J.J. Esparza
Hoy se cumplen 520 años de la toma de Granada por los Reyes Católicos, dando comienzo a la formación de una España que hoy cada vez más voces ponen en duda.
El 2 de enero de 1492, tras 10 años de guerra, las tropas de los Reyes Católicos entraban en Granada, el último Estado islámico de la Península. El rey nazarí, Boabdil, rendía la ciudad. Así desaparecía el último reducto de poder musulmán en España desde aquel lejano año de 711. La Reconquista había terminado. La conquista de Granada fue un acontecimiento de alcance universal. No sólo fue decisiva para la Historia de España. Toda Europa la vivió, en aquel mismo momento, como una noticia formidable, uno de esos sucesos que hoy llenarían horas de radio y televisión, portadas y portadas de periódicos.
En Roma se celebraron grandes solemnidades religiosas que culminaron con una gigantesca procesión de tres días, presidida por el Papa. En el reino de Nápoles, la victoria cristiana fue conmemorada con una obra teatral cuyos personajes alegóricos eran la Alegría, el Falso Profeta Mahoma y la Fe. En Londres, en la abadía de Westminster, el canciller de la Corona, ante una enorme multitud convocada por las campanas, anunció solemnemente la victoria de los cristianos sobre los musulmanes.
¿Qué era el Reino de Granada?
El Reino de Granada era, para la época, una potencia importante. Había nacido hacia 1236 de la descomposición del Islam español. Mohamed ibn Nasr, llamado “el Rojo”, Alhamar, por el color de su barba, se proclamó sultán e instauró un reino independiente y una dinastía propia: la nazarí, es decir, los descendientes de Nasr. El territorio de este reino no era desdeñable: algo más de la mitad oriental de lo que hoy es Andalucía. Tenía una población muy numerosa (se calcula en unos 300.000 habitantes), una economía muy activa, buen suelo agrícola y largas costas, con una posición privilegiada en el Mediterráneo.
En una situación así, los reyes de Granada tendrán sobre todo dos objetivos. Uno, arreglarse con los reyes cristianos, es decir, con Castilla y Aragón. Castilla era poderosa, pero estaba muy poco poblada y tenía muchos problemas para consolidar los territorios conquistados. En cuanto a Aragón, su principal finalidad era que nadie estorbara a sus barcos en el Mediterráneo. Los nazaríes ofrecerán arreglos satisfactorios para ambos, generalmente bajo la forma de tributos económicos, las parias.
Y el segundo objetivo de los reyes de Granada será asegurarse la amistad de los musulmanes del otro lado del mar, los benimerines del norte de África, por si acaso hacía falta su concurso. Con este sistema, el reino aguantará más de 200 años. Fue especialmente brillante el siglo XIV, con un gran impulso cultural. A partir de ese momento, sin embargo, Granada entrará en decadencia. Cuando Fernando e Isabel unen las coronas de Aragón y Castilla, en 1479, Granada ya es un caos.
Isabel y Fernando, en efecto. Dos reyes que vienen con ideas nuevas. En Occidente se ha impuesto el ideal de la república cristiana, de la organización política construida en torno a una identidad religiosa, y su columna vertebral es la Corona. Los predecesores de los Reyes Católicos no sabían nada de todo esto, pero Fernando e Isabel sí; son las ideas que flotan en el ambiente. Además, recobra vigencia la idea fuerza de la recuperación de la España perdida, una idea que nace en la Corte asturiana en el siglo IX, que a lo largo de la Reconquista aparecerá y desaparecerá para volver a reaparecer, que con el tiempo se funde con el ideal de la Cruzada y que ahora, además, encaja perfectamente con ese otro ideal de la república cristiana. Para lograr este objetivo hay que conquistar Granada. Y así la toma de Granada se convertirá en una auténtica obsesión.
Las etapas de la guerra
Fernando e Isabel acometen la empresa de Granada en 1482. Puede sorprender que la conquista durara nada menos que 10 años, pero es que no fue en modo alguno una guerra fácil. Las fuerzas que los Reyes Católicos tienen a su disposición no son muy numerosas. Algunas crónicas aportan cifras fabulosas, de hasta 80.000 hombres, pero la verdad es que la mayor parte de la gente que se movilizaba eran tropas auxiliares para servicios de intendencia y transporte.
La fuerza principal serán las huestes señoriales del territorio andaluz, y estas estaban compuestas por grupos relativamente pequeños. Sólo con el tiempo irá asentándose un ejército profesional que será, más tarde, el que dará origen a la infantería española y a los tercios. Por otro lado, la geografía del Reino de Granada, lleno de serranías, impedía librar grandes batallas campales. De manera que las batallas de la guerra de Granada serán largos episodios de sitio y asedio de fortalezas, al típico estilo medieval, combinados con correrías en campo enemigo para hacerse con víveres y volver después a las propias líneas.
Rezando tras la toma de Granada
En una guerra así, los nazaríes pueden resistir con alguna comodidad. Pero el Reino de Granada tenía dentro su propio cáncer: la enemistad a muerte en el interior de la familia real. El sultán Abul-Hasam Alí, llamado Muley Hacén en las crónicas cristianas, está en guerra con su hijo Boabdil. Muley Hacén se apoya en un poderoso clan, los abencerrajes, pero estos se insubordinan. Así que el sultán tiene que huir junto a su hermano, Muhamad al Zagal, llamado en las crónicas el Zagal, y se hace fuerte en Málaga. Cuando muere Muley Hacén, el Zagal reclama el trono. Mientras tanto, Boabdil reina en la ciudad de Granada. La situación es caótica: el Zagal combate a los cristianos por su lado, Boabdil hace lo propio por el suyo, y a la vez ambos bandos moros se enfrentan entre sí.
En uno de estos lances, Boabdil cayó preso de las tropas cristianas. Los Reyes Católicos le impusieron condiciones de vasallaje que dieron la vuelta a la situación. A Fernando se le ocurrió una idea realmente malévola: utilizaría a Boabdil como punta de lanza contra su tío, el Zagal. Fernando ofreció a Boabdil territorios propios en señorío, a cambio de pelear contra la otra facción mora. Así en la guerra civil nazarí los castellanos pasarán a combatir junto a Boabdil y contra el Zagal. Este, el Zagal, sucumbe en 1490: entrega a Castilla sus tierras y emigra a Argelia. Los Reyes Católicos anuncian el final de la guerra. Llega el momento de pedir cuentas a Boabdil. Pero Boabdil, al parecer presionado por los partidarios de seguir la guerra, incumple el contrato. Y vuelta a empezar.
El impulso final
A partir de la primavera de 1490, Boabdil intenta pasar a la ofensiva. Sueña con sublevar a los musulmanes de los territorios ya controlados por los Reyes Católicos. Pero fracasa: la población, que no guardaba buen recuerdo del gobierno despótico de Muley Hacén, vuelve la espalda a la dinastía nazarí. Boabdil termina encerrándose en la Alhambra. Fernando e Isabel saben que Granada es inexpugnable, de manera que preparan un largo asedio. Instalan un campamento permanente en Santa Fe y se disponen a rendir la ciudad por hambre.
Lo del hambre no es una metáfora. En las semanas anteriores a la rendición, los habitantes de la ciudad se comieron sus caballos, sus perros, sus gatos y, al final, a 260 cristianos que tenían en prisión. Lo cuenta un manuscrito inglés de la época, redactado por el prior de Leicestershire según las noticias de un cruzado que participó en el asedio; lo ha descubierto recientemente el profesor de Tenerife José Gómez Soliño. Según ese documento, en Granada había en aquel momento 24.000 personas de entre 12 y 23 años, además de viejos y niños más pequeños. Como la población total era de en torno a 30.000 personas, podemos suponer que la defensa de la ciudad no provocó la muerte de demasiada gente.
A todo esto, nadie crea que, mientras tanto, Boabdil se dedicaba a guerrear. Más bien se dedicó, en secreto, a negociar y renegociar las condiciones de la rendición. Finalmente, el 25 de noviembre de 1491 Boabdil firmaba unas capitulaciones, bastante generosas, que significaban el final de la resistencia.