La imposible memoria histórica, por Miguel Giménez

Miguel Giménez

Voz Populi

 

Víctor Hugo sospechaba que la historia no es más que una colección de monedas de dos caras. Se quedó corto, porque la historia, en tanto que narración, es poliédrica y subjetiva, tanto como el que la escribe. Si solo nos tuviéramos que atener a los hechos los libros de texto de esta materia se verían considerablemente adelgazados. Eso, sin contar que cada día descubrimos cosas y que las certezas de hoy serán los errores de mañana.

A la luz de estos razonamientos, la ley de memoria histórica es inútil, malintencionada y sectaria. Pretende erradicar de nuestro pasado hechos que sucedieron, tergiversándolos en interés del social comunismo. Se trata de proscribir todo lo que no quepa en su molde.

Hablan mucho de Franco, del Valle de los Caídos, de la crueldad del Régimen, de los fusilados, de los reprimidos, de las cunetas, pero callan ante las checas, Paracuellos, los asesinatos de religiosos, el robo institucionalizado por la República, el oro de Moscú o el tesoro del yate Vita. Y de ETA no quiero ni decirles. Qué barbaridad. Para conseguir una memoria justa hay que ponderarlo todo y no quedarse solo con la parte que más te convenga.

Se prohíben calles, llegando el analfabetismo comunista a sustituir la del almirante Cervera de mi ciudad natal, Barcelona, héroe de guerra, sí, pero de la guerra de Cuba. Si se proscribe una calle a José Antonio ¿por qué no hacer lo mismo con una a la Pasionaria?¿Alberti está bien, pero Pemán no? ¿La plaza de Karl Marx, también sita en Barcelona, no puede tener a su lado una que tenga por nombre Ezra Pound? Mi general don Rafael Dávila ha luchado como un jabato para que la calle dedicada a su abuelo, el también general Fidel Dávila, no fuese eliminada por orden de Carmena. El general Dávila molesta. El estadio olímpico Lluís Companys, no. Todo depende de quien lo decide y no de la historia.

Para conseguir una memoria justa hay que ponderarlo todo y no quedarse solo con la parte que más te convenga.

Lo que se pretende no es la construcción de un relato en el que la República fue un modelo democrático y el bando que se alzó contra ella un puñado de terratenientes, curas y fascistas. ¿Dirá esa ley que la República era en 1936 un régimen el que se podía asesinar impunemente al jefe de la oposición, Calvo Sotelo, a manos de fuerzas de seguridad del estado? ¿Explicará que PSOE y CNT veían en ella un atajo hacia su revolución y que no cejaron en atacarla, dando golpes de estado como el de 1934? Porque hubo sanjurjada, pero también existieron la insurrección de Asturias o la de Cataluña.

 

Uno quisiera que la historia se explicase desde el punto de vista pequeño, personal, el del que se pasó al lado nacional porque tenía un pequeño comercio e iba a misa y lo habían ido a buscar para darle el paseo y, de paso, robarle las cuatro joyitas de su mujer compradas a base de trabajar años. El del campesino que se cansó de trabajar por nada las tierras de un señorito que vivía a cuerpo de rey a costa del sudor de sus labradores. El del sacerdote que daba de comer a los pobres para ver como esos mismos lo torturaban en el sótano de una checa.

El del maestro de pueblo denunciado como rojo y masón por un haragán borracho que le tenía manía, dado que suspendía a su hijo, tan gandul como su padre. El poeta Federico, víctima del odio a los homosexuales. El de tanta gente que murió arrasada por la ola de la crueldad que anida en nuestro pueblo y que sale a flote de cuando en cuando. Esa es la historia auténtica, real, la de quienes pasaron hambre en la guerra y siguieron pasándola muchos años después del final de aquello.

La historia de quienes vieron como sus dirigentes se marchaban al extranjero tan ricamente mientras los dejaban a merced del vencedor. La del desengaño de Hedilla o de personas como Ridruejo, que se marchó a combatir en Rusia para digerir tamaña amargura. Existe una España a la que siempre traicionan unos y los otros. Es la España de verdad, a la que intentan sepultar los interesados. La España sencilla, humilde, laboriosa, que no odia a nadie porque bastante tiene con salir adelante cada día.

¡Memoria histórica! Puro subterfugio para continuar con las dos Españas, pretexto para justificar el beneficio de los emboscados, los cobardes, los que buscan líos para esconderse cuando pintan bastos. Eso ni es memoria ni puede ser historia. Solo es una canallada, una excusa para enmascarar la terrible situación a la que nos han llevado, hoy igual que antes, quienes dicen gobernar para el pueblo y solo miran por sus propios intereses. Así, es imposible.

 

 


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