Tras las huellas de los pueblos que alumbró el franquismo

Beatriz Antón
La Voz de Galicia

 

 

Tras la Guerra Civil española, con toda la industria desmantelada, el Régimen franquista intentó reactivar la economía a través de la creación de nuevos regadíos en tierras de secano. Y fue así como, entre los años 1940 y 1971, el llamado Instituto Nacional de Colonización (INC) impulsó la creación de 300 pueblos en las principales cuencas hidrográficas del país, a los que se ocuparon de dar vida más de 50.000 familias procedentes de distintos puntos de España. «El objetivo era impulsar la agricultura y colonizar el territorio, pero sin desdeñar aportes propagandísticos», explica Ana Amado. 

A esta arquitecta y fotógrafa ferrolana con residencia en Madrid siempre le ha fascinado la historia de aquellos pueblos que la dictadura alumbró al recuperar un proyecto que ya venía de la II República, pero que el Régimen desarrolló bajo sus directrices y férreo control. Hace ya años, cuando todavía era estudiante de Arquitectura, a Amado le llamaron la atención estos enclaves por el enfoque vanguardista y rompedor con el que se diseñaron muchos de ellos. Y más tarde, tras iniciar una investigación en profundidad sobre el tema junto al coruñés Andrés Patiño, arquitecto como ella, por todas las implicaciones sociales que trajo consigo la creación de aquellos pueblos.

«Pese a que se trata de un tema que en el ámbito académico de la arquitectura sí se ha estudiado bastante, tanto a Andrés como a mí nos llamó mucho la atención el desconocimiento que existe sobre los poblados de colonización entre el público general, de ahí que nos decidiésemos a hacer un trabajo para difundir y divulgar este episodio reciente de nuestra historia», apunta Amado, quien considera que gran parte del olvido de estos asentamientos se debe a su vinculación con el franquismo. «La construcción de los pantanos y los poblados de colonización fueron dos de los ejes de la propaganda del Régimen y eso es lo que ha lastrado en gran parte su estudio», añade Patiño. 

Entre 2016 y 2018, los dos arquitectos visitaron 33 de esos 300 pueblos, muchos de ellos en Andalucía y Extremadura, y allí pudieron hablar con algunos de los colonos que los fundaron y con sus descendientes, además de tomar cientos de fotografías. Este trabajo fue presentado el pasado fin de semana por ambos en un congreso internacional sobre fotografía y arquitectura celebrado en el MAAT de Lisboa. Y el próximo otoño, si todo sale según lo previsto, verá la luz en un libro que llevará por título Colonos y que sus autores esperan que traspase las fronteras del mundo académico. «Queremos que sea una obra muy divulgativa y, para ello, además de fotos de los pueblos y retratos de los colonos, también incluiremos textos de expertos en sociología, arquitectura y fotografía», anota Amado.

El proyecto, que ya se exhibió ante el público en Pamplona en forma de exposición, pretende difundir así el talento de los arquitectos que proyectaron aquellos pueblos con un enfoque «muy experimental e innovador» para la época, como Corrales, Fernández del Amo o el pontevedrés Alejandro de la Sota, pero también recuperar la historia de las miles de familias que se lanzaron a darles vida y construyeron su identidad de la nada, «comenzando una nueva vida a partir de una página en blanco». Entre ellas, las que colonizaron los asentamientos de la Terra Chá, la única zona de Galicia en la que el Régimen promocionó este tipo de enclaves. «Aquí el programa de colonización fue diferente, porque no se basó en nuevos cultivos de regadío, sino en granjas de vacas lecheras que se construyeron de forma dispersa en torno a los llamados centro cívicos, donde se concentraban los servicios», explica Andrés Patiño. 

Con el paso del tiempo, algunos de estos poblados fueron languideciendo. Otros, en cambio, supieron evolucionar sin dar la espalda a su inteligente diseño urbanístico y arquitectónico. Pero todos comparten el mismo origen. Un punto de partida no exento de sacrificios.  «Esta gente tuvo una vida muy difícil. A cada familia se le daba una casa, una parcela y unos animales para ayudarles en las labores del campo y solo tras cuarenta años de duro trabajo se convertían en propietarios de sus viviendas», dice Amado en su recuerdo.


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