¡Tu carrito está actualmente vacío!
Puedes consultar la información de privacidad y tratamiento de datos aquí:
- POLÍTICA DE PROTECCIÓN DE DATOS
- SUS DATOS SON SEGUROS
J.M. Cepeda
El 18 de julio de 1936, en España, una parte del Ejército, la Falange, el Requeté y fuerzas de derechas (monárquicos, JAP, CEDA), se alzaron en armas contra el Gobierno republicano del Frente Popular.
En Sevilla el alzamiento lo acaudilló el general Queipo de Llano. De inmediato se ponen a sus órdenes un pequeño grupo de falangistas al mando del torero Pepe ” el Algabeño”, que piden a Queipo poder liberar de la cárcel a los falangistas presos. A Queipo no le hace ninguna gracia contar con la ayuda de los falangistas, pues había tenido un fuerte enfrentamiento a puñetazos con el propio José Antonio años antes, pero no le queda más remedio que aceptar su ayuda ante la escasez de hombres. Liberan al jefe provincial Joaquín Miranda y a otros 50 miembros de Fe de las JONS. El jefe territorial de la Falange Andaluza, Sancho Dávila, se había marchado de Sevilla a Madrid, en fechas anteriores .
Después de una encarnizada lucha, en los barrios periféricos de la capital andaluza, Sevilla quedó en poder del Ejército Nacional. Una vez controlada la situación en Sevilla el Ejército Queipo y el recién liberado Varela empiezan a mandar columnas a las localidades próximas a Sevilla.
Una de estas columnas se encamina a la localidad sevillana de La Campana. Es el 22 de agosto 1936, cuando una de las columnas se acerca a esa localidad.
Desde un mes antes, los milicianos frente populistas había procedido a detener y a ingresar en la pequeña prisión municipal a todos los derechistas y también a los falangistas. Todos los presos llevan casi un mes hacinados en un pequeño patio adosado al Ayuntamiento y en un piso alto del mismo. Cuando les llega a los milicianos la noticia de que una columna, formada por Guardias Civiles y falangistas, se acerca al pueblo, una conocida miliciana llamada Concepción Velarde Caraballo, apodada “La Caraballa”, provista de gasolina arengó a sus compañeros y les incito para que fuesen a exterminar a todos los fascistas presos. El grupo se dirigen de inmediato al Ayuntamiento y comenzando a disparar, de forma indiscriminada, contra los presos que se encontraban en el patio. El miedo y las prisas no les dejan rematar la faena y por lo que deciden rociarlos con gasolina para quemarlos vivos. Poco después los milicianos abandonaron el pueblo, llevándose como “escudos humanos” a mujeres y niños familiares de los presos.
La escena fue contemplada por el jefe local de Falange de La Campana, Antonio Leal Martín, desde un piso alto del Ayuntamiento donde estaba preso. Entre los presos estaban los hermanos del Jefe Local, Francisco, Sebastián, José y Manuel, testigos impotentes del horroroso crimen de los milicianos estaban cometiendo en el patio. No pueden ayudar a sus camaradas.
Cuando llegan a La Campana la columna nacional y toman el pueblo, todavía vivían algunos presos que estaban agonizando achicharrados. El espectáculo es dantesco, no pueden salvar a ninguno. Encuentran los cadáveres del juez municipal y de otros derechistas. También los cuerpos quemados de varios falangistas. Allí cayeron asesinados los siguientes militantes azules: Manuel Barcia Caballero (Carpintero), Daniel Caro Mateo (Chofer), Ignacio García de Vinuesa (Labrador), Juan Conejero Oviedo (Industrial), Pablo Ortolero Atoche (Labrador), Manuel Rodriguez Vargas (Labrador).