El asesinato de José Gallostra en México, por Pedro Fernández Barbadillo

Pedro Fernández Barbadillo

Boletín FNFF nº 153

 

Entre los primeros asuntos que debatieron las Naciones Unidas, formadas exclusivamente por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, estuvieron la crisis de Azerbaiyán, causada por la resistencia de Stalin a retirarse del norte de Irán, que habían ocupado los soviéticos y los británicos pese a su neutralidad, y la cuestión española sobre el trato que dar al régimen instaurado a partir del 1 de abril de 1939 y al que se pasó a considerar aliado del Eje.

La Asamblea General adoptó el 12 de diciembre de 1946 la Resolución 39, que excluía a España de las Naciones Unidas y de sus organismos y recomendaba la retirada inmediata de los embajadores y ministros plenipotenciarios acreditados. Previamente, el Gobierno provisional francés, presidido por el socialista Félix Gouin, ordenó el cierre de la frontera. Al año siguiente, se excluyó a España del Plan Marshall.

A pesar de las sanciones, el régimen franquista resistió y pudo romper el cerco gracias a los deseos de los empresarios de Estados Unidos y Francia por hacer negocios en España y a la aparición de la Guerra Fría en Europa, ya que en febrero los comunistas checos dieron un golpe de estado en Praga y en abril el Ejército Rojo bloqueó el Berlín controlado por EEUU, Gran Bretaña y Francia. El mundo se dividió en dos bloques, el occidental y el comunista, que empezaron a expandirse. Se formaron la Organización de Estados Americanos (1948) y la OTAN (1949); y Mao conquistó China (1949). Alemania seguía bajo ocupación y sin ejército.

España, a pesar de tener un ejército abundante sólo en personal, aunque escaso en material, comenzaba a ser necesaria por su magnífica posición estratégica, su anticomunismo y su mercado. En 1948, ya se encontraba en Washington José Félix de Lequerica como inspector de embajadas con autorización y financiación de Franco para montar el lobby español. Al año siguiente, el Gobierno de Madrid firmó acuerdos comerciales con varios países americanos y europeos. En septiembre de 1949, unas unidades de la Armada de Estados Unidos atracaron en El Ferrol; y desde el 8 de ese mes había en Madrid embajador acreditado de Brasil. En diciembre, la Cámara de Diputados chilena reclamó el establecimiento de relaciones plenas con España, pero el presidente, González Videla se opuso, debido a que gobernaba con el respaldo de los diputados comunistas. El exilio iba perdiendo las esperanzas de que las potencias extranjeras derrocasen al régimen y le entregasen el poder.

1950 ha sido definido por el historiador Luis Suárez como el año de la “primera apertura”, aunque comenzó con dos hechos inquietantes. En enero se sufrió desabastecimiento de trigo debido a la ruptura del protocolo entre España y Argentina, que se solucionó recurriendo a las reservas del Banco de España para comprar cereal a otras naciones. Y en febrero se produjo el asesinato en México DF del diplomático español José Gallostra y Coello de Portugal, que es el suceso del que nos vamos a ocupar.

 

MÉXICO, SEDE DEL GOBIERNO REPUBLICANO

El presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) había autorizado la entrada en México de miles de huidos de España de la guerra civil, junto con el botín robado a los españoles por los dirigentes del Frente Popular y acumulado en el yate Vita. La embarcación atracó en Veracruz el 28 de marzo de 1939, el mismo día en que las tropas nacionales entraron en Madrid. El socialista Indalecio Prieto, embajador de la República, arrebató el tesoro a su correligionario Juan Negrín, con permiso de Cárdenas, y lo usó para alimentar su Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles. Cárdenas, militante del Partido Revolucionario Institucional (PRI), retiró a sus diplomáticos de España cuando se produjo la victoria del bando nacional.

El siguiente presidente, Manuel Ávila Camacho (1940-1946), no sólo acogió a los restos de las últimas Cortes republicanas y permitió que los menguados diputados (asistieron 72, menos de la quinta parte) formasen un Gobierno presidido por José Giral, sino que le otorgó reconocimiento diplomático el 28 de agosto de 1945. Al menos, la embajada de Portugal, que cuidaba de los intereses españoles, impidió que los exiliados se apoderasen del edificio de la embajada española.

En el sexenio presidencial de Miguel Alemán Valdés (1946-1952), comenzó a trasladarse a México el cambio de opinión favorable a España. Este político había sido secretario de Gobernación en el gobierno de Ávila y había declarado en varias ocasiones su oposición a la entrada de españoles de filiación comunista y anarquista.

En abril de 1948, llegó a México DF el diplomático José Gallostra (1895-1950) como representante oficioso de España para ocuparse de las pequeñas relaciones comerciales entre ambas naciones y las gestiones con ciudadanos españoles. Era un hombre identificado con el régimen español, ya que en 1936 abandonó su puesto de cónsul en Cardiff (Reino Unido) para unirse a los rebeldes. En 1943 y los años siguientes cumplió servicio en las embajadas de Brasil, Argentina y Bolivia. Su presencia en México, con el rango de ministro plenipotenciario, era pública y contaba con el conocimiento del Gobierno local. En los meses siguientes, Gallostra estableció relaciones con la colonia española y se convirtió en una figura conocida, a pesar del vacío legal en que se movía.

El 20 de enero de 1950, el New York Times publicó una carta del secretario de Estado del presidente Truman, Dean Acheson a un senador, en la que admitía que la Resolución 39 había fracasado. En ese mes, el Gobierno de Costa Rica también envió embajador a España. La prensa mexicana daba cuenta de las pequeñas victorias españolas y las agrandaba con sus comentarios. La cabecera Excelsior, de la capital, publicó que EEUU se proponía terminar con el boicot a España y concederle créditos, junto con un artículo titulado «España, punto básico de la estrategia aliada»[1].

Aunque el ambiente internacional giraba a favor de España, en México en los sectores más izquierdistas del país y entre los refugiados más fanáticos se agitaban el odio y la desesperación. Gallostra empezó a recibir amenazas hasta de muerte, pero era inútil pedir protección policial, ya que era su presencia era sólo tolerada. Las palabras se convirtieron en balas el 20 de febrero.

A la una de la tarde de ese día, Gallostra acababa de salir del edificio de La Latinoamericana, situado en la esquina del Paseo de la Reforma y la calle Ignacio Ramírez, para ir al bar Pennsylvania. Le emboscaron dos españoles, que luego reconocieron ser de ideología anarquista: Gabriel Salvador Fleitas Rouco, apodado Huertas, y Antonio Benítez del Pozo. El primero le disparó dos tiros a quemarropa. Dos agentes detuvieron al asesino, que no se resistió y luego declaró que había matado al diplomático debido a unos supuestos insultos de éste contra los mexicanos. La policía y la fiscalía trataron el asesinato como un delito sin connotaciones políticas. Un tribunal condenó a Fleitas a dieciséis años de cárcel. Su acompañante quedó libre.

La prensa mexicana condenó con dureza el asesinato y señaló a los refugiados como responsables y, en algunos casos, como El Universal Gráfico (21-II-2024) y el Excelsior (22-II-2024), a la subversión comunista dirigida desde Moscú. La irritación aumentó cuando se supo que Fleitas había visitado varias veces a Gallostra con la excusa de tramitar un visado para España. Además, el Excelsior (21-II-1950) publicó que el asesinato de Gallostra se cometió días antes de que el Ministerio de Exteriores le aceptara su jubilación del servicio diplomático y añadió que tenía la intención de afincarse en México. Por último, un articulista de Novedades (25-II-2024) apuntó que el motivo para matar a un hombre al que “nadie molestó nunca” podía encontrarse en “la anunciada mejoría de las relaciones internacionales con el gobierno español”, aunque sin afirmarlo[2].

La reacción popular fue de repudio del crimen y, en cierto modo, de adhesión al régimen franquista, como objetivo de una campaña del comunismo internacional, que también amenazaba a México. El arzobispo de Ciudad de México, con el que se había reunido Gallostra unos días antes, se prestó a oficiar una misa en sufragio del asesinado antes de la repatriación del cadáver; y por la capilla ardiente, instalada en el Casino Español, sede cultural de la colonia española, pasaron miles de personas. El sucesor de Gallostra fue su colaborador Justo Bermejo Gómez, que tomó medidas de protección.

En España, la prensa reivindicó la persona de Gallostra como un caído de la guerra contra el comunismo. La Vanguardia Española (22-II-2024) presentó al diplomático como una “víctima de una confabulación del comunismo internacional, (…) alevosamente asesinado por dos exilados rojos españoles”. ABC (25-II-2024) llegó a asegurar que la liquidación de Gallostra se decidió tras el telón de acero: “El cobarde asesinato […] fue ordenado dentro del vasto plan de actividades de la Internacional comunista recientemente formulado en el congreso que, a iniciativa del Komintern, se efectuó a fines del pasado año en Budapest (Hungría)”[3].

El generalísimo Franco condecoró a Gallostra a título póstumo con la Gran Cruz de Isabel la Católica y en marzo contestó por escrito a tres preguntas que le planteó el director del Excelsior y que el periódico publicó en su edición del 15 de ese mes. El jefe del Estado español subrayó los vínculos entre los mexicanos y los españoles al margen de la política: “Son tan fuertes los lazos familiares que nos unen y tanto el interés que al correr de los años han vinculado a nuestros pueblos, que, por encima de los accidentes que sufran las relaciones oficiales, existirá un sentimiento de afecto y comprensión entre nuestros pueblos”. Al comentar esas declaraciones, uno de los columnistas del periódico expuso la paradoja de que México no tuviera embajador en España cuando los tenía en Argentina, República Dominicana y Yugoslavia, sin que ello implicase la aprobación de sus regímenes[4].

Ese marzo, el presidente de Panamá, Arnulfo Arias, decidió romper relaciones oficiales con el Gobierno republicano, al que un predecesor había reconocido en septiembre de 1945, y preparar el envío de un embajador a Madrid.

 

EL ANTIFRANQUISMO, UN MEDIO DE LEGITIMACIÓN

Alemán y los cinco siguientes presidentes se empecinaron en mantener el reconocimiento del ficticio Ejecutivo republicano español. Si Fleitas y sus impulsores, caso de haberlos, querían detener el reconocimiento del Gobierno español por el mexicano (lo que habría sido lógico según la Doctrina Estrada, elaborada por un diplomático mexicano en 1930, y que establece que el Gobierno de su país mantiene relaciones con otros Estados al margen de la opinión que tenga sobre los regímenes), consiguieron su finalidad.

El México del PRI fue el único país del llamado mundo occidental sin relaciones diplomáticas con España hasta marzo de 1977. Se nombró como primer embajador a Gustavo Díaz Orgaz, presidente entre 1964 y 1970, y colaborador pagado de la CIA, junto con los presidentes Adolfo López Mateos (1958-1964) Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982); este último fue el que le designó para el puesto[5].

La negativa a reconocer a la España franquista se convirtió en uno de los pilares inmutables de la política exterior del PRI, pero no tanto por un factor ideológico o un desaforado amor a la democracia, sino como vacuna a las críticas internas de los sectores más izquierdistas del país. Como escribió el diplomático Javier Rubio García-Mina, esa situación le permitía al régimen mostrar ante su opinión pública “una apariencia de continuidad en el espíritu revolucionario ―que se ha perdido hace ya bastante tiempo en la política de los dirigentes del PRI― mediante el modesto precio internacional de seguir condenando formalmente al régimen de Franco”[6].

Los gobernantes mexicanos usaron al franquismo como muñeco de trapo al que golpear cuando arreciaban las quejas por la corrupción, los negocios de la oligarquía o la represión. Es decir, un argumento legitimador similar al de las invocaciones al indigenismo o las proclamas de soberanía ante Estados Unidos. Hoy ese papel propagandístico lo juegan las exigencias del presidente Andrés Manuel López Obrador, militante durante siete años en el PRI de su estado de Tabasco, al rey de España para que pida perdón por la Conquista.

 

[1] Ambos recortes constan en el archivo de la Fundación Nacional Francisco Franco con los números 13.728 y 13.729.

[2] SOLA AYAPE, Carlos: «El poder mediático del exilio español en el México de los años cincuenta: en torno al asesinato del representante de franco, José Gallostra», revista Historia mexicana, vol. 63, nº 3 (251, enero-marzo 2014), El Colegio de México, México. Accesible en https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/22, consultado el 10 de marzo de 2024.

[3] SOLA AYAPE, Carlos: Ibidem.

[4] AFNFF, recortes con los números 11.885 y 11.886.

[5] MORLEY, Jefferson: Nuestro hombre en México: Winston Scott y la historia oculta de la CIA, Taurus, México, 2011.

[6] RUBIO, Javier: «Los reconocimientos diplomáticos del Gobierno de la República Española en el exilio», Revista de Política Internacional, nº 149, enero-febrero de 1977, Instituto de Estudios Políticos, Madrid. Accesible en https://www.cepc.gob.es/sites/default/files/2021-12/34632rpi149077.pdf, consultado el 1 de abril de 2024.


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