De Julio Beobide, historia de un escultor nacionalista vasco

 
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   De entre todas las obras de arte escultóricas que forman parte del conjunto monumental del Valle de los Caídos, existe una, el Cristo del Altar Mayor, obra del escultor nacionalista vasco Julio Beobide Goiburu. La historia de esta escultura, poco difundida, merece la pena ser conocida.     
 
   Julio Beobide nació un 19 de diciembre de 1891 en Zumaya, en la costa guipuzcoana. El joven Beobide creció inmerso en un ambiente artístico y creativo, ya que sus tres hermanos gozaban de marcadas aptitudes artísticas, de hecho el hermano mayor, José María fue un organista y compositor de renombre.     
 
   A los trece años de edad y mientras cursaba su primer año como interno en la escuela de oficios de los PP. Salesianos de Baracaldo, se recibió en esta escuela la visita del afamado escultor Asorey, quien se puso al frente de la sección de escultura de la escuela.      
 
   El niño Beobide comienza en esta época a acudir tímidamente y casi a hurtadillas a las clases del escultor, fascinado por la facilidad del pontevedrés para el modelado en barro. Pronto se convierte en el alumno más aventajado de la escuela.  
 
   En 1915 marcha a Valencia a conocer los museos y esculturas de la ciudad. Defraudado retorna a su Zumaya natal a los pocos meses, donde seguiría desarrollando sus aptitudes artísticas y consolidando firmemente un carácter abiertamente declarado como nacionalista vasco.     
 
   En 1919 auxiliado por su gran amigo, el pintor Ignacio Zuloaga consigue una beca de la Diputación de Guipúzcoa para estudiar en Madrid, en la afamada Escuela de Bellas Artes de San Fernando, reservada para tan sólo unos pocos escogidos. Coincide en la Academia con los también escultores Pérez Comendador, Adsuara, Valverde, Uranga y otros. Asiste a clase de modelado del escultor Miguel Blay y estudia y profundiza en la obra de Berruguete, Mena y otros grandes imagineros.  
 
   En 1923 vuelve definitivamente a Zumaya donde instaló su estudio al que llamó “Kresala”, (“brisa salada” en euskera), en un terreno regalado por el párroco de Zumaya y tío carnal, Manuel Beobide. Durante los años siguientes se consolida definitivamente la amistad entre Beobide e Ignacio Zuloaga.     
 
   A Zuloaga precisamente se debe, de modo involuntario, la elección del Cristo de Beobide para el Altar Mayor de la Basílica del Valle de los Caídos. Concretamente fue en una fiesta que Zuloaga ofreció, en Zumaya en el verano de 1940, a su círculo íntimo de amistades entre los que se encontraba invitado el General Franco. Ese día Franco descubre en la capilla de la residencia de Zuloaga una impresionante talla de un Cristo crucificado.   Franco deslumbrado por la belleza de la obra (que Zuloaga se había encargado de policromar), preguntó al pintor por la autoría de la escultura.  Zuloaga, no sin reparos, confirmó a Franco que se trataba de la obra de un escultor nacionalista vasco.   
 
   Franco, sin importarle ni un ápice las afinidades políticas del artista, encarga a Zuloaga gestione ante el autor la adquisición de la obra, o en su defecto, el encargo de una nueva talla para el Altar del Valle de los Caídos, cuyas obras tan solo habían comenzado unos meses antes. Franco reconoce que quiere que el Cristo sea “el símbolo de la conciliación”. 
 
   Ignacio Zuloaga decide engañar a su amigo Beobide y decirle que tenía que tallar otro Cristo idéntico al de la capilla de los Zuloaga para un “cliente americano”, en el erróneo convencimiento de que Beobide rechazaría el encargo de saber la identidad del verdadero “cliente”.  
 
   Beobide, ya enterado del destino final de la nueva obra, lejos de poner objeción alguna al mismo, realizó una impresionante talla de Cristo, cuyo rostro exento de gesto de dolor alguno, se ofrece totalmente descubierto, resplandeciente de Paz y serenidad. El encargo quedó finalmente dispuesto en Abril de 1941.  
 
   Tan sólo un par de meses más tarde, y por orden expresa del propio Franco, Fernando Fuertes de Villavicencio en calidad de Intendente de la Casa Civil de Franco, giró al escultor Beobide un talón bancario del Banco Hispano Americano, contra cuenta bancaria de la propia Casa Civil, y por un importe de 20.000 pesetas para satisfacer el importe pactado con el escultor por la imagen. En la misma misiva se solicita acuse de recibo inmediato.    
 
   El tema del madero de la Cruz da para otro capítulo. Mucho se ha contado sobre esta Cruz y el madero que lo conforma. Lo verdadero del asunto es que el madero de la Cruz no es, como se ha pensado siempre, un enebro. Se trata realmente de una Sabina de Riofrío, especie casi exactamente idéntica al enebro.   
 
   También es un error comúnmente creído que fue el propio Franco quien cortó el árbol en los pinares de Valsaín, pero sí parece cierto que fue quien eligió personalmente el ejemplar y presenció su tala.
 
   La talla del Cristo ya con su Cruz, permaneció más de 15 años en la Capilla del Palacio del Pardo, esperando pacientemente que las obras de la Basílica del Valle de los Caídos tocaran a su fin.    
 
   Desde 1958 la talla del Cristo se encuentra presidiendo el Altar Mayor de la Basílica, en perfecta alineación con la Cruz más grande de la cristiandad, la que preside otro Altar, el Risco de la Nava.