–¿Por qué ese interés en Baroja, a quien hoy día no lee casi nadie? Yo creo que es verdad lo que decía Pla de sus novelas, que no tienen pies ni cabeza.
–A mí me gustaban cuando era adolescente. Ahora no sé. Pero sigo creyendo que en conjunto es el mejor novelista español del XX, el más original. Hoy me interesan sobre todo sus memorias, creo que nadie las ha escrito con un título tan poético y expresivo. Aunque muchos de sus juicios sean arbitrarios, casi siempre tienen agudeza. Y me interesan los ambientes que describe, tan lejanos de la “Edad de plata” que dice Mainer.
–Al margen de los juicios de Baroja, esa edad fue de plata si la comparamos con la cultura española desde Calderón de la Barca. Salió una floración de novelistas, poetas, pensadores, pintores, músicos, ensayistas, varias generaciones seguidas… A lo mejor, si lo quieres comparar con lo que se hacía en Alemania, Francia o Inglaterra, no parece gran cosa, pero con lo que se venía haciendo en España desde, pongamos, mediados del XVII, fue un auténtico renacimiento.
–Las memorias de Baroja no son valiosas como juicio cultural general, y menos aún como juicio político, este ni siquiera lo intenta. Son valiosas como descripción de los ambientes intelectuales de la época, la intrahistoria como si dijéramos. En alguna ocasión diagnostica: “El pequeño mundo de la literatura española ha sido de una estupidez y una mezquindad rara”. Lo era y lo sigue siendo, ahora más modernizado por la industria.
–Pero tienes que admitir que, con todas esas ruindades y miserias, el fruto ha sido muy apreciable, lo llames de plata o de cualquier otro modo.
–Bueno, ya sabemos que las flores no lucen bien si no tienen debajo bastante estiércol.
–Sí, es posible. Pero, hablando de pensamiento político, tan importante en una época como aquella, en que todo se ponía en cuestión. Ya he dicho que ni el marxismo, ni el liberalismo ni el catolicismo político ni el fascismo, si queremos llamar así a la Falange, ninguno de ellos cuenta, entonces o ahora, con pensadores relevantes. Me parece una verdad palmaria.
–Bueno, podemos verlo así, pero ¿a qué se debe? ¿Es que los españoles somos negados para el pensamiento?
– Hablo sobre todo de pensamiento político. No creo que seamos negados, pero el pensamiento necesita constante confrontación, sea dura o suave, y eso depende de la existencia de una universidad o unas instituciones adecuadas, y exige una tradición. Los principales pensadores y ensayistas liberales, como Ortega, apenas soltaron más que disparates, contribuyeron a destrozar el régimen también liberal de la Restauración y a traer aquella república demente. Azaña mismo se sentía liberal. No existía esa tradición de confrontación intelectual, cada uno decía lo que le parecía, y el argumento máximo es “porque lo digo yo”, “porque a mí me gusta”, “porque me interesa”, más burletas y gracietas infantiles. Y eso continúa, acentuado, en el posfranquismo. En el franquismo hubo algunos debates quizá no muy profundos, pero interesantes, entre falangistas y nacionalcatólicos, por ejemplo. Desde la transición, incluso desde antes, no hay nada.
–Cierto, Baroja cae también en eso. Muchas veces termina un esbozo de argumento con un “eso no me interesaba”. También llama la atención el aldeanismo de todos ellos. En España y en el resto de Europa se cocían tremendas fuerzas sociales e ideológicas, estaba todo en crisis, y sin embargo nada de eso se refleja o analiza en los autores de esa edad.
–A eso me refería en parte, precisamente. A ese provincianismo: solo están ocupados en lo que pasa en España, e incluso eso lo abordan con cuatro tópicos y ocurrencias, no se enteran de lo que transcurre ante sus ojos, no prevén las consecuencias de sus propuestas. Ya hablaré de esa diferencia esencial entre las memorias de Baroja, de Cela y tantos otros, y las de Koestler, por ejemplo. Creo que es aleccionador. Con los marxistas, fascistas, católicos políticos y demás, ocurre lo mismo.
–Por lo que vienes diciendo, eso tiene muy mal remedio. Según tú, nuestra democracia ha fallado, como en el pasado, y eso augura quizá una nueva guerra civil.
–Lo de la guerra civil me parece muy improbable, pero sería una frivolidad darla por imposible. Pero en lo que estamos: observad lo vanos que han sido mis esfuerzos por emprender un debate racional sobre la guerra civil y el franquismo. Son temas políticos e históricos de máxima relevancia en España, porque en gran parte estamos en las mismas que en la preguerra.
–Leyendo tu galería de charlatanes, no me extraña. Los pobres tienen que acudir a las faldas del gobierno en busca de protección, con la ley esa de memoria democrática y tal.
–Pues eso. Os leo una opinión de Eduardo Mendoza sobre Pío Baroja, el cual, obviamente y como tantos, se sentía mucho más a gusto en la España de Franco que en la anterior. Escribe Mendoza sobre “El reconocimiento casi doloroso de que en medio del naufragio que supuso la guerra civil, el exilio y la represión, los tibios y los cobardes optaron por la sumisión y el exilio interior, como Baroja o Josep Pla”. Esta frase encierra una falsedad tremenda, pero atención a lo más gracioso, la conclusión de Mendoza: resulta que esos supuestos cobardes y tibios “fueron auténticas tablas de salvación, y, en ese sentido, más útiles que quienes optaron o se vieron obligados a adoptar posturas más radicales”. Esta sucesión de ilogismos, expuestos en Revista de libros, una publicación que quiere condensar el nivel intelectual del país, retrata a la perfección ese nivel, bastante inferior al de tiempos de Baroja.
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