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Jaime Alonso
Todo ello, y mucho más, debe reconocerse al estadista que gobernó España durante tantos años de forma moderada, evolutiva, sabia y prudente. Quien devolvió al pueblo su soberanía social y un sistema representativo genuino y natural, debe ser reconocido. Quien preservó vidas y devolvió haciendas, sin partidismo ni beneficio alguno, debe ser reconocido. Quien instauró y legitimó la forma de Estado, como Monarquía, tradicional, social, católica y representativa, con unidad de poder, al servicio de la unidad, la grandeza y la libertad de la patria, debe ser reconocido. Reconocimiento que nace de unos hechos difícilmente rebatibles . Según el acerbo periodístico, las opiniones son libres pero los hechos son sagrados, de ahí que no me baste el mero recuerdo de lo que Francisco Franco y su época significó para España, ni que fue en la memoria, siempre parcial y subjetiva, la significación de su mandato.
Desde la llamada Transición Política, se impuso en España el criterio iconoclasta y suicida de que toda referencia a Francisco Franco y su obra, fuera sistemáticamente silenciada o vituperada, incurriendo en tal desmán, no sólo, sus enemigos ancestrales, aquellos que habían sido doblemente derrotados, en el campo de batalla y en la construcción del Nuevo Estado de mayor bienestar económico y justicia social de nuestra historia moderna, si no también, quienes contribuyeron y se beneficiaron de manera especialísima de las bondades y aciertos de ese régimen político. Así, los arribistas de toda laya y condición, usurpadores de la verdad histórica y la democracia, fueron tejiendo una red clientelar corrompida y corruptora que transformó, la reforma en ruptura, el parlamento en un artificio innecesario, la democracia en un circo cuatrienal, la prensa en propaganda partidista, la justicia en apéndice del ejecutivo, la nación en diez y siete mini-estados, la economía en artificio financiero, el sindicalismo en termita del poder, y la Monarquía Parlamentaria en República Coronada.
Estando así las cosas, no sería extraño que éste 20 de Noviembre sea, en menor medida, recordado por la historia como la tumba del Partido Socialista Español o, quien sabe, del propio Sistema.