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Adolfo Coloma Contreras. General de Brigada (R) de Infantería
Coordinador General de las Delegaciones Provinciales de la FNFF
Boletín FNFF Nº 152
El problema es el estrecho, y mucho más cuando se trata de un canal de la importancia del Estrecho de Gibraltar. Basta para ello, recordar dos constantes históricas que han tenido este accidente geográfico como escenario.
Tras la caída del Imperio Romano y la barbarización de la Península Ibérica, todas las invasiones (Exceptuando la napoleónica y los “Cien mil Hijos de San Luis”, ambas pactadas) han transitado esta vía: Los Árabes en 711, dando lugar a un amplio período de dominación, reforzada sucesivamente por las expediciones de los Almorávides, a finales del siglo XI, y los Almohades y los Benimerines en el siguiente. Por eso, al acabar la costosa Reconquista, los Reyes Católicos fijaban su muro defensivo en el Estrecho – Mar de Alborán, ocupando plazas y presidios en el norte de África como fronteras avanzadas. Melilla en 1497, el Peñón de Vélez de la Gomera en 1508, Ceuta, española desde 1580. La Isla de Alhucemas, con sus dos islotes de Tierra y de Mar y finalmente las Islas Chafarinas en tiempos de Isabel II. Sirva esta introducción histórica para demostrar el interés de España en el Norte de Marruecos. Un interés estratégico, pero puramente defensivo.
La segunda, común a todos los estrechos marítimos es que siempre se ha evitado que ambas orillas estén ocupadas por una misma potencia. Muy pocas excepciones a esta regla encontrarán. Quizás la más llamativa por la relevancia que ha adquirido en la actualidad, son los estrechos de los Dardanelos y el Bósforo.
Situémonos a principios del siglo XX. Por el norte, España controlaba El Estrecho de Gibraltar, con permiso de los británicos establecidos en el peñón. Por el sur, Marruecos era lo que hoy denominaríamos un estado fallido bajo el débil gobierno del Sultán Abd el-Aziz (Organización conocida por El Majzen). Particularmente, la zona norte, (especialmente la zona central, el RIF) habitada mayoritariamente por bereberes que tienen en común con los árabes del resto del país la religión (islam) pero no la etnia ni la lengua; era considerado como una tierra de desgobierno (bled-es-siva), rebelde al Majzen, con numerosos incidentes, secuestros, robos o ataques indiscriminados que ponen en alerta a la comunidad internacional interesada en la zona. Francia ya estaba establecida en Argelia y miraba con ojos codiciosos las posibilidades de explotación de un país rico en materias primas y en productos agrícolas. A todo esto, La joven Alemania, tras su unificación también había puesto sus ojos en el Continente Africano materializando sus intereses con una sorpresiva visita del Kaiser Guillermo II a Tánger en 1905 en la que defendió un Marruecos libre.
Para buscar un acuerdo que solucionara el desgobierno en Marruecos equilibrando los intereses de los países ya mencionados, en 1905 se convocó la Conferencia Internacional de Algeciras, en la que participaron trece naciones, pero cuya acta fue finalmente firmada por Francia, Reino Unido, Alemania y España. Se acordó el establecimiento de un protectorado Frances para logar la pacificación del país. Esta conferencia tuvo su epígono en el Tratado de Fez, por el que Abd el-Aziz, cedió la soberanía a Francia para el establecimiento de un protectorado en todo el país; tratado que fue seguido por otro hispano-frances, firmado el 27 de noviembre de 1912 en Madrid, por el que el Gobierno de la República Francesa reconoce «la zona de influencia española del Protectorado Francés» A España le correspondieron las zonas norte (El Rif y Yebala) más la zona al sur del rio Draa, hasta el límite del entonces Sahara Español. Es de la zona norte de la que nos vamos a ocupar.
Se trataba de una franja de unos 20.000 kilómetros cuadrados que limita al norte con el Mediterráneo y el Atlántico (excluyendo la ciudad de Tánger, que se reconoció como internacional y propició toda clase de negocios ocultos incluyendo el contrabando de armas) y al sur con la zona francesa que incluía la fértil cuenca del Rio Uarga. Tenía su capital en Tetuán, donde residía el jalifa, representante del sultán y por parte española, la más alta autoridad político militar del protectorado: El Alto Comisario, que ejercía una cierta autoridad sobre las comandancias generales de Melilla, Ceuta y de Larache (establecida para evitar que los franceses ocuparan Arcila en la costa atlántica). Pero estos dependían del Ministerio de la Guerra. Una organización difícil de asumir, que mostraría su peor cara en los momentos álgidos del conflicto.
Desde el principio se vio que el Rif Central y en concreto la bahía de Alhucemas, era el centro de gravedad del Protectorado. Aislado y con difíciles comunicaciones desde las regiones limítrofes, estaba dominado por la belicosa cabila de Beni-Urriaguel que irradiaba su influencia sobre las demás.
Tras la importante crisis desatada como consecuencia del ataque local a unos obreros de la recién creada Compañía de Minas del Rif, cerca del Atalayón que provocó el triste suceso del Barranco del Lobo, y que trajo como colofón la «Semana Trágica», especialmente virulenta en Barcelona; en el parlamento de la nación imperó la consigna «Para África ni un soldado, ni un duro». A partir de entonces, el operativo consistió en avances por columnas que, partiendo de las comandancias generales, progresaban estableciendo campamentos bases negociados con las tribus locales. Desde ellos se establecían posiciones avanzadas que se guarnecían con pequeños destacamentos. Al tiempo, se establecían acuerdos con los lideres locales, para obtener concesiones mejorar las comunicaciones, abrir pozos, escuelas etc. En definitiva, lo que modernamente se llama cooperación cívico-militar (CIMIC). Así se hizo durante largos años tanto por la parte occidental, llegando a la ciudad santa de Xauen, como desde Melilla, estableciendo el campamento de Annual.
El caso es que el despliegue de la Comandancia General de Melilla (que contaba con la aprobación de las autoridades políticas y militares) se alargó en exceso, considerando los medios disponibles y la actitud de las cabilas a medida que se aproximaban a la Bahía de Alhucemas, rebasando su punto culminante por escasez de tropas, abastecimientos y deficientes comunicaciones. Observada la situación desde el lado de los Beni Urriaguel, Abd el-Krim, que ya había avisado con el ataque a la posición avanzada de Abarran, enardeció a las cabilas limítrofes y en el verano de 1921 propició un ataque masivo que provocó el desmoronamiento de la Comandancia General de Melilla, episodio tristemente vivo en la memoria española, como “El Desastre de Annual”.
La vigorosa reacción del ejército de marruecos, encabezado por el recién creado Tercio de Extranjeros y por los regulares traídos, con toda urgencia desde el sector occidental, junto con alguna cabila que se mantuvo leal a España, taponaron la brecha. A partir de entonces, comenzó de nuevo una recuperación del territorio usando procedimientos muy similares a los utilizados hasta entonces, es decir, las columnas. No se tuvo en cuenta que tras Annual, Abd el-Krim, había proclamado la República Libre del Rif. Aunque no fue reconocida oficialmente, recibió el apoyo tácito del Reino Unido, y Alemania, en forma da ayuda militar. También de los Estados Unidos, que nunca han olvidado que fue Marruecos, tras Francia y España, el primer país que reconoció su independencia. Esa privilegiada relación ha cobrado recientemente una singular potencialidad.
La república del Rif, llegó a organizar un «proto ejército» merced al material capturado al ejército español y a las ayudas que le proporcionaron otras potencias. Ya no se trataba de harkas organizadas por las cabilas, sino de unidades bien encuadradas, que, operando con las tácticas de la I GM, se enfrentaron en 1922 a los primeros carros de combate españoles en Ambar y a punto estuvieron de romper la línea española en Tizzi Azza. Se había tocado fondo. Un error estratégico de Abd El-Krim, llevando su ofensiva a través del Alto Uarga, atacando Taza y amenazando Fez, residencia del Sultán y del Residente Frances Lyautey, propiciaron el acercamiento hispano francés (facilitado por el relevo de Lyautey por el General Petain). Primo de Rivera y Petain acordaron el desarrollo de una operación combinada y conjunta, El desembarco de Alhucemas, con participación del ejército (que incluía los medios aéreos de la época) y de la flota española con alguna ayuda de la francesa. Pero para ello fue necesario que el presidente del gobierno, sobrepasando al ministro de la guerra se convirtiera en alto comisario, jefe del ejército en operaciones y cabeza visible de esta operación.
En efecto, la Bahía Alhucemas era la clave. Fue conquistada – no si esfuerzo y derramamiento de sangre –. Un año después la región estaba prácticamente pacificada y tras una exitosa cabalgada del teniente coronel Capaz por el Gomara. A Abd el-Krim, no le quedó sino entregarse a los franceses y tomar el camino del exilio.
En el plano táctico, habida cuenta la relativa calma y el adversario enfrentado, operativo inicial se adaptaba a las condiciones que imponía el terreno y la escasez de recursos. Al progresar había que ir ocupando posiciones dominantes que proporcionaran buenos observatorios y campo despejados de tiro para fusiles y armas automáticas. Pero tales dispositivos obligaban a difíciles operaciones de abastecimiento (especialmente agua, alimentos y munición) y al tiempo, evacuación de heridos y enfermos, a cargo de columnas de mulos siempre muy vulnerables. Tras el asunto de Annual, con la entrada en linea de la Legión y los Regulares, se abrieron espacios para la maniobra y culminó, como hemos visto, con la operación de desembarco en Alhucemas.
Coincidiendo con la pacificación del protectorado murió el sultán al Sultan Mulay Yusuf, que había respirado tras la victoria española. Fue sustituido por uno de sus hijos, Mohamed V. Tras la pacificación, entraron en vigor otras estructuras administrativas, civiles y militares, con predominio de las primeras, en las que los interventores militares hicieron de puente entre ambas. Entre todas realizaron un notable desarrollo del protectorado hasta que en 1956, siguiendo la estela de Francia, España se retiró del suyo (aunque la presencia de tropas españolas se prolongó hasta 1961), naciendo el actual Reino de Marruecos que perdura hasta nuestros días.
De esos casi cincuenta años de presencia española (no lo olvidemos, fue en apoyo de la autoridad del sultán contra las tribus levantiscas) solo en los quince primeros (1912 – 1927) hubo un predominio de la acción militar, y de ellos, los cinco últimos, fueron de guerra abierta. No fue un camino de rosas en absoluto, pero algo se habrá hecho bien cuando al fin del mandato, España había llevado a su protectorado un notable desarrollo económico, y cultural desconocido hasta entonces.
Desde la instauración del protectorado en 1912, Francisco Franco, estuvo presente hasta que fue ascendido al generalato en febrero de 1926. Es decir, participó en todo el periodo álgido de operaciones que propiciaron la pacificación del protectorado. Ya como jefe del Estado, en 1956 lo reintegró al nuevo Reino de Marruecos. Al final de sus días tuvo que ver con amargura cómo su propio gobierno, entregaba el Sahara Español, no a sus legítimos dueños los saharauis, como él hubiera deseado, sino a Marruecos y Mauritania, bajo la presión de Estados Unidos y la comunidad internacional. Pero eso sucedió cuando ya había entregado el poder y Dios lo llamaba a su presencia.