“Las cloacas del 11-M”
de Ignacio López Brú
Colección Cara Oculta. Editorial Sepha. Málaga 2013.
Ángel Maestro
“… todos los poderes del Estado, sin excepción, han hecho lo indecible para que no trasluzca nada de la verdad del 11-M”, se afirma con rotundidad en la presentación de Las cloacas del 11-M, el libro de Ignacio López Brú. Frase exacta y certera que describe apodícticamente una realidad de certidumbre axiomática.
Sobre los horribles sucesos del 11 de marzo de 2004 se ha escrito y comentado en toda clase de medios informativos la más amplia gama posible de especulaciones, en un largo recorrido que va desde posturas interesadas en la más pura desinformación, hasta un cúmulo de necedades o de hipótesis de escasa verosimilitud, acompañadas de un radical sensacionalismo ayuno del mínimo rigor exigible.
Pero la característica primordialmente destacada en la explicación del mayor atentado terrorista de la historia no ya de España, sino de Europa, ha sido y es la de la desinformación. En la extinta Unión Soviética el antiguo KGB, con su reconocida competencia en el campo de las “medidas activas”, creó dentro del primer directorio principal ,un servicio específico separándolo de otros con más amplitud de misiones, dedicado concretamente a la “desinformación”. Su impulsor y mentor el general Ivan Agayants, se sentiría sumamente satisfecho al contemplar los espléndidos resultados obtenidos mediante la masiva operación desinformativa llevada a cabo por una conjunción de la totalidad de poderes del Estado español para ocultar la realidad del 11- M, superando los resultados hispanos a los fundadores soviéticos de la especialidad.
La desinformación y por tanto la manipulación de los hechos, ha conducido hasta el premio y la recompensa a los manipuladores : “…a la constelación de ascensos y medallas con que el Gobierno premió a los que no evitaron ni investigaron el atentado, así como a los jueces y fiscales que nos vendieron un proceso judicial y una sentencia sin autores”, afirma Gabriel Moris, padre de Juan Pablo Moris, víctima del 11-M, en uno de los prólogos de la obra. Otra lúcida introducción corre a cargo de uno de los reconocidos mayores especialistas y esforzado investigador en la búsqueda de la verdad del 11-M, Luis Del Pino, quien afirma rotundamente que : “… el 11-M fue un golpe de Estado puro y duro, y que ese golpe de Estado fue orquestado desde las cloacas de nuestros propios servicios de información. Pero resulta imposible demostrar de manera fehaciente esa afirmación hasta que alguien se decida a tirar de la manta”.
Pero para no sumergirnos en la desesperanza podemos pensar que en otro de los grandes misterios de la España actual, el del 23 de febrero de 1981, y levantando en parte la pesadísima losa de la manipulación y la desinformación, tras el libro de Jesús Palacios, y otras obras como la de Pardo Zancada, ya no resulta creíble la versión del golpe militar involucionista, frente a la inspiración real, sí, real en la acepción que el lector se imagina, en el impulso del golpe, y en el planteamiento del mismo por una parte de los servicios de información. Si sobre el 23-F ya existen sólidas bases para comenzar a esclarecer el suceso, aún siendo más ardua y más plagada de obstáculos la investigación del 11-M , libros como el de López Brú representan un arsenal considerable para proveer a los defensores de la verdad con un poderoso armamento en la desigual lucha contra el extenso frente de jueces, fiscales, cargos policiales, políticos y medios informativos al servicio de la manipulación interesada.
Debido a ese cúmulo de dificultades la ardua labor emprendida por López Brú adquiere su verdadera dimensión tal puede comprenderse a lo largo de las más de 400 páginas del libro. La documentación exhibida es ingente, necesaria para sostener el armazón de la obra, explicando la situación previa al atentado en los aspectos antiterroristas, información a la que precede una breve descripción orgánica de la Policía Nacional, la mañana del 11-M, la tarde del 11-M, todo con profusión de datos, personas y situaciones. Más no se piense que tal profusión de información puede resultar farragosa cual si se tratase de un plúmbeo sumario judicial; por el contrario el autor combina rigor con un interés que hace difícil abandonar el relatos de los hechos.
También el Centro Nacional de Inteligencia – CNI- es objeto de unas consideraciones interesantes y que ponen de manifiesto el conocimiento del tema por el autor. En efecto la ignorancia sobre el particular por parte de algunos medios informativos y posteriormente trasladados a la opinión, cual es el hecho de recurrir con tópicos y pretendido humorismo a hablar de “los espías”. Cuando todo aquel que haya estudiado o siquiera conozca algo sobre los servicios de información, sabe que por su propia naturaleza sus actividades son secretas y reservadas y casi nunca se conocen sus éxitos, por lo que sus responsables deben estar muy satisfechos cuando no se trata de sus verdaderas misiones, sino de acontecimientos menores y con ribetes sensacionalistas. Al igual que los éxitos de servicios de reconocida eficacia como el actual SVR ruso, el Mossad israelí, el SIS británico, o la DGI cubana, no suelen ser hecho públicos, es de suponer que los éxitos del CNI, que existen, tampoco son conocidos y como afirma López Brú, los secretos del CNI en relación al 11-M son de tal naturaleza que podrían poner en riesgo al Estado.
La torpe actuación del Gobierno tras el atentado, destacando la increíble lerdez del ministro del Interior mediante continuas declaraciones, en contraste con la reconocida dinámica impuesta por el PSOE con las más considerables dosis de engaño, pero siempre llevando la iniciativa frente al ir detrás por parte del PP, son factores que arrojan más confusión sobre el atentado. Episodios turbios donde aparece nítida la manipulación de algunos sectores policiales cual el caso de la famosa mochila de Vallecas, donde la credulidad del juez instructor asoma de forma prístina, son expuestos con rigor, así como la falacia de las teorías islamistas, el episodio de Leganés, las especulaciones de todo tipo en torno a la autoría y a la finalidad de los atentados, conducentes en un todo a la deducción lógica de la íntima relación existente entre la situación casi terminal en la que se encuentra la España actual, con el papel desempeñado por esa gran desconocido que son las cloacas del Estado.
La inoperancia o más bien la postura complaciente del sector del PP que en tantos temas ha prostituido la confianza que pusieron en ´dicho partido millones de electores, también aparece meridianamente clara en la aceptación de la verdad oficial del 11-M. El libro señala inequívocamente la ausencia por los rectores policiales de hoy de cualquier intento de averiguación de los turbios manejos de algunos de los responsables policiales de antaño, y la vergonzosa actuación del juez instructor y de la sala sentenciadora, ejemplo de la degradación de la justicia, dando por buena esa artera visión oficial de tan trágico suceso que ha podido sin exageración alterar la historia contemporánea de España.
En relación con el 11-M, la totalidad de los poderes del Estado han abandonado el campo de la verdad lógica para refugiarse en el de la utilidad a la que sirven sus múltiples intereses, y como tal parece ser que la han transmitido y conformado a la tácita actitud dominante en el hombre medio. La dictadura imperante hoy en España parece haber conseguido que la arbitrariedad de unos pocos haya alienado con poderosos factores de irracionalidad a una multitud ingente.