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Carlos Fernández Barallobre.
El Jefe del Estado, Generalísimo Franco inaugura la Fábrica de Armas de La Coruña.
En la mañana del sábado día 6 de septiembre de 1958, el Jefe de Estado Generalísimo Franco inauguraba, junto con el ministro de comercio Alberto Ullastres, en la plaza de San Agustín de La Coruña, el primer supermercado coruñés. A su llegada el Caudillo, acompañado por el Capitán General de Galicia, Teniente General Fermín Gutiérrez de Soto, pasó revista a una compañía del Regimiento de Infantería Isabel la Católica nº29, que le rindió honores de ordenanza. Tras ello, el Caudillo saludó a los ministros Secretario General del Movimiento señor Solís; de Gobernación Teniente General Alonso Vega; de Trabajo señor Sanz Orro, de Hacienda señor Navarro Rubio; de Agricultura seños Cánovas; de Obras Públicas señor Vigón, del Ejercito Teniente General Barroso: de Marina Almirante Abárzuza, de industria señor Planells y sin cartera señor Gual. Junto a ellos se hallaba el alcalde de la Coruña Alfonso Molina, el gobernador Civil Evaristo Martin Freire y las principales autoridades civiles y militares de la provincia.
Ya dentro del nuevo súper, el comisario general de Abastecimientos y Transportes, explicó al Jefe del Estado todos los pormenores de la construcción del nuevo recinto, que fue posteriormente bendecido por el cardenal Arzobispo de Santiago Fernando María Quiroga Palacios. El Generalísimo Franco recorrió las instalaciones que le complacieron gratamente, deteniéndose en las cámaras frigoríficas, almacenes y sección de empaquetado. Tras ello y con las explicaciones del comisario general de Abastecimientos y Transportes, recorrió el cuerpo central del supermercado con sus vitrinas frigoríficas, estanterías y zona de cajas registradoras. El Caudillo, según resaltaba la prensa de la época, “observó con detenimiento algunos de los artículos exhibidos, como las carnes hamburguesas o el Bacon (tocino ingles) y otros”.
El nuevo supermercado hacía el número cuatro de los que había construido la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, tras inaugurase los de San Sebastián, Bilbao y Gijón. Tenía una superficie total de mil metros cuadrados, y disponía de aire acondicionado, cámaras frigoríficas y todas las instalaciones adecuadas para el mejor servicio del público. Tenía una superficie de más de mil metros cuadrados de los cuales seiscientos treinta correspondían al local de despacho al público y el resto a almacenes y cámaras frigoríficas. Estaba dotado de 27 vitrinas frigoríficas con una temperatura de -20 grados centígrados; 14 grandes estanterías y seis cajas registradoras para el cobro de las mercancías. El pavimento era de loseta hidráulica y las paredes y columnas revestidas de un vistoso azulejo.
En los estantes estaban dispuestas toda clase de mercancías, que los clientes podrían tomar por su cuenta e introducirlas en unas bolsas de plástico que eran facilitadas a la entrada del nuevo supermercado. A la hora de pagar el comprador lo haría en un servicio de cajas atendidas por señoritas Todos los artículos llevaban el precio marcado de forma muy visible.
El nuevo supermercado de San Agustín era una realidad. El Jefe del Estado corta la cinta de apertura.
Las obras de construcción del mercado se habían iniciado el día 1 de julio y finalizado el día 28 de agosto. Un tiempo record es su montaje y puesta en servicio. El horario del flamante supermercado sería de lunes a viernes de nueve de la mañana a una y media de la tarde. Los sábados tendría un horario especial, además del de la mañana, abriría también de cinco a ocho de la tarde. El nuevo supermercado se situó en los bajos del mercado de San Agustín, inaugurado en 1932, obra de los arquitectos Santiago Rey Pedreira y Antonio Tenreiro, un edificio que fue reconocido como el más innovador, vanguardista y modernista de la Europa de su tiempo y que destacaba por su espectacular cubierta parabólica, que harían del mercado uno de los más emblemáticos y audaces edificios de la ciudad.
Después de la inauguración del supermercado coruñés, que sería abierto al público coruñés a partir de las cinco de la tarde de ese mismo día, el Jefe del Estado Generalísimo Franco abandonó sus instalaciones, entre grandes muestras de adhesión y cariño por parte de los miles de coruñeses que se habían dado cita en las inmediaciones del mismo y que duraron largo rato, mientras la banda de música municipal interpretaba el himno Nacional. Tras despedirse de las autoridades, el Caudillo de España emprendió su marcha hacia la zona de Palavea, a fin de presidir la puesta en funcionamiento oficial de la fábrica de armas de La Coruña.
El Generalísimo llegó a la fábrica de armas a la una y diez de la tarde. Le acompañaban los jefes de sus casas Militar y Civil, teniente general Asensio Cabanilllas y conde de Casa Loja; los segundos jefes general Laviña y señor Fuertes de Villavicencio, y los ayudantes de servicio. En la comitiva oficial figuraban además los ministros del Ejército, Gobernación, Industria, Marina, Justicia, Obras Públicas, Agricultura, secretario general del Movimiento, Trabajo, Hacienda, presidente del Consejo de Economía Nacional; las primeras autoridades coruñesas y otras autoridades civiles y militares.
Los accesos a la entrada principal de la fábrica estaban exornados con banderas Nacionales, de la Falange y de la Comunión Tradicionalista. En las inmediaciones del edificio, se había congregado un público muy numeroso que aclamó con entusiasmo al Generalísimo.
El Caudillo a su llegada escuchó el Himno Nacional y de seguido, revistó, acompañado por el capitán general de la Región, a una compañía del Regimiento de Infantería Isabel la Católica nº29 con escuadra, bandera, banda y música, que rindió honores de ordenanza,
En la puerta de la fábrica esperaban, además del director de la nueva fábrica, Teniente Coronel Joaquín de la Calzada, todos los generales con mando en la región, jefes de cuerpos y dependencias militares y comisiones de la guarnición, a quienes el Caudillo saludo uno a uno.
En el vestíbulo de la fábrica se ofició la solemne ceremonia de bendición por el vicario general castrense de la VIII Región Militar. En el pabellón de dirección, adornado con banderas, reposteros y el guion del Caudillo, estaban expuestos un plano y numerosos gráficos de la fábrica, que examinó con detenimiento Franco, mientras escuchaba las explicaciones de las instalaciones y funcionamiento que le fueron dadas por el director de la fábrica. Después el Generalísimo visitó otras dependencias del pabellón, como la biblioteca y la sala de modelos, donde se exhibían tipos de armas antiguas y de producción actual.
Después de recorrer los pabellones de producción, donde no se había interrumpido el trabajo, se dirigió el Caudillo con sus acompañantes a la Escuela de Aprendices.
En la sala de recreo firmó en el libro de oro de la fábrica de armas, y recibió un obsequio consistente en dos artísticos estuches que contenían un mosquetón tipo “Máuser” modelo Coruña y un fusil reducido.
Terminado este recorrido, que se prolongó durante más de una hora, el Jefe del Estado salió a una amplia explanada situada ante la enfermería y donde se encontraban los obreros, empleados y aprendices de la factoría, que habían dado por terminada su jornada laboral, y que tributaron al Generalísimo una clamorosa ovación y prolongados vítores. Desde una tribuna levantada al efecto pronunció un discurso el director del centro, que expuso su satisfacción y el júbilo de todos cuantos trabajaban en la fábrica de armas, por el honor que les dispensaba el Generalísimo al inaugurar el Centro.
El Jefe del Estado Generalísimo Franco firma en el libro de honor de la Fábrica de Armas de La Coruña tras su inauguración.
Seguidamente y en medio de una atronadora salva de aplausos pasó a la tribuna el Jefe del Estado, quien pronunció las siguientes palabras: “Ante todo, unas palabras de cordial saludo a estas guarniciones gallegas tan unidas a mí, no solamente por mi nacimiento, sino porque en estas tierras fue la iniciación del mando de mi carrera militar. Más tarde volví a Galicia, ya de general, y pude ejercer el mando de esta comarca y tomar contacto con todos los jefes y oficiales, con todos los regimientos y con las distintas guarniciones. Entonces pude apreciar mejor, ya desde la altura de una posición militar, el elevado espíritu, la gran inquietud en el servicio, la enorme labor de la oficialidad de estas cuatro provincias gallegas, que había de ponerse de manifiesto rápidamente cuando las necesidades de la patria hicieron sonar el clarín del Alzamiento al que acudieron como un solo hombre todas las guarniciones gallegas, que fueron base del Movimiento Nacional, porque con su esfuerzo, con su espíritu y su trabajo, pese a su gran modestia, liberaron una gran parte del hoy territorio del norte y contribuyeron con su gran demografía a nutrir de soldados a la mayoría de las columnas españolas, que aunque tuvieron otros nombres por la base de que partieron, en ellas el soldado gallego fue uno de sus elementos básicos. Y estas unidades gallegas, con su gran espíritu de combate, facilitaron el que pudiéramos mirar el porvenir de la patria con una tranquilidad y seguridad realmente notables”.
“Hoy al venir a inaugurar esta fábrica de armas, no podemos olvidar como nació esta fábrica de la Coruña, como tuvo que improvisarse, como tuvimos que hacer en gran parte de España, para la fabricación y sostenimiento de nuestro armamento. Entonces brilló nuestra capacidad de improvisación ya que al principio de la campaña de liberación, no poseíamos más que las fábricas de Sevilla y Granada; es decir que en el norte nos faltaban absolutamente todos los elementos. Y, sin embargo, en pequeños talleres, en pequeñas fundiciones se improvisó nuestro municionamiento, como ocurrió en Extremadura, donde convertimos una modesta fábrica de tapas de alcantarilla, en una de granadas de fundición acerada, que con otras similares contribuyeron a satisfacer nuestras necesidades sin que en municiones de cañón tuviéramos que acudir a comprar al extranjero, pues en materia de municiones de artillería fue todo producido en España. Así nació la fábrica de armas de La Coruña
Bajo el cañón enemigo la fábrica de Oviedo, y en imposibilidad de producir, se hacía necesario trasladar sus medios a otra parte una vez establecida la comunicación, sus máquinas salieron por carretera hacia la Coruña y aquí continuaron su producción de armamento.
Por mucho que se realice ahora, no tiene comparación con el esfuerzo que hubo de llevarse a cabo en aquellos días, con el mérito de que en aquellos momentos, unas veces, como aquí, en grupos escolares, otras en garajes o almacenes, en el norte, como en el centro o el sur, se improvisaron fábricas que atendieron en todo momento a nuestro municionamiento.
La guerra tiene hoy tres fases. La primera que es la que pudiéramos llamar de duelo aéreo, de los grandes bombardeos, de la acción estratégica de los mismos, de los proyectiles atómicos y otros adelantos que ya han tomado carta de naturaleza; pero esto constituirá solo el primer paso. Una vez obtenidos por uno de los bandos la superioridad o el equilibrio por las destrucciones mutuas, llega la fase de las armas tradicionales. En ellas las grandes naciones que poseen una potente industria y adelantos científicos, pesan de un modo aplastante en el campo de batalla. La baza estará en la mano de las naciones que tengan más medios y puedan echar sobre el adversario la potencia de esa masa.
El Caudillo se dirige a los operarios de la Fábrica de Armas de La Coruña
“Este no es solo el segundo acto, porque no gana la guerra el que aplasta con sus medios materiales, sino quien logra imponer la voluntad al enemigo. Y constituye el tercer paso la defensa del territorio, el alzamiento armado, el no entregarse.
Napoleón tuvo sobre nosotros, en su tiempo, la ventaja de poseer el único ejército organizado y potente de Europa, tanto como pudiera serlo el día de mañana el de una nación muy poderosa.
Nosotros apenas teníamos ejército, sí, pero en cambio tropezó con todo el país, con nuestra resistencia armada, con nuestros esplendidos hombres y mujeres, con nuestras virtudes raciales, con el incomparable patriotismo de los españoles. Y eso que pasaba entonces, cuando las guerras no se perdían para cien años, tiene hoy también una mayor trascendencia. Nosotros hemos de contar con nuestra preparación, desde luego, procurando la mayor potencia, pero también con nuestros hombres y con nuestro patriotismo, para, de este modo, además de ser un sumando poderoso, poder en último extremo asegurar de modo eficiente la defensa propia. Debemos, pues, prepararnos con nuestras armas portátiles, con todos los medios ligeros que poseamos para que en cualquier circunstancia, conjugando armas y terreno, asegurar nuestra independencia y libertad.
En nuestra preparación para la guerra no podemos olvidar el ejemplo de pueblos jóvenes como los Estados Unidos que, con su potencia pesan hoy en el mundo de manera formidable. ¿Cómo lograron esa potencia? Porque antes se prepararon concienzudamente en el orden industrial, en el científico y en el económico, se han preparado para servir a la nación y con ello a las necesidades de la guerra con un constante esfuerzo. Ello nos demuestra que a la preparación para la guerra es necesario que le siga un esfuerzo paralelo, Intensísimo, en el orden económico, industrial y científico, si queremos pasar a ser un día un sumando fuerte en el concierto de las naciones del mundo.
Esa es pues la tarea que el régimen se ha impuesto con objeto de que si llegase la guerra no nos cogiese desprevenidos y pudiésemos triunfar en todos los avatares. Para ello es necesario, en todo momento que esa labor sea respaldada por la unidad y gran espíritu, ya que hoy, no solo existe la guerra declarada, sino que también hay la guerra fría, la del caballo de Troya que persigue la descomposición interna con el empleo de los hombres de doble nacionalidad, las subversiones políticas.
Por todo ello, insisto en que es conveniente para todos la unidad política en el país, forjada sobre las bases de principios patrióticos, nacionales inmutables. Esta labor es en la que todos debemos colaborar con ahínco como yo espero de todos vosotros ¡Arriba España! “
El final de su discurso provocó una prolongada ovación y gritos de ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco!
De seguido en el pabellón de comedores, se sirvió un aperitivo, que fue ofrecido con sentidas y vibrantes palabras por el capitán general de Galicia, Teniente General Gutiérrez de Soto, quien resaltó la adhesión, admiración y afecto de las guarniciones gallegas a la ejemplar figura del Caudillo.
A las dos y media de la tarde, el Generalísimo Franco abandonó las nuevas instalaciones de la fábrica de armas, siendo despedido por los ministros presentes en el acto, generales, jefes, oficiales y autoridades civiles, así como por miles de coruñeses que se agolparon a las puertas de nuevo centro militar y que despidieron a Franco con vítores y aplausos.
La fábrica de armas de La Coruña era sin duda la más importante y moderna de cuantas se habían inaugurado hasta la fecha. Su inicio había tenido lugar en el mes de febrero de 1937, cuando en la ciudad se creó una pequeña fábrica anexa a la fábrica de armas de Oviedo, cercada en aquellos instantes por el enemigo rojo y cuya maquinaria fue trasladada a La Coruña, a través del estrecho corredor que habían abierto las columnas gallegas al llegar a la capital asturiana en octubre de 1936. En la ciudad coruñesa, concretamente en la planta baja del nuevo edificio de correos, construido en la avenida de la Marina, se realizó en un primer momento tan solo montaje de piezas.
Sin embargo en julio de 1937, la fábrica de armas coruñesa, que desde el mes de abril de ese año se había trasladado a las escuelas Da Guarda en la plaza de Pontevedra y las de Curros Enríquez en la calle de la Torre, comenzó a realizar armas de siete milímetros, que continuaría realizándolas hasta 1944, en que se pasaría a fabricar armas de 7,9 milímetros.
En el año 1947, el ayuntamiento coruñés cedió a la comandancia de Obras y Fortificaciones un gran terreno en la zona de Palavea, para la construcción de una nueva fábrica, la que tras nueve años de obras inauguraba ese seis de septiembre de 1958 el Caudillo de España.
La gran factoría con ocho grandes naves se dedicaría a la construcción de armamento portátil de repetición, mosquetones, subfusiles y pistolas de señales y otras armas automáticas. Su plantilla sería de 1240 operarios, teniendo además una escuela de aprendices, donde se formaría el personal durante cuatro años. Los trabajadores de la fábrica de armas dispondrían de un economato propio, así como de 118 viviendas de renta reducida, construidas por el instituto nacional de previsión en unos terrenos cercanos a la factoría.
A la noche, el pueblo coruñés tributaba otro gran homenaje de adhesión y afecto al Jefe del Estado con ocasión de la cena de gala que el Ayuntamiento ofreció en el Palacio Municipal al Caudillo, a su esposa Carmen Polo y al Gobierno de la Nación.
Al penetrar en la ciudad el vehículo donde viajaba el jefe del Estado y su esposa, acompañados por su espectacular escolta motorizada, fueron disparadas numerosas bombas de palenque y miles de coruñeses ovacionaron largamente su paso por la avenida de Linares Rivas, Sánchez Bregua, Cantones y avenidas de la Marina y Montoto, hasta llegar a la plaza de María Pita .
La plaza lucía vistosamente adornada con banderas, gallardetes y reposteros. En ella se había congregado numerosísimo público que aclamó al Generalísimo, El Palacio Municipal lucía una extraordinaria iluminación interior y exterior.
Al descender el jefe de Estado y su esposa del coche que los conducía, la banda municipal, situada bajo los soportales de la Casa Consistorial, interpretó el himno nacional.
Cumplimentaron al Caudillo y a su esposa el alcaide de la ciudad, señor Molina Brandao, los ministros del Gobierno que se encontraban en La Coruña y las primeras autoridades militares y civiles. Hasta el primer piso del consistorio, por la escalera de honor, daban guardia miembros de la Guardia Municipal en uniforme de gran gala. Inmediatamente se formó una comitiva en la que figuraban los maceros, clarineros, timbaleros y pregoneros, precedida por un grupo de gaiteros del país, que se encaminaron hacia el despacho oficial de la Alcaldía. Después de unos momentos de descanso, volvía a formarse la comitiva para dirigirse a los salones donde se celebró la cena de gala. El Caudillo entró en el comedor ofreciendo el brazo a la esposa del ministro de Hacienda, señor Navarro Rubio, mientras que doña Carmen Polo lo hacía del brazo del alcalde de la ciudad, Alfonso Molina.
El Jefe del Estado Generalísimo Franco junto al alcalde de la Coruña Alfonso Molina Brandao.
Durante la cena de gala, actuaron en honor del Jefe del Estado y de su esposa, la Orquesta Sinfónica Municipal, dirigida por Jesús Gonzalez, que interpretó obras de Schubert, Haydn, Schumann y Granados, y la Coral Polifónica El Eco, acompañada por la orquesta municipal. Entretanto, en la plaza de María Pita, fue llenándose de una gran multitud, que disfrutó de una verbena popular.
Tras la cena y a la hora del café, en el salón de sesiones, expresamente habilitado, actuaron el Baile español de Pilar Juárez y Antonio Molina; el director de la agrupación teatral “La Farándula”, el conocido coruñés Luis Iglesias de Souza, que recitó una poesía dedicada al Caudillo, titulada “ A nuestro Caudillo” y cuyo autor era Eduardo Marquina; la cantante cubana, señorita Sarita Escarpanter, llegada ex-profeso con tal fin desde La Habana, y que interpretó las bellísimas canciones “María la O”, y “Siempre en mi Corazón” del gran compositor cubano Ernesto Lecuona.
Tras ello, los invitados ocuparon los balcones que dan al patio central del palacio, donde se encuentra la gran escalera de honor, para escuchar a los coros “Cantigas Da Terra”, “Aturuxo” y Coral “El Eco”, que situados en el arranque de la escalera, y dirigidos por el maestro Adolfo Anta y el subdirector de la orquesta Municipal, Jesús González, interpretaron “Os teus ollos” de José Castro “Chané” y “Negra Sombra” de Juan Montes. Al finalizar la interpretación de “Negra Sombra”, el maestro Anta inclinó su cabeza ante Franco y en voz alta le solicitó lo siguiente. “Caudillo de España, pido el permiso a su Excelencia para interpretar el himno gallego como homenaje a su más ilustre hijo”. Un silencio sepulcral se apoderó del auditorio. Unos y otros invitados se buscaron con la mirada. Algunos bajaron sus cabezas Las primeras autoridades, el capitán General de Galicia, Teniente General Fermín Gutiérrez de Soto y sobre todo el Gobernador Civil y Jefe Provincial de Movimiento, el farmacéutico de Ciudad Real, Evaristo Martín Freire, que ocupaba el cargo desde mayo de ese año, se mantuvieron expectantes y sin moverse. El Caudillo, sonriente, se dirigió al maestro Anta con estas palabras: “Puede hacerlo, pues me gusta mucho”. Anta inició los primeros compases del himno compuesto por Eduardo Pondal y Pascual Veiga. La mayoría se sintió aliviada, pues creían que Franco se iba a oponer rotundamente a ello y que luego rodarían cabezas, la primera la del Gobernador civil.
Una vez finalizada la interpretación de “Os Pinos”, Franco felicitó a Anta, a Jesús González y a sus corales, ante la sonrisa cómplice del alcalde de La Coruña Alfonso Molina y del gran amigo de Franco, el banquero Pedro Barrié de la Maza. El Gobernador civil Martin Freire, se mantendría en el cargo ocho años más al frente del gobierno civil de La Coruña. Esa fue la “gran venganza” de Franco por la interpretación aquella noche del himno gallego. Curiosamente, tanto “El Ideal Gallego” como “La Voz de Galicia”, al reseñar, al día siguiente en sus páginas el acto, informaron a sus lectores, con total tranquilidad y sin ningún tipo de censura, de forma textual: “que las tres citadas agrupaciones corales bajo la dirección del sub director de la orquesta municipal don Jesús González y del maestro don Adolfo Anta, ofrecieron una bellísima audición interpretando “Os teus ollos”, “Negra Sombra” y “el Himno Gallego”.
Terminada la cena, el Caudillo y su esposa, se asomaron al balcón principal del Ayuntamiento para corresponder al fervoroso homenaje de adhesión popular de los miles de personas que llenaban la plaza y presenciar desde él, una magna sesión de fuegos artificiales disparada en su honor. Tras ello, el Caudillo y su esposa abandonaron el palacio Municipal, recibiendo el unánime y fervoroso cariño de los coruñeses, que saludaron su paso de regreso al pazo de Meirás con grandes aplausos y gritos de ¡Franco! ¡Franco!
Mientras en la plaza miles de coruñeses y forasteros se divirtieron con una gran verbena, en la que tomaron partes diferentes orquestas. Ese año sería el último en que el alcalde Alfonso Molina cumplimentaría al Caudillo en aquellas cenas. El primer regidor coruñés fallecería de forma repentina en Rio de Janeiro, en noviembre de ese mismo año, cuando al frente de una delegación del ayuntamiento de La Coruña, participaba en el VII congreso Interamericano de municipios.
P/D: El conocimiento de la tensión que se vivió en aquella cena de gala, presidida por el Caudillo Francisco Franco y donde se interpretó el himno gallego, me vino relatado por varias personalidades presentes en la misma, entre ellas el entonces Consejero Nacional del Movimiento, el recordado y querido Rafael Salgado Torres y mi inolvidable presidente del Sporting club Casino, maestro y amigo, Pepe González Dopeso, en aquellos momentos miembro de la corporación municipal coruñesa. Las dos versiones, coincidentes ambas, resaltaron el inmenso silencio que se produjo, entre la petición del maestro Anta y la amplia sonrisa de Franco al conceder el permiso.
En 1975, con motivo de un homenaje popular titulado; “Galicia canta y baila a Franco” “Cantos y Danzas de Galicia en honor al Jefe del Estado”, celebrado el día 25 de agosto, en el palacio de deportes de La Coruña, se daría una situación muy similar a la vivida en la cena de gala de 1958, con el himno gallego nuevamente como protagonista, Lo contaremos en su debido momento. ESTO ES MEMORIA HISTORICA.