Pasado, presente y futuro, por Dragón Rapide

Dragón Rapide
 
 
   David Irving escribió en el Prólogo de una de sus obras sobre la Segunda Guerra Mundial: “A los Historiadores a se les ha otorgado un poder del que ni siquiera gozan los dioses: cambiar los hechos ya sucedidos.” Si los que historiamos los acontecimientos pretéritos utilizamos para bien y para mal este poder, no es menos cierto que nunca hay que dejar de intentar analizar el pasado reciente con rigor científico y seriedad. A esta metodología profesional se han opuesto, desde hace ya algunos años, los defensores de la memoria histórica. La memoria histórica no reflejará nunca el pasado desde un punto de vista global y no es más que una suma aleatoria de vivencias subjetivas e interesadas de un conjunto de personas en relación con un acontecimiento. Sólo la historia, como conjunto complejo y general, nos ofrece una descripción coherente de lo ocurrido.
   
   Permítame el lector que haga esta breve introducción, dado que el período de la Historia de España en el que el General Franco tuvo que asumir la Jefatura del Estado, está siendo manipulado por amplios sectores de este país de un modo absolutamente pueril. Desde hace unos años, tras hacerme múltiples preguntas de toda índole, adquirí el compromiso personal de intentar combatir mediante el discurso histórico todas las calumnias y falacias que se han vertido sobre Francisco Franco.
   
   Lo primero que es necesario plantearse al estudiar la época de Franco, o al tratar de ella, bien desde posiciones intelectuales o bien desde nociones básicas en los Centros de Enseñanza Secundaria– excelente caldo de cultivo que los gobiernos de hoy utilizan para lavar y adormecer conciencias – es hacer un llamamiento a la serenidad. Sólo se analizan coherentemente los hechos cuando los hombres vamos reconstruyendo el puzle del pasado con la serenidad que los años aconsejan, y no con llamamientos desesperados a la venganza de algunos, a la desunión y al materialismo de otros.
 
   Una cosa es hacer crítica histórica, y otra crear una leyenda negra, en la cual buena parte de los movimientos de opinión española necesitan basarse para reafirmarse y liderar el papel que siempre les ha gustado: el del victimismo.
 
   Me gustaría basar la defensa de Franco en tres vectores: El primero, que en España, de seguir la República, no hubiera habido condiciones para un desarrollo político coherente; el segundo, que Franco aceptó una inmensa responsabilidad que nunca pretendió tener de modo intencionado, y por último la magnitud y relevancia de su tarea como árbitro de las diversas fuerzas políticas.
 
   En la inauguración de las Cortes Españolas el 18 de julio de 1942, Franco declaró:
 
   “Queremos libertad, sí, pero con orden!” Comencemos por hacer una pregunta a cualquier ciudadano español; ¿Qué opciones políticas tenía España en 1936 al estallar la Guerra Civil? dos; una era continuar con el desastre republicano, con una España desintegrada territorialmente por los nacionalismos catalán y vasco – como hoy está ocurriendo de nuevo -, donde la anarquía y la corrupción alcanzaban cotas inauditas merced de la agitación bolchevique, o bien la de una España donde se buscara la unidad y el orden,  Fuera cual fuese la opción elegida, la democracia, entendida en el sentido parlamentario, era imposible. Por ello, Francisco Franco no luchó ni contra la libertad, ni contra los derechos; más bien al contrario para defender el orden y la unidad de España, condiciones sine qua non es posible desarrollo ni progreso alguno. El país necesitaba de un gobierno fuerte, que sólo  alguien con una integridad personal y ética indiscutible pudiera llevar encima de sus hombros; y aquí estaba Francisco Franco. El Régimen nacido del 18 de julio surgió como respuesta a los desmanes que el sistema liberal había traído a España. No había una clase media que garantizase una estabilidad parlamentaria.
 
   Por otro lado, Franco nunca buscó ser Jefe del Estado. Esta ingente tarea le vino dada fruto de una coyuntura histórica extraordinaria y un conjunto de casualidades. No obstante, era sin duda alguna el oficial con más prestigio en el Ejército Español, y estaba limpio de tropiezos políticos, al contrario que otros de sus compañeros de armas, como Sanjurjo o Mola. Más aún, Franco nunca quiso hacer política, ni siquiera cuando fue Jefe del Estado. Cuando sus compañeros de armas le acaudillaron al supremo mando político y militar en los albores de la guerra civil en las proximidades de Salamanca, acató esa decisión y cargó con tan enorme responsabilidad por un sentido castrense y patriótico del deber. Desde entonces, hipotecaría su vida en tan ardua tarea, y él mismo, cuando hablaba de sus vivencias anteriores a la Jefatura del Estado, comenzaba con la frase “cuando yo era persona…” indicando que desde su destino como Caudillo, su vida personal quedaba totalmente subordinada a  su alta misión al frente de España.
 
   Por último, considero que la obra maestra fue su papel de árbitro dentro del Movimiento. No tengo la menor duda de que la tarea más ardua no fue vencer a los enemigos de España en la guerra civil, sino que lo más difícil fue situarse por encima de toda concepción política y arbitrar las distintas tendencias ideológicas de quienes componían el Movimiento Nacional. En su papel de árbitro supremo fue donde Franco demostró sus dotes como estadista, no sólo teniendo un dominio magistral del tiempo, sino haciendo uso de su psicología. Hagamos un breve repaso de las muchas dificultades que tuvo que sortear con prudencia y buscando siempre en interés general de España. Una prudencia que en su situación tenía más valor, dado que sus poderes y atribuciones eran muy amplios. Cabe preguntarse hoy qué harían muchos de nuestros políticos si hubiesen tenido los poderes del general Franco. Comencemos por recordar las presiones exteriores para que España entrase en la Segunda Guerra Mundial, lo que creó el caldo de cultivo para la lucha entre sectores de Falange y sectores monárquico-católicos. Ello desembocó en los atentados de Begoña y culminó con el cese de Serrano Suñer en septiembre de 1942. Tras esto, la irremediable crisis de julio de 1945, en la que Franco tuvo que adaptar el  equipo de Gobierno – que no su esencia – dando paso a algunos sectores católico-monárquicos. El Caudillo comenzó a trabajar con ellos (Martín Artajo, Ruiz Giménez) con la mejor intención, e incluso no dudó en hacer reformas institucionales con una apertura política prudente pero real. Todo este intento se frustró debido a las irresponsables bravatas de D. Juan desde Laussane, primero, y desde Estoril, después. De todos debería ser conocida no ya la vida licenciosa del Infante, sino su falta de criterio, pactando con unos, luego con otros, con el único objetivo de representar solamente a una parte de la aristocracia monárquica, y desmantelando las medidas de amplio calado social de las que Falange era garantía. La opción monárquica, como alternativa a Franco, nunca pudo ser una opción coherente durante aquellos años debido a que quien la representaba, Don Juan, no podía sustituir el papel histórico del Generalísimo. No obstante, Franco nunca hizo crítica alguna personal contra él. Al contrario, manifestó que era un buen patriota, pero desgraciadamente muy mal aconsejado. Tras el fracaso de los intentos del corporativismo católico de buscar su hegemonía, Franco tuvo que realizar auténticos contrapesos de poder en los que la suma de todas las familias políticas quedaran neutralizadas en pro del bien común. Tras estos sucesos, en 1957 la Falange, con Arrese a la cabeza, le presentó a Franco un anteproyecto de Institucionalización del Partido Único que Franco, con amplitud de miras, hubo de rechazar, dado que comprometía la flexibilidad política que deseaba para el futuro de España.
 
   Como podemos ver, fueron muchas las acertadas medidas que el Jefe del Estado tomó, pensando sólo en la estabilidad y desarrollo de España. Desde finales de los años cincuenta comenzó unos de los procesos de industrialización y desarrollo económico más rápidos de la historia contemporánea de Europa, gracias a los Planes de Estabilización y la buena gestión administrativa. No olvidemos que estos planes sentaron las bases de una distribución más equitativa de la riqueza, y el lanzamiento de una Seguridad Social para todos los españoles. Lo que se ha denominado como el milagro económico español fue logrado notablemente por el esfuerzo de los españoles, ello a pesar de no recibir nuestro País ayudas significativas del exterior. La ayuda norteamericana llegó tarde y en dosis relativamente pequeñas si se la compara con la recibida por otros países europeos dentro de lo que era el Plan Marshall.
 
   El orden interior, la estabilidad política del Movimiento – mantenida gracias a la habilidad y prudencia de Franco – fue germen de la clase media que, tras su muerte, se enorgulleció de haber creado una transición política en paz. Dejando a un lado los errores de Estado que se cometieron durante la transición, y que actualmente estamos pagando todos los españoles en gran medida, esa clase media fue obra de Franco. Todos esto logros no se plantean a los estudiantes hoy en día pues sería seguramente políticamente incorrecto para los adalides de la educación para la ciudadanía.
 
   Me gustaría saber por qué, quienes siguen echando más leña al fuego de la leyenda negra sobre Franco, no explican a los ciudadanos el coste que el sistema territorial autonómico tiene para el bolsillo de los españoles, o por qué competencias de estado como Sanidad o Educación han sido vilmente cedidas a las taifas autonómicas, de modo que el ciudadano español no es igualmente tratado en según esté en Madrid, Barcelona y Valencia. Tampoco se oye a los políticos de hoy hablar de sus pactos con los miembros del terrorismo nacionalista vasco, faltando el respeto a las víctimas. Son muchos los errores que los padres de la transición y sus sucesores nos quieren ocultar. Les es más cómodo inventar leyendas sobre Franco. Que expliquen también por qué muchos de nuestros próceres políticos tienen sueldos de por vida, privilegios que los ministros que estuvieron con Franco nunca tuvieron al acabar su gestión.
 
   Ojalá estas líneas sirvieran para remover conciencias, y comenzar a establecer un debate de rigor y justicia. Los que reconocemos como positiva y necesaria esta etapa de la Historia de España, no estamos cerrados al debate, al contrario, lo fomentamos, pero siempre combatiremos la manipulación y el intento de olvido de muchos de los logros de aquellos años.  
 
 

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