“Desde el umbral de mi muerte”, por Rafael Manzano

 

Rafael Manzano

“El Noticiero Universal”

Viernes, 21 de noviembre de 1975.

Boletín Informativo FNFF Nº 103-104

 

La lectura del “mensaje”, a manera de última voluntad testamentaria, enviado por Franco a los españoles, causó una honda impresión entre sus oyentes. La voz contenida, quebrada en un sollozo, en la invocación final, del presidente del Gobierno, penetró, de manera profunda, en el espíritu de nuestra sociedad, más allá de cada particularísima conflictiva ideológica.

Porque quien había redactado aquel texto no hablaba en nombre de un partido, de un bando ni siquiera de depositario de una revolución; era el documento de un Jefe de Estado, en la plenitud de su serenidad, representativo del país; y que desde el inexorable “umbral de la muerte”, con el equilibrio de un cristiano, se dirigía a los españoles.

Cinco partes tiene el texto; la primera solicitud de perdón a los que se declararon sus enemigos, sin que él los tuviera como tales. Un estudio del nacimiento del Movimiento Nacional nos lleva a una conclusión: Franco se mostró siempre reacio a desencadenar una guerra civil. Se negó a ello cuando se le insinuó, siendo ministro de Defensa Gil Robles; según el historiador Stanley G. Payne, adquirió el compromiso en los primeros días de julio, poco antes de comenzarse el mismo. Este retraso era debido a que, hasta el último instante, esperaba contestación a la carta que le había escrito a Casares Quiroga, acusándole la inquietud del cuerpo castrense ante la demagogia del “Frente Popular”. Es más; al iniciarse el Movimiento —y según el historiador La Cierva-Franco oyó las palabras que le dictó desde Madrid el nuevo jefe de Gobierno, don Diego Martínez Barrio. Y tuvo preparado un texto, siempre dentro de su deseo de impedir el conflicto civil: “el Gobierno, ante el arranque nacional de patriotismo, trata con los jefes militares para facilitarles el camino“. Franco, pues, siendo la cúspide de uno de los bandos combatientes, hizo todo lo posible, hasta el último instante, para evitar la tragedia nacional, conociendo iba a producirse una terrible fisura, que tardaría años en cicatrizarse.

La segunda parte del mensaje alude a la unidad de España; pero entendida ésta en la rica multiplicidad de sus regiones. Franco, nacido en una región de fuerte personalidad histórica, no desconocía lo que la exaltación del hecho regional, entendido como fuerza potenciadora y no desintegradora, encarna en un país vario y concordado.

La tercera se orienta a mantener alerta a los españoles contra unas posturas ideológicas, en cuya médula se oculta la pugna contra los valores de la cristiandad, sobre los que en gran manera descansa el espíritu de Occidente. No olvida Franco en su mensaje a unos objetivos, que apunta como sustantivos y más urgentes: el impulso de la justicia social y la ampliación de la cultura, sin los cuales los pueblos no pueden manifestarse y ser libres.

Y, finalmente, el Caudillo pidió a los españoles colaboración para el sucesor, que regirá al país con el título de rey. Porque no hay despliegue de una nación, sin aquella “santa continuidad”, a la que se refirió nuestro don Eugenio D’Ors. Desgraciado de los pueblos que avanzan entre saltos y sobresaltos, sin un ritmo, por la historia.

La voluntad testamentaria de Franco cierra un período de la vida española; pero, al mismo tiempo, se coloca en el frontis del nuevo tiempo, que ahora se estrena. Sus ideas no son rígidas, sino generosas, incorporadoras y fluyentes, como el curso de un río. La gran herida abierta en la sociedad española por la contienda civil debe cicatrizar su último punto de sutura con este mensaje donde un hombre que declara en el umbral de la muerte que no deseó tener enemigos, funde su cuerpo con la espera y entrañable tierra de la Patria.


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