Franco, militar (IV), por Carlos Alvarado

 

General Carlos Alvarado

Boletín Informativo FNFF Nº 29

 

La batalla de desgaste del Ebro

Según nos relata George Hills, el bando rojo llegó a crear tres cabezas de puente al Oeste del Ebro. La más septentrional entre Mequinenza y Fayón: unos dieciséis kms. de frente por ocho de profundidad. La segunda, entre Fayón (río Matarraña) y Cherta: treinta y siete a cuarenta kilómetros de frente por veinte de profundidad. La tercera (Amposta) no llegó a consolidarse.

La septentrional fue reducida —o sea, eliminada— en los días seis y siete de Agosto (1938).

En cuanto a la segunda o central, el piar de Franco —nuevamente según George Hills— puede explicarse así:

«Consideró al enemigo…, como envuelto por la línea norte-sur ocupada por las fuerzas nacionales entre Fayón y Cherta, y el gran arco que describía el Ebro entre ambas poblaciones. Si el Ebro era mantenido bajo constante bombardeo aéreo y artillero, los 80 ó 100.000 hombres que ocupaban el área quedarían encerrados como en una bolsa. Para tensar las cuerdas, deseaba que sus tropas avanzaran sobre los dos flancos.»

Se trataba en definitiva de imponer al enemigo una batalla de desgaste y «acabar de una vez».

El plan así concebido pareció «en exceso revolucionario» a algunos de los mandos nacionales. Hills cita concretamente a Yagüe y Vigón (D. Juan). Franco accedió a un compromiso o solución intermedia que se definía así:

— La aviación (alemana e italiana) «debía mantener los puentes enemigos bajo constante ataque» (interdicción). — «La infantería no debía hacer ningún intento de ataque sin contar con un considerable apoyo de bombardeos aéreos y artilleros». — Poner a disposición de los Cuerpos de Ejército «Marroquí» (Yagüe) y «Maestrazgo» (García Valiño) una masa artillera que jamás se había conocido en España: 69 baterías el 3 de septiembre y 87 el 3 de octubre. (Hills. págs. 326 y 327).

Aunque los efectos producidos por los bombardeos —acciones de interdicción sobre los puentes— no fueron los desea-dos, y la reposición de municiones, sobre todo para los materiales artilleros de mayor calibre, no alcanzó el ritmo apetecido, la bolsa fue eliminada en tres fases: 3-13 de septiembre; 18 de sep-tiembre-14 de octubre; y 30 de octubre-16 de noviembre. Las fuerzas nacionales tuvieron 40.000 bajas y las rojas 70.000 (G. Hills, obra citada, págs.. 325, 326 y 327).

Esta batalla seguirá siendo muy discutida tanto en su planteamiento como en su ejecución, pero hay una cosa cierta: «Franco había destruido un ejército»; su moral no se repondría ya. ¿Qué hubiera sucedido si el plan se hubiera llevado a cabo tal como lo había concebido Franco en un principio?

No comento las soluciones alternativas que se han propuesto por no alargar esta exposición. Algunas me han parecido meras elucubraciones.

 

El empleo del Arma Aérea

Toco este punto, que no es de mi especialidad, porque a lo largo de la biografía del Caudillo escrita por George Hills se sacan a relucir con harta frecuencia las discrepancias que —el autor las acredita documentalmente— existieron entre Franco y los políticos y mandos militares y aéreos alemanes e italianos sobre la forma de conducir la guerra y las operaciones. Uno de los caballos de batalla fue, según ellos, la lentitud de las operaciones; otro, el empleo de las fuerzas aéreas.

Yo no sé el concepto que Franco tendría en aquel entonces sobre el empleo de las fuerzas aéreas. Alguna experiencia ya tenía de África, en donde, al menos en embrión, se empleó ya la aviación en misiones de reconocimiento, apoyo aéreo fuego directo, apoyo fuego interdicción, bombardeo estratégico y transporte.

Franco sabía eso y en algún lugar de sus comentarios y artículos, de aquel entonces, hace alusión a ese tipo de acciones. El mismo había utilizado el avión o el hidroavión para los reconocimientos desde el aire y, en cuanto al apoyo fuego directo, estoy seguro de que tuvo parte en la idea de la creación de la famosa «cadena», tan temida por los camba-tientes rojos como celebrada por los nacionales. De ella no me parece aventurado afirmar que fue el preludio de los bombardeos y ataques en picado.

No se puede negar que en los primeros meses de nuestra guerra hubo un poco de anarquía en todo, como consecuencia de la no existencia de un mando único o centralizado y, también, como humana reacción a la superioridad aérea del bando rojo, cuya aviación apoyaba a sus fuerzas de tierra mientras nuestras columnas —que sufrían las consecuencias—carecían de ese apoyo. Las peticiones eran insistentes y había que satisfacer-las de alguna manera.

A lo que Franco se opuso hasta la ira, fue a los bombardeos indiscriminados, masivos y de saturación, contra poblaciones e instalaciones vitales para la nación.
De ahí sus enérgicas palabras al embajador italiano Cantalupo:

«Franco no hace la guerra .a España, sino que la libera. No debo destruir…, ni las ciudades, campos, industrias, ni medios de producción. Por eso no pue-do obrar apresuradamente. Si lo hiciera, sería un mal español; si me apresurase no sería un patriota, me comportaría como un extranjero.»

Y, «pálido de ira», al Coronel Funck cuando el bombardéo de Guernica:

«No, haré la guerra contra mi propio pueblo».

De ahí que se opusiera también, terminantemente, al bombardeo de las columnas de fugitivos que desde Bar-celona se dirigían a la frontera francesa, no obstante saber que mezclados en esas columnas huían 200.000 comba-tientes.

 

4.– Franco, maestro

Que Franco ejerció el magisterio a lo largo de toda su vida de soldado y en todos los órdenes del deber y del saber militar, es cosa que está fuera de toda duda.

Lo hizo en los duros momentos del combate y en las intensas actividades del vivac y del campamento; en la soledad nocturna de la chabola o de la tienda de campaña y en la menos incómoda pero no menos agotadora del despacho diario; en la tribuna en que preside los desfiles y conmemoraciones y en las largas e interminables audiencias; en los días tristes y aciagos de la llegada a Melilla tras el desastre, y en los del júbilo y de los ihurras! de sus legionarios en los momentos que siguieron al asalto victorioso y por sorpresa del monte Uisan, con sus fuertes y fortines, y con sólo tres muertos y seis heridos; en los días en que cosechó laureles y en los que sufrió persecución; en las vigilias tensas de la guerra y en las horas difíciles de la paz; en el triunfo, en la enfermedad, en la agonía y en la muerte.

Lo hizo con el ejemplo permanente de una vida consagrada por entero a la patria y al deber; de una vida cargada de virtudes acrisoladas; con la palabra, con la pluma, con el saber y el hacer. Lo hizo creando doctrina e impartiéndola. El, que era un autodidacta, que no pudo ingresar en la Escuela de Guerra porque, prestando servicios de guerra que daban prestigio a España y al Ejército, se le había pasado el grado aunque no la edad. El, que, no obstante no asistir a cursos, fue sin embargo un alumno aventajado que supo aprovechar las enseñanzas teóricas y prácticas del combate y de los que fueron sus jefes, contrastándolas en el crisol de la lucha, mejorándolas y ampliándolas.

Ahí ha dejado su incomparable «Diario de una Bandera»; ese librito que sobrecoge por lo sobrio, por lo pausado, por lo sentido y por lo ¡profundo de sus enseñanzas. Es una lástima que no se hayan conservado los croquis a mano alzada —que a mi juicio tuvieron que existir—, en los que el autor debió recoger los datos que después pasaría a limpio, robándole horas al sueño, a la luz mortecina de una lámpara o candil.

Ahí sus «Instrucciones a la Legión», en Lo hizo en los duros momentos del las que recopila, depura y difunde, para combate y en las intensas actividades que sirvan de norma a sus oficiales en la dura tarea de formar soldados, las experiencias que el vivió y anotó en el «Diario» antes citado.

Ahí sus artículos sobre temas militares e históricos, publicados en la «Revista de Tropas Coloniales», en los que expone con claridad y personal criterio las experiencias por él vividas y las conclusiones a que le llevan.

Ahí sus «Comentarios al Reglamento de Grandes Unidades», escritos durante la guerra —y a no se sabe qué horas—para orientar y aclarar dudas a unos Mandos que habían iniciado la guerra con el grado de Comandante, o de Teniente Coronel a lo más.

Ahí su «ABC de la Batalla Defensiva», que revoluciona la concepción lineal de la defensa convirtiéndola en otra más profunda; que logra imponerse y que viene a ser el resultado de inscribir en el terrero —adaptándolo a éste— un orden de combate ofensivo, generalmente con mayores frentes y fondos. En este ABC se plasman, después de muchas horas de meditación y depuración, las observaciones por él obtenidas en Marruecos sobre el valor táctico de las crestas topográficas y militar, la pendiente y la contrapendiente, las vaguadas y las barrancadas, la posición circular y el mismo blocao.

Ahí queda «Raza», el guion cinematográfico en donde se enaltecen las virtudes del hogar, el amor a la Patria, el heroísmo y la fe en Dios.

Ahí sus prólogos, sus cartas, sus entrevistas, sus discursos militares en los que se hace apología de todas las virtudes, y ahí el monumento postrero de su Testamento, testigo imperecedero de su fe en Dios, de su amor a la Patria y del saber morir como cristiano, que es el epílogo consecuente con el que cierra una vida consagrada por entero al servicio de España.

¡Que Dios te lo premie, mi General! Yo así se lo pido con toda mi alma y toda mi fe. 


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