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Carlos Fernández Barallobre
1945 El Generalísimo Franco y su esposa Carmen Polo, a su llegada a la plaza de toros de La Coruña. Foto Agencia EFE. Imagen recogida de Internet
En la tarde del día seis de agosto de 1945, el Jefe del Estado Francisco Franco, asistía a la quinta y última sesión del concurso hípico Nacional que se estaba celebrando en el antiguo campo de fútbol de la ciudad, el Parque de Riazor. Esa tarde se disputaba la prueba de honor y regularidad, cuyo primer premio era la copa donada por el propio Caudillo. El Generalísimo hizo su aparición en el palco presidencial del campo unos minutos antes de las siete de la tarde, a los acordes del himno Nacional.
Le acompañaban su esposa, Carmen Polo de Franco; el presidente de las Cortes Españolas, Esteban Bilbao, y señora; el ministro del Ejército, teniente general Fidel Dávila; el jefe de la Casa Militar de S. E., teniente general José Moscardó; Capitán General de la Región Militar, ayudantes del Caudillo y otras personalidades.
Al advertir el público la llegada del Jefe del Estado, prorrumpió en vítores y aclamaciones. El palco presidencial se hallaba exornado con reposteros y Banderas con los colores nacionales.
El Caudillo, que vestía uniforme de Capitán General del Ejército, y personalidades que le acompañaban, tomaron asiento en los lugares reservados. Ante la insistencia de los vítores y aclamaciones, el Caudillo hubo de levantarse para corresponder a las muestras de adhesión y cariño.
En el Parque de Riazor, el Generalísimo fue recibido por el capitán general de la Octava región, Teniente general Los Arcos; gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, Antonio Martín Ballestero; alcalde de la ciudad en funciones Luis Vázquez Peña, y otras autoridades civiles y militares.
La prueba de honor había comenzado a las seis de la tarde, y fue interrumpida momentos antes de la llegada del Jefe del Estado, reanudándose después ante la presencia de éste. La prueba donde se disputaba el trofeo donado por el Generalísimo, era de regularidad y constaba de 30 obstáculos.
La victoria y por consiguiente el Trofeo Generalísimo Franco, se lo llevaría el Comandante Bulnes montando a “Madroño” con un tiempo de 2 minutos 36 segundos y sin derribos. En segunda posición, con un obstáculo derribado, se clasificó el Teniente Coronel Héctor Vázquez sobre “Natalio” con un tiempo de 2`45”. En tercer lugar se situó el Comandante Fernández Muñiz, a lomos de “Egalite”, que derribó un obstáculo e hizo un tiempo de 2 minutos y 55 segundos.
Terminada la competición, el Generalísimo hizo entrega, entre nuevas aclamaciones y vítores entusiásticos, de la copa que llevaba su nombre, al vencedor de la prueba, comandante Bulnes. Seguidamente, el ministro del Ejército y otras autoridades entregaron a otros jinetes los trofeos conquistados.
Como colofón de la prueba se celebró la de doma, en la que resultaría vencedora una bellísima yegua llamada “Yanta”, montada por el jinete internacional, el comandante Carlos Kirkpatrick O`Donnell, quien realizó una brillantísima exhibición. Carlos Kirkpatrick, participaría tres años después en los Juegos olímpicos de Londres, logrando un décimo cuarto puesto en la clasificación general de Doma.
A las nueve y cuarto, el Caudillo, a los acordes del Himno Nacional, abandonó el campo de deportes del Parque de Riazor, entre los grandes aplausos y vítores de los aficionados.
Plaza de toros de la Coruña. De izquierda a derecha, Carlos Arruza, Álvaro Domecq y Pepín Martin Vázquez
La última corrida de la feria taurina coruñesa de sus fiestas de agosto, se celebró en tarde del día 9, con una presencia numerosísima de aficionados, que llenaron el coso coruñés para ver en acción a Carlos Arruza, Pepín Martín Vázquez y Agustín Parra “Parrita”, acompañados por el caballero rejoneador jerezano Álvaro Domecq. El ganado, a excepción del primero, lidiado en rejoneo, de la ganadería de Escudero, que era reservón y no pasaba, resulto extraordinario. Los otros seis enviados por el ganadero Juan Guardiola compusieron un encierro que resultó sensacional, como hacía tiempo que no se daba otro igual en La Coruña.
En el palco presidencial destacaba la figura del Jefe del Estado Generalísimo Francisco Franco, que presenció el festejo acompañado por su esposa Carmen Polo; el alcalde de La Coruña en funciones Luis Vázquez Pena; el presidente de las Cortes Esteban Bilbao y señora, el teniente general Moscardó; Capitán General de la Región Militar, Teniente General Los Arcos; gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de la Coruña Antonio Martín Ballestero y otras personalidades.
El Caudillo, a los acordes del Himno Nacional, hizo su aparición en el palco presidencial momentos antes de comenzar la corrida. El público puesto en pie, le ovacionó y vitoreó, con gritos de ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!
A la muerte del cuarto toro, Álvaro Domecq y los diestros Arruza, Martin Vázquez y Parrita, subieron al palco presidencial, donde cumplimentaron al Caudillo. Este les ofreció un refresco y recibieron un regalo de su parte, por haber tenido la deferencia de haberle brindado, cada uno de ellos, la muerte de su primer toro.
El rejoneador Álvaro Domecq no tuvo suerte a la hora de matar y fue muy ovacionado, tras una espectacular actuación, sobre todo en banderillas.
Carlos Arruza, que fue recibido por el público puesto en pie, agradeciéndole el gesto del día anterior, de haber donado diez mil pesetas para ayuda de los pobres, completó una actuación soberbia, cortando cuatro orejas, un rabo y pata, después de dos faenas variadísimas y grandiosas que enloquecieron a los aficionados. En su primero colocó tres extraordinarios pares de banderillas, uno de los cuales brindó al Caudillo de España. En su faena, acunado entre los pitones de su enemigo, Arruza consiguió ligar dos excelentes tandas de naturales, que pusieron la plaza en pie. Tras ser volteado espectacularmente, continuó su faena con molinetes de rodillas y pases de espaldas al toro, La afición vibra, puesta en pie en los tendidos y andanadas, y Arruza engancha una estocada hasta la bola que hace rodar sin puntilla al de Guardiola. Dos orejas y rabo para el mejicano. En el cuarto y tras iniciar la faena con un desarme, movido por su amor propio, organizará con su faena, un auténtico revuelo en la plaza coruñesa. Cuatro derechazos en redondo, cambiando la muleta de mano, y dejando ocho naturales enormes, alguno de cartel taurino. Molinetes de rodillas y dos naturales más, pasándose los pitones a milímetros de su cuerpo. Dos pases por alto, dos preciosos de desmayo y tras cuadrar al astado, deja una media estocada que acabará con la vida de su oponente. El público unánimemente llena de pañuelos la plaza y el presidente le concede dos orejas, rabo y pata, convirtiéndose en el gran triunfador de la tarde.
Sus compañeros de cartel también rayaron a gran altura. Pepín Martín Vázquez cosechó tres orejas y rabo y Parrita cuatro orejas. Pepín Martin Vázquez, tras exhibirse en el tercio de banderillas, sobre todo con un par al quiebro espectacular, inició su faena con dos pases de rodillas. Naturales articulados con una suavidad pasmosa, llevando embebido al toro tras la muleta; afarolados, molinetes y varios de pecho, vaciando por completo la salida de la res, enardecieron a los aficionados. Mató, tras pinchazo, y se llevó las dos orejas y el rabo. En el quinto de la tarde, Pepín volvió a lucirse con naturales de gran factura. A la hora de la suerte suprema pinchó dos veces, necesitando descabello y fue premiado con otra oreja.
Por su parte Parrita, en un alarde de valentía, fijadas las zapatillas a la arena coruñesa, fue desgranando, en su dos faenas, toda una panoplia de pases variadísimos con naturales, derechazos, pases de pecho, manoletinas, redondos, molinetes de rodillas, afarolados, pases por alto finalizando con dos elegantísimos pases de desmayo, que llevaron el clamor a los tendidos. Se deshizo de sus dos toros con dos muy buenas estocadas, una tras pinchazo, y se llevó cuatro orejas, entre los grandes aplausos de los aficionados.
Al final, los tres matadores recorrieron el redondel a hombros, con masiva caída de flores, sombreros, cigarros puros, abanicos, acompañados por el mayoral de la ganadería. Se fueron en volandas por las calles de La Coruña, seguidos por una muchedumbre que no cesó de aclamarlos hasta las puertas de los respectivos hoteles donde se alojaban. Fue sin duda una corrida para la historia.
Al abandonar el Caudillo la plaza, tras escuchar las notas del Himno Nacional interpretado por la Banda del Regimiento de Infantería Isabel la Católica, que había amenizado la corrida, fue objeto de una entusiástica despedida. El público, que se hallaba congregado en los alrededores de la plaza, prorrumpió en gritos de ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!, a la salida del Caudillo.
El Caudillo saludó repetidas veces a la multitud, antes de introducirse en su vehículo. Arropado por su escolta Mora, miles de coruñeses, que se habían estacionado y agolpado en las aceras de las calles por donde transitó la comitiva de salida de la ciudad, con dirección a su residencia veraniega del Pazo de Meirás, despidieron al Jefe del Estados con grandes muestras de adhesión y afecto.