Crítica de libro: Los ingenieros de Franco, de Lino Camprubí

Los ingenieros de Franco.

Ciencia, catolicismo y Guerra
Fría en el Estado franquista.

de Lino Camprubí

Editorial Crítica. Barcelona,
2017. 317 págs.

Carmelo López-Arias

Lino
Camprubí, doctor en Historia y con un currículum académico forjado dentro y fuera
de España, es investigador en Berlín, en el Instituto Max Planck de Historia de
la Ciencia, y es además nieto del filósofo Gustavo Bueno (1924-2016). Hay dos
cualidades que comparte con su abuelo: la racionalidad en la aproximación a los
hechos, intentando desbrozar lo que nos dicen evitando prejuicios y
emocionalismos, y el valor personal e intelectual (infrecuente en el ámbito
académico, plagado de servidumbres) de proponer tesis y perspectivas que chocan
con el discurso dominante. Eso hace interesantes y valiosos los libros de Bueno
-aun si se discrepa de esas tesis y perspectivas- y eso convierte Los
ingenieros de Franco en un libro original, sugerente y ya imprescindible
en la bibliografía sobre la era de Franco, donde los temas se reiteran y
triunfa la pereza mental que impide abordar cuestiones nuevas.

Camprubí
ha escrito una historia política del régimen de Franco a través de la ciencia y
la tecnología, y no –se esfuerza en precisar– una historia de la ciencia y la
tecnología durante el régimen de Franco. El matiz es decisivo, porque el
protagonismo en estas páginas no se lo llevan los descubrimientos y
aplicaciones en sí mismos, sino sus creadores: los científicos e ingenieros
convertidos en actores políticos de primer nivel (en el sentido más prístino de
la palabra política), esto es, configurando el territorio, la orientación de la
economía, la organización social o la política exterior.

Por
supuesto, eso solo es posible partiendo de la premisa de que la ciencia y la
técnica, los investigadores y los ingenieros, tuvieron un peso propio ante las
estructuras del Estado, recibieron apoyo ministerial (conflictivo y disputado,
como es inherente a todo lo que exige partidas presupuestarias y/o afecta a
presupuestos ideológicos), gozaban de un nivel homologable al de otros países
-cuando no superior en el caso de algunas individualidades- y dieron riqueza e
impulso a la vida empresarial y prestigio al nombre de España fuera de ella.
Sorprende, por ejemplo, encontrarse a españoles dirigiendo comités técnicos
internacionales en la etapa más dura del boicot político internacional, e
incluso en Moscú en los años 50 al tiempo que Franco jugaba la baza de la
Guerra Fría para quebrar ese boicot.

Claramente
el autor no simpatiza con “el régimen”. Y, sin embargo, considera que
su libro “habrá cumplido con creces su objetivo si contribuye a sustituir
la idea simplista de que ‘bajo el franquismo no hubo ciencia’ por análisis
serios de la coevolución de la investigación científico-técnica y la
construcción del Estado. La pregunta no puede seguir siendo si hubo o no
ciencia en el franquismo, sino qué tipo de investigación se practicaba y cuál
fue su relación con otros aspectos de la historia del periodo”. Los
ingenieros y científicos “alcanzaron cotas de poder inimaginables bajo el
parlamentarismo… que les permitieron desarrollar (o tratar de desarrollar)
proyectos a escala nacional mediante el énfasis en la redención, la autarquía,
la soberanía y la autoridad”. Pero su papel no fue neutro, yuxtapuesto ni
concomitante a la dirección política de la nación: “Fueron actores
relevantes en la transformación del estado, de su territorio, en relación
estrecha con otros países. Así fue desarrollándose el régimen, tomando
forma”. No trabajaron “bajo” el franquismo ni “a
pesar” de él, sino que es el franquismo mismo el que no se entiende sin su
concurso.

Valía
la pena la extensión de la cita, porque da idea cabal de la importancia de este
libro. ¿Cómo demuestra Camprubí su tesis? Analiza a fondo casos concretos y momentos
muy específicos de esa influencia: la labor del CSIC, las repoblaciones y polos
de desarrollo, el laboratorio de Costillares, la estrategia del hormigón
pretensado, la política del agua (producción eléctrica y regadío) en la cuenca
del río Noguera Ribagorzana, la creación de las marismas de arroz del
Guadalquivir, los orígenes de Doñana, la exploración oceanográfica de Gibraltar
en el contexto de la Guerra Fría submarina, el plan nuclear como obsesión por
la autonomía energética, la investigación sobre los fosfatos en el Sáhara
español…

Existe
la tentación de leer, como sugiere el mismo Camprubí, solo el resumen de sus
tesis en el Prólogo y en el Epílogo (ambos muy interesantes) y prescindir de
esos capítulos intermedios monográficos. ¡Sería un gran error! ¡Todo el encanto
y personalidad del libro están en ellos! El autor enmarca muy bien la
trascendencia de cada expediente estudiado y a través de ellos vemos aparecer a
los personajes y calibramos su importancia política… aparte de que nos
permiten vivir, incluso con emoción, los hechos narrados y la
extraordinaria complejidad de las decisiones que había que tomar.

En
cuanto a los nombres más señalados que aparecen en Los ingenieros de
Franco, no hay sorpresas, pero su alta valoración para la historia de España
queda justificada: José María Albareda y José Ibáñez Martín, impulsores del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas; Juan Antonio Suanzes, al
frente del Instituto Nacional de Industria; Eduardo Torroja Miret, director del
Instituto Técnico de la Construcción y del Cemento; José María Otero Navascués,
responsable de la Junta de Energía Nuclear. Podríamos añadir más biografías que
pululan por la obra de Camprubí de personas (entre ellas, varios militares) que
hicieron cosas importantes que contribuyeron a construir España tal como
incluso sigue siendo hoy.

No
hay en el libro una valoración sobre si la impronta de todas estas personas y
proyectos fue buena o mala. Exclusivamente se constata que existió, y que eso
contribuyó a definir la España de 1936-1975 tanto o más que sus leyes
constitutivas. Tampoco encontramos un juicio global sobre el responsable último
de este impulso, Francisco Franco, aunque sí se describe su intervención cuando
procedió –es conocido que delegaba más de lo que quieren reconocer quienes le
caricaturizan como dictador–, así como la de otra figura relevante y
trascendental: el almirante Luis Carrero Blanco. Juzgue cada cual, en un
sentido u otro al concluir la lectura, con la satisfacción intelectual que deja
–eso sí– no haberse sentido manipulado por el autor.


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