¿Qué fue antes, Cataluña o España?

 
 
José María Prats
Diálogo Libre 
 
 
   Lejos dichosamente aquella memorización de la lista de los reyes godos con nombres más bien complicados, la historia que hoy normalmente se transmite de aquel período parece olvidar su fundamental papel, sino su existencia. Y ello con variopintas manipulaciones que, por reiteradas, acaban implantándose como arrolladora verdad, algo que, ciertamente, no resulta sorprendente contemplando la conmemoración de un período mucho más próximo, y hasta más sencillo, como es el 11-S.
 
   Acotábamos recientemente en estas páginas una sólida aportación al controvertido tema: Hispania Spania (563 pgs.) del joven historiador Santiago Cantera Montenegro. No pretende afirmar, explicita, “que en la época hispanovisigótica se entendiera España de la misma manera exactamente que hoy se entiende”. Pero, añade, si ello constituiría un anacronismo, estamos llegando a una situación en la que, paradójicamente, parezca más correcto plantearlo a la inversa: nuestra ya incomprensión, y no espontánea, de España “puede deberse en gran medida a que hayamos perdido la comprensión que de ella se empezó a tener en los tiempos del Reino Visigodo de Toledo”.
 
   Cabe anotar que el joven prior de la Abadía de la Sta. Cruz del Valle de los Caídos en varias de sus ya 18 obras (6 de ellas publicadas en el exterior) fundamenta, muy en línea con el abad Anselmo Álvarez, la tesis de que fue el cristianismo el que realmente forjó de forma definitiva las ubérrimas cultura europea y civilización occidental. “Si no hubiera sido por la acción de la Iglesia, el legado helénico y romano hubiera sucumbido” y los turbulentos pueblos germánicos y eslavos, lejos de asimilarlo “e incorporarse en la sociedad postromana, habrían arrasado con todo”. Algo, analiza, especialmente aplicable a España y con hitos como el Concilio III de Toledo (589); sobre la unidad en la fe católica y el fundamento visigótico, concluye, la Reconquista terminará de configurar “las Españas” en su rica diversidad y en su esencial unidad.
 
   Sin pretender entrar en disquisiciones propias de los historiadores, resulta demasiado habitual la manipulación espuria de dicha realidad. Una manipulación que “operada por estamentos más bajos culturalmente o en el ámbito político en Cataluña, ha sido manifiesta y absoluta”. En la mayoría de soportes siquiera divulgativos, y generalmente bien retribuidos, parece, en efecto; como si se diera un repentino salto, por arte de magia, de la época romana a la dominación de lossarraïns (sarracenos) y a los inicios de los condados catalanes que, por lo demás, aún no se llamaban así. Cabe citar excepciones tan importantes como Ramón de Abadal, mientras que Jaume Vicens Vives aborda el papel de los visigodos, que considera más bien negativo e inferior al de los hispanorromanos, o que ya Próspero de Bofarull en sus dos abarrocados tomos Los Condes de Barcelona vindicados (1836) los agrupaba, para el período 874-1150 (unión con Aragón) como “Reyes de España considerados como Condes Soberanos de Barcelona”.
 
   ¿Y por qué este “salto”? El profesor Cantera lo tiene claro: con ello “es muy fácil hacer pensar que España nunca existió y que, por el contrario, Cataluña es una realidad más antigua que la idea de España; que nunca hubo un reino español anterior a la existencia de Cataluña, sino que ese reino hispánico habría llegado mucho más tarde, como una imposición sobre una independencia catalana originaria” (¿le suena al lector lo de ‘victimismo’?). Más concretamente, y proliferados gaznápiros aparte, suele establecerse el nacimiento de España como reino-nación con, como muy pronto, el matrimonio de los Reyes Católicos en 1467, mientras que el de Cataluña se sitúa a partir del 850, es decir: con doble antigüedad. 
 
   En dicha denuncia coincidía, también desde estas páginas, Juan Carlos Segura añadiendo que “durante la Reconquista, los reyes de Castilla, León, Navarra, Portugal y Aragón, así como los Condes de Barcelona (todos, especifica, encabezados por el legendario Wifredo el Velloso, Guifré el Pilós, de ascendencia visigoda) tuvieron una conciencia común de que, pese a estar fragmentada la unidad nacional en varios reinos católicos, existía una idea compartida de España, heredada del desaparecido Reino Visigodo”. Y volviendo al profesor Barraycoa, desfacedor de tantas falacias nacionalistas, tras subrayar las citadas raíces resume: “En la medida en que se fueron consolidando las estructuras feudales, que darían lugar a los condados catalanes, todas las referencias históricas que tenemos nos siguen hablando de Hispania. Barcelona fue tres veces capital de Ésta antes de que apareciera la villa de Madrid” (Cataluña Hispana, Libroslibres, 2013). 
 
   Entre otras muchas consideraciones, es evidente, indica Dom Santiago, que obviando el período visigótico se está haciendo, y muy fructíferamente, desconocer a la sociedad, y en especial a los jóvenes, que existió un primer reino hispano, abarcando toda la península, unido bajo una misma monarquía. Y esto sí que, entre magnificadas leyendas, mistificaciones y montajes sentimentalistas, es -al menos desde nuestro leal entender- minusvalorar, y causar grave daño, a la magna verdad de Cataluña.
 
 
 
 

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