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Cómo las maniobras del Llano Amarillo aceleraron el golpe del 18 de julio de 1936
El asesinato de Calvo Sotelo y la radicalización política de todos los sectores en 1936 convirtieron a España en un país sin defensores del orden constitucional, donde la guerra civil se volvió inevitable
El Debate
A comienzos del verano de 1936, cualquier atisbo de actitud democrática había desaparecido en España. Todos los partidos políticos tenían sueños autocráticos, cuando no abiertamente totalitarios, ya que aspiraban a autoadjudicarse la representación de la totalidad de la nación. Todos habían excluido de su forma de ver y hacer política el respeto y la tolerancia hacia los otros.
La CEDA se fascistizaba siguiendo las modas imperantes en Europa, mientras el PSOE se radicalizaba para no perder peso político ante un PCE que le había quitado sus juventudes en Madrid y llevaba camino de lograrlo en muchos otros lugares de España. La CNT no necesitaba posicionarse contra el sistema parlamentario, pues era en esencia un partido antipartido y, como se dice en la actualidad, antisistema.
Durante los 157 días en que gobernó España el Frente Popular, el desorden y la violencia se hicieron dueños de las calles y campos del país. Las iglesias totalmente destruidas fueron 160, y los asaltos a templos se elevaron a 251. Los españoles asesinados fueron 269, siendo los heridos de diferente gravedad 1.287. Los atracos consumados fueron 138, y 23 en tentativa. Los asaltos a locales públicos, de partidos políticos o religiosos, fueron algo habitual. Los centros de Acción Católica y de partidos políticos derechistas destruidos fueron 69; los asaltados sin llegar a ser destruidos, 312. Hubo 113 huelgas generales y 228 huelgas parciales. Diez periódicos fueron destruidos y otros 33 sufrieron asaltos de las turbas. Estallaron 146 bombas.
No deja de ser curioso que, en los meses previos al 18 de julio de 1936, desde la derecha y desde la izquierda se conspirase contra el orden constitucional, sin que nadie pareciera estar verdaderamente dispuesto a defender en España el parlamentarismo y la Constitución.
El secuestro y asesinato de Calvo Sotelo, líder del pequeño partido monárquico Renovación Española, un político muy conocido y con gran prestigio entre la población conservadora, el 13 de julio, a manos de miembros de las fuerzas de orden público izquierdistas y de militantes socialistas -algunos de ellos escoltas del ministro Indalecio Prieto- produjo una enorme conmoción en España.
El gobierno de Casares Quiroga (miembro de un partido galleguista integrado en el Frente Popular) cometió el error de encubrir a los autores del asesinato. Un sector importante de la oficialidad del Ejército y de la Armada, de las derechas en general, así como importantes sectores del Frente Popular, se dieron cuenta de que se acababa de encender la mecha de la guerra civil.
Las grandes maniobras veraniegas del Llano Amarillo, en la zona de Ketama —llamadas así por las infinitas florecillas amarillas que cubren el suelo— habían sido convocadas. Desde Bab Tazza, el 4 de julio, se realizaron una larga serie de marchas para reunir las diversas columnas que debían participar en las maniobras, el día 11, en el Llano Amarillo.
Acampados en la explanada había 18.000 hombres: seis banderas de la Legión, diez tabores de Regulares, seis de la Mehala, siete batallones de infantería regular, diez escuadrones de caballería, seis baterías de artillería y diversas unidades de intendencia y servicios diversos. Al mando de las mismas estaba la élite de la oficialidad africanista, que era tanto como decir de todas las fuerzas armadas españolas y, en aquellos momentos, el núcleo más numeroso y duro de los militares contrarios al Frente Popular.
El domingo 12 se produjo el gran desfile de las fuerzas participantes, que ponía fin a las largas maniobras. Al mismo asistieron el jalifa, el kaíd de Ketama, y representaciones del ejército francés y diversos agregados militares extranjeros.
En el Llano había también numeroso público civil, entre los que había dado la consigna —los frentepopulistas— de que se aplaudiese a las tropas a su paso. Enrique Arqués, testigo presencial, recordaba a Calleja lo ocurrido cuando pasó desfilando Yagüe con sus legionarios:
«Desfiló la Legión tras de su jefe con el ímpetu rotundo de su ágil, recia y vibrante marcialidad, al son alegre y ligero de las cornetas, tambores y atabales, que marcaban el paso redoblado al estilo de nuestra Infantería, pero con un aire nuevo, de altivez y presunción… Llevaban todos el intento rebelde en los ojos, en las frentes levantadas, en las manos agarrotadas sobre las armas, en los pies que iban clavándose en la tierra».
La mañana del 13 de julio, cuando estaban finalizando las operaciones en el Llano Amarillo, se conoció el asesinato de Calvo Sotelo. La noticia recorrió las tiendas y formaciones como un reguero de pólvora. La oficialidad estaba indignada. Solo sabían que había sido asesinado, pero, a pesar de desconocer los detalles, comprendían a la perfección la trascendencia del suceso. El asesinato sirvió para decidir a los indecisos y reafirmar en su decisión a los comprometidos. El asesinato de Calvo Sotelo fue la chispa que encendió la carga que llevaría al alzamiento del 18 de julio.
Señala Payne que: «(…) el Gobierno no respondió con una vigorosa búsqueda de los culpables, sino arrestando a más falangistas, como si estos fueran responsables del asesinato de sus propios compañeros y simpatizantes; en los tres días siguientes se anunció el arresto de trescientos falangistas y derechistas tan solo en la provincia de Madrid aunque, como siempre, no se detuvo a ningún socialista. Hacía tiempo que se había abandonado cualquier pretensión de reconciliación y la política gubernativa parecía consistir en intentar empujar todavía más a la derecha, hasta que se rindiese por completo o provocase una rebelión que pudiera reprimirse de manera directa».

Camioneta de la Guardia de Asalto adscrita al cuartel de Pontejos en la que fue asesinado José Calvo Sotelo la madrugada del día 13 de julio de 1936.EFE
Al conocerse el asesinato de Calvo Sotelo, Mola envió al teniente coronel Tejero a hablar con el socialista Mariano Ansó, de la Comisión de Guerra del Congreso de los Diputados, para intentar evitar el alzamiento militar. Portela Valladares ha dejado escrito que Casares Quiroga (entonces presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra) quería que se produjese el golpe para aplastar definitivamente a los militares fascistas, monárquicos y derechistas, y así poder lucir los laureles de vencedor del fascismo y padre de la República. El propio Santiago Carrillo ha afirmado que Casares estaba deseando que se sublevasen para poder aplastarlos.
Al final de las maniobras, en el parador de Ketama, preguntó el alto comisario al general en jefe del ejército español en Marruecos, Gómez Morato, sobre la conveniencia de reunir a una fuerza tan importante en unos momentos políticos tan crispados. Gómez Morato afirmó que los jefes y oficiales allí reunidos solo pensaban cumplir con su deber, sin tener ninguna veleidad golpista.
La realización de estas maniobras fue un tremendo error de las autoridades frentepopulistas, pues durante las mismas se terminaron de captar las últimas voluntades y de afianzar a los ya comprometidos. Yagüe, aprovechando que la mayor parte del Ejército de África estaba reunido, dio las últimas instrucciones para la sublevación. Los militares africanistas, sobre todo los oficiales más jóvenes, estaban —sin ningún género de dudas— a favor del golpe militar.
El 17, el principal enlace de Yagüe en Madrid recibió un telefonema procedente de Tetuán, conteniendo la felicitación por su santo a un hombre de nombre y apellidos vulgares, firmado por otro de nombre no menos corriente. El número de letras de cada uno de los nombres indicaba rotundamente la hora H y el día D en que el Ejército de África se había sublevado. La rebelión se inició en Melilla… El camino que iba a llevar a la guerra civil había comenzado.
