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Redacción
La verdad es a la historia, lo que la belleza es al arte.
La quiebra actual del sentido común provoca en muchos el rechazo de afirmaciones como la anterior. Unos por necedad, otros por mala fe. A los primeros habría que advertirles que las pantallas son a la inteligencia lo que el detergente a la grasa: disolventes. Después convendría asignarles unos deberes de obligado cumplimiento como, por ejemplo, leerse El Criterio – Balmes es sencillito y curativo-; también podrían probar con Filocalía o amor a la belleza de Pedro Antonio Urbina. A los segundos…no sé…son casos difíciles, para especialistas.
Así las cosas, hablar de literatura, o de cualquier otro asunto, tropieza con la doble dificultad de la perversión del lenguaje y del deterioro de algunos sesos; pero como esta empresa -purificar el idioma y reparar testas- supera mis capacidades y ahora mismo mis ganas, me dirijo solamente a los sensatos y a los remediables que, estoy seguro, saludarán con gusto la publicación de El tapiz de la guerra, una novela que habla de historia-verdad y de arte- belleza.
La trama gira en torno a un hecho real: En la noche del 3 al 4 de diciembre de 1936 un camión frena delante de la puerta de la Real Fábrica de Tapices. Una patrulla, formada por militares y civiles, entra en la Fábrica y se incauta de todos los tapices que se encuentran depositados en sus salas. El botín, compuesto por obras pertenecientes a cofradías, iglesias y particulares, es de un valor incalculable. Muchos paños se perderán en los oscuros vericuetos del mercado negro. Estos son hechos documentados, como también lo son los asaltos que sufrió la Fábrica en los meses anteriores, los repetidos intentos de incautación, el abandono de la institución por parte de las autoridades responsables y su consiguiente ruina, el hambre, las amenazas y los asesinatos que se perpetraron.
Sobre este armazón de sucesos históricos, unos “personajes igualmente reales, pero con una verdad distinta, la literaria, (…) tejen la historia pequeña que vive en los repliegues de la grande, llevándonos suavemente de un acontecimiento a otro (…)”. De este modo -como dice la propia autora- conducidos por los personajes y sus pequeñas historias, nos asomamos a las salas de los telares, al estudio de los dibujantes, a la tintorería, al jardín y demás dependencias de la Real Fábrica de Tapices, sabiendo que son descritos con la misma fidelidad que los acontecimientos. Pero este libro además de introducirnos en una parcela desconocida de nuestro arte, proporcionará al lector unas cuantas tardes de agradable lectura, siguiendo el hilo de una historia de amor, las trapisondas de un canalla, el sufrimiento callado de una mujer de las de antes y, sobre todo, el camino de perfección de un artista seducido por la belleza.