“Ante los ataques y falsedades que de manera recurrente vierte Luis María Ansón, con cualquier pretexto, contra Francisco Franco y su época, en la sección de el Diario “El Mundo” que el titula “canela fina”, la Fundación encargada de preservar su pensamiento y legado sin artificiosidades, manipulaciones y tendenciosidades, con el rigor de los hechos históricos documentados, vamos a contestar al articulista de la Real Academia Española, sin hacer política, ni especular y, menos aún, entrar en disputas estériles. Este es el primer artículo de la serie”.
Como retazos de historia que vuelven a la luz, tras años de olvido, resurge de manera recurrente, sistemática y pertinaz el antifranquismo cínico y post mortem del Ilustre Académico D. Luis María Ansón. En la habitual crónica de la página 2 del Diario El Mundo en su “ Canela Fina ” y bajo el título Juan III, 18 años después, desgrana un artículo tendencioso, carente de rigor histórico e impropio de quien formara, durante tantos años, parte del Consejo Privado de D. Juan, Conde de Barcelona. Sólo desde el relativismo suicida instalado en la sociedad, donde la mentira adjetivada de conveniente cede ante la verdad liberadora de la conciencia personal y colectiva, cabe entender tamaño desafuero.
Afirma sin rubor el articulista “Don Juan fue el gran apestado de la dictadura de Franco. La combatió de forma incansable y abogó, año tras año, por la restauración de la Monarquía para que cumpliera el papel histórico de devolver la soberanía nacional al pueblo, secuestrada por el ejército victorioso de la guerra incivil”.
Tan peligroso e inveraz aserto supone legitimar, de un plumazo, la II República, y deslegitimar el régimen del que trae causa la actual monarquía parlamentaria. En su afán falsificador de la historia, pretende que ignoremos, como el Sr. Ansón, donde se encontraba la monarquía desde el 14 de Abril de 1931 y a quien se debe, fundamentalmente, el que hoy ocupe el papel constitucional de Monarquía Parlamentaria, como forma de Estado. Me basta recordarle, al cronista, la carta que dirige Don Juan al anterior Jefe del Estado Generalísimo Francisco Franco con motivo de la celebración del XXV aniversario del Alzamiento Nacional, fechada el 10 de Julio de 1961. En ella, no desconocida por el sagaz periodista, se explicita “el combate de forma incansable” de Juan III contra Franco y el Régimen nacido el 18 de Julio de 1936.
Dice, según la transcripción literal y casi completa de la carta, S.A.R. don Juan de Borbón:
“ Mi querido General:
Por el mandato providencial de la Historia y de la sangre que recibí del Rey mi padre, nada español me puede ser ajeno. Y menos que nada este aniversario de una fecha que porque significa tanto para la vida de la patria tanto significa para mi corazón.
Como un español más quise participar personalmente en el Glorioso Alzamiento y sólo cuando V.E. me recordó la responsabilidad que Dios podía reservarme en el servicio de España, tuve que renunciar a lo que entonces constituía mi más entrañable aspiración.
Al cumplirse el primer cuarto de siglo del 18 de Julio de 1936, esta soledad y alejamiento en que vivo se me llena de entrañables recuerdos; el Rey mi padre, desterrado ya y gravemente enfermo en un despacho de Roma, colocando ilusionadamente banderas rojas y amarillas sobre el mapa, al compás del avance de las tropas conducidas por V.E.; sus gestiones con Víctor Manuel de Italia en colaboración entusiasta, aunque lejana y melancólica, en una empresa nacional en la que se sentía un soldado más.
Algo más, sin embargo, me obliga a dirigirme a V.E. – que como Generalísimo de los Ejércitos que lograron la Victoria asumió y sigue desempeñando la Jefatura del Estado con poderes que le permiten influir decisivamente en el porvenir- este mensaje que desearía llegara también a todos los españoles, erróneamente informados con demasiada frecuencia, sobre la causa que represento.
Cumpliendo con las obligaciones derivadas de las responsabilidades que V.E. previó podían recaer sobre mí, tengo que proclamar la vinculación de la monarquía con el Alzamiento del 18 de Julio de 1936. Sin él nuestra institución secular, como tantos valores fundamentales de nuestra Historia y de nuestra vida como pueblo, difícilmente hubiera podido salvarse. Pero a su vez, sin la monarquía, el heroico y colosal esfuerzo que se inició entonces no hubiera encontrado fórmula política adecuada en que desembocar.
Por eso el Alzamiento del 18 de Julio, desbordando por su empuje popular irresistible los estrechos planteamientos iniciales, se declaró en seguida contra la República y, al profundizar afanosamente en nuestro ser, en nuestro genio, en nuestra vida, encontró, como no podía menos, la monarquía Tradicional, creación de nuestro pueblo, compendio de sus instituciones públicas y garantía de su personalidad y de sus libertades.
A su vez la monarquía puede ofrecer al Alzamiento unas garantías de permanencia, de amplitud nacional (nada más ajeno a su carácter que esa caricatura demagógica que la presenta como régimen de señoritos y palaciegos ), de autenticidad y de respeto entre los demás pueblos que en vano se buscarán en otras partes.
Dentro de las fuerzas que más destacadamente concurrieron al Alzamiento, están los tradicionalistas cuyos principios hice míos el 20 de diciembre de 1957 comprendiendo que a la hora de la monarquía nadie con más autoridad para proclamar que este régimen es nuestro patrimonio político más esencial como nación.
El sistema político de constitución abierta que hoy rige y que será heredado por el régimen futuro, me permite afirmar, sin hacer violencia alguna de mi pensamiento, mi adhesión a los Principios y Leyes Fundamentales del Movimiento que, además de estar implícitos en la doctrina tradicional española, llevan en sí prevista la flexibilidad necesaria frente a todas las exigencias de la evolución de la vida.
Pero al iniciarse este período de estructuración definitiva del Estado que V.E. acaba de anunciar, echo de menos y con toda franqueza se lo manifiesto a V.E. un más íntimo y personal contacto entre los dos para considerar los remedios posibles a los previsibles problemas que el futuro, más o menos inmediato, ha de presentar a España en el ambiente grave e incierto por el que atraviesa el mundo.
Pido a Dios que ilumine a V.E. para que logre vencer las dificultades que hoy puedan presentarse y sobre todo para que queden trazadas firmemente las rutas de un futuro que permita la grandeza y la prosperidad de la patria.
Reciba un cordial abrazo de su affmo”.
Su combate al franquismo que acabamos de comprobar se acrecienta con el ofrecimiento a Franco del Toisón de Oro y el Gran Maestrazgo de las Órdenes Militares, exclusiva atribución regia y que Franco rechazó cortésmente.
No resulta preciso, pero si conveniente, recordarle la cena del 5 de Marzo de 1966 en Villa Giralda, donde presenció en unión de un reducido grupo de miembros del Consejo Privado de don Juan, las duras y clarividentes palabras del Consejero don Pedro Sáinz Rodríguez con motivo de la aceptación del Príncipe Juan Carlos de las tesis propuestas por Franco, en contra de los intereses e intenciones de su padre, al que siempre otorga el tratamiento de Majestad. La descripción del autor muy literaria en referencia al estado de ánimo del Sr. Sáinz Rodríguez comienza así :
“Ah, de manera que Vuestra Majestad piensa que es tan alto, tan guapo y tan listo que todo lo sabe y los demás somos unos percebes incapaces de prever las cosas más elementales.
Pues no, no es así. Hay algunos menos listos que Vuestra Majestad que teníamos todo esto previsto desde la entrevista del Azor. Pero ¿qué idea se ha formado Vuestra Majestad de quien es Franco? Pero ¿es que todavía no se ha dado cuenta del personaje que tiene enfrente? Franco manda más y dispone de más poder que Felipe II. Franco puede hacer en España lo que le salga de los huevos sin que nadie tenga fuerza para oponerle la menor resistencia. Franco puede proclamar mañana la República, o establecer la Regencia, o poner en marcha la mayor putada que se le pueda ocurrir a Vuestra Majestad. Franco puede hacer Rey a Don Juanito, puede hacer Rey a Don Alfonso Dampierre, puede hacer Rey a Hugo Carlos, puede hacer Rey al fiambre de Carlos VIII, puede hacer Rey, a ver si se entera Vuestra Majestad, que no se entera nunca de nada, puede hacer Rey a su propio caballo, como si fuera Calígula. Y al día siguiente, la Prensa unánimemente aplaudiría su decisión y Emilio Romero escribiría en Pueblo: Por fin el Caudillo ha tomado la decisión más acertada, por fin ha terminado con la ficción de los Borbones caducos y las Monarquías cortesanas, por fin ha dejado como sucesor al símbolo con el que todos estamos de acuerdo, al símbolo de la guerra, al símbolo de la victoria, al símbolo de la cruzada, al caballo, para que sigamos con el Movimiento como hasta ahora, porque la única sucesión posible del Movimiento Nacional es el propio Movimiento Nacional.”
Continua la dura perorata:
“Pero ¿qué se ha creído Vuestra Majestad? Pero ¿quién se ha creído Vuestra Majestad que es Vuestra Majestad ante un hombre como Franco? Vuestra Majestad no tiene ni ha tenido desde la conferencia de Potsdam, una sola probabilidad de ser Rey de España. ¿Me ve bien Vuestra Majestad como soy yo, bajo y gordo? ¿Cree Vuestra Majestad que yo podría ganarle un partido de tenis a Manolo Santana? Seguramente no lo cree ¿verdad? Pues las mismas probabilidades de que yo derrote a Santana tiene Vuestra Majestad de ganarle a Franco o de que Franco le nombre Rey de España. Y sin embargo yo saldría a la pista a jugar porque una lesión de Santana me haría ganar el partido. Ésa es la única probabilidad que ha tenido Vuestra Majestad de ser Rey de España desde 1946: que Franco se muera, que tenga un accidente o que lo maten. Si aquella escopeta en la Navidad del 61 le llega a explotar en la cara en lugar de en la mano, Vuestra Majestad sería hoy el Rey de España. Pero si las cosas siguen como siguen, hay que evitar a toda costa que Franco deje a Muñoz Grandes de regenteo nombre a Dampierre sucesor. Con Franco hay que jugar a fondo la baza de don Juanito, el único anzuelo que puede morder, y luego y veremos”. Sobra un mayor comentario.
La segunda boutade del sempiterno falsario de la historiografía reciente lo encontramos en el siguiente aserto: El pacto de la Transición entre el centro derecha y el centro izquierda en 1978 tuvo su antecedente en el acuerdo al que, impulsados por Don Juan, llegaron José María Gil Robles e Indalecio Prieto en 1947. La eventual restauración de la Monarquía en la persona de Don Juan, acordada por los aliados en 1945, se hubiera iniciado con un Gobierno presidido por Indalecio Prieto que convocaría elecciones libres para establecer una democracia pluralista plena en España. En eso consistió el “Pacto de San Juan de Luz”. Aquí muy probablemente le traicione el subconsciente y su permanente confusión entre deseo y realidad. La transición que trajo la actual democracia formal a España fue iniciada por Franco al aprobarse mediante Ley Orgánica del Estado, expresamente la Ley de Sucesión que nombraba a Juan Carlos de Borbón y Borbón heredero al trono de España- Se preservaba la dinastía sin respetar la sucesión- de ahí el discurso de don Juan Carlos: “Recibo de S.E. el Jefe del Estado la legitimidad política surgida del 18 de Julio de 1936” o “pertenezco por línea directa a la Casa Real española”; continuada por los partidarios de la Reforma frente a los adalides de la ruptura, derrotados con estrépito en el decisivo referéndum de noviembre de 1976. Sólo a partir de ese referéndum es cuando la izquierda se da cuenta de su sinrazón y don Juan renuncia como legítimo heredero de la corona histórica a favor de su hijo. El Rey, “motor del cambio” en frase certera de José María de Areilza, cumplió e hizo cumplir los preceptos que las propias Leyes Fundamentales daban desde su reforma desde dentro. Don Juan Carlos fue plenamente Rey desde su jura cuando aún estaba Franco en cuerpo presente en noviembre de 1975, cuando juró, ante el Presidente de aquellas Cortes, los Principios Fundamentales del Movimiento su aceptación de la Jefatura del Estado a título de Rey. Por eso no juró la Constitución de 1978, sino que se limitó a firmarla y sancionarla como Jefe del Estado, sin sujeción a referéndum. La renuncia de don Juan el 14 de Julio de 1969, meramente dinástica, protocolaria y formal, le entregaba a su hijo, el Rey, el deposito de la Corona histórica y a su nieto Felipe la placa de Príncipe de Asturias. La renuncia era absolutamente innecesaria, pues don Juan Carlos era Rey por derecho y nombrado por quienes estaban legitimados para ello. Desde “la Ley a la Ley” en palabras de Torcuato Fernández Miranda.
El “Pacto de San Juan de Luz” como titular periodístico puede quedar bien, pero como realidad en la plasmación de unos hechos no pasan de las conspiraciones propias de aquellos tiempos con nula fortuna e imposibilidad de realizarse. La maniobra de ingeniería política dentro del contexto del documento Kennan-Marshall titulado “La política de los Estados Unidos para España” fechado el 24 de Octubre de 1947, y donde recomendaba cesar la hostilidad y la presión contra España, fue el mayor y más trascendente error de don Juan que, confiando en la información inglesa y en su Consejo Privado más conocido como “tontilandia”, dejó a Franco las manos libres para descartarle definitivamente del trono de España. El Consejero monárquico José María Gil Robles y el ala socialista dirigida por Indalecio Prieto, mantuvieron unos años 1942-1947 formalmente la entelequia de alternativa a Franco, desde el exilio y sin apoyo alguno del interior de España, propiciado por la victoria aliada en Europa, la condena contra el régimen de Franco en la Conferencia de San Francisco y sobre todo en la declaración de Potsdam. La camarilla frívola y egoísta, que entonces rodeó a don Juan y cuyo único superviviente sigue empeñado en la causa perdida de la ensoñación y falsificación de la historia, consigue que éste firme el Manifiesto de Lausana 1945 y el de Estoril en Marzo de 1947. En ambos casos la repercusión obtenida la resume el diario francés Le Monde: “Con alfilerazos no se mata al toro”.
La tercera perla del articulista dice: “La Monarquía parlamentaria, la monarquía de todos, es hoy una realidad gracias a la tenacidad de Juan III frente a la dictadura, gracias a la habilidad, los desvelos y los aciertos de su hijo Juan Carlos I”.
Si la mentira y la distorsión del pasado llevan a proclamar como Rey, a quien no lo fue, con el título de Juan III; si los corresponsables de que el padre del actual Rey no hubiera llegado al trono de España, se instalan en el apoyo a la desnaturalizada e indiferente monarquía parlamentaria, pronto su nivel de adhesión se verá reducida a la revista Hola. Ansón, que fracasó y cooperó incansablemente en las cinco etapas que se marcaron algunos monárquicos ilusos y trasnochados para sustituir a Franco por don Juan de Borbón, es decir: Derribar la República. Derribar a Franco. Engañar a Franco. Preservar la sucesión dinástica sin la legitimidad del Régimen. Y evitar la III República, no debería continuar en la senil compulsión de adelantar el incierto futuro. Ansón, debería recordar y no equivocarse en que esta sucesión monárquica que él no trajo, fue obra esencial de Franco y “su régimen”, y que ésta monarquía, desprovista ya de sustancia y contemplativa en la deconstrucción de la transición y de España como Nación, sólo depende del momento que elija la izquierda tradicional para su derribo; de que consigan, falseando la historia como Vd. hace, borrar del imaginario colectivo la mala imagen que se tiene, con sobrado mérito, de la II República. De momento y dado que no existe diferencia apreciable entre Monarquía Parlamentaria o República Coronada y que sirve a los intereses de quienes, vulnerando la Constitución, han invalidado los acuerdos de la transición, no se plantean formalmente el cambio de Régimen. Pero todo se andará don Luis María, y espero y deseo que Vd. lo vea. Mientras tanto los monarquicanos, término acuñado para definir a todo cortesano o palaciego al servicio de la causa monárquica que, con su contribución, acaba irremediablemente perdida, deberían no jugar con el fuego sagrado de la realidad histórica, no vaya a ser que los monárquicos prefieran una República presidencialista, con unidad de mando y de poder, a una monarquía inauténtica y parlamentaria, mero sancionador de leyes, aunque éstas sean contrarias al bien común, al derecho natural o, a la unidad, libertad e independencia de nuestra nación.