Franco visto por sus Ministros: José Antonio Girón de Velasco

 

Franco no fue nunca un revolucionario, aunque fuese el jefe de la revolución nacional.

Abogado. Ministro de Trabajo del 19 mayo 1941 al 25 febrero 1957. Nació el 28 de agosto de 1911 en Herrera de Pisuerga (Palencia). Cursó los estudios de Derecho en las Universidades de Valladolid y Salamanca, licenciándose en 1932. Comenzó su vida política, junto a Onésimo Redondo, en abril de 1931. Pasó a las JONS en 1932, tomando parte activa en su unificación con FE. Al iniciarse el Alzamiento era jefe provincial de Milicias de Valladolid, formando con las centurias que ocuparon el Alto de los Leones. Al final de la campaña era capitán honorario de Infantería y consejero nacional de FET y de las JONS. En 1939 fue nombrado delegado nacional de Excombatientes. Ha sido procurador en Cortes en todas las legislaturas, en su condición de consejero nacional designado por el Jefe del Estado, formando parte de diversas comisiones legislativas. Durante su gestión ministerial desplegó una intensa labor política plasmada en numerosas normas laborales, dando lugar a la creación del Seguro de Enfermedad (1942), creación del Servicio de Montepíos y Mutualidades Laborales (1946), Jurados de Empresa (1947) y fundación de las Universidades Laborales (1950), entre otras. Entre otras condecoraciones, está en posesión de la Medalla Militar Individual. Está casado y tiene cuatro hijos.

¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?

Serían necesarias muchas cuartillas y muchas horas de trabajo para dejar fijada mi opinión personal de Francisco Franco. Como no es esta la ocasión de hacerlo, trataré de sintetizar mi opinión personal del Caudillo en el menos número posible de palabras.

En Franco, creo yo, hay que analizar tres aspectos simultáneamente: el hombre, el militar y el estadista. Cada uno de estos aspectos es por sí mismo enormemente complicado, así que voy a invertir los términos para poder razonarlo mejor: el militar, el estadista, el hombre. Militarmente, Franco configura una excepción en la historia contemporánea de España: el hombre que pasa entre los 17 años y los 33 de subteniente a general por méritos de guerra —tuvo un solo ascenso por escalafón— podría ser definido como el prototipo del héroe. Y sin embargo yo no creo que Francisco Franco fuera un «héroe» en el sentido ibérico de la palabra. Es decir, que se dieran en él circunstancias de arrebato, de frenesí, de excitación… Entonces tengo que reducir el planteamiento de este aspecto de la vida del Generalísimo a lo que yo creo más fundamental: el perfecto dominio de su profesión.

Franco era un militar excepcional, dotado, además, de un excepcional valor y de una excepcional serenidad. Estos tres conceptos hacen ese milagro: que un joven alférez que sale de la Academia de Infantería con 17 años alcance el fajín dieciséis años después y se convierta en el general más joven de Europa. No se puede prescindir de ninguna de estas tres características. Recién llegado a África y en una operación de aquella guerra interminable, creo que fue el general Berenguer quien preguntó, tras una larga observación a través de los prismáticos, por el nombre de quien mandaba «aquella Sección que se mueve tan bien». Un Jefe respondió a la pregunta: «Un recién llegado, mi general: el alférez Franco.» Es decir: conocimiento profesional, valor y serenidad son sus tres constantes castrenses. Él solía resumir, con una admirable sencillez, estos tres aspectos en una síntesis curiosa, no exenta de humor, que yo le escuché en varias ocasiones a lo largo de muchos años: «La profesión militar —decía- es la más fácil, porque fundamentalmente consiste en pensar entre las balas con la misma tranquilidad con que se piensa en la mesa tomando café

El estadista fue también excepcional. Tan excepcional que universalmente fue admitido el hecho de que «el fenómeno Franco» era irrepetible. Su enorme conocimiento de la Historia y del mundo le permitieron dirigir a la Nación española con la misma precisión que dirigió aquella Sección de soldados que asombraría al general Berenguer. Como escuchaba atentamente y no desdeñaba ninguna idea o sugerencia apriorísticamente, también se convirtió en un estadista de singular porte, en el que influirían, de forma decisiva para su conducta, aquellas tres características que yo he atribuido al militar: el conocimiento, la serenidad y el valor.

En cuanto al hombre, sería mucho más complejo el análisis. Entre otras razones porque el Caudillo fue uno de los fenómenos de autodespersonalización más asombrosos que yo he conocido. En su intimidad era sencillo, afable y austero. Vivió y murió como un soldado. 

 

 


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