14 de abril de 1931: golpe de estado monárquico contra la monarquía

 
 
Pío Moa
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   En la madrugada del 12 al 13 de  abril de 1931,  los miembros del “gobierno provisional” republicano salían contentos de la Casa del Pueblo de Madrid, donde habían seguido la jornada electoral. Miguel Maura caminaba con Largo Caballero y Fernando de los Ríos, el cual dijo que el triunfo en las capitales de provincia les daba esperanzas para las elecciones generales previstas para octubre. Maura miró a Largo y “con asombro vi que asentía. Recuerdo la vehemencia con que les hice ver el error en que estaban, anunciándoles que  antes de cuarenta y ocho horas estaríamos gobernando”. Me llamaron iluso y nos despedimos. Al día siguiente  seguía sin convencer a sus compañeros “Me miraban como a un pobre iluso o a un demente que soñaba despierto. Puedo afirmar que durante todo el día 13, el único del Comité que creyó y obró seguro de la victoria definitiva, fui yo, a pesar de los rumores y las alarmantes noticias, en su totalidad falsas, que los correligionarios despistados nos traían sobre la inminente reacción del rey y del ejército contra nosotros”.   
 
   En realidad, el gobierno estaba resuelto a no tolerar las indecisiones de los republicanos. A medianoche  del 12 al 13  los ministros se reunieron informalmente en Gobernación con el general Sanjurjo, jefe de la Guardia civil. Según Lerroux, Romanones le preguntó si podría responder de sus fuerzas para controlar posibles desórdenes. Sanjurjo respondió : “Hasta ayer por la noche podía contarse con ella”, “Todo estaba perdido”, asegura Romanones. Berenguer, ministro de la Guerra,  faltó a la reunión, pero no mostró menos resolución que los otros. Sin consultar a sus colegas envió un telegrama a las autoridades militares de provincias  haciéndoles notar la “derrota de las candidaturas monárquicas en las principales circunscripciones” e instándolas a “seguir el curso lógico que les impone la suprema voluntad nacional”. En suma, antes de que amaneciera, Romanones, Sanjurjo y Berenguer, llevados de un vehemente deseo de “acatar la voluntad nacional” habían desahuciado por su cuenta y riesgo al régimen que teóricamente defendían, y que casualmente había ganado las elecciones.   
 
   Al amanecer del día 13, Romanones acudía a palacio: “Yo no acertaba con la fórmula de afirmar que todo estaba perdido, que no quedaba ya ni la más remota esperanza y, sin embargo, hablé con claridad suficiente, interrumpiéndome el rey con la frase: “Yo no seré obstáculo en el camino que haya que tomar, pero creo que aún hay varios caminos”. Y observa Maura con justeza: “Ya en la mañana del 13, antes de que el Gobierno hubiese deliberado y antes de que la calle mostrase síntomas de efervescencia, el Romanones  estaba decidido a forzar las etapas para que el monarca abandonase la lucha”. Y por la tarde Aznar hacía su famosa declaración sobre el país que se acostaba monárquico y se levantaba republicano, que en la práctica era un llamamiento a los republicanos a tomar la calle.   
 
   Por la tarde del día 13 se formaron grupos  partiendo del Ateneo y de la Casa del Pueblo, que trataban de congregar a más gente mostrando un telegrama falso, según el cual el rey había huido precipitadamente a hacia París. La consigna de “¡Ya se fue”! ¡Ya se fue!” iba congregando por la calle a más y más gente, que afluyó a la Puerta del Sol y al Palacio de Oriente. Apenas hubo incidentes, porque las fuerzas de orden público permanecieron pasivas.   A primera hora de la mañana del 14,  Romanones enviaba al rey  esta nota: “Los sucesos de esta madrugada hacen temer a los ministros que la actitud de los republicanos pueda encontrar adhesiones  en elementos del Ejército y fuerza pública (…) y  se produzcan sangrientos sucesos. Para evitarlo (…) podría V. M. reunir hoy al Consejo (…) y el mismo reciba la renuncia del rey, para hacer ordenadamente la transmisión de poderes”. La nota tiene un aire intimidatorio, y observa de nuevo Maura: “Los sucesos de esta madrugada… ¡No sé cuáles pudieron ser, porque ninguno digno de ser recordado había surgido en el curso de la noche! Pero era lógico que  había que apoyar en algo extraordinario el argumento que motivaba la nota”.   
 
   Lo anterior lo copio de mi libro  Los personajes de la República vistos por ellos mismos. Si hubiéramos de personalizar los elementos más decisivos de aquellas jornadas los encontraríamos en Miguel Maura y el conde de Romanones.  Maura olió enseguida la quiebra política y moral de la monarquía y arrastró a sus colegas del “gobierno provisional” a tomar el poder, que, como él señala, “nos regalaron”. Romanones, fue quien desde dentro del gobierno intimidó principalmente  al rey para que se marchase (sin contar la extraña conducta de Berenguer, Sanjurjo, Aznar y otros). Solo La Cierva advirtió al monarca: “El Rey se equivoca si piensa que su alejamiento y pérdida de la Corona evitarán que se viertan lágrimas  y sangre en España. Es lo contrario, señor”.  
 
   Maura había sido monárquico hasta poco tiempo antes, y Romanones parecía un pilar de la monarquía. ¿Por qué obró de esa manera? El socialista y masón distinguido Juan Simeón Vidarte expone en sus memorias una pista casi nunca citada, pero interesante, ya que no demostrativa: ”Cuando salimos en unión de Marcelino Domingo de su despacho, le pregunté a éste si don Gregorio [Marañón] era o había sido masón, ya que con tanta libertad se habló con él del trabajo en las Logias. Domingo me informó de que Marañón fue iniciado en secreto por su suegro Miguel Moya, cuando éste era Gran Maestre. Estas iniciaciones constan en un libro especial que lleva la Gran Maestría, y sólo figuran en él los nombres simbólicos. El caso del ilustre médico y escritor era semejante al del conde de Romanones, quien también había sido iniciado en secreto por Sagasta y quien siempre cumplió bien con la Orden (…) “Ya comprenderá usted, terminó Domingo, que muchas veces nos interesa que no se sepa que son masones algunos políticos de nuestra confianza”. Fallecidos, lo mismo el conde de Romanones que el querido y admirado doctor Marañón, me encuentro en libertad para revelar estos secretos” (Vidarte: No queríamos al rey. Grijalbo, 1977. Páginas 227-8).   
 
   Se de ello lo que fuere, es cierto que la masonería  consideró la II República como un régimen propio. También lo es que Marañón criticaría la frivolidad  de quienes, como él mismo, habían contribuido a traer aquel caos. Con la experiencia de lo hecho, llamaría a los  líderes republicanos “cretinos criminales”,  en quienes “Todo es  latrocinio, locura y estupidez”, “estupidez y canallería”,  “Horroriza pensar que esta cuadrilla hubiera podido hacerse dueña de España (…). Y aun es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos y por haber creído en ellos”.    
 
   En cualquier caso, la república nació con plena legitimidad, ya que fueron los monárquicos quienes dieron un golpe de estado contra la monarquía,  despreciando y engañando a sus propios votantes y regalando el poder a los republicanos.  Con ello  retrataron su falta de fe en sí mismos,  y realmente la monarquía quedó tan desprestigiada que si no fuera por Franco  habría tenido muy pocas posibilidades de volver. Un caso único en el siglo XX, tanto el modo como se hundió como su reinstauración.  
 
   ¿Cuál es la razón de aquella asombrosa quiebra moral? Principalmente la legitimidad. Los republicanos esgrimían la bandera de la democracia, que en el siglo XX se ha ido convirtiendo en la única legitimidad generalmente aceptada, mientras que los monárquicos y la derecha, aunque liberales, desconfiaban de ella, si bien la aceptaban (la Restauración  fue uno de los primeros regímenes de Europa en adoptar el sufragio universal, y la CEDA aceptó igualmente la república, si bien a disgusto). Lo chusco, por así decir, del caso es que lo que llamaban democracia las izquierdas era algo directamente opuesto a lo que normalmente se entiende por tal. De modo extremadamente simple, la democracia consistiría en que mandaran ellos, pues para eso eran “el pueblo”. Los monárquicos se sentían sin respaldo político-moral, sencillamente. En un libro próximo, para la Feria del Libro, La guerra civil y los problemas de la democracia en España, abordo estas cuestiones, que creo nadie ha abordado algo en serio todavía. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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