Eduardo Palomar Baró
El viernes 16 de diciembre de 1938, la Prensa de Barcelona informaba sobre la brillante labor del Servicio de Investigación Militar (SIM) al descubrir una amplia Organización de Espionaje que actuaba en Cataluña, siendo detenidos sus principales componentes. La dirección técnica de la misma era desempeñada por el comandante de Estado Mayor Antonio Amat, amigo entrañable del general Franco. De la gravedad de los delitos cometidos da muestra el haber alcanzado a cerca de 200 penas de muerte impuestas y sancionado a otros doscientos procesados con condenas de treinta a veinte años de internamiento.
Se trataba de la cifra máxima de procesados en un mismo juicio. El segundo en volumen se había celebrado el 2 de agosto de 1938 en Madrid, contra 195 acusados de espionaje y alta traición.
Probablemente, el último proceso de Barcelona tuvo lugar entre los día 10 y 13 de enero de 1939 contra 77 falangistas que llevaban presos un año.
Por estas fechas todo el aparato judicial y policíaco, sin exceptuar al SIM, se encontraba al borde del colapso. Las autoridades intentaban, sin ningún éxito, que se escuchasen las radios enemigas para evitar la desmoralización, llegando el día 18 de enero, a dar la orden impracticable de entregar los aparatos de radio en las comisarías de policía para que fueran precintados.
Avance nacional por las provincias de Lérida y Tarragona
El 11 de enero de 1939 los ataques de las tropas nacionales, tanto en la provincia de Lérida como en la de Tarragona, tuvieron un resonado éxito. Al día siguiente, Negrín decretaba la movilización de los últimos reemplazos posibles, que reunían a hombres mayores de cuarenta años, la utilización de todos los ciudadanos de ambos sexos entre diecisiete y cincuenta y cinco años, a la vez que militarizó las industrias y empresas de interés militar. Pero ante la desesperada situación, estas medidas eran imposibles de llevar a cabo.
En la noche del 12 al 13 de enero las últimas tropas republicanas abandonaron Tortosa y al amanecer las tropas de Franco cruzaban el Ebro, conquistando la ciudad que había permanecido 270 días en la línea del frente. De los 90.000 integrantes del Ejército Rojo, solamente 60.000 contaban con fusil, su artillería era 5 ó 6 veces menos potente que la de los nacionales y la aviación casi había sido borrada del cielo.
Para defender Tarragona, se acumularon todos los recursos disponibles, pero las tropas del general Yagüe, apoyadas por el Cuerpo de Ejército de Solchaga, entraron en la capital el 15 de enero de 1939, lo que constituyó un grave quebranto para los rojos. Ante estos acontecimientos, el Estado Mayor republicano planteó una guerra defensiva, como hicieran en el Madrid de 1936, pero la situación era completamente incomparable. La masacre del Ebro había destrozado, quebrantado y desmoralizado a las fuerzas del Frente Popular, que se dedicaron a retroceder y replegarse. El día 21 de enero se incorporó al frente la 196 Brigada, que fue enviada por el Ejército del Centro como refuerzo. Pero dicha Brigada había sido formada a toda prisa con oficiales y soldados de diversas procedencias. Su llegada fue recibida con gran entusiasmo, que se desvaneció en pocas horas, ya que sus hombres se desperdigaron, uniéndose a la masa de fugitivos civiles y desertores que, por todas las carreteras y caminos, se dirigían hacia la frontera francesa.
El Gobierno de Negrín declara el estado de guerra
El domingo 22 de enero de 1939, cuando los Nacionales se estaban acercando a Barcelona, el Gobierno de Negrín celebró su último Consejo de Ministros en la Ciudad Condal. La Nota Oficial se manifestaba en estos términos: El Consejo de Ministros se reunió el domingo, bajo la presidencia del doctor Negrín. La reunión que comenzó poco después de las diez de la noche, terminó cerca de la una de la madrugada. A la salida, el ministro de Agricultura, señor Vicente Uribe Galdeano, facilitó la siguiente referencia:
«El Consejo de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la decisión del Gobierno de mantener su residencia en Barcelona, si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo de la administración del Estado y de la obra de Gobierno, preservándolas de las perturbaciones inherentes a las continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona.
El Consejo de Ministros ha examinado la situación creada por la ofensiva de los invasores y rebeldes, acordando nombrar una ponencia compuesta por el ministro de Trabajo, consejero de Asistencia Social de la Generalidad y el alcalde de Barcelona, para proceder a organizar la evacuación ordenada y metódica de la población civil afectada por las obras de fortificación y defensa.
Finalmente el Gobierno acordó declarar el estado de guerra en todo el territorio de la República»
Curiosamente el Gobierno republicano se abstuvo –desde el inicio del conflicto–declarar el estado de guerra. Esta tardía resolución fue inútil en Cataluña, pero sin embargo resultó crucial en la zona republicana del centro-sur, donde por falta de presencia del Gobierno, los mandos militares gozaban de una preeminencia, que facilitaría más tarde el golpe de Estado del coronel Segismundo Casado López en Madrid.
Liberación de Barcelona
Las tropas nacionales pertenecientes a los cuerpos de Ejército de Marruecos y de Navarra, mandadas por los generales Yagüe y Solchaga, llegaron a orillas del Llobregat el 24 de enero y al día siguiente el CTV (Corpo Truppe Volontarie) de Gastone Gambara lo cruzó por Martorell, el de Navarra por Molins de Rey y el Marroquí por El Prat, para en un movimiento envolvente, atenazar Barcelona por el sur y el oeste. La vanguardia estaba formada por la 105 División marroquí, mandada por el general Barrón, y las Divisiones navarras 4ª, 5ª –que entró por San Pedro Mártir y Vallvidrera hacia las 10 de la mañana– y 12ª, mandadas por los generales Juan Bautista Sánchez González, Camilo Alonso Vega y José Asensio Cabanillas, respectivamente.
El gobernador militar de la Ciudad Condal, el coronel Jesús Velasco, sólo disponía de dos batallones de carabineros, 30 ametralladoras y diez vehículos blindados. El jefe del Estado Mayor Central (ascendido por Negrín, mediante un decreto de dudosa legalidad, al empleo de teniente general) Vicente Rojo Lluch prescindió de Velasco y encomendó la defensa de Barcelona al general Juan Hernández Saravia, que al parecer sólo contaba con 17.000 fusiles y unos restos del Cuerpo de Ejército de Tagüeña, desplegados entre Montjuich y el Tibidabo.
Hernández Saravia ante la evidencia de encontrarse copado, huyó de la ciudad a medianoche del mismo día 25 de enero de 1939. El domingo 5 de febrero de 1939 pasó a Francia, junto con el presidente de la República Manuel Azaña Díaz, al que acompañó hasta el fallecimiento de éste en Montauban el 4 de noviembre de 1940, abandonando luego Francia y exiliándose en México, donde murió el 3 de mayo de 1962.
Gran parte de la población así como coches gubernamentales salen de la ciudad dirigiéndose hacia el norte. La evacuación de instituciones y organismos es alocada y totalmente desorganizada.
El Partido Comunista mantuvo la orden de resistir. Así lo reconoce Dolores Ibárruri La Pasionaria: «En ese período de derrumbamiento general, el Partido Comunista trabajó en Cataluña hasta el último momento, tratando de organizar un mínimo de resistencia que permitiese la salvación y la salida a Francia de la población que se negaba a quedarse en España; y de los soldados y dirigentes políticos y militares».
Unas muchachas comunistas, dirigidas por la escritora Teresa Pàmies, levantan una inútil barricada en la plaza de la Bonanova. Casi al mismo tiempo que el último coche de las Juventudes Socialistas Unificadas pasa a recogerlas, llegan las primeras tropas nacionales desde Vallvidrera. Teresa Pàmies recuerda que dos años antes había gritado en la Monumental de Barcelona: «¡Las muchachas catalanas moriremos antes de entregarnos al fascismo!» Ahora, sin embargo, no quiere suicidarse sino huir y lo haría incluso dejando a sus compañeras.
En el libro Memòries de guerra i d’exili, su autora Teresa Pàmies recuerda su salida de la ciudad: «Jamás podré olvidar una cosa: los heridos que salían del Hospital de Vallcarca. Vendados, casi desnudos, a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo a gritos que no les dejasen en manos de los vencedores. La certeza de que los republicanos abandonamos Barcelona dejando en ella a esos hombres siempre habrá de avergonzarnos».
Parte oficial de Guerra del 26 de enero de 1939.
Según el Parte oficial de Guerra del día 26 de enero de 1939, «los Cuerpos del Ejército de Tropas voluntarias y de Navarra son los que, en brillantísimos combates, envuelven y arrollan la defensa roja al Norte de Barcelona, mientras el Cuerpo del Ejército Marroquí, operando inmediato a la costa, avanza por el Oeste, clavando la bandera de España en la fortaleza de Montjuich. Fuerzas legionarias de Navarra y marroquíes cruzan en las primeras horas de la tarde la capital, tomando posesión del puerto y lugares estratégicos, siendo aclamados con entusiasmo delirante por la población. El rápido avance de nuestras tropas ha permitido liberar 1.200 hermanos cautivos en la fortaleza de Montjuich»
A la misma hora, sobre las tres de la tarde, las tropas navarras alcanzan la cumbre del Tibidabo. Bajaron hacia Sarriá, Pedralbes, Diagonal, Paseo de Gracia, Aragón y plaza de Jacinto Verdaguer, siendo aclamados por la multitud.
Las tropas en retirada, procedieron a la voladura de los talleres de las Escuelas Salesianas de Sarriá donde los rojos fabricaban material de guerra.
La entrada en Barcelona según Manuel Tagüeña Lacorte
Afiliado a la FUE en sus años estudiantiles y posteriormente a las Juventudes Socialistas y al Partido Comunista. En la batalla del Ebro, cuando sólo tenía veinticinco años de edad, se le encomendó el mando de un cuerpo de ejército compuesto por cerca de 35.000 hombres. Sobre la entrada de los nacionales en Barcelona, escribió en su libro “Testimonio de dos guerras”, lo siguiente:
«Nuestras unidades también retrocedían apresuradamente y el enemigo que, con gran prudencia había estado acumulando sus fuerzas en el lindero de la ciudad, se lanzó rápidamente en pequeñas columnas, precedidas de tanques, que rápidamente penetraron por las principales avenidas. Fueron minutos de tremenda confusión. Mientras por una calle entraban los conquistadores, aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado se retiraban nuestros maltrechos hombres, las piezas de artillería, los tanques, los blindados. Muchos de nuestros soldados, e incluso oficiales, que hasta entonces habían sido magníficos combatientes, tiraban las armas y se entregaban, considerando inútil seguir adelante».
Radio Asociación de Cataluña lanza por su micrófono las notas del Himno Nacional
Frente de Cataluña.– La emisora E.A.J.-15 acaba de comunicar: Radio Asociación de Cataluña, a las cinco menos ocho minutos lanzaba por su micrófono las notas del Himno Nacional español y la noticia de que toda la ciudad de Barcelona acababa de ser conquistada por las tropas de España, con las siguientes palabras: «Hace poco menos de una hora el segundo regimiento de la 105 División del Cuerpo de Ejército marroquí que manda el general Yagüe ha entrado en Barcelona. Los soldados de Franco han entrado en Barcelona como lo que son, como caballeros, con los brazos abiertos y reflejando en sus rostros la emoción de su victoria. Todas las propagandas que hasta hoy se habían hecho han caído ante la verdad del Caudillo. Uno de los primeros soldados que entraron en Barcelona, José García Juncal, dirigió a sus familiares un saludo desde este micrófono de E.A.J.-15 Radio Asociación».
Después la misma emisora radió una nota, llamando a todos los miembros de la Juventud Tradicionalista de Barcelona y seguidamente el secretario de dicha Juventud dirigió unas palabras por el micrófono.
Crónica del frente catalán
La genial operación del Caudillo
Burgos 26, 12 noche. (Crónica de Justo Sevillano).
«La fe en Dios, en la Patria y en el Caudillo hace milagros. Por estos estímulos los soldados de Franco han luchado a través de la región catalana en dirección a Barcelona. Y Barcelona es ya de España y del Caudillo; todavía no hace muchos días que los rojos solicitaban por conducto del extranjero una tregua de Navidad. Es reciente también la fecha en que los periódicos y las radios extranjeras seguían llamándonos insurrectos. Hoy Barcelona se ha incorporado a España, y el Gobierno rojo está situado en Figueras, último reducto al que se acoge en la huída que le impone el impetuoso avance del Ejército nacional. Pero estoy cierto de que os interesará conocer detalles de la gran conquista de ayer.
Barcelona, tácticamente estaba en nuestro poder desde ayer. La maniobra del Generalísimo Franco para el adueñamiento de la gran ciudad estaba planeada con la sabiduría que caracteriza al Caudillo de España. Y hoy, el Generalísimo de los Ejércitos nacionales decidió que varios Cuerpos de Ejército maniobrasen simultáneamente sobre Barcelona.
En poder de nuestras fuerzas todos los pueblos circundantes de Barcelona, el Caudillo previno que la gran ciudad no sufriera el menor daño, y que, en caso de que dentro de aquella urbe hubiese resistencia, ésta fuese sofocada rápidamente por los soldados nacionales. No la hubo, y la población civil, tan pronto como vio en Las Ramblas a los combatientes del Generalísimo, se manifestó con desbordamientos de entusiasmo.
Desde la última hora de la tarde de ayer, la conquista de Barcelona era un hecho. En los pueblos que rodean a Barcelona la llegada de las tropas nacionales dio motivo a manifestaciones delirantes de entusiasmo a favor de la España nacional. Nuestras fuerzas descendían por el Oeste y el Noroeste de Barcelona. Las fuerzas legionarias y marroquíes iban estrechando el cerco de la ciudad, y a las once de la mañana, habían ocupado Vallvidrera, y otras fuerzas ocupaban muy poco después Montjuich, libertando a los prisioneros nacionales, que desde muchos meses sufrían el yugo moscovita y que al ser liberados por los soldados de Franco, vitoreaban entusiásticamente a España nacional y al Caudillo. Este momento fue de de una emoción inenarrable, no sólo por las fuerzas que irrumpían en las calles de la capital de Cataluña, sino para toda la población de aquella gran urbe catalana. Y se dio el caso de que las tropas acompañasen a los presos que habían sido liberados en Montjuich para irrumpir en Las Ramblas y liberar a todos los hermanos españoles que habían sido liberados en aquellos momentos.
En el puerto había, al momento de llegar nuestras tropas, numerosas embarcaciones de pesca y varios buques que no habían podido escapar ante el impetuoso avance de nuestras tropas.
Las fuerzas del Cuerpo de Ejército marroquí y otras del Ejército nacional irrumpieron prontamente en la Gran Vía Diagonal, ocupando toda aquella extensión de la ciudad catalana sin resistencia. Poco después, llegaban los soldados del Cuerpo legionario, y entonces, al darse cuenta la población barcelonesa de que nuestras tropas se habían adueñado del casco urbano de Barcelona, salieron de sus refugios y se entregaron a manifestaciones del mayor entusiasmo. Fueron momentos de júbilo indescriptible. Desde aquel instante, los dos millones de personas de la población catalana se entregaron a las demostraciones más exageradas de fervor patriótico.
La ciudad apareció en un estado de suciedad bien lamentable. Las gentes, tan pronto como vieron aparecer los soldados de Franco, acudieron a los camiones de Auxilio Social, pidiendo pan y víveres, que nuestros soldados entregaban con prodigalidad maravillosa.
[…] En medio de este entusiasmo, todas las personas designadas para atender a los servicios esenciales de la población acudían a sus respectivos puestos. Y cuando iba anocheciendo, y llegaba la noche, se hizo la luz. La energía eléctrica, que los nacionales poseían desde la toma de Tremp, dio luz a Barcelona, y se hizo la luz en aquella gran ciudad merced a los preparativos provisionales habilitados por el ingenio de nuestro Caudillo.
Nuestras fuerzas encontraron al entrar en Barcelona intactos muchos centros que era de presumir que no lo estuviesen. Así ocurrió con la Central Telefónica, cuyos cuadros e instalaciones, incluso las automáticas, no habían sufrido el menor daño. Hasta las señoritas encargadas de tales servicios estaban en sus puestos. Pero la sorpresa de este personal, como la de otros diversos servicios, fue extraordinaria, y es oportuno hacer mención del episodio ocurrido al ocupar, a las cuatro de la tarde, la Radio Asociación de Cataluña. A esa hora la emisora estaba dando un programa de sardanas. Con esto trataba de sostener el decaído espíritu de la población barcelonesa. Un oficial de transmisiones subió a las oficinas de la emisora y, ante el micrófono, tuvo que sostener un pequeño altercado con el locutor. Como éste insistiese en su actitud despistada, el oficial le advirtió que se incautaba de la Radio, amparado por las secciones de soldados que tenía en la calle. Ante este argumento, los servidores de la Radio Asociación de Cataluña depusieron su actitud y continuó la emisión, radiándose los discos preparados por los agentes de la propaganda.
[…] Se sabe que los rojos, en las horas que precedieron a la liberación de Barcelona, se entregaron, con el auxilio de sus agentes, al saqueo y al pillaje. Muchas horas antes de la conquista de Barcelona, salieron numerosos autos con productos de las incautaciones y los robos que en las últimas horas había hecho los esbirros de los dirigentes catalanes.
No es preciso subrayar el elogio que corresponde a los diversos factores que han contribuido a la gran victoria de hoy. Sin embargo, yo, que he seguido palmo a palmo el avance de las tropas nacionales, no quiero dejar de consignar el encomio que merece la capacidad genial el Caudillo y de su Estado Mayor; de ese puñado que, en un alarde de temeridad, de competencia y de trabajo han colaborado con el Generalísimo en los planes y en la ejecución de los mismos para conseguir la victoria de hoy. La gloria mayor de la jornada corresponde, desde luego, al Caudillo; pero también a todos los técnicos y combatientes que han colaborado a la victoria. En esta hora, tan próxima al final de la guerra, yo pido una oración por el Caudillo y por la Patria. No sólo quiero gritar en el día de hoy ¡Viva España! ¡Viva el Ejército! ¡Viva el Generalísimo! sino que pensando en el Caudillo y en los héroes mártires, digo también: Padrenuestro que estás en los cielos».
Últimas tropelías y matanzas de los rojos en su huída de Barcelona
Los fugitivos se dedicaron al fuego con avidez. El magnífico edificio del Fomento del Trabajo Nacional fue abandonado por la CNT-FAI después de prenderle fuego, pero sin conseguir quemarlo. A fin de borrar huellas y sintiendo las naturales prisas por huir, procedieron a quemar los despachos. Lo mismo intentaron los marxistas en el Hotel Colón de la plaza de Cataluña, ocupado por el PSUC y la Internacional Juvenil Comunista y en cuyos sótanos estuvo habilitada una checa. Las habitaciones y despachos fueron quemados sin preocuparse por si debido al viento que reinaba podía propagarse el fuego a las casas de aquella manzana, muchos de cuyos pisos se hallaban habitados por refugiados. Los bomberos pudieron dominar el incendio, tras grandes esfuerzos. Igual ocurrió en el Círculo Ecuestre, convertido en el casal Carlos Marx, pero el fuego una vez consumidos los papeles, se apagó. Pocos días antes de la liberación de Barcelona, se ordenó que los presos políticos menores de cincuenta años fueran encuadrados en batallones disciplinarios, para sumarse a las obras de defensa y los demás pasasen a Ripoll. Cundió el pánico en las cárceles de la ciudad, pues se recordaba lo ocurrido en Madrid, en noviembre de 1936, cuando la caída de la capital parecía inminente y numerosos presos fueron asesinados en Paracuellos del Jarama y en Torrejón de Ardoz. Más de 50 cautivos barceloneses, entre los cuales figuraban los hermanos Bassas Figa, el abogado Bosch-Labrús, el doctor Fontcuberta-Casas, el presbítero Guiu Bonastre y el financiero Garriga-Nogués Planas, fueron llevados a Ripoll y desde allí al santuario de Nuestra Señora del Collell, en el partido judicial de Besalú. Roberto Bassas, abogado de profesión y que había sido jefe provincial de Falange en Barcelona antes de la guerra, fue asesinado en el Collell, junto a otros 47 presos, en los últimos días de retirada de Cataluña.
Entre los encarcelados en la Ciudad Condal se encontraban monseñor Anselmo Polanco, obispo de Teruel y el defensor de aquella ciudad, el coronel Rey d’Harcourt. El 27 de enero de 1939 los llevaron a Ripoll, y desde aquí, a pie, a San Juan de las Abadesas. El día 31 los trasladaron a Pont de Molins, y al día siguiente llegó un camión militar, con un comandante, un teniente, un comisario político, dos sargentos, seis cabos y treinta soldados, exigiendo la entrega del obispo Polanco, la de Rey d’Harcourt y de otros 38 presos. Maniatados por parejas, los llevaron a un barranco, el de Can Tretze, entre Pont de Molins y Les Escaules, donde los acribillaron a tiros y luego prendieron fuego a los cuerpos, tras rociarlos con gasolina.
Sería la última atrocidad cometida por los rojos en la guerra en Cataluña.