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LFU
Me dirijo a ti, que has
nacido en el siglo XXI y tienes un legítimo interés y una obligación
moral en conocer la historia reciente de España al margen de las manipulaciones
que la dictadura del “pensamiento único” y de lo políticamente correcto vienen
realizando en libros de texto y medios de comunicación escritos y
audiovisuales. Lejos de mi intención pretender que tomes estas líneas
como la verdad absoluta. Tan sólo pretendo ofrecerte un punto de vista distinto
y distante del que estás acostumbrado a recibir cada día, con el objeto de que
procedas a contrastarlo para acercarte un poco más a la verdad.
Decía Albert Camus que
el mayor enemigo de la libertad es la mentira, tras la cual se anuncia la
tiranía, y el tiempo que vivimos, en el que gozamos de amplias libertades
formales, está presidido en cambio por una terrible forma de esclavitud marcada
por la manipulación, la mentira descarada y lo que es peor, por el intento de
algunos de imponer por ley una determinada visión de la historia, a gusto de
una mayoría.
Es propio de gobernantes
mediocres denigrar a sus predecesores, tanto más cuanto más ilustres y
benéficos han sido. Ya en la Roma antigua, era frecuente que los que accedían
al poder dictasen una “Damnatio memoriae” ordenando borrar toda huella
de sus predecesores. Esta es la razón por la que muchas estatuas clásicas han
llegado decapitadas a nuestros días, pues la cabeza era intercambiable en
función de quien gobernase en cada momento. Pues bien, algo parecido sucede con
lo que algunos historiadores llaman “la era de Franco”, que abarca 40 años de
nuestra historia reciente, protagonizada por vuestros abuelos y bisabuelos y
sin la cual no se explican muchas de las cosas que nos rodean y que algunos
están empeñados en borrar de un plumazo de nuestra conciencia colectiva.
Para ello, trataré de
desmontar en breves líneas, algunos de los mitos que se han venido fabricando
durante décadas por los medios de comunicación y la historiografía de
izquierdas infiltrada en las editoriales de enseñanza.
La II República, una frustración colectiva
dinamitada por la izquierda.-
En el primer tercio del
siglo XX, España vivía aún bajo la influencia del pesimismo nacido a raíz de la
humillante pérdida de nuestras últimas colonias, Cuba y Filipinas en 1898, en
las que la clase política española hizo gala de una colosal indignidad
abandonando a su suerte a los soldados que allí luchaban por España. Dicho
pesimismo, unido al hartazgo del sistema parlamentario arrastrado desde la
restauración constituyó, el mejor caldo de cultivo para los movimientos obreros
fundamentalmente de carácter anarquista y socialista, que incrementaron
exponencialmente la conflictividad en las empresas y en la calle. A esta
situación se unió la mala gestión de la guerra de Marruecos y el elevado número
de víctimas entre soldados de remplazo, sólo paliada en parte por la creación
del Tercio de Extranjeros como primera unidad profesional de primera línea a
partir del año 1920. El deterioro de la situación en Marruecos fue minando la
credibilidad del sistema y de la Corona, provocando el golpe de estado de Primo
de Rivera en el año 1923 que puso fin a la guerra de Marruecos con una
operación conjunta hispano-francesa en la Bahía de Alhucemas.
La Dictadura de Primo de
Rivera supuso un fuerte impulso para la modernización de España, sobre todo en
infraestructuras y en el municipalismo con la aprobación del Estatuto municipal
en 1924 que supuso una revolución en cuanto a la autonomía financiera de los
municipios. Consiguió la paz social, atrayendo a los socialistas y declaró la
guerra al caciquismo, logró pacificar el protectorado marroquí.
Sin embargo, Primo de
Rivera fue paulatinamente perdiendo apoyos de propios y extraños, por lo que el
rey Alfonso XIII, que había sido su principal valedor, le dejó caer en 1930
tras no apoyar una reforma constitucional impulsada por el General. Este
sería el principio del fin de una corona que se había instalado en al
descrédito más absoluto, cuya agonía duraría un año más, con una serie de
gobiernos incompetentes que abrieron paso a la II República.
Fueron unas elecciones
municipales las que trajeron la II República. Aunque el escrutinio arrojó una
derrota de los partidos republicanos en el conjunto de la nación, las grandes
ciudades votaron mayoritariamente a los partidos republicanos, lo que unido a
la adecuada planificación y explotación del éxito por parte de éstos,
previamente reunidos en el Pacto de San Sebastián, provocó la caída de la
Monarquía y la proclamación de la República.
El 14 de abril fue un
día de alegría colectiva. Se recibió a la República como símbolo de modernidad
y de esperanza, pero esa alegría duraría un mes escaso, pues ya en el mes de
mayo de 1931, la masiva quema de conventos e Iglesias en gran parte de España
ante la pasividad de la fuerza pública y de las autoridades, dio al traste con
cualquier ilusión colectiva, al constatarse que la izquierda había decidido
instaurar un régimen sectario hecho a su medida. Los ataques a la religión –que
tuvieron su máxima expresión en la expulsión de la Compañía de Jesús en el año
1932 y la incautación de sus centros de enseñanza- la aprobación de una
Constitución laicista de inspiración claramente masónica en la que se declara
que España es “una República de trabajadores de toda clase, que se organizan en
régimen de Libertad y de Justicia” y la sustitución de la bandera rojigualda
por la bandera tricolor -roja, amarilla y morada (reputando morado el pendón de
Castilla en un error histórico)- expulsaron de hecho a una buena parte de los
españoles del sentimiento republicano.
El golpe de Estado revolucionario de octubre de 1934
La evolución tumultuaria
y anticlerical de la república provocó una situación inédita en las elecciones
generales de 1933, en las que, en parte gracias al voto de las mujeres
-recientemente reconocido pese a la severa oposición de la izquierda- la derecha
ganó las elecciones, aunque no se atrevió a formar gobierno, por lo que el
Presidente de la República, el centrista Alcalá Zamora, encargó formar gobierno
al partido radical de Alejandro Lerroux, con el apoyo parlamentario de la CEDA
que había ganado las elecciones. La izquierda había configurado la República de
forma sectaria y jacobina, de tal forma que sólo pudiese ser gobernada
por las fuerzas de la izquierda, con exclusión de la derecha a la que
consideraban antirrepublicana.
Por eso, cuando en
octubre de 1934, la CEDA le retira su confianza al gobierno centrista de los
radicales de Lerroux y exige participación, incluyendo a tres ministros en el
Gabinete, la izquierda, con importantes dirigentes del PSOE y la UGT, como
Largo Caballero o Indalecio Prieto y con el apoyo de los anarquistas
(Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Anarquista Ibérica, y el
Partido Comunista de España), decide dar un golpe de Estado. Aunque los
principales focos de la rebelión se produjeron en Cataluña (donde Companys,
Presidente de la Generalidad proclamó el Estado catalán) y en Asturias, donde
tuvieron lugar los sucesos más graves, finalmente, la decidida actuación del
gobierno, que no dudó en emplear el ejército y fundamentalmente a la Legión,
consiguió sofocar una rebelión que dejó entre 2.000 y 3.000 muertos y que
constituyó el germen y antecedente de la futura guerra civil.
Las Elecciones de Febrero de 1936 y el
Frente Popular
Sofocada la rebelión y
procesados y condenados sus principales cabecillas, la izquierda no dudó en
utilizar todo su aparato propagandístico para magnificar la “represión” de las
fuerzas militares sobre los elementos revolucionarios, provocando un clima de crispación
y violencia en toda España que culminó con la disolución de las cámaras y la
convocatoria de unas nuevas elecciones generales en febrero de 1936, en la que
la izquierda, coaligada en torno al denominado Frente Popular obtuvo una
victoria más que discutible sobre la derecha, dada la falsificación de gran
parte de las actas –muy
recientemente acreditada por un estudio riguroso y objetivo sobre el escrutinio–
y el clima de coacción y violencia que la izquierda impuso en gran parte del
territorio nacional. El gobierno del Frente Popular no dudó el pisotear
el estado de derecho, al liberar de las cárceles a los condenados por la
revolución de octubre, prohibir partidos de la oposición y detener a sus
líderes (como sucedió con Falange Española, acto que sería revocado finalmente
por el Tribunal de Garantías Constitucionales en plena contienda) y sustituir
de forma ilegal al Presidente de la República Alcalá Zamora, por el líder de
Izquierda Republicana, Manuel Azaña, que de esta manera accedió a la
Presidencia en una maniobra ciertamente ilegal. A partir de ese momento,
un clima revolucionario se apoderaría de todo el país, con persecuciones y
cierres arbitrarios de diarios y partidos políticos.
Hay que reconocer que el
líder socialista Francisco Largo Caballero (que hoy tiene una estatua en Madrid
y su nombre adorna las calles en las principales ciudades de España), no
escondía que la intención del PSOE era ir a la Guerra Civil e imponer una
tiranía de corte soviético como en la URSS:
“Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con
nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser
doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos
que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas
por decirlas, que nosotros lo realizamos”.
“La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la
democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no
ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la revolución”.
“La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente
papeletas en las urnas… estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se
implante en el país nuestra democracia”.
“Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues
antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”.
“Se dirá: ¡Ah esa es la dictadura del proletariado! Pero ¿es que vivimos en
una democracia? Pues ¿qué hay hoy, más que una dictadura de burgueses? Se nos
ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el
régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social.
¿Cómo? (Una voz en el público: ‘Como en Rusia’). No nos asusta eso. Vamos,
repito, hacia la revolución social… mucho dudo que se pueda conseguir el
triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo
por la violencia… nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de
la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran
ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en
la realidad. Hay una guerra civil… No nos ceguemos camaradas. Lo que pasa es
que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o
desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las urnas… Más no
olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más
energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿Excitación al motín? No,
simplemente decirle a la clase obrera que debe prepararse… Tenemos que
luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no
la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la
Revolución Socialista”.
La subida al poder del
Frente Popular supuso la quiebra definitiva del estado de derecho en la
República. Se decretó la amnistía de los condenados por el golpe de 1934, en su
mayor parte, socialistas y separatistas catalanes, y una ola desbordada de
violencia y la intimidación por parte de grupos radicales de izquierda se
apoderó de las calles, provocando al poco tiempo la respuesta de grupos de
derechas y falangistas creando un clima guerra-civilista de enfrentamientos y
asesinatos de corte político todas las semanas. Las autoridades se vieron
desbordadas por los grupos anarquistas y comunistas y se produjeron
incautaciones de fincas y asaltos y saqueos a Iglesias y monasterios y otras
propiedades privadas. La situación de excepcionalidad la dibujaron certeramente
José María Gil Robles, líder del CEDA (Confederación Española de derechas
Autónomas) y José Calvo Sotelo (Renovación Española) en el Congreso de los
Diputados en la sesión plenaria de 16 de junio de 1936, cuya lectura del Diario
de Sesiones recomiendo vivamente para pulsar el ambiente que se respiraba en las
Cortes:
Intervención de José María Gil Robles
(CEDA):
«Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta,
con total ineficacia. Aunque os sea molesto, Sres. Diputados, no tengo más
remedio que leer unos datos estadísticos. No voy a entrar en el detalle, no voy
a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad del panorama
de la subversión de España, porque, por completa que sea la información, es muy
difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anárquicos que llegan a los
más lejanos rincones del territorio nacional.
Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, inclusive, un resumen numérico
arroja los siguientes datos:
Iglesias totalmente
destruidas, 160.
Asaltos de templos,
incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251.
Muertos, 269.
Heridos de diferente
gravedad, 1.287.
Agresiones personales
frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215.
Atracos consumados, 138,
Tentativas de atraco,
23.
Centros particulares y
políticos destruidos, 69.
Ídem asaltados, 312.
Huelgas generales, 113.
Huelgas parciales, 228.
Periódicos totalmente
destruidos, 10.
Asaltos a periódicos,
intentos de asalto y destrozos, 33.
Bombas y petardos
explotados, 146.
Recogidas sin explotar,
78 (Rumores).
Intervención de José Calvo Sotelo:
«España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles
describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como
expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias
de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las
manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa,
esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa…
“Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han
provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que
carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es
decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples
claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces
producidos en España entera.
“… España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados
republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de
la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y
allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y
a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse
equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde
os lleva a todos el Frente Popular. (Rumores.)
Pero tu ley de la
turbamulta es la ley de la minoría disfrazada con el ademán soez, y vociferante
y eso es lo que está imperando ahora en España; toda la vida española en estas
últimas semanas es un pugilato constante entre la horda y el individuo, entre
la cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes
espirituales, entre la avalancha hostil del número y el impulso selecto de la
personificación jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad,
el trabajo, el mando; lo que fuere; la horda contra el individuo.
“Y la horda triunfa
porque el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no quiere rebelarse contra
ella, y la horda no hace nunca la Historia, Sr. Casares Quiroga; la Historia es
obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y SS. SS. son
víctimas de la horda; por eso SS. SS. no pueden imprimir en España un sello
autoritario. (Rumores.)
“Y el más
lamentable de los choques (sin aludir ahora al habido entre la turba y el
principio espiritual religioso) se ha producido entre la turba y el principio
de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. Vaya por delante un
concepto en mí arraigado: el de la convicción de que España necesita un
Ejército fuerte, por muchos motivos que no voy a desmenuzar… (Un Sr.
Diputado: Para destrozar al pueblo, como hacíais.)
“… Sobre el caso
me agradaría hacer un levísimo comentario. Cuando se habla por ahí del peligro
de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo —y no me
negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que exista
actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas
individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a
sublevarse en favor de la Monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera,
sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores), aunque considero que
también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera
dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía…”
(Grandes protestas y contraprotestas.)
Tras esta intervención, el Presidente del
Consejo de Ministros, Sr. Casares Quiroga advirtió a Calvo Sotelo que le
haría responsable de cualquier cosa que pudiera pasar en España, a lo que
éste replicó con un bellísimo párrafo que sería el último que pronunciaría en
el parlamento antes de ser asesinado:
«Yo tengo, Sr. Casares
Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de
reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi
vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la
nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la
amenaza de S. S. Me ha convertido S. S. en sujeto, y por tanto no sólo activo,
sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos.
Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con
gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de
actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi
patria (Exclamaciones.) y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no
faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey
castellano: “Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis.” Y
es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. (Rumores.) Pero a mi vez
invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente,
si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es hombre
de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que
dice, por lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y
yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida S. S. sus responsabilidades, repase
la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y
sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima
en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly.
Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización
milenaria. Su señoría no será Kerensky, porque no es inconsciente, tiene plena
conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que
S. S. no pueda equipararse jamás a Karoly. (Aplausos.)»
Finalizada ésta intervención, la diputada
comunista Dolores Ibarruri, más conocida como “Pasionaria”, cuyo nombre
aparece hoy en día en muchas calles de España, le gritó: “Este ha sido tu
último discurso”.
Asesinato de Calvo Sotelo y alzamiento cívico militar del 18 de julio
Y la amenaza se cumplió, pues en la
madrugada del 13 de julio un grupo de oficiales y guardias de asalto –en su
mayor parte de la escolta del Ministro socialista Indalecio Prieto- se presentó
en su casa en un coche del Gobierno. Antes habían ido a por Gil Robles, pero
este se encontraba de viaje, así que decidieron ir a por su segundo
objetivo. Calvo Sotelo fue obligado a acompañarles. Antes se despidió de
su mujer, sospechando lo que le esperaba. A la mañana siguiente, su cuerpo
aparecería en el Cementerio de la Almudena (entonces “Cementerio del Este”) con
dos tiros en la nuca que le habían disparado nada más salir de su casa desde el
asiento trasero de la furgoneta de la Guardia de Asalto.
Este crimen fue la gota que colmó el vaso y que precipitó la decisión de
buena parte del ejército y de la sociedad civil no frentepopulista, de alzarse
contra el estado revolucionario en que el Frente Popular había convertido la
IIª República Española, un alzamiento que comenzaría en Ceuta y Melilla el 17
de julio y se extendería a toda España el 18 de julio de 1936. El fracaso de
dicho alzamiento en las principales ciudades de España, provocaría una
sangrienta guerra civil que duró tres años y cuyo análisis merece un capítulo
aparte.
En definitiva, el 18 de julio de 1936 no se produjo ningún golpe militar
“fascista”. En primer lugar, porque no fue exclusivamente militar sino cívico
militar. En segundo lugar, porque el fascismo no tenía fuerza alguna en España
y finalmente porque el alzamiento fue apoyado por todas las fuerzas
monárquicas, tradicionalistas, la derecha parlamentaria, el centro (Lerroux) y
la Falange (todos ellos llamados “fascistas” por la izquierda), que si
inicialmente tuvo una influencia del fascismo, pronto la abandonó quedando tan
sólo la influencia estética de dicho movimiento europeo.
Esta es la verdad, sin ambages, ni
adornos. Muy resumida, pero todo lo que aquí he escrito es verdad. Pero esto no
es, querido joven, lo que habrás leído en los textos de historia que has
manejado hasta ahora, que están pasados por el tamiz del pensamiento único
dictado por la izquierda, que ha reescrito la historia convirtiendo la II
República en un paraíso democrático y el alzamiento del 18 de julio en una
asonada golpista para acabar con la democracia urdida por Francisco Franco,
precisamente, el ultimo general en unirse a la sublevación al comprobar, tras
el asesinato vil de Calvo Sotelo por fuerzas gubernamentales, que no era
posible la paz. Pero la mentira tiene las patas muy cortas y al final,
dentro de no mucho tiempo, la verdad triunfará.
19-01-1936
en un acto electoral en Alicante, y recogido en El Liberal, de Bilbao,
20-01-1936.
Mitin en
Linares el 20-01-1936
10-02-1936,
en el Cinema Europa.
El
Socialista, 09-11-1933.
https://www.uv.es/ivorra/Historia/SXX/Actas2.html
por