Fernando Paz
¿Sabía usted que el FC Barcelona, que pasa por ser el club de la oposición antifranquista y esencia de los valores democráticos y nacionales de Cataluña fue, en realidad, el club más beneficiado por el régimen de Franco? ¿Sabía que fue salvado de una situación cercana a la desaparición por la voluntad del gobierno de Franco y del propio general? ¿y que, en justa correspondencia, el club condecoró en dos ocasiones al Caudillo por su desinteresado apoyo?
Corría el año 1950 cuando el club azulgrana tenía la oportunidad de fichar a un verdadero fenómeno del balompié húngaro llamado Lazslo Kubala, por entonces un deportista de 23 años y profundas convicciones religiosas que escapaba de la tiranía soviética instalada en su país. En torno a aquél gran jugador, el FC Barcelona (entonces Club de Fútbol Barcelona) armaría un equipo que pasó por ser el mejor de su tiempo, y que le condujo a conquistar cuatro ligas y cinco copas del Generalísimo. Consecuencia de los éxitos azulgranas, el estadio del club, sito en Les Corts –pese a sus 60.000 localidades- pronto se quedó pequeño.
La construcción de un nuevo recinto capaz de satisfacer la demanda de los aficionados barcelonistas, comenzada en marzo de 1954, concluyó en 1957; pero, presupuestados 67 millones de pesetas, tres años después el coste se había elevado hasta casi los trescientos, en parte debido a la especulación. El club contaba con que podría enjugar la deuda, que alcanzaba los 230 millones, gracias a la venta de los terrenos de Les Corts, pero el ayuntamiento no autorizó la operación, y la entidad catalana sufrió durante unos años una notable carencia de medios económicos que le dejó en situación de inferioridad frente a sus rivales.
La verdad es que el ayuntamiento ya había favorecido al Barcelona con anterioridad, como el propio club reconoció en la junta general de socios del 11 de junio de 1955, al modificar la calificación de los terrenos previstos para el emplazamiento del estadio en construcción. Ahora, la entidad azulgrana pedía que el consistorio municipal recalificase también los terrenos de Les Corts de modo que, al permitirse la edificabilidad en aquellos suelos destinados a zona verde, se produjese una revalorización de los mismos.
Durante largos meses, el ayuntamiento de Barcelona se negó a otorgar un trato de favor tan evidente. Pero el gran número de presiones políticas que recibió, condujo a que en agosto de 1962 el pleno municipal terminara aprobando la recalificación necesaria. Se publicitó como un acuerdo entre las dos instituciones, FC Barcelona y ayuntamiento de la ciudad, ya que el club cedía determinadas propiedades que permitían efectuar algunas ampliaciones urbanísticas previstas, así como edificar ciertas instalaciones deportivas cubiertas. Pero resultaba obvio quién era el beneficiado en la transacción. Un año después, el FC Barcelona concedía la categoría de socio de honor al alcalde de Barcelona, José María de Porcioles. La recalificación había resuelto unos problemas económicos que de otro modo hubieran sido probablemente insalvables y abocado al club a una situación muy complicada.
Con la firma de Franco.
Aunque desde ese momento el FC Barcelona dispuso del dinero suficiente para solucionar el problema de su deuda, algunas entidades recurrieron la decisión del ayuntamiento, poniendo en peligro la resolución municipal. El pleito parecía no solo alargar la querella, sino poner en peligro la viabilidad del plan de rescate de la entidad azulgrana en su conjunto, de modo que el club echó mano de uno de sus directivos, Juan Gich.
Gich era un periodista hasta entonces dedicado al mundo de la cultura, y que había obtenido una cierta notoriedad pública a raíz de su amistad con personajes de gran relieve en la sociedad catalana tales como Salvador Dalí y José Pla. Pero lo más importante era la sólida relación personal que le unía a Torcuato Fernández Miranda, por entonces director general de Promoción Social. Porque, con el asunto embarrancado y muy serias resistencias al proyecto, la junta directiva del FC Barcelona llegó a temer que toda la operación trascendiese y se convirtiera en un escándalo de primera magnitud. Si alguien podía conseguir una solución definitiva en beneficio del club, ése era Gich.
Fernández Miranda, hombre destinado a importantes responsabilidades y que sería una de las piezas claves, si no la principal, de la Transición, tenía contactos a muy alto nivel en el gobierno. Así que a Fernández Miranda no le fue demasiado difícil conseguir que la petición del club barcelonés llegase hasta el Consejo de Ministros. De este modo, el gobierno reunido en el Pazo de Meirás el 13 de agosto de 1965, aprobó definitivamente la ayuda que el FC Barcelona demandaba y acordó que la recalificación tuviera lugar, lo que fue publicado en el BOE correspondiente a fecha de 23 de septiembre de 1965 con las preceptivas firmas del ministro de la vivienda, Martínez Sánchez-Arjona, y la de Francisco Franco.
En el lapso de unos días, Fernández Miranda era elevado a la categoría de socio de honor del club, si bien un cierto sentido del pudor aconsejó que el nombramiento fuera menos estridente que el del alcalde de la ciudad condal unos años atrás. Para entonces, la asamblea de socios del FC Barcelona ya había aceptado la oferta de una inmobiliaria que ofrecía 205 millones por los terrenos (aunque finalmente se obtuvieron 228 al terminar cediendo los derechos a la constructora Hábitat).
Dos medallas de oro para Franco.
La década de los sesenta había sido magra en títulos para el club barcelonés, pero la masa social de la entidad catalana estaba en plena expansión, y un club de tal grandeza histórica y social necesitaba un recinto adecuado para sus otras secciones. De modo que en 1971 el Consejo Nacional de Deportes del sr. Gich acordó conceder a fondo perdido 43 millones de pesetas, lo que era una enormidad, al FC Barcelona para construir el Palau Blaugrana y el Palacio de Hielo. Quince días antes de la inauguración de dichas instalaciones, el 13 de octubre, le fue entregada a Franco (y a Gich y a Fernández Miranda) la medalla de oro por la construcción de los dos palacios, de los que por cierto el Caudillo había sido nombrado presidente de honor. El Palau Blaugrana (bautizado así, en catalán) fue inaugurado en un acto envuelto en un gran calor popular que se desarrolló bajo la presidencia del vicesecretario del Movimiento, el falangista Manuel Valdés Larrañaga.
Agustín Montal, Presidente del F.C. Barcelona le entrega al Caudillo la Medalla de Oro del club
Casi tres años más tarde, aún tendría la junta directiva del FC Barcelona ocasión de agasajar a su Excelencia el jefe del estado con motivo de la audiencia concedida por Franco a los representantes del club azulgrana el 27 de febrero de 1974 a instancias del club. La visita estuvo encabezada por el presidente Agustín Montal, a quien acompañaron el delegado de Educación Física y Deportes, el señor Gich, y el secretario general del Movimiento, José Utrera Molina, así como los más altos cargos del deporte catalán y español.
¿El motivo de la visita y del agasajo? Condecorar a Franco con ocasión del 75 aniversario del FC Barcelona y entregar a Utrera Molina –quien puso de relieve en su discurso los valores culturales de Cataluña- la medalla conmemorativa de los recintos deportivos barceloneses a los que el gobierno había sufragado en tan gran medida, tal y como el presidente del Barça admitiese de buen grado.
Quizá contribuyera a ello la euforia que presidía los actos de aquella junta directiva tras la victoria por 0-5 ante el Real Madrid en el mismísimo Santiago Bernabéu, apenas diez días atrás. La prensa catalana había querido ver en ello un relevo histórico y, segura de que el Barça habría de recoger el testigo de la hegemonía madridista, se había apresurado a enterrar al equipo blanco.
Quizá por eso sonreían tan satisfechos en la foto portada de La Vanguardia los directivos del FC Barcelona que posaban junto a su Excelencia el Generalísimo Franco.