10 de febrero en Krasny Bor, por Carlos Caballero Jurado

La más sangrienta batalla española del siglo XX 
 
Carlos Caballero Jurado
 

  Tras la victoria conclusión de la batalla de Stalingrado, a principios de febrero de 1943, el Ejército Rojo exudaba optimismo. Durante muchos meses, no había dejado de acumular derrotas y ver como ambiciosas contraofensivas  acaban frenadas, y aunque se había logrado frenar a la hasta entonces invencible Wehrmacht, para ello se había tenido que pagar un precio humano terrible. Por fin se había obtenido una victoria colosal gracias a la Operación “Urano”, al cercar al 6º Ejército alemán en Stalingrado y destrozar una serie de grandes unidades de los países aliados del III Reich entre el Volga y el Don. Pero los alemanes seguían dando muestras de su efectividad y una ofensiva de las mismas proporciones que “Urano”, la Operación “Marte”, lanzada frente a Moscú en las mismas fechas, se saldó con un tremendo  fracaso (algo que la historiografía soviética ocultó totalmente durante años).
 
   Más al norte, el Ejército Rojo logró en enero de 1943 abrir un corredor en la ribera sur del lago Ladoga, para aliviar el terrible cerco que padecía Leningrado. Los germanos respondieron con una contraofensiva para cortar ese pasillo, amasando tropas en aquel lugar. Inmediatamente el genio estratégico del mariscal Zhúkov percibió que allí  podía causar a los germanos otra derrota, un nuevo Stalingrado, si esa masa era cercada mediante ataques sobre sus flancos, desencadenados desde Leningrado, pero también desde el exterior, por el llamado Frente del Voljov. Así nació la Operación “Estrella Polar”.
 
   El Frente de Leningrado debía atacar en  Krasny Bor, una población por donde pasaban la carretera y el ferrocarril que unían Leningrado con Moscú. Roto el frente en ese punto, en dos días sus fuerzas confluirían en la ciudad de Tosna con las que avanzarían desde el Frente del Voljov.
 
   Krasny Bor estaba cubierto por la División Azul española, lo que a ojos soviéticos era una ventaja. Supusieron que los españoles, a los que –engañados por su propia propaganda- imaginaban como una mezcla de mercenarios y reclutas forzosos, se desmoronarían ante un ataque de envergadura, como había ocurrido con los rumanos, y estaba ocurriendo en esas mismas fechas con los húngaros e italianos, en el sector del Don.
 
   Pocas jornadas antes de que los soviéticos se lanzaran al ataque contra los españoles, estos y los alemanes ya eran conscientes de la amenaza. La primera línea, que hasta entonces estaba defendida por  cuatro batallones de infantería españoles, ante la inminencia del ataque, fueron reforzados cañones anticarro, mientras que compañías de zapadores y escuadrones de caballería (aunque en realidad se trataba de unidades a pie) constituían una segunda y tercera líneas, para realizar contener penetraciones y contraataques. También se reforzó la artillería.
 
   Pero la masa reunida, unos 5.000 hombres, era bien poco para hacer frente a lo que el 10 de febrero de 1943 se abatió sobre ellos: cuatro divisiones enemigas, apoyadas por unas 1.000 bocas de fuego, y precedidas por medio centenar de carros de combate, armamento esto que faltaba en el arsenal español, quienes además carecían de cañones antitanque eficaces. Los soviéticos alineaban en total más de 50.000 hombres. El sector clave sería asaltado por el mejor general soviético del sector, Simoniak, al frente de una prestigiosa División de la Guardia.
 
   Cuando, tras la tormenta de acero que habían lanzado sobre las líneas españolas, los carros de combate y los infantes soviéticos empezaron su ataque, imaginaron un fácil avance. Los españoles que no hubieran muerto, habrían huido despavoridos. Pero aquellos descendientes de los defensores de Sagunto y Numancia, enardecidos por saberse miembros de la nación que acababa de derrotar al comunismo en una reciente y atroz guerra civil, se empeñaron en luchar y paralizaron la ofensiva. Desesperados, los oficiales soviéticos vieron como su ataque se estancaba apenas dos kilómetros tras las líneas originales, cuando lo calculado era avanzar esa misma mañana unos 10 kilómetros, hasta Sablino. La épica defensa de los españoles dio tiempo suficiente a que los alemanes desplazaran hacia el sector más artillería y sus reservas, frustrando definitivamente todo el plan. Se acababa de lograr un casi increíble victoria defensiva.
 
   Miembros de la División Azul que habían combatido en la Guerra Civil en batallas como Brunete o el Ebro, no han dudado en decir que esos combates fueron poca cosa en comparación con Krasny Bor. Al acabar la jornada los españoles habían tenido 1.000 muertos, 1.500 heridos y 200 prisioneros. Para que el lector se haga una idea, estas cifras son superiores a las que tuvieron los americanos en la playa de Omaha el día D.
 
   Pero la misión se había cumplido. La Operación “Estrella Polar” se saldó con un fracaso total. Y los españoles que se batieron en Krasny Bor figuran entre los principales responsables de ello, aunque en los sectores en que en esa misma jornada los soviéticos a tropas alemanas, también fueron rechazados.
 
   La increíble epopeya que fue aquella batalla basta, por si sola, para anular todas las absurdas especulaciones sobre una División Azul compuesta por reclutas forzosos, aspirantes a desertor, alistados por hambre, etc. De haber sido ese el perfil de los miembros de la División Azul habríamos asistido el 10 de febrero de 1943 a una derrota como la de Annual. En realidad, solo el hecho de ser de voluntarios y de firmísimas convicciones anticomunistas explica que, a muchos miles de kilómetros de España, aquellos compatriotas libraran con éxito la batalla más cruel sostenida por las armas españolas en todo el siglo XX. Las sublimes muestras de heroísmo que se vivieron aquella jornada dieron lugar a la concesión de tres Laureadas de San Fernando, 11 Medallas Militares Individuales, y unas 300 Cruces de Hierro.
 
   A miles de kilómetros de distancia, España, su Patria, pasaba por momentos de tremendo peligro. Tropas norteamericanas habían desembarcado en el Marruecos francés, y una vez ocupado, todo uno de sus ejércitos, el 5º del general Clark, en vez de marchar hacia Túnez a batirse contra los alemanes, desplegó frente al Marruecos español. Entre sus planes de operaciones, uno para invadir nuestro protectorado, fase previa a un salto sobre la España peninsular. Este era el camino más corto para llegar a Francia. En respuesta a la acción de los Aliados, la Wehrmacht había invadido la llamada Francia No Ocupada y ahora todos los Pirineos y por tanto toda la frontera hispano-francesa estaba en manos alemanas. Convencidos de la inminente ocupación de España por los Aliados, algunos estrategas germanos propugnaron la ocupación preventiva de la parte septentrional de nuestro país.
 
   Al final ni unos ni otros transformaron nuestro país en campo de batalla. A miles de kilómetros de su Patria, miles de españoles se habían dejado matar o herir antes que ceder unos palmos de terreno. Fuera quien fuera el que invadiese España, sabía que iba a encontrar una oposición similar. Nada de un paseo militar, sino un duro batallar que causaría decenas de miles de bajas a los atacantes. En Krasny Bor, y animados por sus firmes ideales, los españoles habían demostrado que peleaban como leones.

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