Ángel Maestro

 
 
Pío Moa
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   Mi buen amigo Ángel Maestro falleció inesperadamente hace pocos días.  Lo conocí hace bastantes años, y me puso en contacto con Gonzalo Fernández de la Mora, y con ellos y otros almorcé varias veces para discutir sobre la situación que se estaba creando en España. Con Fernández de la Mora yo discrepaba en puntos esenciales, pero no puede negarse que era uno de los pocos intelectuales serios que tenía el país, y quizá por eso condenado al ostracismo por la alianza de los mediocres, de los que en todos los sentidos estaban por debajo de él, excepto en influencia política. Desgraciada influencia, como comprobamos a diario. Maestro trabajaba con Fernández de la Mora y contribuía con artículos y reseñas  en Razón Española, una de las más interesantes  revistas intelectuales españolas, y también por eso condenada a la marginalidad, aunque es de esperar que vaya superándola. Maestro era también especialista en cuestiones soviéticas y chinas, uno de los más expertos en España, aparte de tener una afición extraordinaria por los ferrocarriles.  Así, por ejemplo, me hizo ver un error en mi novela Sonaron gritos y golpes a la puerta, cuando hago encontrarse a Alberto y Carmen en la estación barcelonesa de Sants, viniendo el primero de Madrid, cuando debía ser en la estación de Francia. En fin, en otra edición se corregirá.  Hizo también una reseña de la novela.    
 
   Ángel Maestro era un hombre sencillo y cordial, nada pretencioso, dolido por los rumbos cada vez más amenazadores que sigue el país. Y activo. no de los quejicas, pues se esforzaba por reunir a personas que compartían sus preocupaciones y angustias para hablar de cuestiones políticas actuales y buscar algún camino, me temo que sin demasiado éxito. Hoy por hoy, el horizonte permanece sombrío, mientras la crisis –política, económica y moral—se ahonda cada vez más. Sin embargo es preciso tener esperanza. Él  ha sido, además, una de esas personas de bondad natural, tan poco frecuentes en el ambiente desmoralizado y retorcido hoy predominante.   
 
   También me presentó en su momento a otra persona de su estilo, bondadosa, bien intencionado y activa, también fallecida hace unos años:  Javier Lizarza, de quien hablé en el blog de Libertad Digital (http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/en-la-muerte-de-un-amigo-2486/2.html)   
 
   Es doloroso perder amigos así, tan sin doblez y tan dispuestos a ayudar incluso si quien necesitara ayuda fuese él. Era creyente, y deseo que tenga razón en ello.
 
 
 
 
 
 

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