Antonio Rivera Ramírez, el Ángel del Alcázar

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Antonio Rivera Ramírez nació en Riaguas de San Bartolomé, Segovia, el 27 de febrero de 1916. Sus padres, el doctor José Rivera y Carmen Ramírez, se trasladaron al poco tiempo a Toledo, llevando consigo a su familia y a esta ciudad permanecieron ligados a partir de entonces, habiéndole dado dos de sus más insignes personalidades: el propio Antonio y su hermano José, Sacerdote, también con fama de Santidad hasta el punto de que ambos tienen la consideración de Siervos de Dios y se trabaja en su proceso de Beatificación. Dos hermanos cuya vida transcurrió en circunstancias muy distintas: José fue ordenado Sacerdote en 1953 y murió en 1991. Su hermano Antonio, tuvo ocasión de conocer la persecución religiosa iniciada por la segunda república en 1931, años en los que se despertó su afán de apostolado entre la juventud y falleció en 1936 como consecuencia de las heridas recibidas durante la Defensa del Alcázar de Toledo.
 
   A los dieciséis años fue Presidente de la Federación de Estudiantes Católicos y, poco después, fue nombrado Presidente de la Juventud de Acción Católica de Toledo. En tres años fundó treinta centros con tres mil afiliados. Antonio tiene en su vida dos notas peculiares que le hacen ejemplar para los jóvenes de hoy: su condición seglar y su vocación por la tensión y la lucha como camino de Santidad. Al igual que los Mártires, dio la vida por Cristo pero de otra manera muy distinta a la que en sus deseos se había forjado. «Joven de Acción Católica: Mírate como en espejo en la vida y en la muerte de este héroe. Aprende en ellas las lecciones de la vida cristiana de verdad», dijo el Cardenal Gomá.
 
   Con ocasión del Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, se incorporó al Alcázar de Toledo como voluntario, y por su extremado valor y caridad heroica mereció el apelativo de “Ángel del Alcázar”. Si hasta entonces había sido modelo de la Juventud de Acción Católica por su alegría, afán apostólico y vida de piedad, ahora demostró serlo también de patriotismo, espíritu de sacrificio («La Patria no admite regateos»), confianza en el triunfo («Dios nunca fracasa, acatando su voluntad se triunfa» y valentía («Valiente, valiente ese muchacho», dijo de él el general Moscardó). Combatió al lado de los voluntarios falangistas del Alcázar, con los que hizo muy buena amistad y camaradería y compartió su admiración por José Antonio y la Falange.
 
   El 18 de septiembre intentó rescatar una ametralladora y le volaron el brazo izquierdo que tuvo que serle amputado. Fue entonces cuando pronunció la frase que se ha convertido en resumen de una ascética para un combatiente cristiano: «Tirad, pero tirad sin odio», idea que repitió muchas veces hablando del amor al enemigo. Al liberarse El Alcázar, pudo volver a su casa en estado gravísimo, («Estoy muy contento. Ahora puedo decir como Jesucristo: no hay parte de mi cuerpo que no me duela»), y entregó su alma a Dios el 20 de noviembre de 1936, fecha extremadamente significativa.
 
   A partir de su muerte, los reconocimientos a su obra fueron constantes; además de numerosos homenajes, de la publicación de varias biografías y de la dedicatoria de diversas instituciones con su nombre, su estatua figura entre los representantes de la España cristiana que se encuentran a los pies de la imagen del Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles.
 
 «Aquí vivió y triunfó en 1936 / Antonio Rivera Ramírez / “El Ángel del Alcázar” / La ciudad de Toledo le dedica con emoción este recuerdo /26 – IV – 1953».
 
   Con motivo de la colocación de una lápida con este texto en su casa de Toledo, centenares de organismos de Acción Católica y obras de apostolado pidieron el inicio de su proceso de beatificación y el 10 de enero de 1962 fue nombrado el Tribunal Eclesiástico para realizar el proceso informativo bajo la presidencia del entonces Obispo Auxiliar Don Anastasio Granados.
 
 
 
 

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