Pedro Fernández Barbadillo
¡Qué paradojas tiene la historia! La competencia entre Juan de Borbón y Battenberg, y Juan Carlos de Borbón y Borbón por ganarse la voluntad del general Francisco Franco y por medio de ella el trono, concluyó con la victoria del hijo sobre el padre y la renuncia de éste a sus hipotéticos derechos dinásticos. 37 años después, Juan Carlos da un paso atrás en la historia y sigue el camino de su padre. Alguien dedicado a encontrar paralelismos y simetrías en los acontecimientos históricos diría que es una especie de justicia poética.
El infante Juan de Borbón y Battenberg recibió de manera irregular de su padre su abdicación en enero de 1941, ya que su hermano mayor, el infante Jaime alegó varias veces que su renuncia había sido inconstitucional y forzada.
Don Juan, que trató por dos veces de alistarse en el bando nacional en la guerra, estaba convencido de que tenía un derecho a reinar y se lo reclamó varias veces a Franco. En 1948, se reunió con el jefe del Estado español en San Sebastián, junto con don Jaime, y accedió a que su primogénito (nacido en 1938) estudiase en España.
En los años 60, Franco, presionado por su edad, por su mano derecha, el almirante Luis Carrero Blanco, por Laureano López Rodó y hasta por la reina Victoria Eugenia de Battenberg se decidió a nombrar sucesor.En 1968, la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, acudió al bautismo de su biznieto Felipe e instó a Franco a elegir entre los tres varones disponibles, Juan, Juan Carlos y Felipe, a un rey, porque, reconocía, si el caudillo no instauraba la monarquía, nadie más lo haría.
¿Dos reyes para un único trono?
Franco escogió a Juan Carlos al que propuso a las Cortes en julio de 1969. El hijo, a diferencia del padre, nunca se había enfrentado al general gallego ni a su régimen. Entonces, la corte juanista se desbandó. El propio
José María de Areilza, que había sido embajador nombrado por Franco y se había pasado al juarismo en 1964, dio un nuevo salto y se hizo juancarlista. Para evitar pleitos dinásticos, el título que recibió el heredero fue el de Príncipe de España, no el de Príncipe de Asturias.
Una vez proclamado Juan Carlos como rey, el 22 de noviembre de 1975, sus primeros pasos no fueron especialmente cuidadosos con su padre. En enero de 1977, Juan Carlos I empleó las atribuciones que le concedía la legislación franquista para otorgar mediante un real-decreto a su hijo varón el título de Príncipe de Asturias. De esta manera simbólica, demostraba al conde de Barcelona y a los cortesanos que él era rey con todas las potestades.
Don Juan lo comprendió y en mayo de ese año, en un sencillo acto, como si fuera un sencillo asunto familiar, leyó su renuncia a todos sus derechos dinásticos. Sólo retuvo para sí el título de conde de Barcelona, propiedad de la Casa Real.
De esta manera concluyó la convivencia de dos reyes para una misma corona, que en realidad sólo preocupaba a los cortesanos, pero que tenía una interpretación peligrosa para el fundamento de la monarquía instaurada. Si dos miembros de la casa real se proclaman reyes ¿cuál de ellos es el legítimo y cuál el usurpador?
Lo llamativo es que el plebeyo que trajo la monarquía a España aplicó los principios monárquicos de nombrar a su sucesor y de morir en la jefatura del Estado, mientras que los tres Borbones que coincidieron con su reinado, Alfonso XIII, el conde de Barcelona y Juan Carlos I, renunciaron.
Sin embargo, la abdicación no es un comportamiento excepcional entre los Borbones españoles. Pero eso lo contaremos más adelante.