Quinto, Codo y Belchite: una defensa laureada

Ángel
David Martín Rubio

Desde
mi campanario Blog

La región
aragonesa fue dominada con relativa facilidad en los días inmediatos al
Alzamiento Nacional ya que el general Miguel Cabanellas se sumó al Movimiento y
el impulso de la cabecera de División resultó esencial para el alineamiento de
las restantes guarniciones. Después de haber rechazado el intento de mediación
del enviado de Madrid, general Núñez de Prado, a partir de las cinco de la
mañana del 19 de julio se inició la ocupación de Zaragoza por fuerzas del
Ejército.

Proclamado el
estado de guerra, se apoderaron con facilidad del Gobierno Civil y de los demás
edificios públicos y de comunicaciones aunque la noche anterior la CNT-FAI,
predominante entre el elemento revolucionario de la ciudad, había declarado una
huelga general y generando una resistencia que sería reprimida. Gracias a la
actuación decidida de las fuerzas del Ejército y orden público a las que se
sumaron desde el primer momento voluntarios civiles, la situación se presentaba
tensa pero segura y en pocos días quedaba asegurado el control de la ciudad a
pesar de que carecía prácticamente de defensas naturales y que era susceptible
de sufrir ataques desde diversas direcciones.

La
formación del frente aragonés

El resto de la
provincia de Zaragoza también se incorporó a la Alzamiento en los días
siguientes: en las comarcas de Calatayud y Daroca, el Regimiento de Artillería
proclamó el estado de guerra el 20 de julio y procedió al control de los
pueblos. En las demás zonas, donde no existían guarniciones, las autoridades
militares ordenaron a los diversos puestos de la Guardia Civil la destitución
de los Ayuntamientos y el nombramiento de nuevos gestores municipales. De esta
forma se produjo el triunfo inicial en la mayoría de las localidades, si bien
algunas de ellas requirieron la intervención de tropas para controlar la
oposición o asegurar definitivamente el control.

Por su parte, la pequeña guarnición de
Huesca ayudada por numerosos voluntarios también se había sublevado y triunfó y
Teruel, la tercera de las capitales aragonesa, quedó igualmente bajo control de
los nacionales. En situación mucho más comprometida aún que la de Zaragoza,
ambas capitales fueron ciudades cercadas durante muchos meses pues el predominio
alcanzado en los primeros momentos en Aragón, se reveló precario enseguida. A
partir del 24 de julio una serie de columnas organizadas desde Barcelona y
formadas por miles de milicianos mezclados con unidades regulares y fuerzas de
orden público, iniciaron la ocupación del territorio aragonés a través de tres
vías:

Al norte, una de
las columnas, al llegar a Lérida, emprendió la marcha a través de los Pirineos
y, a través de Barbastro, se dirigió contra Huesca y más tarde amenazó a
Zaragoza desde el sector de Alcubierre.

Por el centro,
la carretera general Barcelona-Lérida-Zaragoza, fue el itinerario seguido por
Durruti y el Comandante Pérez Farrás que ocuparon Caspe y otros lugares. El 8
de agosto llegaban a Osera donde fueron frenados definitivamente.

Hacia el sur, la
columna mandada por el anarquista Ortiz y el Comandante Salavera, cruzó el Ebro
en Bujaraloz, participó en la toma de Caspe, continuó en dirección a la
provincia de Teruel apoderándose de varias localidades y volvió a avanzar sobre
Zaragoza, precipitándose hacia los pueblos de Quinto, Codo y Belchite, en los
que no logró entrar.

Belchite (sin
línea protectora alguna y en el vértice de un ángulo formado por la línea de
frente que dejaba a la localidad prácticamente indefensa) fue considerado por
los frentepopulistas, desde el primer momento, como uno de los puntos críticos
del despliegue nacional. Junto con las poblaciones de Quinto y Codo permaneció
durante meses en primera línea de fuego soportando frecuentes ataques del
enemigo y drásticas medidas de orden público que provocaron la aplicación de
los preceptos del bando de guerra y la ejecución de un número relativamente
elevado de izquierdistas. Estas represalias se iniciaron cuando ya se había
tenido ocasión de comprobar el brutal comportamiento de las columnas
frentepopulistas en los pueblos aragoneses que habían ocupado dejando a su paso
un rastro de terror. En el caso de Belchite también resultó letal para los
revolucionarios el intento de un grupo por hacerse con el control de la
población al tiempo que se atacaba desde el exterior el 6 de agosto.

A pesar de sus
triunfos parciales, las columnas frentepopulistas no lograron alcanzar ninguno
de sus objetivos principales pues habían chocado con el eficaz sistema de
defensa articulado por la Quinta División, de cuyo mando, por marchar
Cabanellas a Burgos para presidir la Junta de Defensa, se hizo cargo el general
Gil Yuste, y desde el 21 de agosto, el general Ponte. Consciente de sus
limitaciones, el primero organizó una maniobra de repliegue controlado para
retardar el avance enemigo y el segundo dispuso la única técnica defensiva
posible para cubrir un frente tan amplio y con escasos efectivos: la
articulación de una línea de puntos fuertes cubiertos por una importante
reserva móvil principal y varias locales. A fines de octubre de 1936 los
efectivos del frente nacional llegan a 28.275 hombres y 82 piezas, divididos en
siete sectores (Jaca, Ayerbe, Huesca, Zaragoza, Belchite, Calatayud y Teruel)
mientras el conjunto de las columnas republicanas que tienen enfrente constan
de 34.630 hombres y 86 piezas.

Como
consecuencia de estas operaciones Aragón quedó definitivamente dividida en dos
zonas por un frente que iba desde el Pirineo a Teruel, a lo largo de 400 ó 500
kilómetros siguiendo una línea sensiblemente orientada de norte-sur en su
dirección general pero naturalmente muy sinuosa en su desarrollo. Pasaba 20
kilómetros al este de Jaca, formaba un saliente en torno de Sabiñánigo; otro en
Huesca; un entrante, en cambio, al norte y en la Sierra de Alcubierre, para
dejar a Zaragoza apenas a poco más de 20 kilómetros de aquélla. Un nuevo
saliente se internaba en Belchite y, al revés, un entrante se prolongaba hasta
cerca de Daroca y terminaba en las proximidades de Utrillas. Finalmente, la
línea describía una convexidad a lo largo de Sierra Palomera para llegar a
Teruel, de donde giraba hacia occidente, por los Montes Universales y
Albarracin.

Verano
de 1937: contexto político y militar de la ofensiva sobre Zaragoza

En octubre de
1936, los dirigentes de la CNT, cuyas columnas controlaban buena parte de la
retaguardia aragonesa y hacían irregular acto de presencia en aquellos frentes,
decidieron crear, sin autorización del Gobierno, el Consejo de Aragón que acabó
siendo reconocido en diciembre. Tenía sede en Caspe y mayoría absoluta para los
libertarios aunque con participación de las demás organizaciones del Frente
Popular. Este hecho marca una segunda etapa en la que los comités
revolucionarios fueron sustituidos por consejos municipales, la administración
de justicia pasa paulatinamente a los Tribunales Populares y tiene lugar la militarización
de las columnas armadas a finales de abril de 1937.

Finalmente, una
intervención del Gobierno, siguiendo las tesis comunistas, pondría fin a este
predominio anarco-sindicalista disolviendo el Consejo de Aragón por decreto del
4 de agosto de 1937 (que se publicó el 11) y desarticulando violentamente toda
su organización, que ya estaba atravesando una profunda crisis, mediante una
intervención de la 11 División de Enrique Líster.

Pocos días
después, el Ejército Popular iniciaba una ofensiva cuyo objetivo estratégico
era la ocupación de Zaragoza. Como había ocurrido de manera infructuosa en
Brunete durante el mes de julio, se intentaba, además, contener el avance de
Franco en el Norte. La recluta en la retaguardia y la exterior, para las
Brigadas Internacionales, había proporcionado contingentes suficientes para
intentar la prueba que iba a tener también una clara finalidad política: donde
habían fracasado las columnas anarquistas se pretendía que iban a triunfar las
grandes unidades de inspiración comunista.

Para alcanzar el
objetivo propuesto, se combina un ataque por el norte, en el sector de Zuera,
con otro por Villamayor sobre Zaragoza, mientras que se lanzaba el ataque
principal sobre Belchite, con ánimos de envolver también, por el sur, la
capital. A fin de llevar a cabo esta ofensiva, se organizaron cuatro
Agrupaciones denominadas A, B, C y D, a las que deben agregarse, además, dos
Divisiones de los Cuerpos de Ejército X y XII. En total alrededor de 80.000
hombres (en la estimación más baja) y abundante dotación de baterías, carros de
combate y aviación. Es decir, una masa humana y aérea incluso superior a la
lanzada sobre Brunete. Mandaba este Ejército el general Pozas, el general Rojo
fue el jefe de Estado Mayor Central y planeador de la operación, figurando a su
lado como asesor el coronel ruso Chapanov.

El Ejército
Nacional desplegado en el frente de Aragón encuadraba a unos 30.000 hombres.
Para darnos idea de la precariedad de medios de los defensores basta recordar
que las fuerzas militares destacadas en las distintas posiciones de Quinto de
Ebro, oscilaban entre 1.000 y 1.500 hombres. Los efectivos de Codo al iniciarse
la ofensiva eran 182 requetés del Tercio de Monserrat reforzados por 40
falangistas de la 2ª Bandera de Aragón que habían salido para hacer unas
maniobras y no pudieron volver a su base. Y la guarnición de Belchite agrupaba
a 2.200 hombres. En todos los casos participaron en las defensas elementos
civiles movilizados y buena parte del esfuerzo estuvo sostenido por unidades de
milicias, Falange y Requeté, hecho que daría un tono épico peculiar a los
episodios bélicos, prolongando las resistencias hasta lo inverosímil.

Quinto,
Codo y Belchite: las inesperadas resistencias

El asalto se
lanzó en la madrugada del día 24 sin preparación de artillería, ni de aviación,
para procurar la sorpresa total aunque el servicio de información nacional
tenía antecedentes de lo que se estaba preparando. El ataque inicial logró
romper la línea nacional y en cuatro días se había llegado cerca del río Gállego
y Zuera en el sector norte y se habían ocupado los pueblos de Quinto, Codo y
Mediana en el sur. Sin embargo, la resistencia de estas posiciones se prolongó
mucho más allá de lo que cabía esperar facilitando así la llegada de
importantes refuerzos al Ejército Nacional.

En Quinto, desde
el 24 al 26 de agosto, se desarrolló una de las acciones más duras de la guerra
y una tenaz defensa de posiciones. Las acciones se resolvieron muchas veces al
arma blanca. Las posiciones exteriores como “Las Eras”, defendida por el Tercio
María de Molina-Marco de Bello, tuvieron que ser abandonadas, concentrándose la
resistencia en el centro de la población hasta que fue sofocada en la madrugada
del 26.

En Codo, la
mayor parte de las posiciones exteriores resistieron hasta cerca de las doce
del día 25, y una de ellas, la del “Monte Calvario”, lo hizo hasta las 13
horas, y sus defensores, que hubieron de evacuarla, continuaron la lucha en el
pueblo. El último reducto fue la “Casa del cura” y desde allí se efectuaron dos
intentos de romper el cerco para incorporarse a zona nacional. Fueron muy pocos
los que lo lograron en la noche del 25 al 26 de agosto. El balance de bajas no
puede ser más expresivo: murieron el teniente don Francisco Roca Llopis, el
alférez capellán, cinco alféreces de infantería (todos), 10 sargentos (todos),
9 cabos, 110 requetés y 39 falangistas de los 40 que estuvieron en la lucha.

Mientras, las
Divisiones Nacionales de Barrón y Sáenz de Buruaga, sacadas del frente de
Madrid comienzan a llegar al campo de batalla el 26 de agosto. La 13 División
termina conteniendo el avance en el sector de Zuera mientras que Belchite
quedaba aislado y el Ejército Popular concentra su ataque sobre esta localidad,
lanzando sobre ella reiteradamente masas de Infantería, carros y aviación.

El día 25 la
guarnición de Belchite estaba ya incomunicada, manteniendo sólo sus contactos
por radio con las posiciones exteriores. Los ataques de los días siguientes
ocuparon las posiciones del “Saso” a retaguardia de las líneas defensivas y de
las posiciones del Seminario, cementerio y río que ocupaba el Tercio de
Almogávares. En estas condiciones las órdenes de la Jefatura del Sector imponen
el repliegue hacia el Seminario, la posición menos alejada del núcleo urbano.
Hasta el 2 de septiembre fueron atacados por todos los sitios y sufren un
elevado número de bajas. El día 3 se ordenó la salida para incorporarse a la
guarnición de Belchite: la acción tuvo que hacerse rompiendo el cerco con
granadas de mano y bayonetas y produjo nuevas bajas. Solamente 33
supervivientes lograron incorporarse a la defensa del casco urbano.

En Belchite se
combate en las calles, casa por casa, durante el día y la noche. Los sitiados
carecen pronto de víveres y municiones, que la aviación procura arrojarles. Los
aviones nacionales, en efecto, tras de disputar ventajosamente la supremacía
aérea terminan imponiéndose. Pero las unidades enviadas en socorro de Belchite
no pueden abrirse camino a pesar de su empeño y los defensores se refugian en
los edificios algo más fuertes del centro de la localidad, Al fin el día 6 de
septiembre, cuando tres cuartas partes de los defensores han sido baja y no
puede continuar la resistencia, trescientos sitiados, con el comandante Santa
Pau a la cabeza, protagonizan una salida desesperada. Solamente algunos logran
salvar las líneas enemigas y llegar al campo nacional, el resto perece en el
intento[14].

La
venganza del Frente Popular

Pero el drama no
había finalizado para los que fueron hechos prisioneros en Quinto, Codo y
Belchite una vez ocupadas las poblaciones. Buena parte de ellos, tanto soldados
como civiles, fueron asesinados sobre el terreno, en el mismo momento en que se
efectuaban las detenciones. Así, en los olivares cercanos a Codo, primer lugar
en que se concentró a la población evacuada de Belchite, se procedió por las
fuerzas ocupantes con la intervención de algunos elementos extremistas de la
localidad a la selección de prisioneros y en el acto asesinaron sin más
procedimiento ni declaraciones a algunos paisanos de la villa, varios
sanitarios y fuerzas excombatientes. Mientras la “Pasionaria” hollaba las
ruinas todavía humeantes de Belchite, el también comunista Líster se encargaba
personalmente de estos crímenes junto con las fuerzas a sus órdenes hasta que
la intervención de un mando superior, determinó el traslado de los restantes
prisioneros para ser interrogados y sometidos a depuración previa.

Buena parte de
ellos fueron fueron traslados a cárceles y campos de concentración, siendo
fusilados en las semanas siguientes. Por ejemplo, los prisioneros que habían
sido llevados a Monegrillo y Castejón de Monegros fueron sacados de allí en la
mañana del 14 de septiembre y los bajaron por la carretera de Zaragoza a
Barcelona. Un poco antes de llegar a la altura de Pina de Ebro les hicieron
abrir una zanja de unos 300m. de largo por 2 de ancho que sirvió para tumba de
militares, falangistas, requetés y paisanos.

Escenas
semejantes habian ocurrido con posterioridad a la ocupación de Quinto y Codo,
población esta última donde fueron asesinados incluso un grupo de requetés que,
por estar gravemente heridos, no habían podido intentar la evacuación de sus
posiciones. En la novela de Ana Larraz Galé recientemente publicada con el
título de La
fotografía. Historia de un soldado (1936-1937)
, se recrean magistralmente,
tras una rigurosa documentación histórica, buena parte de estos episodios y
reconstruye la suerte final de unos noventa prisioneros trasladados a Lérida y
asesinados en las inmediaciones de Bujaraloz (Zaragoza).

Otra
circunstancia que llama la atención es que, una vez ocupados estos pueblos, se
practicó la deportación de grandes grupos de población, como estrategia o
método de guerra con finalidades políticas y militares muy concretas: controlar
una retaguardia considerada hostil e insegura. En Quinto a unas dos mil
personas se las llevó a los pueblos del Bajo Aragón donde eran repartidos por
las casas. En Belchite fueron evacuados todos sus habitantes restituyendo luego
a los elementos de izquierda y dejando a los de derechas confinados en pueblos
de Teruel hasta su liberación. Los presos más significados ingresarían en las
prisiones y campos de concentración (San Miguel de los Reyes, Lérida,
Barcelona…) donde algunos encontraron la muerte bien por fusilamiento o debido
a las durísimas condiciones de vida.

Desde el punto
de vista socio-profesional nos encontramos con un claro predominio entre las
víctimas de labradores y jornaleros seguidos de oficiales del ejército y
obreros urbanos. No debe olvidarse que en su mayoría se trataba de voluntarios
del Ejército Nacional; en efecto, entre los combatientes de Falange y el
Requeté abundaban los campesinos pobres y no faltaban obreros. Muchos de los
que nutrían los tercios y banderas eran esos “propietarios muy pobres” de los
que se ha hablado alguna vez, labradores que poseían un pequeño corro de tierra
y que predominaban en la mitad norte de la Península. Lejos de representar los
intereses de ninguna oligarquía, la zona nacional había consolidado el apoyo de
los más diversos sectores sociales aglutinados por ideas elementales pero
claras y fácilmente compartidas como eran las creencias religiosas, la
exigencia de orden público y la defensa de la pequeña propiedad.

Tampoco faltaron
manifestaciones de la persecución religiosa, circunstancia que -al igual que la
violencia- no se limitó en la retaguardia frentepopulista a los primeros meses
sino que se prolongó a lo largo de todo el conflicto. En Mediana fue totalmente
saqueada la iglesia y ermita y se robaron los ornamentos y objetos religiosos.
En Quinto, la Parroquia y ermitas fueron saqueadas y todo robado o quemado. En
Codo, la Parroquia fue completamente saqueada y mutilada y todo lo
perteneciente al culto, robado y quemado. En Belchite, todas las iglesias,
ermitas, el Convento de Dominicas y el Seminario Menor fueron saqueados,
profanados y resultaron totalmente destruidos. Las pérdidas del patrimonio
histórico artístico por destrucción o robo fueron ingentes. También cabe
referirse aquí a varios sacerdotes hechos prisioneros junto a las tropas a las
que asistían espiritualmente en Quinto y Belchite: Juan Ruiz Gimeno (Capellán
del Regimiento Aragón nº17), fusilado en Quinto el 24 de agosto de 1937; Juan
Lou Miñana (Capellán del Tercio de Almogávares), fusilado en Híjar el 3 de
septiembre de 1937 y Blas Margelí Ibáñez (Capellán de la 8ª Bandera de Falange
de Aragón), asesinado en Codo el 6 de septiembre de 1937. Varios capellanes
cayeron también como consecuencia de las operaciones militares mientras
cumplían su misión espiritual. En cambio, varios sacerdotes y religiosas hechos
prisioneros en Belchite fueron conservados con vida y utilizados con intereses
propagandísticos para dar en la prensa una imagen distorsionada de lo que
estaba ocurriendo.

Laureados

El 12 de
octubre, el Generalísmo firma un decreto que determina: “En lo sucesivo llevará
Belchite el título de Leal, Noble y Heroica Villa. Y, además, es ordenado que
se abra expediente para la concesión a sus defensores, colectivamente, de la
Cruz Laureada de San Fernando“. En la orden a que se refiere esa concesión se
reconoce que “El patriotismo y valor de los paisanos de Belchite les llevó a
ponerse al lado de su guarnición, rivalizando todos, incluso mujeres y heridos,
en actos de heroismo”.

El requeté del
Tercio de Monserrat Jaime Bofill -que se incorporó a la defensa de Belchite
desde Codo- recibió la misma condecoración a título individual y por su defensa
de esta segunda población el 24 y 25 de agosto recibieron la laureada colectiva
las Primera y Segunda Compañías del Tercio de Requetés de Nuestra señora de
Montserrat, y las 18 y 21 falanges de la Segunda Bandera de Falange de Aragón.
También recibió la laureada colectiva la Segunda Compañía del Tercio de
Requetés de Marco de Bello y María de Molina, por la defensa de la posición de
“las eras” en Quinto del 24 al 26 de agosto de 1937.

No
hubo una segunda defensa de Belchite: las purgas comunistas

Una última
consecuencia de la frustración del objetivo iba a ser el recrudecimiento del
control comunista. El castigo sufrido por los brigadistas internacionales fue
tan enorme y la cantidad de bajas tal que, por primera vez, se nega­ron a
batirse. Hubo volunta­rios que, rota toda esperanza, intentan regresar a sus
respectivos países pero carecen de documentación porque Moscú les había privado
de pasaportes. Togliatti crea apresurada­mente, para atajar el mal de la
desmoralización, unidades disciplinarias y campamentos de “reeducación”.
Comenzaron a llegar miles de policías escogidos, miembros de la policía
secreta. Con la NKVD, la policía soviética, llegaron también técnicos de
fortificación rusos que, en gran parte, fueron encaminados a Belchite.

A pesar de todo,
la operación sobre Zaragoza había fracasado y las operaciones militares en este
escenario iban a finalizar muy pronto. Como ocurrió en otros lugares, se
trataba de una ofensiva planeada de manera brillante sobre el papel pero la
realidad demostraba que era imposible llevarla a término por la voluntad de
resistencia del contrario y las deficiencias del Ejército Popular. El
denominado “contragolpe estratégico” consistía en lanzar una acción ofensiva
potente con un objetivo claramente señalado sobre una zona importante del
dispositivo enemigo de defensa que le obligue a abandonar la acción ofensiva
emprendida en otro frente para llevar a la zona atacada fuerzas de las
empeñadas en el avance. El general Rojo intentará repetir la maniobra en varias
ocasiones sin conseguir, en ningún caso, que el generalísimo Franco trasladase
un número de fuerzas tan relevante como para impedirle sus avances decisivos en
otros frentes. Cuando, finalmente, Franco acude a la confrontación en el Ebro,
el resultado será un verdadero desastre para el Ejército Popular.

Pero antes, a
finales de diciembre de 1937 y comienzos de enero de 1938 tendrán lugar los
enfrentamientos centrados en la capital turolense y el 7 de marzo de 1938 el
ejército de Franco iniciaba una maniobra que, en medio de una desbandada
general, lograría ocupar en pocos días el resto de Aragón. El 10 de marzo, se
recuperaba Belchite, el 13 Calanda y Albalate del Arzobispo; el 14, Alcañiz y
el 17, el Cuerpo Marroquí y la 1ª División entraban en Caspe. A partir de ahí
se simultanearon dos acciones: una, al sur del Ebro (el 1 de abril se ocupaba
Gandesa ya en Tarragona) y otra, al norte del río: el 25 de marzo el Cuerpo
Marroquí penetraba en Bujaraloz y el 27, Yagüe tomaba Fraga. El avance
continuaría en dirección al Mediterráneo y el 15 de abril de 1938 la IV
División de Navarra ocupó el pueblo costero de Vinaroz (Castellón), cortando definitivamente
en dos la zona frentepopulista.

Las
fortificaciones de Belchite, consideradas por el Comité Central del Partido
Comunista como inexpugnables por estar construidas por ingenieros soviéticos,
no resistieron al fuego de las artillerías nacionales que, como hemos dicho,
ocuparon la población sin encontrar oposición el 10 de marzo.

Con el fin de no
disminuir el prestigio de sus técnicos y, sobre todo, para no irritar a Stalin
que había aprobado los proyectos de dichas fortificaciones se atribuyó la culpa
del fracaso a las tropas que, sin embargo, se batieron bien como fue lealmente
reconocido por el mismo Estado Mayor de Franco.

El episodio
acabó desembocando en el fusilamiento ordenado por los miembros del Politburó
español de aquellos combatientes del Ejército Popular acusados injustamente de
traición. Los supervivientes fueron enviados a un cuartel en las afueras de
Valencia en calidad de prisioneros. El propio Líster firmó la acusación contra
el comandante, oficiales y soldados del batallón que habían abandonado aquellas
“inexpugnables fortificaciones”. En la reunión del Comité Central del Partido
Comunista en la cual se decidió la suerte de los rendidos, Marcucci, un joven
militante comunista italiano integrado en las Brigadas Internacionales, intentó
en vano defender a los acusados que al día siguiente fueron fusilados. Una noche,
en un hotel de Madrid, Marcucci —después de escuchar en la radio las noticias
de que el Comité Central del Partido había ordenado matanzas a quienes operaban
en el mercado negro en Rusia y sus satélites— habla largamente con Eudocio
Ravines, muy desilusionado y angustiado sobre como había entregado su vida al
sistema comunista al que se refiere como “la gran estafa” (nombre que mucho
después Ravines utilizó para escribir sus memorias). Esa noche, Eudocio Ravines
escucha un disparo proveniente de la habitación contigua y encuentra que su
amigo se había suicidado.

Años más tarde,
en 1961, “Il Secolo d´Italia” publicaba un extenso artículo firmado por Umberto
Simini sobre las atrocidades cometidas por el dirigente comunista italiano
Togliatti durante la guerra de España y su responsabilidad para imponer la
política stalinista en España. A él deben atribuirse, en última instancia, los
crímenes cometidos por los jefes comunistas españoles que actuaban bajo su
control. Además de los conocidos episodios de la liquidación del POUM, de las
trágicas jornadas de Barcelona y de la depuración de las Brigadas
Internacionales se aludía a la responsabilidad en la masacre de los fallidos
defensores de Belchite.

También el
escritor Ramón J.Sender también evocaría la memoria de lo ocurrido a los
implicados en la derrota de Belchite en una durísima requisitoria contra Líster
publicada en el diario “ABC” (21-noviembre-1974):

Hubo comandantes
de talento como Modesto y verdaderos héroes populares como Valentín González y
Cipriano Mera, pero aunque todos hemos corrido alguna vez —hasta Don Quijote en
la aventura del rebuzno— nadie corrió tanto ni tan bien como Líster desde
Toledo a los Pirineos. Lo malo era que para justificarse, después de cada
carrera hacía fusilar a una docena de oficiales. Con esto creía seguir el
ejemplo de Stalin. Yo fui jefe de Estado Mayor de la primera brigada mixta con
él, entre Pinto y Valdemoro (lo que no deja de tener gracia). Menos gracia
tenía que quisiera fusilar a los mejores de mis amigos oficiales cuando la
culpa del fracaso de la operación era de él. Yo salvé entonces sus vidas
(alguno fue fusilado por él, más tarde, en lo de Belchite).

El episodio fue relatado con detalle por
Justo Martínez Amutio en ese mismo año en el libro titulado “Chantaje a un
pueblo” y en 2007, se alude a estas purgas stalinistas en un artículo escrito
por J.J. Sánchez Arévalo para quien:

Independientemente
de la opinión de los lectores, independientemente de los méritos de Líster como
figura militar consagrada a la lucha antifascista, estos hechos deben ser
también narrados e incorporarse a la tan manida y en ocasiones tan selectiva
“memoria histórica”.

Un acontecimiento
significativo en el frente aragonés durante el verano de 1937 había sido la
presencia de las Brigadas Internacionales XI y XV entre las fuerzas atacantes.
En 1967 se desarrollaría en el mismo escenario —cerca de Belchite— la operación
de gran maniobra militar “Pathfinder Express” en la que intervinieron fuerzas
combinadas del ejército de los Estados Unidos y del español. Treinta años
antes, un batallón norteamericano (el “Abraham Lincoln”) combatía en el mismo
escenario al ejército de Franco. El cambio no se había producido en la esencia
del Régimen nacido del Alzamiento sino en el escenario político que, en los
años de la contienda española y de la Guerra Mundial, nos presentaba a la
democracia liberal en alianza con la revolución mundial comunista y al
capitalismo mundial apoyado en el poderío soviético para destruir a un enemigo
común. Era la dinámica en la que había desembocado la táctica promovida desde
Moscú de los Frentes Populares y de la construcción del “antifascismo”,
verdadera falsificación ideológica, como frente político mundial. Como afirma
Jesús Fueyo:

La virtualidad
de sentido de la obra de Franco se resume en dos trayectorias indiscutibles de
su proceso político: nunca capituló ante el comunismo ni con sus alianzas ni
derivaciones, y nunca, en lo esencial, se dejó sugestionar por el fascismo en
sus efímeros resplandores, evitando así ser arrastrado en su aventura y en su
liquidación histórica. Tan pronto como el mundo occidental recuperó su rumbo
hacia la libertad sin la hipoteca de la revolución, lo siguió según el propio
ritmo de posibilidades de la realidad española

Todo esto se
dice ahora en dos palabras, aunque costó sacrificios enormes y muchos años de
tenaces esfuerzos que, probablemente, resultan muy difíciles de captar a las nuevas
generaciones que, a pesar de las caídas de tantos muros, respiran en un magma
ideológico, síntesis de liberalismo y de comunismo.

Pero desde la
inmensa tragedia de odios y destrucción que el comunismo, en sus diversas
formas, deja tras de sí, el sereno análisis histórico viene a dar la razón a
las más hondas intuiciones de quienes vivieron aquellos acontecimientos y
obliga a reconocer que los verdaderos defensores de la libertad no se
encontraban, como se nos quiere hacer creer, ni en las Brigadas Internacionales
ni entre los miembros de un Ejército Popular subordinado a las estrategias de
Moscú sino entre las filas de quienes sostuvieron la defensa de lugares como
Quinto, Codo y Belchite.


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