desmonte monumento Caudillo, por Blas Piñar López

 

Blas Piñar López

17 de marzo de 2.005

 

Hoy, 17 de marzo de 2.005, en el que escribo este pequeño trabajo, es para nosotros un día de luto, porque un hecho significativo y amargo pone de manifiesto que la Transición política, que iba a reconciliar a los españoles, y que apoyó mucha gente de buena fe, no era otra cosa que un engaño hábil y torticero para volver a enfrentarnos, y, lo que es peor, para acabar con la fe cristiana de nuestro pueblo y con la unidad histórica de España.

La triple coincidencia del comienzo del debate en el Congreso de los Diputados sobre el matrimonio “contra natura” de los homosexuales; de la cena-homenaje a Santiago Carrillo, con asistencia de antiguos franquistas y adhesión de la Corona, y el desmonte silenciado y nocturno del monumento al Caudillo, en la Plaza de San Juan de la Cruz, ha colmado la indignación hasta ahora contenida de muchos españoles, entre los que yo me encuentro; indignación que nos ha llevado a reunimos en este lugar para hacer pública y patente nuestra protesta y, a la vez, rendir homenaje a Francisco Franco, centinela de Occidente, la espada más limpia de Europa, que libró a España del comunismo, que evitó que España participase en la locura suicida de la segunda guerra mundial; que de la miseria pasáramos a ser la novena potencia industrial del mundo; que después del caos absoluto tuviéramos casi cuarenta años de paz, y que a la retirada de los embajadores y al bloqueo de la ONU sustituyera el regreso de los diplomáticos y el máximo prestigio internacional.

Con respeto a la persona, pero con respeto superior a la verdad, ante lo que supone para el futuro incierto de la Patria este ultraje a quien designó al actual jefe del Estado, quiero recordar a S. M. el Rey, lo que dijo el 22 de noviembre de 1.975, en su discurso ante las Cortes, después de su juramento:

“Una figura excepcional (la de Franco) entra en la Historia. Su recuerdo constituye para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad. Es de pueblos grandes y nobles saber recordar a quienes dedicaron su vida al servi­cio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda su existencia a su servicio. La monarquía será fiel guardiana de esa herencia”.

Majestad: ¿Se llevó el viento huracanado y revanchista estas palabras solemnes que pronunció ante las Cortes el 22 de noviembre de 1.975?


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