Con el alma maltrecha y dolorida

 
 
José Utrera Molina
 
 
   El otro día leí en las páginas de ABC, diario que asiduamente leo, un gran artículo de Jaime González titulado “El claudicante”. Hace una oportuna referencia a las palabras que escribió en su día el poeta Neruda que decían lo siguiente: “Mirad mi casa muerta, mirad España rota…”. Estas frases traen a mi memoria el recuerdo de algo que el tiempo no ha podido borrar de mi corazón. Tenía yo ocho años y contemplé a mi abuelo que era un hombre alto, fuerte y con un vigor extraordinario, doblado ante un aparato Telefunken que transmitían las noticas del recién proclamado estado catalán. Mi abuelo lloraba. Le pregunté sorprendido qué ocurría para que él manifestara en sus sollozos su desazón y su dolor. Me contestó: “Tu no lo comprendes, pero España se está rompiendo y yo estoy muy triste”.
 
   Cito estas palabras y esta anécdota porque fueron el inicio de mi sentimiento patriótico. Me preguntaba entonces, cómo un hombre tan recio podía llorar y comprendí que su llanto debía estar motivado por  una causa grande.
 
   Quién nos iba a decir a tantos españoles que íbamos a contemplar de nuevo una circunstancia tan desastrosa en el orden histórico y tan perversa en el orden moral;  que transcurridos nada menos que setenta y nueve años, España iba a volver a sufrir con tanta alevosía, con tanta desvergüenza, con tanto rencor y con tanta malicia un atentado contra su ser esencial y su unidad irrevocable.
 
   No voy a entrar a referir aquí todo lo que Cataluña ha sido para España. Las épocas más gloriosas de nuestro acontecer histórico han estado llenas de la entusiasta y a veces incluso delirante colaboración de Cataluña. Yo he vivido muchos de sus latidos y he entonado muchas de sus canciones y sobre todo, he conocido y respirado en su aire la atmósfera distinta y maravillosa que representaba el más sólido pilar de la Nación Española. Me duele ahora, después de tantos años, la criminal actitud de los actuales gobernantes catalanes, que posiblemente no podrán recordar a tantas gentes como yo personalmente conocí, que con sus raíces catalanas habían defendido hasta la muerte el sentido de España, habían nutrido con numerosos efectivos la gloriosa División Azul y habían mantenido un clamor de lealtad cuando existían por entonces algunos silencios precursores de una dolorosa negación.
 
   Hoy es para mí un día de luto, un día triste, sobre todo al no escuchar la palabra justa que defina una actitud firme de gobierno frente a este dislate separatista. Me duele, me sobresalta este silencio gubernamental que no llego a comprender y que me produce sorpresa, indignación y estupor. A mi juicio es el gobierno de la nación el que tiene una irrevocable obligación de salir al paso de tanta inadmisible bravuconería, que tiene justicia y resortes suficientes para mantener la energía intocable de la independencia nacional.
 
   Día tras día verbalmente se atacan los cimientos de nuestra Constitución, se provoca el ánimo no sólo de los catalanes sino con sentido contrario el de muchísimos españoles. Se juega a una increíble división, se alistan en la tribu de los que desconocen por completo el valor histórico y español de los catalanes. ¿Cuánto va a durar esta situación? ¿Cuánto tiempo va a soportar el gobierno tan sucesivas agresiones? Yo creo que la mayoría de los españoles somos contrarios a ese disparate promovido por la ambición y el descaro personalista de unos profesionales de la política que carecen de valor y de dignidad.
 
   Desde la contemplación de mis muchos años le pido a Dios que ayude a Cataluña, que no está representada por sus actuales dirigentes sino por la voz de la historia que reclamará algún día el precio de la fractura que se pretende consumar. Escribo esto sin rencor y sin furia, pero declaro que me gustaría agotar mi senectud ya avanzada con mis ojos cerrados para siempre, sin contemplar el espectáculo vergonzoso de una clamorosa traición. España debe permanecer unida y en Paz y debe librar su futuro de falsos encantamientos, de miserables oportunismos y de equivocaciones tan solemnes como históricamente impropias.  
 
 
 
 
 
 Publicado el jueves 31 de enero de 2013 en el diario ABC

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