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Pilar Pérez García
5 de marzo de 1.969
Mi general:
Me cabe el altísimo honor de venir a saludarle, una vez más, y de cumplir un noble servicio ante S.E.: el de introductor y presentador de un grupo de catedráticos numerarios de las Universidades de Madrid y Barcelona, es decir, de aquéllas donde la subversión ha logrado éxitos al conseguir el cierre de sus Facultades y Escuelas, y aquéllas en las que sigue la constante acción corrosiva, después de su reapertura, y a pesar de las medidas que lleva consigo el estado de excepción.
Yo no puedo ni debo tampoco consumir el turno analizando la política que ha conducido al país y a la Universidad al estado que ahora puede contemplarse. El vicepresidente del Gobierno lo hizo ya en una aguda exposición, que obliga a muy serias reflexiones sobre el pasado y a medidas urgentes y rectificadoras para el futuro. Tales medios exceden del campo estricto de la enseñanza y se refieren a la política nacional en su conjunto.
Los lamentables sucesos de carácter delictivo, que se cometieron en nuestra Patria durante los meses pasados, y que tuvieron su culminación en hechos tan significativos como los asesinatos de Pardines y Manzanas, el desgarramiento de banderas nacionales, la rotura de bustos y retratos de S.E. y el empleo como arma arrojadiza de un crucifijo, pudieran producir la impresión en el ánimo del Jefe del Estado, que el país se encuentra en el límite que separa, a la vez que aúna, esas dos fases de la guerra revolucionaria-subversiva, y que los técnicos llaman de incubación y de consolidación.
Esa línea-puente se caracteriza por una clara perturbación de las conciencias, por los intentos de huelgas y manifestaciones, por una campaña de atentados, por el propósito de desvigorizar y neutralizar al Ejército, por la promoción de una propaganda internacional contra el Régimen y, sobre todo, por la batalla sin tregua para ganar la complicidad del silencio.
Pues bien, para que no pueda entenderse que la Universidad española se hace solidaria del bando comunista en esta complicidad del silencio, que constituye uno de los frentes más importantes de la guerra revolucionaria y subversiva, un grupo de catedráticos numerarios de Madrid y Barcelona, cuya opinión comparten muchos de sus compañeros, ha querido venir a este lugar para decir cosas tan graves como decisivas, tan comprometedoras para ellos como para las resoluciones que a S.E. como Jefe del Estado le incumbe la responsabilidad de adoptar.
Vienen hasta aquí sin haberse ligado a ninguna de las actitudes o comportamientos que han provocado la situación actual. Vienen hasta aquí luego de conocer por su tarea diaria y por su puesto excepcional docente, la cruda realidad que nadie, por alta que sea su posición administrativa, puede disimular, vienen hasta aquí porque son leales a cuanto S.E. significa en el ayer, en el hoy y en el mañana de nuestro pueblo, y porque esa lealtad les impone la tarea, no excesivamente grata, de hablarle con todo respeto, pero también con toda sinceridad. Vienen, en suma, a decirle que hay catedráticos numerarios en la Universidad española dispuestos a asumir todas las responsabilidades que sean necesarias, para mantener el orden ideológico y la normalidad académica en las facultades y en las Escuelas, sin concesiones demagógicas ni promesas, luego lamentadas, aunque no corregidas, de impunidad.
Quienes me acompañan -y no hemos querido ampliar la lista para no quitar a la audiencia su tono íntimo y coloquial- son universitarios y son españoles, tienen una visión clara de lo que ocurre en nuestro país y del papel que juegan ciertos grupos estudiantiles, de los que mucho se habla, y ciertos grupos de profesores, que apenas se mencionan.
Quienes me acompañan saben, como ha dicho un ilustre escritor militar, que “la guerra Revolucionaria subversiva no terminó en 1.939, sino que continúa… , que todo lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá, desde 1.939, con marcado sabor comunista, por muy disimulado que se considere tras la máscara engañosa de tantas asociaciones culturales, democráticas y neutralistas, no son un conjunto de actos independientes entre sí, sino una nueva fase preinsurreccional, contra la que debemos luchar cada día, manteniéndonos vigilantes, para reaccionar oportuna y decididamente ante todo ataque, venga de donde viniere”.
La subversión comunista “jamás descansa, ni se arredra, ni se declara definitivamente vencida”. Fue S.E. el que dijo en cierta ocasión que “cuando parece que se va a recoger el fruto de la victoria, todavía hay que velar las armas”.
Quizá la vigilancia del arma ideológica se ha descuidado y las ideas “base y motrices de la revolución comunista, disfrazada de mil formas, no han tenido, al aparecer sus primeras manifestaciones en el cine, el teatro, la novela, la disertación pública, el ablandecimiento político, la reacción, que es invencible cuando lleva consigo la rapidez, la sorpresa y la iniciativa.
Aún tenemos amplias posibilidades de recuperar el tiempo perdido, de agavillar, luego del grave despilfarro de un esquema ideológico avalado por la sangre de una generación sufrida y ejemplar que liberó a España de la esclavitud comunista. Pero no se puede perder un solo minuto. Si la debilidad se sigue acusando, si las medidas del estado de excepción se aplican con tal delicadeza que se les pierde el respeto, si la autoridad se comparte por fuerzas oscuras que imponen sus consignas pisoteando al poder constituido, entonces la complicidad del silencio de una población amedrentada jugará a favor del adversario. La “tamborrada” de San Sebastián, que tuvo que ser suspendida, y la inhibición y repulsa a dar testimonio de hechos subversivos, son pruebas elocuentes de que no equivocamos el diagnóstico.
En el marco de la Universidad española, y concretamente en las dos que han sido víctimas de los mayores ultrajes, hay catedráticos que conservan el ideal de la Cruzada, que tienen la gallardía de venir hasta aquí para ponerse a sus órdenes. A ellos les quedará, en todo caso, la conciencia tranquila de haber cumplido con su deber: el de informar y el de ofrecerse a quien corresponde, en definitiva, la resolución de algo que afecta a su propia dignidad y al porvenir inmediato de España.
Y termino, señor, porque son ellos y no el que ahora termina, los que quieren, los que desean, hablarle, y que S.E. les hable también.