El discurso del odio, por Jaime Alonso

Jaime Alonso

La Tribuna de Cartagena

Como si la historia, en retazos, necesitara volver tras años de interesada manipulación y olvido; como si de una recreación del libro de Watzlawick “el arte de amargarse la vida”, los promotores de la impostura, los pedagogos de la falsificación histórica, vuelven a refrenar el odio con una proposición de Ley que deja sin careta a los carotas de la izquierda, sus verdaderas intenciones cainitas, totalitarias, su visión de la democracia con su inmortal enemigo: Francisco Franco y su obra.

El “compromiso con la democracia” de quienes pretenden y se creen legitimados por la historia y en el presente, para expedir tales carnes y excluir a los discrepantes, han promovido la expulsión publica, proscripción o declaración de personas non gratas, a media España del pasado y buena parte de ella, en el presente. Como si se tratara del período de la Inquisición, de la revolución rusa con los “burgueses” o, de los judíos, en la Alemania nazi. Y nadie se opone frontalmente, excepto ciertos intelectuales y pueblo, conscientes del peligro, en un manifiesto por la historia y la libertad, seguramente porque consideran que no va con ellos y no les afecta.

Pronto, en una segunda fase, seremos acusados de incitar al odio por defender “nuestra” verdad histórica, fácilmente contrastable si se permitiera, pues en la política comunistoide se ha instalado, como en el orwelliano 1984, una “policía del pensamiento” que controlará de manera asfixiante la vida de los ciudadanos. Así, hemos podido comprobar que existen distintos portavoces, peones de un engranaje perverso, cuyo cometido es reescribir la historia para adaptarla a lo que “el Partido” considera la versión oficial de los hechos. Las coacciones, amenazas y proscripciones forman parte de ese engranaje asfixiante y perverso, cuando el delito de odio y la violencia es patrimonio de la izquierda, en la historia y en la actualidad, como hemos comprobado recientemente en la promoción y justificación de la barbarie en Lavapiés, o la puesta en escena y presentación de los jóvenes cachorros del comunismo, desfilando por Madrid, conmemorando el 14 de Abril, con idéntica parafernalia y gritos de odio que el de sus antecesores en 1936. Ese es el objetivo de la LMH que nadie parece ver, ni quiere atajar: deslegitimación, por falseamiento, de la transición, la Monarquía y la derecha, como heredera del franquismo.

Como cualquier mal posible es atribuible a Franco, desde 1982, ahora se le pretende endosar el de genocidio, sin mayor razonamiento que el de repetirlo, cuan mantra, a ver si adquiere la autoridad de lo verdadero. El genocidio franquista, con ochenta años de retraso, solo lo puede sostener un ignoto posmoderno antifranquista, por cuanto no se le ocurrió ni a Stalin y los vencedores de la II Guerra Mundial, inventores del delito “ex post facto” y aplicado a los jerarcas nazis, en su reparto del mundo. Podrían, eso sí, habérselo aplicado a Stalin en Katyn y a la II República, Santiago Carrillo, por su responsabilidad en Paracuellos del Jarama, aunque entonces viviera en su exilio dorado moscovita y dirigiendo el maquis en España.

La Constitución no puede ser un mero fetiche, o adorno de una fachada. La ley no debe adaptarse a la conveniencia de tiempo y lugar, la justicia no puede acomodarse a lo políticamente correcto del que manda, los medios de comunicación de masas no pueden amparar comportamientos y conductas delictuales, sea quien sea el que las promueva. Si no triunfa e impera la Ley, lo hará la barbarie. El derecho no puede ser un postulado retorico dependiente de la voluntad de quien gobierne, ni amparador de la subversión de los valores de la civilización cristiana. El resultado de abandonarse a “lo conveniente” para obtener el poder, aunque resulte ajeno al bien común o a los intereses de la nación, resulta siempre usurpador, despótico y es el pueblo el último destinatario de la tragedia colectiva. Es una constante enseñanza de la historia que no debemos olvidar.

Siempre fue fácil ser comunista con la propiedad y el trabajo ajeno. Churchill más próximo a Franco que a los dirigentes de la II República sostenía que “el socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de los ignorantes, el evangelio de la envidia y, su virtud, es el reparto igualitario de la miseria”. Aun así sigue anestesiada la conciencia del pueblo y no comprueba la cruda realidad, intoxicado de propaganda. Pero lo que no resulta admisible es que se cambien las reglas del juego a conveniencia, en medio del partido, se expulse al árbitro y se mande a los jueces de línea al bar de la esquina. Que la verdad histórica sea borrada de la conciencia del pueblo o manipulada, es un crimen inaceptable que a todos nos afecta y concierne.


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