04-12-1892: Hoy nacía Francisco Franco Bahamonde

Tal día como hoy, nacía en Ferrol Francisco Franco Bahamonde

Su padre, Nicolás Franco Salgado, era contador de Navío. Su madre, Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade, que ejerció sobre él una hondísima influencia permanente. Su abuelo, Francisco Franco Vietti, había sido intendente general de la Marina. Francisco hubiera querido ser marino pero como la Escuela Naval fue cerrada durante la crisis de 1898, tuvo que optar por la Infantería ingresando como cadete en Toledo en junio de 1907. Pidió destino a Marruecos. Allí se distinguió al frente de una compañía de Regulares y, en 1915, pasaba a ser el capitán más joven del Ejército español.

A consecuencia de una herida grave recibida en el combate de Biutz (28 de junio 1916), ascendió a comandante y fue destinado a Oviedo, donde estaba durante la huelga general de 1917. Conoció entonces al comandante Millán Astray que, cuando fundó la Legión, le llamó para mandar la primera Bandera. Apenas llegado a Ceuta en octubre de 1920, Franco dio muestras de sus dotes de organizador y de jefe durante la etapa de instauración e instrucción de la Legión. Pero fue en el transcurso de las operaciones que siguieron al desastre de Annual, en julio de 1921, cuando Franco empezó a acreditar sus dotes militares.

Después de un corto periodo de estancia en Oviedo (marzo-junio de 1923), Franco, ascendió a teniente coronel, asumió el mando de la Legión, cuyo jefe, Valenzuela, había muerto en combate. Con este motivo hubo de aplazar hasta el mes de octubre su proyectado matrimonio con Carmen Polo y Martínez – Valdés. Durante el otoño de 1924, se destacó mandando las tropas que cubrieron en retaguardia la difícil evacuación de Xauen en el curso de la retirada dispuesta por Primo de Rivera, en contra de los deseos del Ejército de Marruecos. 
Ascendido a coronel (7 de febrero 1925), en septiembre de aquel mismo año ostentó el mando de la vanguardia del ejército que desembarcó en Alhucemas antes de ocupar la capital de Ab-el-Krim. Ascendido a general a raíz de este éxito, pasó a mandar la primera brigada de Madrid (1926). Al año siguiente fue designado para organizar la Academia General Militar de Zaragoza, de la que fue el primer director.

Desempeñaba tal función al caer la monarquía después de las elecciones municipales del 14 de abril 1931. Hasta entonces el general Franco no había tenido actividad política alguna. Había servido fielmente a Alfonso XIII, quien apreciaba los brillantes servicios del más joven de sus generales. Al proclamarse la República, el general Franco hizo un llamamiento al espíritu de disciplina de los cadetes, pero desmintió el rumor según el cual iría a Marruecos como alto comisario, explicando que no aceptaría un cargo que suscitara dudas en cuanto a su lealtad hacia el rey. A partir de aquel momento, los republicanos le tuvieron por sospechoso. Al suprimirse la Academia de Zaragoza, quedó disponible (agosto 1931).

Sin embargo, en febrero de 1932 se le destinó al mando de la brigada de La Coruña y, al año siguiente, asumió el mando militar de Baleares. La modificación de la mayoría que daba el poder a los radicales y a las derechas, hizo que en Madrid estuviera mejor considerado. El gobierno Lerroux siguió sus consejos para reprimir la insurrección de Cataluña y de Asturias en octubre de 1934. 

Nombrado Jefe del Estado Mayor Central (14 mayo 1935), se dedicó a reorganizar y a reingresar a oficiales que, como Mola, habían sido excluidos por sus opiniones, a pesar de su valía militar. La victoria del Frente Popular y de sus aliados autonomistas vascos y catalanes, el 5 de febrero 1936, interrumpió esa tarea. Franco, que temía que la revolución empezara inmediatamente después de aquella victoria, se brindó al presidente del Consejo de Ministros, Portela Valladares, y al presidente de la República, Alcalá Zamora, para sostenerlos, emprendiendo una acción preventiva contra la Cámara. No aceptaron el ofrecimiento. Azaña volvió al poder y envió a Franco a mandar las lejanas guarniciones de Canarias. Antes de partir, Franco acordó con otros generales (Varela, Mola, Orgaz, etc.), que el Ejército se alzaría en el caso de que el nuevo Gobierno abriera las puertas a la subversión y al separatismo.

Las elecciones de 1936 pusieron de manifiesto el fracaso de la República moderada en España. El duelo entre las fuerzas revolucionarias y las conservadoras, todavía poderosas, creaba un verdadero clima de guerra civil latente. A partir de entonces los jefes militares hostiles al Frente Popular prepararon el golpe de Estado que había de poner al frente del gobierno al general Sanjurjo, el vencedor de la guerra de Marruecos, exiliado en Portugal.

El asesinato del dirigente de la derecha parlamentaria, Calvo Sotelo, fue la chispa que prendió fuego a la pólvora. El 17 de julio se alzaba el ejército de Marruecos. El 18, el ejército de la metrópoli seguía el ejemplo. El 19, Franco llegaba a Tetuán en un avión civil inglés y tomaba el mando del ejército de África. La situación era delicada. El alzamiento militar había triunfado en las provincias conservadoras donde la mayoría de la población lo apoyaba (Castilla la Vieja, Navarra); había dominado la situación en Galicia, en Zaragoza, en Sevilla, en Granada y en Córdoba, pero había fracasado en las grandes ciudades, donde el Gobierno armó al proletariado, y en las provincias de tendencias separatistas. Todavía más grave era el hecho de que los marineros se habían amotinado contra sus oficiales y, después de matarlos o quitarles el mando, impusieron la fidelidad de la Marina al régimen republicano. El ejército de Marruecos, por tanto, no podía pasar a la Península. Finalmente, el general Sanjurjo había muerto en un accidente de aviación al salir de Portugal. La creación de una Junta Militar en el norte de España paliaba provisionalmente este acontecimiento imprevisto.

Franco consiguió trasladar sus tropas al sur de España, utilizando algunos aviones; luego envió audazmente un convoy marítimo, a pesar de la superioridad numéricamente aplastante de la flota roja. Entonces, mientras el ejército de Mola cerraba la frontera francesa del Noroeste e iniciaba la conquista de Guipúzcoa, el ejército de África pasaba a la ofensiva, pacificaba a Andalucía y a Extremadura, establecía contacto con el ejército del Norte y liberaba Toledo, donde el general Moscardó, encerrado en el Alcázar con 1.105 hombres, había resistido los asaltos del enemigo desde el 19 de julio al 28 de septiembre.

El sitio del Alcázar suscitó un interés considerable, tanto en España como en el extranjero. Su victorioso desenlace incrementó el prestigio de Franco, que se imponía como el jefe militar más capacitado del campo nacional. Por ello la Junta Militar le designó generalísimo, confiándole posteriormente la dirección del Estado español (1 de octubre 1936). Franco iba a llevar de frente la guerra y el gobierno de la zona nacional.

Franco deseaba imponer rápidamente la paz en Madrid. Intentó tomar la ciudad con su pequeño ejército reforzado con unidades procedentes del Norte. Los revolucionarios dominaban en Madrid. La llegada de las primeras unidades de las Brigadas internacionales los reforzó. Los nacionales quedaron detenidos delante de la ciudad, después de los sangrientos combates de la Ciudad Universitaria, pero cortaron la mayor parte de las comunicaciones de la capital (noviembre 1936-marzo 1937). En adelante, la guerra iba a ser una lucha de desgaste. Ya desde el principio de las operaciones, aviones y municiones habían sido enviados por el Gobierno del Frente Popular francés a los gubernamentales; por Hitler y Mussolini, a los racionales. A finales de agosto, Stalin decidió apoyar a la República española. Envió a España armas, técnicos y consejeros políticos rusos y voluntarios comunistas de todos los países. El Eje replicó intensificando su ayuda.

Después del fracaso italiano de Guadalajara, Franco modificó sus planes y emprendió la pacificación de las provincias del Norte sometidas al Frente Popular (Vascongadas, Santander y Asturias), pero aisladas del territorio regido por el Gobierno republicano, refugiado en Valencia. Después de la muerte de Mola  dirigió la conquista de Bilbao (19 jun. 1937), luego la de Santander (26 de agosto) y la de Asturias (octubre), a pesar de las vanas ofensivas rojas de diversión de Brunete (15-25 de julio) y Belchite (agosto-septiembre). La balanza se inclinaba decididamente del lado nacional.

Franco preparaba una nueva ofensiva contra Madrid cuando el mando adverso lanzó un ataque contra Teruel. La contraofensiva nacional, estorbada por un frío en extremo crudo, no logró salvar la ciudad. Después de su reconquista (21 febo 1938), Franco desencadenó una ofensiva que rompió el frente enemigo, llevó a la conquista de Lérida y al Mediterráneo, en Vinaroz (15 de abril) y a Castellón de la Plana (14 de junio), separando a Cataluña de Valencia y Madrid. Valencia estaba amenazada cuando los rojos contraatacaron y volvieron a pasar el Ebro (24-25 de julio). Franco concibió entonces el plan de sostener en esa bolsa una batalla de desgaste en la que el ejército enemigo se agotaría. Acertó en sus previsiones. La ofensiva enemiga quedó detenida. En noviembre, los nacionales atacaron, a su vez, y empujaron más allá del río los restos de un ejército desangrado. Antes de que éste pudiera reorganizarse, Franco emprendió el 23 de diciembre la operación decisiva: la conquista de Cataluña. El 26 enero 1939 se ocupó Barcelona. La República roja se vino abajo. Después de los combates callejeros de Madrid, entre los partidarios de la rendición y los comunistas que todavía querían resistir, los nacionales no tropezaron ya con oposición notable. Entraron en la capital (28 de marzo) y en Valencia (30). El 1 abril 1939 la guerra había terminado.

Alcanzada la victoria, era preciso levantar al país de sus ruinas que eran inmensas y, para evitar las convulsiones que lo agitaban desde hacía más de un siglo, rehacer un Estado en el que los españoles pudieran convivir pacíficamente.

En Burgos, el 1 octubre 1936, Franco sólo se había encontrado con los escombros de los regímenes anteriores. La República, que con un anticlericalismo anacrónico se había enfrentado a los católicos, se había mostrado incapaz de imponer un orden elemental. Pero antes de ella, la monarquía liberal, envejecida y agrietada, se había derrumbado por sí sola. El carlismo preconizaba la monarquía tradicional; el falangismo, un Estado autoritario nacional-sindicalista. En el extranjero, los grandes autócratas, Hitler, Mussolini y Stalin, dominaban la política europea. La fórmula autoritaria se imponía. 

Franco dirigía una coalición de españoles de matices diferentes, y a veces divergentes, a los que unían el catolicismo, el patriotismo, la hostilidad al comunismo y a una forma de democracia que pudiera abrirle paso. Se esforzó en mantener la unión descartando los motivos de división, así como la restauración de la monarquía, que aplazó.

Acertó al aliar la flexibilidad diplomática con la firmeza y el arte de dejar que los problemas se fueran madurando.

Para realizar aquella unión, Franco quiso fundir las diferentes corrientes de la España nacional en un Movimiento único que habría de constituir el marco político de la nación. «Jefe sin partido» tomó la Falange, «movimiento sin jefe» desde la muerte de José Antonio Primo de Rivera, y la unió a los carlistas y a los demás grupos monárquicos. Organizó después su Gobierno (19 abril 1937). Desde su proclamación gobernaba con la ayuda de una Secretaría General del Estado, que dirigía su hermano mayor Nicolás, y de una Junta Técnica del Estado, puramente administrativa. En enero de 1938 estableció su primer ministerio, luego el Consejo Nacional y la Junta Política, que se reunieron rara vez.

Restablecida la paz, Franco completó los engranajes de un Estado que, condenando el régimen de división de partidos, había de asentarse en la familia, el municipio y los sindicatos. Puso en marcha la organización sindical, concebida según una fórmula unitaria (6 diciembre 1940) y posteriormente las Cortes (1942).

El sistema dejaba la primacía al poder ejecutivo, por consiguiente, al general Franco. Ello le permitió hacer frente a las situaciones dificilísimas en que lo colocó la Guerra mundial.

El conflicto mundial estallaba cuando España andaba necesitada de paz y de créditos para su reconstrucción. Franco, a pesar de la ayuda que el Eje le había proporcionado durante la guerra, estaba resuelto a no tener en cuenta sino el interés de España. 

Proclamó la neutralidad española. Después de las victorias alemanas que, en junio de 1940, establecieron la hegemonía del III Reich en Europa, Franco se vio invitado a unirse al Eje para abatir a Inglaterra. La ayuda germano-italiana prestada al campo nacional, ciertas afinidades ideológicas, la posibilidad de recuperar Gibraltar y de reconstruir un imperio colonial a costa de las democracias vencidas fueron los argumentos aducidos por los partidarios de la intervención. 

Franco resistió a esos llamamientos. En las entrevistas con Hitler (23 nov. 1940) y de Bordighera con Mussolini (12 febo 1941), se escudó en la precaria situación económica de España para evitar la entrada en guerra, aun sin romper con los jefes del Eje. La guerra de Rusia le permitió dar satisfacción a aquéllos mediante el envío de la División Azul al frente del Este, sin entrar en el conflicto. Cuando la derrota alemana apareció como posible, Franco atrajo la atención de los anglo-sajones sobre el peligro de abandonar Europa al comunismo ruso. Pero las ilusiones de los ingleses en su fuerza y de Roosevelt sobre Stalin hicieron que tales advertencias fueran vanas.

Terminada la guerra, la diplomacia rusa desencadenó violentas campañas para derrocar al «régimen franquista», aislándolo y asfixiándolo económicamente. Franco, sostenido por la. opinión pública española, sacó partido del creciente recelo de los anglosajones respecto a los rusos para resistir a esa presión, incluso cuando la Asamblea General de la ONU recomendó la retirada de Madrid de las misiones diplomáticas (13 dic. 1946). Su diplomacia, dirigida desde el verano de 1945 por un católico militante, Alberto Martín Artajo, supo ganar para la causa de España a la mayor parte de las naciones hispánicas, a los países árabes y a clanes influyentes del mundo financiero y político norteamericano. La guerra  fría le permitió conseguir que se derogaran en la ONU las medidas contra España y, más tarde, después de laboriosas negociaciones, que se concluyeran los acuerdos hispano-norteamericanos que eran una verdadera alianza  (1953). La firma, aquel mismo año, del Concordato con la Santa Sede y la entrada de España en la ONU constituyeron notables éxitos diplomáticos y la descolonización pacífica de Marruecos mantuvo viva la amistad hispano- marroquí.

El desenlace de la Guerra mundial tuvo indudable influencia en ciertos- aspectos de la política interior del Caudillo. Después de la derrota del Eje, suprimió los signos externos que recordaban el fascismo, eliminó a ciertos hombres políticos demasiado comprometidos por sus relaciones con el Eje; llamó a católicos de matiz demócrata-cristiano, sin renunciar, no obstante, a la estructura monolítica del Estado.  

Determinados monárquicos pedían que se restableciera la monarquía, pero tal solución suscitaba no pocas oposiciones. Franco, a raíz de la condena de su régimen por la ONU, sometió al pueblo el texto de una ley constitucional que, aun instaurando la monarquía, le dejaba de por vida la dirección del Estado y preveía las modalidades de su sucesión. El referéndum del 6 jul. 1947 le dio una mayoría aplastante (14.145.163 sí contra 722.656 no y 336.593 votos nulos). A partir de entonces, aun manteniendo un orden interno que se liberaliza lentamente, pudo consagrarse al desarrollo económico de España.

La Guerra mundial había hecho muy difíciles la reconstrucción y el desarrollo económico. Franco se había propuesto reducir el mal endémico de la balanza comercial deficitaria desarrollando la producción nacional y singularmente la industria. Durante la primera etapa se rodeó de colaboradores partidarios del nacionalismo económico, que fundaron el INI para dar a la industria española el impulso necesario en numerosos ámbitos, multiplicaron los embalses y elaboraron grandes planes de colonización
en regiones desheredadas (Badajoz, Jaén, etc.). Se llevó a cabo una obra importante, singularmente en el ámbito de la industrialización, aun sin respetar en todo momento la ortodoxia económica. Pero el comercio exterior seguía siendo deficitario. Entonces Franco recurrió a nuevos equipos ministeriales formados. por técnicos partidarios de una economía más libre y de un acercamiento a la Europa del Mercado Común. Sometidas a referéndum, tales reformas fueron aprobadas por una mayoría impresionante (14 diciembre 1966).

Ese viraje de 1957, favorecido en parte por el enorme desarrollo del turismo, permitió enriquecer a los españoles cuyo nivel de vida se fue aproximando al de los pueblos de la Europa occidental. Paralelamente; la vida política se tornó más flexible: se suprimió la censura y se estableció la tolerancia religiosa. Con vistas a preparar su sucesión, Franco enmendó las leyes fundamentales en un sentido liberal en el marco de una monarquía que prolongara el Movimiento Nacional. 

Aquel día los españoles votaron menos en favor de unos textos que en favor del jefe que, después de una terrible convulsión, les había asegurado 30 años de paz y facilitado el vivir mejor. Ese estadista frío, paciente, firme y flexible al mismo tiempo, cuyo estilo de vida es austero, ha ejercido sobre un pueblo, que tiene fama de difícil de conducir, uno de los gobiernos personales más dilatados y pacíficos de la historia de España.

El futuro dirá si esa paz ha sido un paréntesis excepcional o el principio de una era de concordia entre sus habitantes.

 


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