Septiembre, mes de tránsito, por Jaime Alonso

Jaime Alonso
 
Septiembre resulta el mes de tránsito ideal una vez meditado en vacaciones, refugio del alma, descanso del cuerpo, sobre nuestra existencia. Vuelta a la radicalidad de la vida, a la actividad, a la cotidianeidad de los horarios, la disciplina del trabajo. Hemos disfrutado de un mayor tiempo para la familia, los amigos. Y nuestro entorno mistifica, de algún modo, el descanso como forma de reponer fuerzas físicas y psíquicas con las que encarar el resto del año, hasta las Navidades. Tiempo, como todos, para aprovechar o perder, para crecer personal, familiar y socialmente o para tirar en el consumismo estéril de lo efímero e intrascendente.              
 
La nueva propuesta editorial de éste mes, coincidente con los cambios estructurales y de orientación de nuestra página web, os invita al análisis; a la meditación sobre nuestra existencia ciudadana; al valor de pertenecer a una comunidad histórica llamada España; las reglas mínimas exigibles a la voluntad constitutiva de un estado de derecho, la elección de sus órganos de gobierno; así como el modelo de sociedad y la estructura del Estado que deseamos para obtener un futuro mejor, mas libre, mas justo.              
 
 
El bosón de Higgs último descubrimiento de la física cuántica, tiene a la comunidad científica exultante, al ser un tipo de partícula elemental que se cree tiene un papel fundamental en el mecanismo por el que se origina la masa en el Universo. La partícula de Dios, se llega a decir. La ciencia y la fe sin contradicciones, caminando en común y señalando el destino de la humanidad. Evolución y creación explicando un común origen. Determinismo y libre albedrío, desde Descartes, buscando puntos de encuentro. En definitiva la ciencia auxiliada en la fe, intentando dar respuesta al origen de la masa, del Universo. Sin masa, el Universo sería un lugar muy diferente. Si el electrón no tuviera masa no habría átomos, con lo cual no existiría la materia como la conocemos, por lo que tampoco habría química, ni biología, ni existiríamos nosotros mismos.              
 
Nuestro bosón político, sobre el que la comunidad debería tener el valor de reflexionar, viene determinado por la vuelta a la naturalización de la representatividad de los gobernantes y su responsabilidad ante los ciudadanos. Resulta insostenible seguir engañando al pueblo con la creencia de que es soberano y mantener el axioma de “un hombre, un voto” como formula de representación política para elegir a nuestros gobernantes. Así, o caemos en el estéril parlamentarismo y partitocracia, o nos hundimos en la abisal demagogia de la democracia popular colectivista (comunismo), con el conocido progreso y libertad de la Europa del Este, Cuba, Corea, Venezuela Etc. La gozosa aceptación de los no principios, el relativismo, los dogmatismos irracionales del siglo XIX, o la filosofía diletantesca, fútil y funambulesca del “todo vale”, iniciada con notable alborozo con el eslogan del “habla pueblo, habla” en 1975, nos ha dejado, treinta y seis años después, sin soberanía nacional, sin tejido industrial propio, sin unidad territorial, sin justicia, sin sistema financiero propio, sin futuro y en quiebra, supeditados al rescate europeo que será todo, menos barato.              
 
Por ello y para salir del dogmatismo de programas que solo pueden imponerse a la fuerza, de la pseudorreligión de la humanidad absoluta que conduce al terror inhumano, debemos proponer sin dilación la doctrina de la revelación, de la fe, a la luz que nos conduce a la verdad y a conocer los motivos de esa verdad que nos hará realmente libres. El racionalismo cristiano propugna la verdad como búsqueda de la armonía, la justicia, la paz y el progreso basado en el hombre/mujer sin misticismos, con su naturaleza imperfecta, pero dotado de raciocinio y voluntad para orientarse al bien común dada su creación divina. La cita evangélica “la verdad os hará libres” impide, a sensu contrario, postular que la libertad nos hará verdaderos, por lo que la libertad debe ordenarse en esa búsqueda de la verdad filosófica y evangélica deseable a la convivencia humana, desde su origen, hasta su razón de ser y existir en la tierra, y la trascendencia de sus obras y conducta. “La condición de la libertad sin principios es el desconcierto”.              
 
El liberalismo que se ha reinstaurado en España, causa de los siglos de decadencia que padecimos y del pesimismo redivivo del pueblo en sus dirigentes y de la solución democrática a sus problemas, ha vuelto a demostrar la inoperancia de sus planteamientos filosóficos, teológicos y sociológicos. Si, como sostenía Donoso, “en toda cuestión política va envuelta siempre una cuestión teológica”, hemos de convenir que lo que desencadena la crisis en nuestra nación y pueblo, no se halla vinculada a los mercados financieros, ni a la inaceptable entrada en el Euro, o a la ausencia de una política fiscal y financiera común, sino a causas internas, fácilmente predecibles y analizables. Tienen que ver, en primer lugar con la ausencia o pérdida de valores sostenidos sobre principios, como el hombre portador de valores eternos, la familia como eje nuclear de todos los principios y base del entramado social y político; el compromiso con el esfuerzo personal, con el trabajo bien hecho; la asunción y disfrute de derechos como correlación a unos deberes ineludibles para la obtención del mérito. De la falta de principios surgen casi todas las discordias irresolubles. En el sistema liberal se renuncia de manera consciente y deliberada a toda certeza, cuestionando toda verdad, ya sea histórica o cotidiana,  y de ello deduce que los pueblos prefieren ser libres a ser acertados, elegir quien les mande, a elegir los mejores; legitimar como igualmente válidas y convenientes todas las opciones que planteen los gobernantes, en lugar de promover y exigir lo que convenga al interés común y a los intereses de la Nación. El resultado está a la vista: una sociedad que no sabe ni a dónde va, ni de donde viene, ni quien es el piloto que los lleva, ni en que dirección sopla el viento que los empuja.              
En segundo lugar y dado que el liberalismo instalado no tiene un concepto del bien, porque no cree en él, ni tampoco la forma de impedir o reprimir el mal, porque lo equipara a cualquier legítima opción humana, estamos presenciado, en algún caso atónitos, el triunfo del separatismo terrorista y de la voladura controlada del ser nacional y del Estado,. a través del artificio territorial del “Estado de las Autonomías”. Hemos presenciado como se desmantelaba el INI y todo el tejido industrial patrio, se favorecía la inversión especulativa foránea y se permitía una inmigración escasamente cualificada y masificada sin control, a la vez que se impedía la supervisión y el control gubernativo o judicial del funcionamiento del Estado. De ahí la responsabilidad de los que nos han llevado a este Estado fragmentado, débil, residual e ineficaz.              
 
En tercer lugar la partitocracia restaurada hace treinta y siete años, ha desnaturalizado todas las instituciones, ocupadas por una “casta política” endogámica y sobredimensionada, que asfixia toda creatividad independiente y toda voluntad de cambio. Todo está bajo el control partitocrático que se reparte el poder político, económico, mediático y judicial en compleja arbitrariedad y sin control alguno.  La ausencia absoluta de una política nacional y patriótica capaz de poner de acuerdo e ilusionar, en un proyecto político común, a los españoles; una política de Estado a largo plazo y con hoja coherente de ruta. Urge impulsar la causa nacional, el amor a la patria común e indivisible de todos los españoles, más allá del folklore deportivo. Urge un nuevo orden constitucional y político que cumpla las exigencias de Ulpiano: decir siempre la verdad; ser honestos en la vida y explicar las razones de la conducta pública; no buscar lo conveniente, el rédito personal, electoral o político, sino los principios que siempre inspiraron la libertad y el progreso de nuestro pueblo y la independencia de nuestra Nación. El triunfo de la voluntad, dirigida por una inteligencia que dirija el mundo físico y político, que enseñoree el mundo moral y permita que el pueblo conozca el bien y, por ello,  aceptarlo, aplicarlo, legislarlo, ejercerlo y compeler a su cumplimiento.                 
 
Iniciemos ese camino éste mes de Septiembre, confiando en la practicidad de las recomendaciones de San Agustín: “En lo esencial, unidad; en la duda, libertad; y en todo, amor”.
 
Feliz y provechoso mes.

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