Franco visto por sus ministros: Antonio María de Oriol y Urquijo

Franco visto por sus ministros.

Coord. Ángel Bayod

Página 140

La independencia de los Tribunales de Justicia fue completa, sin injerencia alguna de su labor.

Abogado. Ministro de Justicia del 7 julio 1965 al 11 junio 1973. Nació en Algorta-Guecho (Vizcaya) el 15 de setiembre de 1913. Se licenció en Derecho por la Universidad Central, donde perteneció desde su fundación a la Agrupación Escolar Tradicionalista. Incorporado al Movimiento Nacional desde el primer día, alcanzó el grado de capitán provisional. Recibió la Medalla Militar Individual al mando de la 8ª compañía del Requeté de Álava, en la sierra de Pándols. Acabada la guerra se dedicó a actividades privadas de promoción industrial. En 1957 fue nombrado director general de Beneficencia y Obras Sociales, delegado nacional de Auxilio Social y presidente de Cruz Roja Española. Al ser nombrado ministro cesó en ellos, así como en las participaciones en consejos de administración. Al cesar de ministro fue nombrado en julio de 1973 presidente del Consejo de Estado y, por razón de este cargo, consejero del Reino y procurador en Cortes. Fue también consejero nacional del Movimiento por designación directa del Jefe del Estado. En junio de 1979 cesó en la presidencia del Consejo de Estado, reintegrándose a su actividad profesional y privada. Está en posesión de la Medalla Militar Individual, Gran Cruz del Mérito Militar, dos cruces de Guerra, Cruz Roja del Mérito Militar, Medalla de Sufrimientos por la Patria y otras condecoraciones civiles y militares. Está casado con doña Soledad Díaz de Bustamante y Quijano y tiene siete hijos y veinticuatro nietos. Fallece el 22 de marzo de 1996, en Madrid.

¿Cuál era la idea que tenía de Franco con anterioridad a ser su colaborador inmediato?

Mi visión personal de quien fue Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, Francisco Franco, se remonta a los primeros y un tanto lejanos recuerdos de juventud. La figura de Franco se me presentaba llena de prestigio y rodeada de una aureola de valentía excepcional y de Jefe victorioso. Siempre que estaba presente se tenía la seguridad de que el resultado de la batalla iba a ser favorable a España.

Después, durante la Segunda República, desde el año 31 hasta el 36, sigo recordando su figura desde los momentos iniciales de aquel período. Quiero sólo destacar dos momentos que, a muchos jóvenes de entonces y a mí personalmente me impresionaron y dejaron huella indeleble: uno cuando cesó en la Academia General Militar de Zaragoza, cuyo discurso de despedida tuvo resonancia nacional y muy especialmente entre la juventud y otro en su actuación durante la revolución de octubre de 1934 en la que su intervención callada y eficacísima, permitió que fuera sofocada.

Desde el mes de julio de 1936 hasta que fui designado ministro de Justicia, puedo distinguir dos períodos de tiempo en los que la figura de Franco aparecía de forma diversa para mí.

El primero corresponde a la contienda entre los años 36 y 39. El segundo a los años posteriores hasta que fui designado ministro en 1965. El primero se inicia el mismo 18 de Julio, cuando comienza lo que luego fue una larga contienda en la que participé como combatiente y oficial provisional. Franco era el hombre que había tenido el valor de asumir la responsabilidad de decir ¡basta! a una situación que se había degradado a extremos que hoy ni siquiera son concebibles pero que resultan fácilmente comprobable para quien objetivamente se asome a la realidad española de 1936; las instituciones no funcionaban, la democracia había desaparecido, las liberta-des eran un mito. Por otro lado y de manera inmediata veía en él al general de un ejército que conducía a la victoria —aunque en muchos casos no se comprendieran los caminos elegidos— y al que yo me enorgullecía de pertenecer.

En el segundo, terminada la guerra, aparece el hombre hábil para mantener la neutralidad de España y sortear los difíciles obstáculos y crecientes dificultades derivadas de una guerra mundial en cuyas fronteras más difíciles se encontraba nuestra Patria. Al mismo tiempo afrontaba con decisión —y creo que con acierto— la reconstrucción del país.

 

¿Cómo vio a Franco en el período en el que fue colaborador inmediato suyo?

 

Es en esta etapa en la que tuve el honor de tomar contacto más próximo con el hombre, el estadista, el gobernante de quien tenía la imagen que antes he señalado y que estaba creando una España nueva y diferente y al propio tiempo procuraba asentar las bases del futuro. Estuve en el Gobierno, designado por Franco ministro de Justicia, desde los primeros días de julio de 1965 hasta idénticas fechas de 1973. Fueron pues ocho años durante los cuales tuve ocasión de conocer de cerca el pensamiento de Franco sobre muchos temas y, al mismo tiempo, de conocer también al hombre del que antes sólo conocía referencias. En los primeros contactos personales que tuve con él, encontré a un hombre que, a pesar de su posición de autoridad era sencillo, afable y extraordinariamente considerado con sus interlocutores, con criterios claros y definidos de lo que quería fundamentalmente, dejando en gran libertad a su colaborador para desarrollarlo. Escuchaba con viva atención hasta el punto de que, si se deslizaba en la exposición o propuesta que se hiciera algo que fuera contradictorio o diferente de lo que en alguna ocasión anterior se hubiera dicho, lo advertía amablemente como ayudando a recordarlo o a precisar el concepto. Parecía a veces que estaba ausente, pero la realidad comprobada era que su atención le permitía recoger con precisión y en su totalidad cuanto se iba diciendo.

Se le podía llevar la contraria sin temor alguno siempre que se razonara debidamente y aceptaba la rectificación sin dificultad cuando era razonable y lógica. No puedo olvidar cómo en alguna ocasión, después de una larga y compleja explicación con la que yo creía prácticamente agotado el tema, me sorprendía con algunas preguntas o consideraciones sobre algún punto que había pasado desapercibido o sobre el que no me hubiera explicado con suficiente claridad. Entiendo que ésta era una manifestación entre otras de la capacidad excepcional que tenía para ejercer la autoridad sin hacer alarde de ésta porque no le hacía falta. Es decir, nunca le vi autoritario, en el sentido peyorativo que suele atribuirse a esta palabra, pero sí que sabía ejercer la autoridad que su cargo exigía. 

 


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