¡Tu carrito está actualmente vacío!
Puedes consultar la información de privacidad y tratamiento de datos aquí:
- POLÍTICA DE PROTECCIÓN DE DATOS
- SUS DATOS SON SEGUROS
Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 30
La figura, ya histórica, de Francisco Franco adquirirá con el transcurso del tiempo la dimensión universal que merece.
Ingeniero. Ministro de Organización y Acción Sindical del 31 enero 1938 al 10 agosto 1939. Nació en Madrid el 12 de enero de 1896. Cursó la carrera de ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, culminando los estudios del doctorado. Fue compañero y amigo de Juan de la Cierva, con quien compartió los ideales patrióticos y la vocación política. Por sus conocimientos profesionales como ingeniero, tuvo una destacada actuación desde el comienzo de la guerra civil, siendo incorporado a la Junta Técnica de Burgos. Después de su cese como ministro pasó a ser consejero nacional del Movimiento, procurador en Cortes por designación directa del Jefe del Estado y miembro del Consejo de Estado. Ha sido miembro del consejo directivo de RENFE y presidente de la Comisión de Trabajo del Instituto de Racionalización del Trabajo. Es presidente y consejero de varias empresas privadas y está en posesión de señaladas condecoraciones, entre ellas la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
En lo más profundo de la personalidad de Francisco Franco late un gran patriotismo. Puede afirmarse que amó a España como muy pocos la han amado. Conocía a fondo su inigualable Historia; su gran aportación espiritual a Occidente. Se encontraba identificado con la mentalidad de los españoles, a los que juzgaba a través de su experiencia en el Ejército y sabía hasta qué extremos es capaz de sacrificarse el soldado español —el pueblo— para alcanzar los más altos logros.
Idealismo y realismo se unen desde tan hondo en su carácter que parecen una misma cosa. Son el cimiento de su acusada personalidad.
Franco tiene, además, una gran cultura, de la que nunca hace alarde.
Sus mensajes de Fin de Año y sus discursos políticos son todos doctrinalmente importantes. Su contenido ideológico está expuesto en lenguaje muy llano, con soltura y claridad. Nunca hablaba sin haber adaptado al «sentido común», o más bien en su caso, a una «disciplina lógica», lo que pensaba decir, de forma que lo entendieran todos.
Siempre supo lo que quería hacer, por qué y cómo lograrlo. Sin eso, no emprendió acción alguna, a la corta y a la larga, y, desde luego, sin haber calculado las últimas consecuencias de cada uno de estos actos.
Resulta evidente que dominaba la política mundial no menos que la política interior. Sus promesas son siempre sinceras y realizables. Preside en ellas su lealtad al pueblo español.
Tenía como norma no asistir a la colocación de primeras piedras y sí a la inauguración de obras terminadas.
Era la contrafigura del demagogo, por eso; conforme el tiempo pasaba, el pueblo le quería y le admiraba más.
En los círculos cultos solía decirse que tenía «carisma» y entre la gente llana que tenía «buena estrella». El secreto de ese poder de atracción residía en que realizó todo lo que había prometido. Es curioso constatar cómo cumplió, uno por uno, los compromisos adquiridos al tomar en su mano la jefatura del Gobierno, en plena guerra, cuando habría sido justificable —por exigencias de la propaganda— prometer lo imposible. De ahí, que no necesitara entregarse a la captación de voluntades, estrechando manos o prodigando abrazos; su sola presencia despertaba la emoción patriótica de las gentes que veían en él la personificación del Estado.
Concurren en Franco como gobernante dos características singulares que probablemente son únicas en la historia política de los pueblos.
Cuando fue nombrado Jefe del Gobierno español tenía ya un gran prestigio; por méritos reconocidos, era el general más joven de Europa y, también —en frase del mariscal Pétain— «la espada más limpia de Europa». Pues bien, cuando murió, su prestigio había aumentado considerablemente, no sólo en España sino en todo el mundo. Este hecho cobra una mayor dimensión si se considera que su mandato se prolongó durante un largo período de cerca de cuatro décadas y es bien sabido el normal desgaste de autoridad que con el tiempo sufren los gobernantes.
Si Luis XIV hubo de decir «El Estado soy yo», Franco no necesitaba decirlo; sencillamente, lo era. Hasta tal punto, que la explicación de lo ocurrido a su muerte ha de buscarse en que, de cierta manera, el Estado moría con él. Porque calculó también ese riesgo, entregó la sucesión a la Monarquía, cuya raigambre histórica pensaba que habría de compensar lo que en él era autoridad y prestigio.
En segundo lugar, Franco, que inicial y legítimamente —por las circunstancias en que asciende a la Jefatura del Estado— detenta el máximo poder, en el curso del tiempo y a lo largo de su mandato, por propia iniciativa, fue cediéndolo para crear un Estado de Derecho. Guiado por los ideales avanzados de la juventud más sana, representada por José Antonio Primo de Rivera, instauró un nuevo sistema de democracia efectiva, avanzada y real; enraizada en la religión y la tradición del pueblo, muy acorde con la mentalidad y la manera de ser de los españoles. Toda su ambición fue siempre prestar el mejor servicio a España.
Tengo ochenta y cinco años y puedo decir que nunca me he sentido tan orgulloso de ser español como durante la Jefatura de Franco. Y es que Franco encontró una España reducida a escombros; sin peso alguno en el concierto de las naciones y logró que tuviera una auténtica independencia política, pese a la oposición consensuada de las grandes potencias. Todo ello fue posible porque Franco reunía patriotismo con realismo y asentó su fuerza moral en lograr la grandeza de España, al tiempo que procuró el entendimiento con todas las naciones sin inmiscuirse en su política interior.
Su lógica le llevó a desechar la lucha entre partidos y entre clases sociales, dado que tropezaban con el objetivo del progreso, alcanzable sólo mediante el trabajo en paz.
Resulta fácil reprocharle hoy que no se ajustara al patrón de las democracias de Occidente. Lo cierto es que en la Democracia Orgánica fueron compatibles la libertad (no sólo la formal) y el orden, mientras que en el desorden naufragan todas las libertades.
La participación del pueblo en las Cortes Orgánicas se hace directamente y no por intermedio de partidos políticos que defienden sus intereses por encima de los del país.
Mientras los Sindicatos de clase consideran el trabajo como mercancía, desentendiéndose de quien lo presta, Franco defendió la libertad y dignidad del trabajador. Elevó en gran proporción su nivel de vida. Instituyó en el mundo de la producción el principio de Justicia Social.
Su idealismo y su lógica le hicieron prever las consecuencias que se derivarían de la entrega de media Europa al comunismo soviético. Ya en 1964, el actual presidente Reagan pronunciaba las siguientes palabras: «El comunismo es el más peligroso enemigo que ha tenido nunca la humanidad» y «La Historia no perdonará a los que, frente a la pérdida de libertad que impone el comunismo, teniendo tanto que perder, hicieron tan poco para evitarlo»? Hoy, la mayoría del pueblo norteamericano, con la experiencia de otros 20 años, piensa igual que Reagan. Las democracias europeas tienen la misma inquietud.
Es notable que algo que se ocultaba a los líderes de Occidente, Franco lo viera con tanta claridad en 1936.
Y es que Franco ha sido, con gran diferencia, el más lúcido e importante Jefe de Gobierno y de Estado de Occidente en lo que va de siglo.
por
Etiquetas: