El doble robo de las memorias de Alcalá Zamora, por Eduardo Palomar Baró

 

Eduardo Palomar Baró

Razón Española

El abogado andaluz Niceto Alcalá Zamora (1877-1949) pasó de ministro de Fomento (1917) y de la Guerra (1921) de Alfonso XIII a conspirador republicano. Al caer la monarquía fue presidente del Gobierno Provisional y luego primer presidente de la II República. Alcalá Zamora era uno de esos derechistas que tenían pavor a que les llamasen «reaccionarios». Así, fue uno de los mayores obstáculos a los gobiernos de la CEDA y de los radicales de Alejandro Lerroux, al punto de que en diciembre de 1935 disolvió las Cortes elegidas en noviembre de 1933 para una legislatura de cuatro años y en las que la derecha tenía mayoría. En las nuevas elecciones se impuso (a tiros, porque los resultados no los conocemos) el Frente Popular. La izquierda le pagó destituyéndole de su cargo mediante una triquiñuela inconstitucional. Casi nadie le defendió. Era una de las personas más detestadas de España.

En la sesión del 7 de abril de 1936, 238 diputados de izquierdas y del PNV votaron a favor de la destitución y sólo cinco en contra. Otros 174 diputados habían abandonado las Cortes o se encontraban ausentes, por lo que el presidente fue destituido (se requería mayoría absoluta de los 417 diputados en ejercicio, es decir, 209). El 11 de mayo de 1936 un colegio electoral designó a su sustituto: su enemigo Manuel Azaña.

Los testimonios de la prensa muestran la soledad de Alcalá Zamora. El ABC escribió: «No nos duele ni nos complace la caída, pero reconocemos que significa una ejemplaridad saludable, una lección para muchos hombres que entran en la política con igual estilo que Alcalá Zamora». El Debate católico consideró que «se ha colocado al país ante un problema artificial, complejo y grave cuando el país se halla atareado por otros más reales y apremiantes». El Socialista declaró que «el Frente Popular se manifiesta resuelto a cumplir las etapas políticas y sociales que se propuso y refrendó el país». «El Gobierno —según Mundo Obrero— no tiene ahora tope en las alturas». «La destitución —afirmó el socialista Claridad—rectifica el error tremendo de la elección de Alcalá Zamora. Su mentalidad monárquica, su complejo de inferioridad y su conciencia católica explican todo lo sucedido desde diciembre de 1931. Sólo buscaba el medro personal y por eso rompió con los partidos que le llevaron al sitio que ocupó».

Acompañado de su familia, Alcalá Zamora embarcó en Santander el 8 de julio de 1936 en el trasatlántico alemán Caribia, con dirección a Hamburgo y a los países nórdicos, para olvidar amarguras. En el muelle lo despidieron media docena de amigos. Al llegar a la ciudad alemana, conoció la noticia del asesinato de José Calvo Sotelo; en Edimburgo, el Alzamiento; y en Islandia, que el golpe de Estado frustrado había deriva-do en una guerra. Los dos bandos le persiguieron: unos saquearon su casa de Madrid, robando sus bienes y sus cajas de seguridad. Los otros vejaron a sus familiares andaluces y arrancaron hasta los árboles de su finca La Ginesa. Lo peor fue el destino de sus dos hijos, Luis y Pepe, quienes fue-ron persuadidos por el socialista Luis Araquistáin para que se presentasen voluntarios en las trincheras republicanas, donde se les utilizó publicitariamente contra su padre. Pepe, de sólo 16 años, cayó enfermo y no le dejaron volver con su familia, hasta que murió en Valencia.

El primer robo

El 13 de febrero de 1937, Azaña mandó a dos agentes de la policía, Jacinto Uceda Mariño y Ángel Aparicio Martínez, a reventar las cajas 30 y 31 de la sucursal madrileña del banco Crédit Lyonnais, que estaban a nombre de la esposa de Niceto, Purificación Castillo Bidaburu. En ellas se guardaban, junto a joyas de la señora, el original de las memorias y carpetas de documentos. Niceto Alcalá Zamora denunció que los autores intelectuales del robo fueron Azaña, Santiago Carrillo (que era consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid) y el socialista Ángel Galarza, ministro de Gobernación en el Gobierno de Largo Caballero, y organizador de las checas de Madrid y de Valencia.

El 8 de marzo de 1940, volvió a comenzar la redacción de sus memorias: «arrebatadas por la violencia, su reconstitución es, más todavía que un derecho, un deber entre los que me quedan por cumplir». Niceto advirtió en la nueva versión «que de ninguna de las maneras podrá ser lo que escriba lo mismo que lo que había escrito». En la ciudad francesa de Pau le sorprendió la II Guerra Mundial y huyó a Argentina.

El 15 de enero de 1941, zarparon él y sus hijas (su esposa había fallecido el 13 de mayo de 1939) en el buque Alsina, lleno de republicanos españoles y judíos centroeuropeos, «escombros vivientes de un mundo hundido», según descripción de Alcalá Zamora. Después de un viaje lleno de incidentes, arribaron en el carguero sueco Herma Gorthon a Buenos Aires el 28 de enero de 1942. El expresidente de una república que ya no existía sobrevivió gracias a sus colaboraciones periodísticas y a sus conferencias.

Su último 14 de abril fue el de 1948. En el Hotel Español, centro habitual de los refugiados españoles, se le dedicó un homenaje. En las últimas fotografías, está con barba blanca y larga y muy delgado. El 18 de febrero de 1949, Niceto Alcalá Zamora apareció muerto en el sofá que le servía de cama en el saloncito del modesto piso en el que vivía, a los 71 años. Fue enterrado en el panteón que el Hospital Español tiene en el cementerio de La Chacarita. El cadáver estaba envuelto en una bandera republicana.

Al parecer, el régimen franquista le propuso regresar a España, ya que un hijo suyo estaba casado con una hija del general Queipo de Llano. Pero él desistió. En 1979 sus restos se trasladaron a España y se enterraron en Madrid.

El segundo robo

Las memorias han sufrido dos robos. En primer lugar, el ya descrito. Después, hacia el final de la guerra civil, un agente de los servicios de inteligencia de Franco infiltrado en el Gobierno republicano, encontró todos los documentos y, sabiendo de su valor, decidió quedárselos a pesar de conocer su procedencia ilícita.

En diciembre de 2008, los documentos reaparecieron. Unos desaprensivos se pusieron en contacto con el historiador César Vidal para vendérselos por 60.000 euros. Éste lo denunció a la Guardia Civil y así la policía se apoderó de ellos en una cita amañada en Valencia. En la trampa participó Jorge Fernández-Coppel, que fue el primer historiador que examinó los papeles en la cita. Para él estamos ante «el hallazgo más importante para la Historia del siglo XX en España». Pero desde entonces, nada se ha sabido de los legajos y las carpetas.

El senador Juan van Halen escribió en La Gaceta del 14 de junio de 2010, lo siguiente: «Según se supo, la maleta había sido robada en Valencia por segunda vez al final de la guerra. Un empresario en apuros trató de vender sin éxito su contenido y, alertada la Guardia Civil, el asunto fue a los tribunales y los papeles custodiados al Ministerio de Cultura, hasta que se resuelva el pleito por su posesión».

Fernández-Coppel ha destacado que el político republicano incluso dejaba constancia de las conversaciones telefónicas que mantenía con otros líderes de la época como Indalecio Prieto y Diego Martínez Barrios. Además, entre los documentos no sólo están las memorias originales del político republicano, sino también diversas series de anexos de gran importancia: las cartas que el cardenal Segura le dirigió; informes relativos al golpe de Estado de 1934; todos los discursos importantes de Alcalá Zamora; minutas de las conversaciones que se desarrollaron para configurar el llamado Pacto de San Sebastián; etcétera. En la parte correspondiente a los últimos cien días en que Alcalá Zamora desempeñó la jefatura del Estado, éste narra, día por día, no sólo los hechos, sino también las conversaciones que mantuvo con los personajes más relevantes de la política en ese momento. Obviamente, todas estas conversaciones no pudo reproducirlas Alcalá Zamora en las memorias reescritas que publicó antes de morir, por lo que se pueden encontrar importantes revelaciones hasta ahora inéditas.

También pueden resultar de gran interés las actas completas con los resultados de las elecciones de febrero de 1936. Hay que recordar que Alcalá Zamora defendía, es de suponer que basándose en estos datos, que en realidad el Frente Popular habría perdido estas elecciones, algo que quizá ahora se pueda comprobar.

¿Dónde están estos 1.248 documentos? Su autor y propietario legítimo vivió un intento de golpe de Estado de la izquierda: la sublevación de socialistas, comunistas, catalanistas y anarquistas contra el Gobierno legítimo en octubre de 1934. ¿Se desvelan casos de corrupción que tendrían como protagonista a Indalecio Prieto? ¿Qué se dice en esos pape-les sobre las elecciones de febrero de 1936, que dieron la victoria al Frente Popular? ¿Se esconden en ellos, como se ha dicho y dejó escrito el propio Alcalá-Zamora, pruebas sobre el pucherazo en aquellas elecciones?

Todo esto debe aclararse. ¿Siguen los papeles en el ministerio? ¿Bajo qué medidas de seguridad? ¿Quién ha tenido el privilegio de estudiarlos? ¿En qué estado se encuentra el procedimiento judicial para determinar su propiedad? Su depósito en el Ministerio de Cultura, según los más avisados, es algo así como colocar al lobo al cuidado de las gallinas. No es pre-visible que un Gobierno socialista, que ha convertido en mito la actuación de socialistas y comunistas durante la II República, consienta que salgan a la luz revelaciones comprometidas para sus mayores.

Los herederos de Alcalá Zamora solicitaron al director general del Libro, Archivos y Bibliotecas, Rogelio Blanco Martínez que les remitiese los documentos. Según ellos, Blanco Martínez ha decidido mantener ocultas las memorias y se ha amparado en la excusa de que su revelación completa podría crispar. Si el actual Gobierno socialista está destrozando el Valle de los Caídos, ¿Qué estará haciendo con los papeles de Alcalá-Zamora?


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