Cataluña liberada

 
 
 
Jesús Flores Thíes
Coronel de Artillería (R)  
 
 
 
 
 

   Se va a cumplir el 74º aniversario de la entrada en Barcelona de las tropas nacionales. Para todos aquellos que no tienen más de 75 años, ésta puede ser una fecha intrascendente, pero para este viejo Asno de Rotterdam, que está ya en los 91, es una fecha inolvidable por muchos conceptos. Uno de ellos es, por ejemplo, que su madre estaba encarcelada y regresó a casa el día siguiente porque estaba encerrada en la cárcel de Sabadell, a donde la habían trasladado a finales de 1938 desde la cárcel de mujeres de Las Corts, que en aquella época ocupaba el mismo terreno sobre el que se ha construido El Corte Inglés.  
 
   A fines del año 1938 había comenzado la ofensiva sobre Cataluña, la Guerra Civil estaba llegando a su fin. La batalla del Ebro, esa “gran victoria” del Ejército Popular de la República, constituyó un fracaso rotundo en el que el Grupo de Ejércitos de la Región Oriental quedó deshecho y, lo que es peor, desmoralizado.  
 
   La responsabilidad de aquella escabechina que se dejó a miles de españoles enterrados en las orillas del Ebro fue de Negrín, fiel a las consignas recibidas del Partido Comunista Soviético, con el objeto de prolongar una guerra que ya estaba perdida desde bastantes meses antes. El Presidente de la República, Manuel Azaña ya no pintaba nada en el gobierno, y aquella “gran victoria” de Teruel, sobre la que hasta se hizo una película, solo sirvió para que se volviera a perder dos meses más tarde. Y se tardó tanto tiempo en recuperarla por culpa de las congelaciones de aquel tremendo invierno de comienzos de 1938.  
 
   En cuanto empezaron las operaciones para ocupar Cataluña y alcanzar la frontera francesa, los aviones iban dejando caer sobre las tropas republicanas octavillas como ésta:                                                                
 
 
 
   Julián Zugazagoitia, en su obra “Historia de la Guerra en España“, editada en Buenos Aires en el año 1941, describe lo que ocurre en Cataluña:
   “¿Tan angustiosa resulta ser la situación? ¿Es que no vamos a ser capaces de prolongar la defensa de Cataluña dos, tres meses? ¿Que menos que tres meses, en efecto, debía costar a los rebeldes la toma de Cataluña? Se especulaba con la resistencia de Barcelona. La ciudad, en concepto de los más, estaba bien preparada para repetir el gesto de Madrid. Conclusión: el material esperado llegaría a tiempo para sernos útil. Leyendo los partes secretos, el optimismo de esa conclusión se extinguía. La resistencia de nuestras unidades, agotadas, desmoralizadas, desnutridas de combatientes, disminuía considerablemente“.
 
   Esto ya lo sabían todos los barceloneses, pero la prensa se dedicaba a publicar titulares como éste del dia 25 de Enero de 1939, cuando ya se había dado la orden de evacuar Barcelona pero se estimulaba a los ciudadanos a convertir el Llobregat en el Manzanares de Barcelona. Dos días más tarde aquella Vanguardia que llevaba como subtítulo “Diario al servicio de la democracia” lo iba a cambiar por este otro: “Diario al servicio de España y del Generalísimo Franco”, porque a las cinco de la tarde del 26 de enero estaban entrando las tropas nacionales en Barcelona:
 
 
 
 
 
   El General Vicente Rojo comenta la caída con frases como éstas:  
   “Por eso no es exagerado afirmar que Barcelona se perdió, lisa y llanamente, porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil ni en algunas tropas contaminadas por el ambiente. La moral estaba en el suelo. Todos los elementos que daban calor y ánimo a la tropas habían desaparecido salvo honrosas excepciones. La población estaba cansada de la guerra, aunque no agotada por los sufrimientos y el hambre y sólo pensaba (desde mucho antes de la llegada de las tropas enemigas ante la ciudad) en el problema de terminar pronto. Por eso permanecía recluida en las casas que, a su vez, sirvieron de refugio de deserción a los procedentes del frente que tampoco querían combatir, convirtiendo aquel casco urbano de un millón de almas en un páramo desierto espiritualmente” (“Alerta los pueblos“)    
 
   Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, tampoco se muerde la lengua al escribir:  
   “La pérdida de Barcelona fué un golpe muy serio a la resistencia republicana. Las comadrejas de la capitulación salían de sus agujeros y enseñaban sus dientes amarillos mordiendo donde podían” (“El único camino”).
 
   El comentario de esta última no es nada más que el exabrupto de una funcionaria del Partido Comunista de Stalin que ve cómo sus ilusiones se han esfumado. Pero los comentarios de un militar profesional como Vicente Rojo son inadmisibles en un hombre que sabía perfectamente, desde meses antes, que la guerra se había perdido, o estaba a punto de perderse.
 
   Es cierto que los barceloneses estaban cansados de la guerra y deseaban que terminase pronto, pero afirmar que no estaban agotados por los sufrimientos y el hambre es imperdonable. En la “zona roja” el desorden administrativo era de tal naturaleza que el hambre fue una de las primeras causas de que se perdiera la guerra, ya que la escasez de alimentos empezó a notarse desde el tercer trimestre de 1936. Exactamente lo contrario de lo que ocurría en la zona nacional, donde el hambre empezó a notarse al terminar la guerra cuando se multiplicó el número de bocas que hubo que atender al ocuparse el resto de España.  
 
   Tan cierto es ésto que el consulado francés de Barcelona llegó a instalar un comedor infantil gratuito para alimentar a los niños que se titulaba “La cantine Française”. Del mismo modo que el gobierno francés destacó varios buques de guerra para recoger a personas cuya vida peligraba en vista de  los asesinatos que en Cataluña se estaban produciendo. Estos buques de la Armada Francesa fueron “Tourville”, “Duquesne”, “Colbert” “Commandant Teste”, “La Palme”, “Fortume”, “Dupleix” “Corte II”, y alguno más que lamentamos desconocer. Por cierto, el jugador  de fútbol José Samitier salió de Barcelona en el “La Palme” el dia 25 de agosto de 1936. Solamente en el año 1936 el Consulado Francés sacó de Barcelona hasta 515 personas (367 hombres, 127 mujeres y 21 niños).  
 
   A partir de 1937 y  hasta el final de la guerra, pudieron salir de Barcelona en buques mercantes fletados especialmente por el gobierno francés hasta 2.644 personas, de los que 269 eran religiosos y religiosas y 512 niños.  
 
   La escasez de alimentos se vió claramente aquel día 26 de enero de 1939 por la mañana cuando todavía las tropas nacionales no habían entrado en Barcelona y, al ver que Barcelona se había vaciado de políticos y de tropas rojas, el pueblo se dedicó a asaltar una serie de depósitos de comestibles cuya existencia se conocía, y que estaban vigilados por guardias de asalto que, dándose cuenta de la situación de Barcelona, permitieron que la gente se lanzara sobre los sacos de arroz, de garbanzos, de carne enlatada, de leche condensada que allí se guardaban. Lo que produjo, incluso, que algunos perecieran atropellados en  los asaltos desesperados que se habían creado.
 
   Mientras estas cosas ocurrían por las calles de Barcelona, una flota de aviones de caza y bombardeo volaba a baja altura, quizás 300 metros cubriendo el cielo, y las tropas de tierra ocupaban Vallvidrera, San Pedro Mártir y el Tibidabo esperando la orden de entrada. Las primeras Divisiones que entraron en Barcelona fueron  la 105 al mando de coronel Lopez Bravo y la 13 al mando de Barrón Ortiz, que ocuparon Montjuich y penetraron hacia la Plaza de Cataluña; Las Divisiones 4ª y 5ª Navarras mandadas por Camilo Alonso Vega y Juan Bautista Sánchez. se descolgaron del Tibidabo y Vallvidrera bajando por las calles de Muntaner, Balmes y República Argentina para entrar en  la Diagonal. La única resistencia que encontraron fué la de la gente que se abalanzaba sobre ellos para abrazarlos, vitorear a España, y subirse a los camiones. La primera bandera española que se encontraron fue en el convento de Pompeya que había sido convertido en hospital, y donde una enfermera se adelantó a colocarla para saludar a las tropas que entraban.