Francisco Torres García
No sería exagerado afirmar que la “memoria histórica” no es más que un “gran engaño”, una maniobra de viejo cuño propia del comunismo desde los años treinta. Un “gran engaño” surgido de la mano de unas asociaciones pantalla aparentemente neutras, pero vinculadas a la izquierda extrema o no tanto (si se rastrea el origen de muchas de las asociaciones se acaba invariablemente en Izquierda Unida), apoyada por un conjunto de historiadores con patente de corso para convertir las consignas en aparente “historia académica” -vitola que se autoimponen para así intentar invalidar cualquier otra investigación esquivando el debate-, casi todos ellos discípulos directos o indirectos de aquel gran manipulador llamando Tuñón de Lara (llegó a escribir que las derechas incendiaron los templos para echarle la culpa a los republicanos).
Viene al caso la breve introducción porque la correa de transmisión y retroalimentación que une, como necesario cordón umbilical, a las asociaciones de “memoria” con estos historiadores “académicos”, tratando de alentar el mito de la represión franquista desmesurada y carente de toda explicación -el holocausto español según Preston y el genocidio según nuestros historiadores, memorialistas y tontos útiles-, está funcionando a la perfección con el aliento del dinero público y el apoyo gubernativo. Así, sus conclusiones se convierten casi en doctrina para los poderes públicos, quienes además, naturalmente, solo admiten esta versión parcial de los hechos como realidad, rechazando en sus “comisiones” -¡faltaría más!- a quienes les contradicen, esos para los que ya han inventado un descalificativo: “antimemorialistas”.
Un ejemplo: estamos cansados de oír hablar de los miles de fosas del franquismo y del mapa de las fosas elaborado por los poderes públicos -“toda España era una fosa” repiten historiadores “académicos” y charlatanes varios-; y, ciertamente, así tenemos un mapa visualmente impactante -lo que es una forma de manipular-, con tantos puntos/fosa que se pierde la silueta de España, pero si se revisa atentamente el resultado veremos que lo que se señalan son las fosas comunes existentes en casi todos los cementerios de España que, como se indica pero no se borran de mapa, en gran parte de los casos, no contienen restos de represaliados.
Los historiadores “académicos” se escudan en la metodología para avalar sus escritos y deslegitimar cualquier otra investigación. Pero es precisamente en su metodología donde aparece la trampa: uno de los “padres” de la investigación de la “represión franquista” no tuvo reparo metodológico alguno a la hora de incluir los soldados muertos en combate en las listas de represaliados por el franquismo; otro reputado investigador, en las tierras de Castilla-La Mancha, probablemente porque no le gustaban los datos, decidió que los ejecutados por los republicanos por sentencia de los Tribunales Populares -algo que mantienen los memorialistas- no debían de ser considerados como víctimas de la represión republicana y por tanto quedaron excluidos de su estudio (los demás historiadores “académicos” utilizan su número como el total de la provincia); otros, víctimas del localismo, excluyen a los asesinados por los republicanos en una provincia que no eran de la provincia, y así es posible que acaben desapareciendo de los cómputos; alguno elimina a los no identificados que figuran en los registros de cementerio que, naturalmente, en parte, no están en los listados de “Caídos” realizados en el franquismo en los cuarenta, que algunas investigaciones indican que debe ser revisada al alza; un manto de silencio oculta las otras víctimas de la represión republicana, los anarquistas y troskistas asesinados en su retaguardia por socialistas y comunistas, por no hablar de los ejecutados en el frente por las unidades comunistas -“el campesino” fue tristemente famoso por ello- por retroceder (recientemente los de la “memoria” han abierto una fosa, que han vuelto a cerrar con el silencio, de soldados republicanos asesinados por sus compañeros) y estaríamos hablando de algún que otro millar que no sé si alguno de los “académicos” los endosará al franquismo -Garzón se negó a investigar el caso-.
Un día sí y otro también nos encontramos con las cifras especulativas de las víctimas de la “represión franquista”: 100.000, 150.000, 200.000. Aunque a los historiadores “académicos” les guste el cuento -tampoco es plan de que en unos años alguien les saque los colores- suelen hablar de 100.000 o, los más atrevidos, de 150.000, pero sin ninguna base empírica. ¿Cómo llegar a tan mágica cifra? Sumando cosas, es más, atribuyendo al guarismo de la “represión” a cualquiera que falleciera por enfermedad en prisión, campos de prisioneros y hasta de hambre en la posguerra.
Dejando a un lado la validez metodológica y teórica del aserto debemos preguntarnos: ¿qué pasaría si aplicáramos el aserto a la represión republicana? Me quedo con los 80.000 asesinados por los republicanos atendiendo a los datos de la Causa General. Y ahora sumemos la sobremortalidad de la zona republicana derivada del hambre, penalidades, enfermedades de prisión -en la zona republicana hubo varias decenas de miles de internados en prisiones y en los campos de trabajo, constituidos a finales de 1936 por el gobierno presidido por el socialista Largo Caballero-, tal y como hacen algunos historiadores “académicos” y memorialistas, unas 140/150.000 personas que murieron víctimas del hambre y la enfermedad, debido a lo que fue la incontestable incompetencia del gobierno republicano (en la zona nacional la sobremortalidad difícilmente alcanzaría las 17.000 personas). Las víctimas de la república del Frente Popular superarían así, ampliamente, las 200.000 personas, según este modo de contar y endosar responsabilidades. También aquí cabría hablar, dado el número, del genocidio cometido por los republicanos (en puridad tendríamos los minigenocidios, entendiendo como tales el intento de exterminio absoluto, perpetrados contra los troskistas, los religiosos y los falangistas).
Pero vayamos más allá, las privaciones de la posguerra que llevaron a la muerte a muchas personas y que se registran en ocasiones como víctimas del franquismo, en paridad, podríamos afirmar que lo fueron de la república. El hambre fue consecuencia de la fusión de ambas zonas pues la republicana vivía en el hambre desde finales de 1937. Franco durante la guerra siempre prestó especial atención al mantenimiento de las cosechas, la industria, los salarios y los abastecimientos; los republicanos hundieron la producción agraria e industrial.
La victoria trajo él hambre para todos, porque la producción se tornó insuficiente y es necesario recordar que el semibloqueo en que vivió España por decisión de Inglaterra contribuyó a mantener el hambre y una lenta recuperación en los años posteriores.
Ahora que tan de moda está la revisión de la historia al viento de la “memoria”, no estaría de más que se recordara, exaltara y homenajeara a estas víctimas ocultas de la república.