A los mártires españoles, por Paul Claudel

 

Paul Claudel, 1937.
Texto tomado de la obra «MARTIROLO-GIO ESPAÑOL 1936-1939» de Fray Antonio de Lugo 0.S. H.

(Traducción del francés: Cristina de Arteaga)

Boletín Informativo FNFF Nº 30

 

Tú, que hojearás una a una las páginas de este libro sincero, lee todo, apúntalo en tu corazón, pero contén tu espanto y tu cólera, pasajero.

Es lo mismo, es igual, lo que hicieron con nuestros ancianos, lo que ocurrió en tiempo de Enrique VIII y de los Nerones y Dioclecianos.

El cáliz que apuraron nuestros padres, ¿no lo beberemos en las mismas copas? La corona de espinas para ellos, ¿será para nosotros solamente la corona de rosas? ¡La sal que nos pusieron en la lengua antaño era ya el gusto de este nuevo bautismo!

¿Es posible, oh Dios mío, que al fin nos lo dejéis el supremo honor mismo de dar algo también, nosotros, pobrecillos, de estar presentes, de decir la verdad, que sois hijo de Dios, con nuestra sangre entre las gentes?

La maravilla de que seáis, sin duda se ha de pagar con sangre, ya que está visto que no he podido recibir impunemente el Evangelio de Jesucristo. En este mundo que no cree, no es cierto que podamos creer impunemente. ¡No os disteis el trabajo de nacer por nuestra comodidad únicamente!

El mundo hasta lo íntimo de su entraña os odia y el esclavo comparado al dueño no vale más. Pero nosotros creemos en Vos y escupimos al rostro de Satanás. Esos pobres que de todo dudan, tanto cobarde, tanto vacilante, no se ganan con frases, necesitan el acto, la voz clara, el grito de una cosa deslumbrante.

Habitáis ese cielo, ahora más allá de los ojos y de las nubes, ¡entre Vos y nosotros cuánto dista!

Nosotros sí que estamos a su alcance: pues bien, pues que nos prendan y a nuestra vez ya les daremos algo y que les llene bien la vista.

Robespierre, Lenin y los otros, Calvino, esos no han agotado los tesoros del odio y de la rabia vana.

Voltaire, Renan y Marx ni siquiera han tocado el fondo de la estupidez humana. Pero el millón de mártires que nos precede, todos los inocentes llenos de gloria en su partida, ésos tampoco lo han dado todo aún, ni han derramado toda la medida. ¡Nosotros firmes en su puesto ahora, prestos estamos para la próxima embestida!

La hora del Príncipe de este mundo, he aquí que viene, que vuelve al fin. ¡Hora de la encuesta final, hora del lscariote y de Caín!

¡España Santa, en lo extremo de Europa macizo y concentración de la fe y masa dura, donde la Virgen Madre se atrinchera. de Santiago, que topa con el mar, la sublime zancada postrimera! Patria de Domingo y de Juan, de Javier el Conquistador y de Teresa, arsenal de Salamanca y raíz, raíz ardiente de Manresa, lnderrocable España, negación y perpetua renuncia a la medianía, empellón paso a paso ganado en el rechazo de la herejía, exploradora de un doble firmamento, razonadora de la oración, de lo profundo, profetisa de la otra tierra, bajo aquel sol de allá y colonizadora del otro mundo, en esta hora de tu crucifixión. España santa, en este día, hermana España, que es tu día, ¡entusiastas los ojos y empañados: te envío mi admiración y mi amor por tu agonía!

¡Cuando los cobardes traicionaban, tú no, una vez más no has aceptado!

¡Como en tiempos de Pelayo y del Cid, una vez más has cogido la espada y la has sacado! ¡Es que llegó la hora de escoger y de desenvainar el alma!

El instante de medir, los ojos en los ojos, lo que la infame propuesta empalma!

¡Vino el momento al fin de que se sepa de nuestra sangre el colorido!

Son muchos los que creen que el pie va solo al cielo, por un camino fácil y complacido.

Mas he aquí de repente puesta la interrogante, y están ya la amenaza y el martirio al venir.

Nos ponen el cielo y el infierno en la mano y tenemos cuarenta segundos para decidir.

Ya has escogido, oh Santa España, hermana España, los cuarenta segundos, demasía!

¡Once Obispos, dieciséis mil prestes sacrificados y ninguna apostasía!

¡Ah, pueda yo, como tú, a mi vez, testimoniar en alto en el esplendor del mediodía!

Y dijeron que dormías, hermana España, sí, como alguno, aquel que aparenta dormir, y fue la pregunta de golpe y de golpe los mártires fueron dieciséis mil.

¿De dónde me vienen tantos hijos?, clama la que tildaron de esterilizada.

¡Las puertas del cielo no bastan para esta multitud, quieras que no apiñada!

Lo que llamaban el desierto, ¡ah!, ¿el desierto decís? ¡Miradlo pues y ved el manantial y la palmeral

¡Sacerdotes dieciséis mil! ¡El contingente de una sola vez y el cielo que colonizó la llamarada entera!

¿Por qué estremecerte, oh mi alma? ¿Por qué contra los verdugos tu indignación?

¡Yo digo que esto es bueno y que esto es bello, y lloro, y uno las manos en oración!

Y también vosotras, piedras, desde el fondo del alma: ¡salve!, ¡oh templo del Señor exterminado!

Imágenes partidas a martillo y esas pinturas venerables y ese copón antes de ser pisoteado,
donde el C.N.T. gruñendo de delicias, mezcló su borrachera con su baba.

¿Para qué tanta idolatría? El pueblo no la necesitaba.

Es que la bestia inmunda, como a Dios aborrece y odia de la belleza el arrebol. ¡Al fuego van bibliotecas magnas! ¡Se refocila Leviatán de nuevo y en lecho y muladar trueca rayos de sol!

Tanta boca puesta a interrogar. ¡Cualquiera guarda el puesto sin tragar salival

¡Pues se la cerraremos de un puñado y eso basta! ¡Que muera Cristo y que la bestia viva! ¡Hay que hacer sitio a Marx y a las biblias del odio y la imbecilidad!

¡Tanto cura, vivo o muerto, que nos mira! ¡No lo neguéis que nos han archiprovocado!

Gente que nos hacía el bien de balde ¡eso no puede ser ya tolerado!

Pues, ¿y los que están muertos? ¡Los desenterraremos, mal les cuadre!

¡Tanto esqueleto! ¡Ay! ¡Qué gracia como ríen! Un chusco se ha quitado el cigarrillo y lo ha puesto entre dientes de la que fue su madre.

¡A quemar todo lo que es capaz de arder, vivos y muertos juntos, los haremos harina!

¡A quemar vivo a Dios, que será un desahogo! ¡Pronto, la gasolina!

Tantos ojos, vivos o muertos que nos miran es cargante, ¿para qué pueden valer?

¡Salve, oh quinientas iglesias catalanas destruidas, y tú, gran catedral de Vich, catedral de José María Sert!

Vosotras también habéis sabido testimoniar y ser mártires en la pira.

¡Sois las mismas iglesias que vio Juan, iglesias de Gerona y de Tortosa, iglesias de Laodicea y de Tlatira I

¡El cirio puso fuego al candelabro y ha ardido con el preste el ornamento!

Sobre el encabritado símbolo evangelista el campanario erguido se sostiene un momento, y luego, atronador, de un solo golpe cae y se derrumba y fue… ¡Iglesia de mi primera comunión, ya nunca te veré!

Pero es hermoso, partida en dos — secti sunt— con clamor de triunfo sucumbir en el puesto, como en-un día fausto.

¡Es hermoso, por la Iglesia de Dios, subir toda entera al cielo en el incienso y en el holocausto!

¡Sube al cielo, virgen venerable y bien derecha, sube columna, sube ángel, sube al cielo tú de nuestros padres la gran oración!

¡Catedral de José María Sert, eras admirable al hombre, ahora eres agradable a Dios!

La tierra por todos sus poros ha bebido la sangre de que estaba sedienta. ¡Cumplido está!

El cielo ha bebido y la misa de los cien mil mártires, la tierra, que se profundiza la digiere ya.

El asesino que titubea, vuelve a su casa y mira, su mano con estupor…

El santo ha tomado de su parte, que es la mejor.

Se ha hecho en el cielo silencio de media hora y todo, una vez más, se ha consumado.

Y nosotros también, descubiertos, en silencio, oh mi alma, haz silencio ante el suelo ya preñado.

La tierra allá en lo hondo de su seno concibe y lo que ya principia ha comenzado.

El tiempo de la labranza ya pasó; es tiempo ya para la sementera.

Y la tala del árbol terminada, tiempo es de represalia verdadera.

Germinó el ideal bajo la tierra, brota doquier, desde tu corazón, oh Santa España, el ideal inmenso del amor.

Encharcados los pies en petróleo y en sangre, en este día que será tu día, ¡yo creo en Ti, Señor!

Entre la acción de gracias y la matanza, furo, alzando a Ti la diestra, bien tendida. «Tu cuerpo verdaderamente es comida y Tu sangre verdaderamente es bebida. »

De esta sangre que ha sido derramada, de esta carne, la tuya, que estrujada fue rota.

Ni una parcela ha perecido, no se ha perdido de ella ni una gota.

¡Aún perdura el invierno en nuestros surcos; pero cuajó de estrellas la primavera el cielo!

¡Y todo cuanto ha sido derramado, los ángeles lo han recogido y, reverentemente, se lo han llevado al interior del velo!


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