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Blas Piñar López
Aula de conferencias de “Fuerza Nueva”, Madrid, 17 de noviembre de 1.979
España es un compendio de Europa, lo contrario de la monotonía geográfica o meteorológica, la superación, por síntesis, de todas las razas y de todas las culturas que en nuestro solar se establecieron, la adelantada de su expansión civilizadora, la reserva de aquellos valores religiosos y espirituales que son la única garantía y la única posibilidad de su renacimiento.
De aquí que José Antonio y Franco fueran europeos. De aquí que José Antonio y Franco alcancen, después de morir, su más alta significación europea; y que hoy, cuando Europa, como ha escrito Díez del Corral, “es un río que clama estrepitosamente preguntándose por el sentido de su curso”, se vuelvan las miradas de todo el continente, no sólo hacia España, que dio respuesta segura y varonil a ese interrogante, viviendo en la nada sin ser aniquilada por ella, manifestando su firme voluntad de existir, como raíz viva de eternidad humana, en frase de Américo Castro, sino hacia las dos grandes figuras que interpretan y simbolizan a la España moderna: José Antonio y Franco.
JOSÉ ANTONIO, en su discurso de Jaén de 7 de abril de 1.935, señalaba con acierto: “observad adónde nos ha conducido la descomposición postrera del liberalismo político y del liberalismo económico: a colocar a masas europeas enormes en esta espantosa disyuntiva, o una guerra, que será el suicidio de Europa, o el comunismo, que será la entrega de Europa a Asia”.
Y en verdad que la profecía joseantoniana se ha cumplido, pues esa guerra fratricida entregó la mitad de Europa al comunismo y ha colocado a la otra mitad al borde de su autodestrucción.
Pero José Antonio no se limitó a hacer el diagnóstico del mal, sino que propuso el remedio, hablando de un nuevo orden para Europa, que tenía que comenzar por un reordenamiento interior del individuo y por la armonía entre el destino de éste y la misión del Estado. Ni la deificación estatal ni la anarquía libertaria, porque “el hombre no puede ser libre si no vive como un hombre, y no puede vivir como un hombre si no se le asegura un mínimo de existencia, y no puede tener un mínimo de existencia si no se ordena la economía… y no puede organizarse la economía sin un Estado fuerte, y no puede haber un Estado fuerte sino al servicio de una gran unidad de destino que es la Patria”. Esa es “la clave de la existencia de Europa y de España; (saber) que, en cada uno de nuestros actos, en la más humilde de nuestras tareas diarias, estamos sirviendo, a la par que nuestro modesto destino individual, el destino de España, el de Europa, el del mundo, el destino total y armonioso de la creación”.
FRANCO, por su parte, haciéndose eco de análoga doctrina, nos dirá: “nos sentimos europeos, tenemos una definitiva vocación europea, hemos contribuido decisivamente a la formación del concepto de Europa”, y por Europa entendemos la Cristiandad, es decir, una cultura fruto de tres herencias legítimas, la de Atenas, la de Roma y la de Jerusalén, la del Logos, la del Derecho y la de la Inmortalidad.
La gran tarea de nuestro tiempo consiste en rehacer Europa y, con frase de Franco, en integrar a las partes que la forman, en fortalecer el todo haciéndolo compatible con la irrenunciable variedad.
-II-
Para ello hay que levantar un esquema ideológico y una mística de combate, porque hay que reconocer que la situación de Europa es dramática y que existe un derrotismo europeo, en el que coinciden Spengler, Toynbee, Sorel y Sartre.
Si Europa ha sido raptada, y la pitonisa de Delfos contesta a la pregunta de Cadmo “¿Dónde está Europa?”, con la respuesta decepcionante; “no la encontraréis”, lo propio de los europeos no consiste en la renuncia, sino en la asunción urgente y animosa de la gran empresa de reconstruirla sobre los cimientos sólidos que la hicieron posible.
No es que deba confundirse Europa con Cristiandad, como quiso Novalis, porque ello sería tanto como anclar el cristianismo, privándole de su vocación universal, sino de entender que el cristianismo se encarnó de algún modo en Europa, para tomar de ella lo que precisaba, a fin de dar cumplimiento a esa vocación.
En este esquema ideológico pueden fijarse las tres afirmaciones de principio de Denis y de Rougemont:
1) Europa ha descubierto el mundo entero, y nadie ha venido a descubrirla.
2) Europa ha dominado sucesivamente a todos los continentes, y no ha sido dominada hasta ahora por ninguna potencia de ultramar.
3) Europa ha producido una civilización que el mundo entero imita hoy, mientras que el caso inverso no se ha producido nunca.
Ahora bien, el examen de estos sustantivos, descubrimiento, dominio y civilización, no puede conducirnos a la autocrítica demoledora, sino a la depuración perfectiva, al reencuentro con los resortes vitales de Europa, allí donde se hallen, a la formación de una voluntad sincera de reconstruir con esmero, a la puesta en ejercicio de auténticas vocaciones europeas.
– III –
¿Y acaso, en esta loca vorágine de Europa, en este rapto que parece alucinar a sus cuadras dirigentes, en la tragedia alienante del hombre, al que se le confunde intelectualmente, se le trata injustamente y se le despoja del sello de la inmortalidad, con la huida de Dios o la muerte de Dios? ESPAÑA, a pesar de todo cuanto hoy nos sucede, ¿no puede, acaso, ofrecer la solución salvadora?
Porque este huracán que nos conmueve, y que asusta a muchos, incluso entre nosotros, lejos de ser un síntoma desmoralizante, es una señal de que ese ofrecimiento continúa en pie. Por eso se trata de aniquilarlo: si en 1.936 se intentó a sangre y fuego, en 1.979 se utiliza la habilidad y el engaño, aunque no falten, como un anuncio, las salpicaduras del fuego y de la sangre.
La España de hoy, en este sentido, es la misma de ayer. La España magnánima que tenía razón, de Charles Maurras; la España trinchera, de Paul Claudel; la España nuestra, de Robert Brasillach; la España de los voluntarios de Europa, de los viriatos portugueses, de los camaradas franceses, irlandeses, rumanos, alemanes e italianos, que supieron entender que nuestra guerra era la guerra de Europa, que aquí se jugaba la suerte de la libertad del hombre y de la soberanía de las Patrias.
– IV –
Pero Europa es algo más que un continente. Europa es un contenido. Europa se encuentra allí donde la civilización de que ha sido creadora se enraizó y se desarrolló. Europa es por ello también América y, sobre todo, la América que surgió al amparo de la cruz y del castellano. Por eso, en la América hispana se sigue con pasión el acontecer diario de nuestra patria, porque, como decía aquel gran poeta colombiano, José Joaquín Ortiz, el recuerdo de España nos sigue por doquiera.
“Todo nos es común: su Dios el nuestro
la sangre que circunda por sus venas,
y el hermoso lenguaje;
sus artes, nuestras artes; la armonía
de sus cantos, la nuestra; sus reveses,
nuestros también, y nuestras
las glorias de Bailén y de Pavía”.
José Antonio y Franco, por ser expresión pulcra de la quintaesencia española, tienen por ello mismo, junto a la dimensión europea que hemos apuntado, una incidencia total y galvanizante en América.
Pablo Rodríguez, el chileno de “Patria y Libertad”, comentando las luchas callejeras que precedieron a 1a caída de Allende, exclamaba: “parecía que íbamos a encontrarnos con José Antonio a la vuelta de cada esquina”; los camaradas argentinos llenarán otra vez las calles de Buenos Aires con carteles en los que se aclamará a Franco como Caudillo de la Hispanidad, y Germán Borregales, el venezolano, escribirá en un libro fuera de serie, publicado en Caracas: “Al conjuro de la palabra Franco, surgirán de todos los rincones de la Península y de la América hispana legiones de combatientes dispuestos a restaurar un Estado surgido por obra y gracia de la victoria militar del 18 de julio de 1.936. En las futuras batallas por la libertad, el nombre de Francisco Franco será el santo y seña para las acometidas victoriosas y el escudo salvador contra el que se estrellarán las huestes del antiteísmo. Como el Cid después de muerto, Franco librará las más grandes batallas por la paz y la libertad de los pueblos. Ayer salvó España, mañana salvará el mundo”.
– V –
Así es como “Fuerza Nueva” vuelve a acercarse con temblor y emoción a las figuras singulares y nobilísimas de José Antonio y de Franco, unidas para siempre por una empresa común y por el túmulo grandioso que alberga sus cenizas en la sierra de Guadarrama: el Valle de los Caídos, la Basílica de la Santa Cruz, el templo de los héroes y de los mártires de la Cruzada por la Europa hecha Cristiandad en pleno siglo XX. ¡Ay de los que quieran separar lo que Dios ha unido! Los ángeles con espadas del paraíso difícil que vigilan en las puertas, las harán caer con la santa indignación del espíritu contra los malvados que lo intentasen por resentimiento o por soberbia.
José Antonio y Franco, españoles, europeos de Euroamérica, cristianos hasta el fondo, como revelan sus testamentos ejemplares, se han hermanado para siempre en el tiempo y en la eternidad, en la historia que España ha hecho y en la Historia que aún tenemos que hacer con la ayuda de Dios.
Los poetas, que tienen una sensibilidad exquisita para captar líricamente la estela heroica, entienden como nadie de esta sublime realidad cautivadora para los pueblos. Y así, Manuel Machado canta al unísono a José Antonio y a Franco:
“José Antonio, ¡Maestro! ¿En qué lucero,
en qué sol, en qué estrella peregrina
montas la guardia? Cuando a la divina
óveda miro, tu respuesta espero”.
“Caudillo de la nueva Reconquista.
Señor de España, que en su fe renace,
sabe vencer y sonreír, y hace
campo de paz la tierra que conquista.
Inspira fe y amor. Doquiera llega
el prestigio triunfal que lo acompaña,
mientras la Patria ante su impulso crece,
para un mañana que el ayer no niega,
para una España más y más España,
¡la sonrisa de Franco resplandece!”
Montamos hoy, en 1.979, tu misma guardia, José Antonio, y tu sonrisa, Franco, sonrisa de paz interior, de voluntad de combate y de victoria, es la nuestra.
¡JOSÉ ANTONIO Y FRANCO! ¡PRESENTES!
¡VIVA CRISTO REY!
¡ARRIBA ESPAÑA!
¡ADELANTE ESPAÑA!