Acierto Histórico de Franco, por Jaime Alonso

 
ACIERTO HISTÓRICO DE FRANCO  
 
 Jaime Alonso
 
   ¡Qué ingenuos! ¡Qué torpes! ¡Qué necios! ¡Qué ignorantes! ¡Qué malvados! Los que diseñaron, a la muerte de Franco, las autonomías, como fórmula descentralizadora de la administración pública española, buscando una mayor eficacia, proximidad con el administrado, eficiencia en los recursos o sensibilidad histórica son, con la fuerza de los hechos y el tiempo transcurrido, el paradigma de alguno de esos cinco epítetos, sino de todos. Ellos sentaron las bases, conscientes o no, de la destrucción de la Nación más antigua de Europa, la Española, base y estandarte de la civilización europea, que hoy soportamos entre perplejos y confundidos, sin adivinar las raíces profundas que lo sustentan y las razones que impulsaron ese “proyecto suicida” mal llamado “transición política de la dictadura a la democracia”.  
 
   Los tintes empleados para enmascarar la realidad, aparecen, cada día, con mayor nitidez y crudeza. Desde aquel ditirambo de la transición, sólo iniciado por sus deudos y enemigos una vez fallecido: “Franco era el problema”, auspiciado desde el poder intencionada e interesadamente por todas las trompetas del Jericó mediático, político, económico, social e histórico, pronto pasaremos, y en sólo cuarenta años, al: “Franco fue, es y será la solución a todos los problemas que se planteen en épocas convulsas y falsarias de la democracia”. De ahí viene el odio iconoclasta hacía su figura y memoria por todo el arco constitucional que pronto saltará por los aires con la llegada de la nueva/vieja coalición, ahora llamada, sin mucho ingenio retrospectivo, de “unidad popular”, conjunción perversa de la izquierda radical y separatistas en busca de excluir del poder toda idea contraria a sus designios, controlar y pudrir todas las instituciones y usurpar, en su provecho, todo el proyecto totalizador y degradante que sus ideas comportan, sobradamente experimentadas desde el siglo XIX hasta mediados del XX.  
 
   Francisco Franco avanzado en su tiempo, analista de la historia, con la sabiduría necesaria que reportan los conocimientos teóricos y técnicos de los asuntos y la inteligente prudencia que dispone la aplicación de los conocimientos adquiridos al servicio del bien común y los intereses de su nación, supo, tanto en la guerra como en la paz, salvaguardar lo necesario para que la dignidad humana, el progreso, la justicia y la libertad volvieran a ser atributos reales, no meramente formales. Su inteligencia, honestidad, prudencia, valentía, carisma y dotes de mando le hicieron sortear todas las enormes dificultades que tuvo, tanto en el interior del régimen, como en el exterior de las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial.  
 
   El desconocimiento básico de la historia o la manipulación interesada de la misma impide a la sociedad actual enfocar correctamente los problemas y buscar anticipadamente la solución. El hecho primigenio, insoslayable y fundacional deviene de que aquí, en España, hace setenta y nueve años, “Hubo una Guerra Civil”, a partir de la cual y en función de ella todo fue distinto a como había sido hasta entonces. Sin necesidad de elucubrar, somos, en lo bueno y en lo que alguno considere malo, herederos de ese proceso y del régimen surgido el 18 de Julio hasta la muerte del Fundador en 1975. También lo somos, de igual modo, de la transición política habida y fomentada por sus herederos, acertada o equivocadamente. Hoy quiero señalar dos esenciales aciertos de Franco, de enorme calado y tensión en la actualidad, causa nuevamente de nuestros males y por idénticos defectos de los existentes en la segunda República, aunque las circunstancias de tiempo y lugar las hagan diferentes.  
 
   Franco tuvo que enfrentarse al separatismo que había crecido como la yedra en el edificio patrio, alimentada por el odio, el etnicismo y la corrupción de unos, y la inhibición, tolerancia y cobardía de los otros. Nacido como flor de cloaca, con la descomposición de España, ocasionó en todo el siglo XIX permanentes enfrentamientos civiles, guerras cantonales y dinásticas, sembrando de discordia y odios el suelo patrio, contribuyendo de manera determinante en el advenimiento e inviabilidad de la I y II Republica y posterior guerra civil. Hasta tal punto que Ortega y Gasset no sabiendo como enfrentar políticamente el problema al considerarlo irresoluble, propuso el que “había que sobrellevarlo” de igual modo al padre traicionado que prefiere preservar el vínculo histórico, consanguíneo o afectivo del pasado a expulsar al hijo ingrato de la casa común. Ramiro de Maeztu sostuvo en ese momento histórico que: “España es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa, y se ve a la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en el árbol. Pero la yedra no se puede sostener sobre si misma”.  
 
   Franco revirtió radicalmente el signo de los tiempos. Sin quitar un ápice de la singularidad cultural que aportaron en la historia las distintas regiones hispanas como plural mosaico de unidad, convivencia y grandeza; impidió, desde la raíz, la manipulación política que transforma los hechos diferenciadores en antagónicos; que la lengua vernácula y materna fuera excluyente de la obligatoria y común de todos los españoles; la recreación de una historia distinta, parcial e inventada, que se enfrentara a la historia común, veraz y contrastada; la creación y mantenimiento de una administración paralela, fagocitadora de los recursos generales, sin control y abusiva en competencias y funciones. El Estado era unitario y la enseñanza única, publica y respetuosa con las iniciativas paternas, en todo el territorio español. La descentralización administrativa no admitía la dispersión, duplicidad o enfrentamientos. La unidad reprochaba la uniformidad impuesta, siendo pluralidad enriquecedora.  
 
   Y aquello funcionó y Cataluña y Vascongadas fueron el motor del desarrollo industrial español y de una mayor riqueza “per cápita”. Y se enseñaba la ciencia del saber y la del ser, a conocerse y a respetar tanto a las personas en sus ideas como a los símbolos y lo que representan. Era impensable que se pudiera pitar en un estadio, delante del Jefe del Estado, en la disputa de la Copa que lleva su nombre, durante todo el tiempo que duraron las estrofas del himno de nuestra nación. Y que no pasara nada, que la Federación Española de Futbol no lo previniera, el arbitro no lo reflejara en el acta, el Jefe del Estado/chofer lo aguantara impertérrito y que el Jefe del Gobierno siga pensando en tomar, no se sabe bien que, medidas. Lo único que pasó es que a la ofensa consentida a todos los españoles, se añada la justificación de preguntarse el… ¿por qué? de una mega estrella de ese deporte, después de llevar 14 años defendiendo los colores de la selección española muy bien remunerado y de ser poseedor del premio Príncipe de Asturias de la concordia, al que pitaban. ¿Por qué no lo devuelve y de paso todo lo que ganó mientras sonaba ese himno? La sabiduría, sostenía Albert Einstein, “no es un producto de la educación sino de toda una vida por adquirirla”. Levi-Strauss al que no pudo leer el genio del balón en las concentraciones, podría responder al necio “El hombre sabio no da las respuestas correctas, propone las preguntas adecuadas“.  
 
   El otro superior acierto de Franco fue preservar a España, mientras se reconstruía y ejerció su mandato, de la vieja partitocracia que desde la Guerra de la Independencia fue la causa de nuestra imparable decadencia, ruina económica, desvertebración política, corrupción institucional y mayoritarias masas obreras y campesinas de analfabetismo y exclusión social. En ese siglo XIX todas las formas de gobierno, todos los sistemas parlamentarios fueron ensayados con idéntico resultado. Gobiernos conservadores seguían a gobiernos liberales; gobiernos de izquierda, siempre mal llamados, progresistas, sucedían a gobiernos de derechas; pronunciamientos militares de uno u otro signo; una primera restauración (1874) borbónica, la de Alfonso XII Y XIII, sin contar las de Fernando VII; dos republicas, la primera federal, luego cantonal para terminar en tres guerras civiles simultaneas (Cuba, Carlista y Cantonal), con la destrucción de vidas y hacienda que ello comporta; la segunda proclamada “de trabajadores de todas clases”, ni siquiera aprovechó el mejor año climático del siglo (1932) para aliviar la pobreza del campesinado, compensado, eso sí, con frívolas e ineficaces expropiaciones, importaciones de trigo fraudulentas y demagogia al uso para consumo electoral de masas. Desde 1812 hasta 1931, ocho constituciones distintas pretendieron encajar el traje político en el cuerpo social de España, con escasa fortuna, por su ajenidad a la idiosincrasia patria, el escaso respeto en su cumplimiento por quienes las promulgaron, la corrupción que generaban las castas gobernantes y el nulo propósito de orientar la política a la consecución del bien común, en lugar de dirigirla al clientelismo, militancia, afines y votantes.   También en esto Franco acertó retrasando la implantación subsidiada de la vieja política liberal triunfadora en la II Guerra Mundial. Nadie desconocía que el sistema de democracia orgánica implantado no iba a ser homologado a su fallecimiento y al no existir un partido único, la transición se suscribía a sus previsiones sucesorias y a un pueblo desarrollado, reconciliado con su pasado, estable por su clase media e integrado en su entorno geopolítico europeo. Gracias a esa previsión han tenido que pasar otros cuarenta años desde su fallecimiento para que los viejos demonios familiares vuelvan a aparecer en toda su extensión y crudeza. Nada nos asusta porque en nada somos responsables de la actual situación de España, por mas que, como el centinela que en la oscuridad de la noche avisa de la proximidad del enemigo de la civilización cristiana y de España, sin que nadie vire el rumbo u ordene parar el baile y acabar la fiesta, mientras nos hundimos.  
 
   Solo aspiramos a que no vuelvan a hacerse presentes las palabras de D. Manuel Ruiz Zorrilla, dirigidas a sus compatriotas parlamentarios al advenimiento de la primera República: “Protesto y protestaré, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido al Congreso como monárquicos constitucionales se creen autorizados a tomar una determinación que de la noche a la mañana pueda hacer pasar a la nación de monárquica a republicana”. Tampoco que se cumpla el dictad del mejor orador y menos coherente diputado D. Emilio Castelar: “Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria”.
 

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