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Margaritas Hispánicas
José María Lamamié de Clairac y Alonso nació en Salamanca en el año 1911, en el seno de una conocida familia tradicionalista de la ciudad. Procedía de una estirpe de caballeros ilustres. A los 11 años ingresó en el seminario que los jesuitas tenían en Comillas, Santander.
Fue llamado a filas en 1934 y ordenado sacerdote en 1935. Comenzó a ejercer su sacerdocio en tiempos muy difíciles. En sus propias palabras «desde que cerraron las iglesias al culto, empecé a actuar sacerdotalmente como en Méjico lo había hecho el padre Pro. Perdí el miedo a la muerte porque comprendí que aquel era mi puesto de combate.»
Durante la Cruzada del 36 fue alférez de Ingenieros y capellán del 3º Ligero de Artillería. Tal y como él refirió a su padre por carta «de Salamanca salí con la conciencia de una probable muerte, pues deseaba un puesto en 1ª línea y no deseaba rehuir ningún peligro. Había ofrecido a Dios mi vida por el triunfo de la causa católica en España. Yo quería ofrecer mi vida en el peligro, con la conciencia de que Dios fácilmente la aceptaría. De aceptarla, quiero que ustedes, como yo, se sientan felices y orgullosos. ¡Qué muerte más feliz cumpliendo un doble deber de caridad sacerdotal y desprendimiento patriótico!»
Murió en 1937 como consecuencia de las graves heridas recibidas en el frente, en un paraje llamado La Marañosa, muy cerca de las ruinas del monumento al Sagrado Corazón, donde pocos días antes había rezado por el reinado de Cristo en España.
Leamos el relato de su muerte escrito por uno de los oficiales: «el día 8 de febrero de 1937, a la una de la tarde, una granada enemiga cae en el refugio donde por la lluvia estaban reunidos. La explosión ocasiona una tragedia en la Batería. Entre los muertos y heridos uno de estos es José María. En medio de la confusión y el polvo se levanta su voz, rogando que le escuchen, y exhortando a todos a la contrición, pues los iba a absolver. Pide a uno que le ayude a levantar el brazo, pues le faltan fuerzas, y así traza en el aire la señal de la cruz, mientras sus labios pronuncian la fórmula de la absolución. Pretende ir arrastras para dar la Santa Unción a un moribundo. Quiere y pide que atiendan a los demás antes que a él. Rechaza la inyección de morfina para ser fiel a su promesa. Al ser evacuado da vivas a Cristo Rey y a España, y abrazado a su Crucifijo muere en el Hospital de Pinto a las seis de la tarde».