El decoro de la cámara, el compromiso con la Historia

Honorio Feito

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¡Luz y taquígrafos! para la Presidenta de la Cámara Baja,
doña Ana Pastor. ¡Con luz y taquígrafos!, como dicen que dijo don Antonio
Maura, cuando afirmó que él, para gobernar, sólo necesitaba luz y taquígrafos.
Ocurrió durante el tenso debate de la Ley de la reforma de la estiba, durante
la intervención del diputado del Partido Popular por Castellón, Miguel
Barrachina Ros, interrumpida en varias ocasiones por miembros de diversos
partidos, especialmente, Podemos y sus afines. Pero el problema no fue el debate,
acalorado, turbio, irritado, bien lejos de ser, a pesar de todo ello, una de
esas páginas que gustan destacar a los cronistas. José Álvarez San Miguel, con
la habilidad de un águila pescadora, me advierte del insólito momento, apenas
recogido por la prensa especializada (ni por la ocasional). Interrumpiendo al
ponente la propia Presidenta de Las Cortes, doña Ana Pastor, dijo: Señorías, al
terminar la sesión voy a repasar el Diario de Sesiones. Voy a ver todas las
voces que se han escuchado en esta sesión gracias a las taquígrafas. A
continuación, les llamaré a Sus Señorías para retirar del Diario de Sesiones,
porque ha habido en alguna ocasión que hasta cuatro o cinco de las palabras que
he oído aquí, en la tribuna, me parece que van en contra del decoro de la
Cámara y del decoro de sus señorías…

Entiende el Diccionario de la Real Academia
Española de la Lengua, que decoro, en su primera acepción, significa honor,
respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad, y
en la siguientes, los significados hacen referencia a la honestidad, al
pundonor, a la estimación… La tangana registrada durante la actuación del
diputado Barrachina, propia de una bronca de taberna más que de un debate
parlamentario, algo a lo que ya están acostumbrados los españoles de esta
democracia, ha llevado a la Presidenta de la Cámara a advertir sus intenciones
de escuchar las grabaciones, junto a algunas de Sus Señorías que han
interrumpido al orador, para retirar del Diario de Sesiones los términos supuestamente
mal sonantes, lo cual me parece de un error catastrófico que, además de engañar
al público, privará a los investigadores del futuro tener una fuente de primera
mano, como es el Diario de Sesiones, sobre lo que aconteció en la sesión
plenaria del 18 de mayo de 2017.

Se privará a las futuras generaciones de conocer un
testimonio de la solvencia del Diario de Sesiones, acerca de los términos
utilizados para descalificar a un orador de la Cámara Baja, y se privará a los
futuros investigadores de poder situar, en su justa medida, el alcance de la
agresividad, expresada en insultos, de ciertos personajes que flamantemente
ocupan los escaños de los diputados, de los llamados Padres de la Patria,
título oneroso y acomodado que identifica, desde las Cortes de Cádiz, a
nuestros parlamentarios.

La para mí desafortunada interrupción de doña Ana
Pastor y su propósito, la única autoridad según el Reglamento de las Cortes que
puede interrumpir a un orador, evidencia la calidad del mismo. El problema es
que no se puede matar al perro para acabar con la rabia. El Reglamento de la
Cámara, es de obligado cumplimiento para todos, como la propia Ana Pastor
manifestó en otros momentos de la apretada discusión (creo que elevarla a
categoría de debate es generoso en exceso). Seguro que ese Reglamento dispone
las sanciones para aquellos parlamentarios que se excedan en su vocabulario, o
que manifiesten comportamientos indecorosos. O sea, señora Pastor, deje usted
el Diario de Sesiones tal como recogen las taquígrafas –a lo que se ve, las
mujeres aquí también son mayoría- y aplique usted y la Mesa de la Cámara las
sanciones que procedan que, desde mi punto de vista, deberían afectar a quien
se manifiesta utilizando el insulto para degradar al oponente, y a quien menospreciando
el cargo que ocupa, no va con el debido respeto a una sesión parlamentaria bien
por sus modales, bien por su indumentaria, bien por su aspecto de guarrete, o
bien porque va dejando un rastro de hedor corporal impropio de lo que se supone
que tiene que ser no ya un diputado, sino una persona aseada.

Hasta nosotros ha llegado una documentación, quiero
suponer que no corregida, acerca de los rifi-rafes de Sus Señorías, cuyo
anecdotario ha conseguido implantar en el ambiente la creencia de que quien se
ocupa un escaño es un personaje de acreditada agudeza, preparado, ingenioso,
divertido, ocurrente, gracioso, con grandes dosis de deleitosa oratoria y con
capacidad para encajar la acidez del contrario y devolvérsela emponzoñada en
amable envoltorio dialéctico. No se lo crean, De estos sale uno cada varias
legislaturas y en ningún sitio está escrito que el ciclo se cumpla
escrupulosamente. Otra cosa es, invirtiendo el asunto, que en la actual XII
legislatura, la zafiedad unida a la falta de cultura, que afecta gravemente a
la retórica, se haga dueña de lo que debería ser un debate. Pero eso lo da la
tierra, y es lo que hay.

Tal vez tenga razón el propio diputado Barrachina,
y no me refiero a su argumento sobre la reforma de la Ley de la estiva, sino a
cuando dijo: “lo que pasa en el parlamento de España no pasa en ningún
parlamento europeo.