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Franco visto por sus ministros.
Coord. Ángel Bayod
Página 118
Las más acusadas características personales de Franco fueron quizá su patriotismo, su sentido del deber y su fe en la Providencia.
Tengo la convicción de que confiaba muy poco en los hombres y mucho en Dios.
Ingeniero naval. Ministro de Industria del 11 julio 1962 al 29 octubre 1969. Ministro de Asuntos Exteriores del 29 octubre 1969 al 11 junio 1973. Nació en Madrid el 19 de diciembre de 1923. Cursó estudios de ingeniería en la Escuela de Ingenieros Navales de Madrid, obteniendo el doctorado en 1947, ampliando estudios en los Estados Unidos y especializándose en dirección empresarial. Ingresó en la factoría de la Constructora Naval en Sestao (Vizcaya), pasando luego a la de Mata-gorda (Cádiz) y regresando a Bilbao como director de la empresa. Ha sido presidente de la Asociación de Ingenieros Navales y del Instituto de Ingenieros Civiles de España. En 1959 fue nombrado director general de Comercio Exterior, en 1960 pasó a dirigir el Instituto Español de Moneda Extranjera, que ocupaba al ser nombrado ministro de Industria. Como ministro de Asuntos Exteriores firmó el acuerdo entre España y la Comunidad Económica Europea y el acuerdo de cooperación y amistad entre España y los Estados Unidos. Fue procurador en Cortes en varias legislaturas y consejero nacional designado por el Jefe del Estado en noviembre de 1971. Después de su cese como ministro de Asuntos Exteriores se reintegró a la actividad profesional, formando parte de los consejos de administración de empresas privadas. Casado y tiene nueve hijos. Falleció en Bilbao, el 19 de febrero de 1985.
¿Cuál es su visión personal del anterior Jefe de Estado?
Las más acusadas características personales de Franco fueron quizá su patriotismo, su sentido del deber y su fe en la Providencia. Tengo la convicción de que confiaba muy poco en los hombres y mucho en Dios. Su persona irradiaba una particular autoridad, que no se traducía en ningún gesto externo. Escuchaba con paciencia, no se irritaba prácticamente nunca, no le gustaba imponer sus criterios personales. Cuando en los Consejos de Ministros aparecían opiniones distintas en los varios Departamentos, esperaba muy pacientemente —a veces horas— a que se fueran decantando las respectivas posiciones. Luego, con una gran naturalidad, de una forma distendida, sonriente, solía encontrar alguna salida que demostraba que los puntos de vista mantenidos no eran tan antagónicos como parecía y que se podía hallar una fórmula que recogiese lo sustancial de lo manifestado por los que habían discutido el tema.